Al principio, Joel creyó que el objetivo sería una mujer del barrio, como la mujer pakistaní a quien había intentado atracar en Portobello Road. Luego pensó -teniendo en cuenta la orden de que había que disparar el arma- que el blanco era una mujer a quien había que escarmentar. Se trataría, tal vez, de una drogata piojosa que se prostituía por una uña de coca. O quizá sería la putilla de algún camello que intentaba quedarse con un trozo del territorio del Cuchilla. En resumen, se trataría de alguien que vería el arma y colaboraría al instante; además, sucedería en una zona de la ciudad y a una hora del día en que un disparo sería como oír llover para los camellos, los gánsteres y la población marginal y, por lo tanto, seguramente como mucho no se informaría de ello y, como poco, no se investigaría. En cualquier caso, sólo sería un disparo, el arma descargada al aire, hacia una puerta, hacia donde fuera menos contra una persona de verdad. Eso era todo.
A tal creencia infundada se había aferrado Joel, incluso al subirse en el metro, incluso mientras recorrían una parte de la ciudad que, con cada paso que daba, anunciaba ser un lugar bastante distinto al mundo al que estaba acostumbrado. Lo que no esperaba era lo que le presentaron para el atraco y para disparar el arma: una mujer blanca que llegaba a casa tras salir de compras, una mujer que les sonrió y les preguntó si se habían perdido y que parecía alguien que creía que no había nada que temer siempre que se quedara en la puerta de su casa y se mostrara amable con los desconocidos.
A pesar de lo que hizo para tranquilizarse, mientras caminaba y esperaba a Cal, su mente repasaba febrilmente tres puntos. El primero era el disparo a la mujer, que había resultado ser no sólo condesa, sino la esposa de un inspector de Scotland Yard. El segundo era que había hecho lo que le habían dicho que hiciera -aunque al final fuera Cal quien disparó el arma-; además, independientemente de los medios empleados para conseguir este fin, el fin se había alcanzado, lo cual significaba que Joel había demostrado su valía. El tercero era que existía una imagen de él en Cadogan Lane, existía una au pair que lo había visto de cerca y, además, había un arma con sus huellas. Todo aquello no auguraba nada bueno.
Al final, Joel vio que su única esperanza era el Cuchilla. Si Cal no aparecía la próxima vez que el tipo decidiera tirarse a Arissa en su piso, aquello le daría a entender que había desaparecido del todo, que se había esfumado; no tenía sentido que el Cuchilla lo hubiera liquidado, en lugar de alejarlo de Londres el tiempo necesario para que la presión del asesinato y sus consecuencias siguieran su curso. Según Joel, si el Cuchilla podía hacer todo aquello por Cal, también podía hacerlo por él, y al haber una fotografía suya en proceso de ser mejorada, se trataba de algo que había que hacer, y pronto. Quería protección, la necesitaba. Al final resultó que no tuvo que esperar demasiado a que llegara el momento en que se atendiera su petición de amparo…, antes incluso de realizarla.
En Portnall Road, se había escondido en el porche de un edificio próximo al de Arissa, bien oculto. Llevaba una hora allí, con la esperanza de que el Cuchilla apareciera para hacerle una visita a su mujer. Temblaba de frío y tenía calambres en las piernas cuando por fin llegó el coche. El hombre se bajó; Joel esperó antes de aproximarse. Pero, entonces, Neal Wyatt también salió del coche. Mientras Joel observaba, el Cuchilla desapareció en el interior del edificio y Neal se colocó en lo que sólo podía denominarse la «posición de Cal»: botando una pequeña pelota de goma contra la pared de la entrada del edificio mientras se sentaba apoyado en la otra.
Joel bajó la cabeza. Pensó: «¿Cómo…?». Y luego: «¿Por qué…?». Con la mirada perdida, intentaba explicarse lo que acababa de ver. Cuando se atrevió de nuevo a mirar hacia la entrada del edificio de Arissa, vio que, a pesar de sus esfuerzos, lo habían descubierto: Neal estaba mirándole fijamente. Se guardó en el bolsillo la pelota que había estado botando. Avanzó por el sendero, cruzó la calle y recorrió la acera. Se quedó ahí, observando a Joel y a su inadecuado escondite. No dijo nada, pero estaba bastante distinto. Joel pensó que su aspecto no tenía demasiado que ver con alguien a quien habían escarmentado por algo.
Joel recordó las palabras Hibah: «Neal quiere respeto. ¿Puedes demostrarle respeto?».
Era evidente que el chico había hecho algo para ganárselo. Joel esperaba que el resultado fuera un ataque de Neal -puñetazos, patadas, navajazos…- contra su patética persona. Pero no se produjo ningún ataque.
– Eres un capullo estúpido -dijo Neal, sarcástico y cansado; después, se dio la vuelta y regresó a la entrada del edificio de Arissa; allí se quedó.
Joel era como la mujer de Lot: deseaba huir, pero siempre le faltaba la capacidad para hacerlo. Pasaron diez minutos. El Cuchilla salió, Arissa detrás, como un perro que siguiera a su dueño. El Cuchilla dijo algo a Neal y los tres avanzaron en dirección al coche. Abrió la puerta del conductor mientras Neal entraba por el otro lado. Arissa se quedó en la acera, esperando algo que sucedería pronto. El Cuchilla se giró hacia ella, la acercó de un tirón, le puso una mano en el culo para sujetarla bien y la besó. La soltó con brusquedad. Le pellizcó el pecho y le dijo algo; la chica se quedó delante de él, mirándole con devoción, como alguien que nunca le traicionaría, que esperaría ahí mismo hasta que volviera a por ella, que sería exactamente lo que él quisiera que fuera. Precisamente, comprendió Joel, como alguien que no era su hermana, que no actuaba ni pensaba como Ness. Alguien, en resumen, que miraba al Cuchilla como probablemente Ness no miraría nunca a ningún hombre.
Joel pensó en las muchas veces que el Cuchilla había expresado su desprecio hacia su hermana; un destello de luz comenzó a iluminar la oscuridad que lo rodeaba. Pero ese destello de luz le heló el corazón, y su incandescencia se proyectaba en la simple «confluencia» de sucesos tal como habían ocurrido en su vida. Joel vio que todos habían conducido a este preciso momento: Neal Wyatt esperando en el coche como si supiera muy bien que aquél era su lugar, el Cuchilla mostrando a Arissa cómo eran las cosas, y Joel contemplando la acción, recibiendo un mensaje que tenía que recibir desde el principio.
Cal no importaba. Joel no importaba. A fin de cuentas, Neal y Arissa no importaban. Sin embargo, en cuanto los hubiera utilizado para sus propósitos, lo descubrirían.
Lo que Joel hizo a continuación, lo hizo para reconocer todas las veces que Cal Hancock había intentado advertirle que no se acercara al Cuchilla. Salió de su escondite inútil y se aproximó al coche, al Cuchilla y a Arissa.
– ¿Dónde está Cal? -dijo.
El Cuchilla lo miró.
– Jo-el -dijo-. Parece que la cosa se está poniendo calentita para ti, colega.
– ¿Dónde está Cal? -repitió-. ¿Qué le has hecho a Cal, Stanley?
Neal se bajó del coche con un movimiento limpio, pero el Cuchilla le indicó con la mano que no se preocupara.
– Hace tiempo que Cal quería ir a ver a su familia -dijo-. A la tierra de Jamaica, con sus bandas caribeñas, la marihuana y la música reggae sonando toda la noche. El tío Bob Marley mirando desde el Cielo. Cal me hizo un favor, así que yo se lo devolví. Hoy por ti, mañana por mí. -Hizo un gesto con la cabeza hacia Neal, quien volvió a entrar en el coche obedientemente. Entonces besó de nuevo a Arissa y la empujó hacia el edificio-. ¿Algo más, Jo-el?
No había esperanza, pero Joel lo dijo de todos modos.
– Esa mujer… Yo no… -Pero no sabía cómo acabar lo que había empezado, así que no dijo nada más. Simplemente esperó.
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