– Eso es lo que ella dice -intervino Derek Hatfield-. He trabajado con Warshawski. Ella elude la ley; nunca he podido probarlo, pero no es imposible que haya forzado la entrada.
– Este gorila de DuPage… perdón, este teniente me registró. Tan a fondo que podría alegar acoso sexual. Pregúntenle si me encontró alguna herramienta encima.
– Usted estuvo allí sola sabe Dios cuánto tiempo -gritó Schorr-. El suficiente como para esconder cualquier ganzúa.
Levanté las cejas con exagerada incredulidad.
– ¿Acaso no registraron la mansión de cabo a rabo con la idea de que por allí se escondía una célula terrorista? Con pruebas menos contundentes que un diccionario árabe-inglés, el Gobierno ha entrado en mi domicilio sin una orden.
– Esto no es para tomárselo a risa -dijo el ayudante del fiscal-. Todos en esta mesa intentamos proteger nuestro país.
– Vale, dormiré mejor por la noche sabiendo que han inspeccionado mis sujetadores -afirmé con amargura-. ¿Qué ha dicho Renee Bayard de los libros del ático?
– Los Bayard y los Graham son viejos amigos. La señora Bayard cree que su marido se los prestó al señor Darraugh Graham cuando éste era pequeño -explicó el ayudante del fiscal de DuPage-. Naturalmente, no podía prestar demasiada atención al asunto con su nieta en el hospital.
– Así que la Declaración de Derechos rige también para los votantes ricos. Qué tranquilizador -dije-. Supongo que saben por qué su nieta está en el hospital, ¿verdad?
– A causa de un desafortunado accidente -me cortó el ayudante del fiscal de DuPage-. ¿Por qué anoche no esperó en la casa para responder a las preguntas del teniente Schorr? El que saltara por la ventana del baño nos hace pensar que tenía una buena razón para huir de manera tan arriesgada.
– Confieso que hubiera preferido una puerta, pero el teniente ordenó al abogado de la propiedad que me encerrara.
– Podría haber esperado a hablar con Schorr -insistió Jack u Orville.
– Estaba cansada; había estado dragando el estanque; la casa estaba congelada. Quería dormir. Cuando los oficiales de Schorr dispararon a Catherine Bayard, él estaba demasiado ocupado como para acordarse de mí. Así que me fui.
– Pero no fue a su casa -exclamó la fiscal del condado de Cook.
– No. Creo que un conductor responsable sabe cuándo está demasiado cansado para controlar su vehículo. Me quedé a dormir en un motel.
La mujer desgarbada asintió: se habían molestado en buscar el lugar donde había estado. Era evidente que ignoraban que había dejado mi Mustang detrás de los arbustos, de otro modo alguien habría investigado el asunto del coche. La fiscal del condado de Cook volvió al ataque.
– Cuando la sirvienta fue a limpiar a mediodía usted no estalla en el motel. ¿Qué ha hecho hoy entre las doce del mediodía y las ocho de la tarde?
– ¿Hay alguna razón por la que quiera saberlo? -pregunté-. Si la hay, me encantaría decírselo, pero no imagino qué interés tiene el condado de Cook, o el de DuPage, o, más específicamente, el Departamento de Justicia.
– Estados Unidos está en guerra -reiteró el ayudante del fiscal del distrito-. Si usted ha ayudado a escapar a un terrorista, puede ser procesada por colaborar con nuestros enemigos.
De pronto sentí un gran cansancio. Extendí las manos sobre la mesa y me miré los dedos mientras el silencio crecía.
– Bien -dijo Jack u Orville.
– No está bien -dije-. Nada de esto está bien. Para empezar, no estamos en guerra. Sólo el Congreso puede declarar la guerra, cosa que no han hecho; a menos que haya sucedido mientras estábamos sentados aquí.
– Sabe perfectamente lo que quiere decir -insistió Derek-. ¿Cree que es una broma lo que ha ocurrido en Nueva York y lo que están haciendo nuestras tropas en Afganistán o en el Golfo Pérsico?
Levanté los ojos hacia él.
– Creo que es lo más grave que ha pasado desde que tengo uso de razón. No sólo lo del World Trade Center, sino el miedo que se ha desencadenado en nosotros a partir de ese momento, hasta el punto de pensar que la Declaración de Derechos ya no importa. Mi novio está en Afganistán. No sé si está vivo o muerto, no tengo noticias suyas desde hace una semana. Si está muerto, se me romperá el corazón; pero si la Declaración de Derechos ha muerto, mi fe en América también se romperá. Si hubiera encontrado a un terrorista en Larchmont habría hecho todo lo posible por entregarlo, Derek; y espero que a mi me prestes mas atención que la que prestaron tus colegas de Minnesota o Arizona ante amenazas similares. Pero no vi a ningún criminal violento por ningún lado. ¿Tú sí? ¿Esos libros árabes eran manuales para la fabricación de bombas o contenían información de importantes objetivos en Estados Unidos? Supongo que lo estás analizando. -Me volví hacia el ayudante del fiscal de DuPage-. Mientras tanto, el otro gran hallazgo de la noche es que los tigres cazadores de árabes de Schorr le dispararon a una adolescente de por allí. No tengo nada que ver con eso, y no creo que mi presencia en Larchmont mientras Schorr desataba esa barbarie hubiera sido de ninguna ayuda.
Nadie dijo nada durante uno o dos minutos. Me revolví en la silla, estirando el cuello y los hombros.
– Hay que volver a abrir la investigación sobre la muerte de Whitby. No creo en las coincidencias: un sospechoso escondido en la casa, un hombre muerto fuera de la casa, tiene que haber alguna relación entre ambos hechos. -Bobby hablaba con la autoridad de quien lleva cuarenta años en la policía. Miró al ayudante del fiscal de DuPage-. Orville, ¿podría ocuparse de que se le haga una autopsia completa, así como un análisis de sustancias tóxicas, al cadáver de Marcus Whitby?
– Ayer entregamos el cuerpo a la familia -dijo Orville-. Averiguaré si ya se lo han llevado a Atlanta.
Bobby se frotó las sienes.
– Espero que no lo hayan hecho: no quisiera tener que enfrentarme a una exhumación. O con otra jurisdicción además de las tres que ya están involucradas.
Yo no dije que Bryant Vishnikov estaba llevando a cabo una autopsia privada: confiaba en que Bryant terminara y me diese los resultados antes de que la policía averiguase que era él quien tenía el cadáver.
– Podemos acelerar ese asunto si es necesario -dijo el ayudante del fiscal del distrito-. Mientras tanto, ¿qué hacemos con Warshawski? No nos ha dicho qué ha estado haciendo todas esas horas. ¿Sería capaz de esconder a un hombre buscado por la policía?
– Ustedes han registrado mi casa -protesté-. No tengo ningún inconveniente en llevarlo a mi oficina si es que ya hemos terminado aquí. Luego puede mirar en el maletero de mi coche.
– Esta tarde hemos enviado a alguien a su oficina -dijo Derek. Y estamos interrogando a sus amigos.
Intenté controlar la creciente oleada de furia que me invadía.
– No habrán sido capaces de utilizar los datos de mi agencia, ¿no? O de llevarse mis archivos. ¿Cómo demonios se atreven a perseguir a un ciudadano sin una causa probable?
– No necesitamos ninguna causa probable -interrumpió el ayudante del fiscal del distrito-. Usted y un sospechoso desaparecieron de la misma casa la misma noche. Como ha dicho el capitán, aquí no hay coincidencias. Usted pensaría que no era más que un inocente chiquillo y le dio un empujón para que saliera por la ventana. Pero ahora que sabe que es un hombre buscado nos gustaría que cooperase.
– Estoy cooperando -grité inclinándome sobre la mesa.
– Vicki, cálmate -me advirtió Bobby.
Cerré los ojos y respiré hondo, contando de diez a cero en italiano mientras espiraba.
– Estoy cooperando -dije con voz más tranquila-. Pero ahora ustedes traten de decirme algo coherente. ¿Qué ha hecho? ¿Cómo saben que es un terrorista? Contéstenme a eso y les responderé con más entusiasmo.
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