Sara Paretsky - Lista negra

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Una historia de secretos y mentiras que atraviesa cuatro generaciones.
Tras los atentados del 11 de septiembre, la detective V.I. Warshawski acepta un extraño encargo de uno de sus clientes más importantes: debe vigilar la antigua mansión de su madre, pues la anciana está segura de ver luces en ella.
En medio de la noche, la investigadora encuentra en los jardines de la casa el cadáver de un periodista negro. Al ver que la policía está más que dispuesta a dar carpetazo al asunto, la familia del difunto contrata los servicios de Warshawski para que les ayude a limpiar su buen nombre.
De este modo, la detective se irá enredando en una tela de araña hecha de lujuria, dinero mal adquirido, secretos ocultos y poder que se remonta a la época de la “caza de brujas” del senador McCarthy y las tristemente famosas listas negras.
Warshawski se dará cuenta de que hay fuerzas muy poderosas empeñadas en que la sórdida verdad no salga a la luz, y de que tendrá que poner toda su habilidad en juego sino quiere correr el riesgo de ser un eslabón más en la cadena de extorsiones y asesinatos.

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– No. No creo que hiciera lo correcto. No creo que considerar el bien mayor, la integridad de Ediciones Bayard en este caso, justifique traicionar a tus amigos.

– Y ahora que ha perdido la cordura jamás podré preguntarle en qué pensaba cuando lo hizo -exclamó-. No puedo soportar esto. Verlo enfermo con lo mucho que lo quiero… Solía sentirme tan tranquila sabiendo que mis abuelos eran mi familia, en comparación con la de mis amigos, gente que no piensa más que en el dinero. Y ahora… mi familia tal vez no piensa en el dinero, pero no piensan en la gente ni en tener una vida basada en unos principios, como siempre proclamaban.

– Estamos juzgando esto en la calma y la seguridad de mi salón -dije-. No nos enfrentamos a un interrogatorio del Congreso, que utilizaría nuestras creencias para convertirnos en criminales. Si alguna vez nos ocurriera eso, entonces sabríamos de qué estamos hablando. Una vez pasé un mes en la cárcel. Fue una experiencia terrible, que casi me hunde. Si tuviera que volver a la cárcel, no sé si podría defender mis valores. Me gustaría ser fuerte hasta el final, pero más que eso me gustaría no tener nunca que comprobarlo. Lo que quiero decir es que lo que hizo tu abuelo… Oh, me rompe el corazón. Pero no puedo juzgarlo, porque no estuve en ese campo de batalla, mirando de frente esos cañones. Pero tu abuela cruzó la línea cuando decidió asesinar. Y quiero que pague el precio por matar a Marcus Whitby. Es por Whitby por quien deberías reaccionar, en lugar de quedarte aquí observándome.

– Pero ¿cómo podría volver a vivir con ellos?

– Puedes ir a Washington con tu padre -sugerí.

– Sí. Sabes que me llama constantemente.

No era para tanto, pero la llamaba desde Washington unas dos veces al día, para decirle cosas bonitas o que se fuera a vivir con él.

– Papá no puede entender que no esté preparada para aceptar los valores que él defiende. Cree que después de saber que mi abuelo era un fraude significa que debo abandonar tanto sus ideales como los de la abuela. Papá está harto de que intente defenderlos.

– Ya lo sé. Pero no puedes quedarte aquí para siempre. Después de un tiempo, la aventura de vivir durmiendo en una cama plegable se cobrará su precio; querrás tu baño, tu televisión… y todos los placeres de un hogar. Además, dejando aparte a tu abuela, necesitas ir a la escuela.

– ¿Volver a Vina Fields, donde todo el mundo me señalará?

Hice una mueca.

– Es una oportunidad para demostrarles quién eres. Además eres rica e inteligente: tienes opciones. Puedes ir a Washington, pero insistir en ir a un colegio con valores más progresistas que los que querría tu padre. Puedes ir a un internado, tu familia tiene tradición en Exeter, ¿no? Pero sólo te queda un año además de éste, y tal vez no sea una buena idea trasladarte; ¿no hay alguna amiga con la que puedas vivir?

Ella hundió su cara en el pelo de Peppy.

– Este invierno han pasado demasiadas cosas. No tengo ninguna amiga tan cercana como para que me comprenda. Y además, la escuela me parece algo inútil. Lacrosse, quién sale con quién, es como… Después de ver morir a Benji, nada tiene sentido.

– Puedes tomarte un año para trabajar con una organización humanitaria o algún grupo similar que intenta ayudar a gente pobre como la madre de Benji. Mi novio, Morrell, puede ayudarte a encontrar un buen programa, si es que algún día vuelve.

Esa idea le gustó de inmediato. Pasamos los siguientes días concretando detalles. Catherine finalmente decidió terminar su año en Vina Fields, pues no podía hacer gran cosa hasta recuperarse del brazo, y luego comenzar como voluntaria durante el verano.

No volví a saber nada de Darraugh desde la noche en que lo abandoné en su dormitorio, pero volvió a sorprenderme después de que Catherine decidiera volver a la escuela: llamó para ofrecerle una casa hasta terminar el curso. Para mi alivio, Catherine aceptó: yo no estaba preparada para ocuparme de una adolescente.

Catherine decidió pasar un fin de semana en New Solway con su abuelo. Aprovecharía para recoger sus cosas y mudarse el lunes por la mañana. Habló con Renee para asegurarse de que se quedaba en la ciudad, y en el último fin de semana de marzo nos subimos al Mustang en dirección al oeste.

Llevé conmigo a los perros. Después de dejar a Catherine en la mansión de los Bayard, donde Ruth Lantner rehusó dirigirme la palabra, me fui hasta Larchmont y solté a los perros. Llevé a Mitch y a Peppy a los bosques, rehaciendo el camino que hacía Catherine cuando escapaba de su casa para llevarle comida a Benji. A los perros les gustó el paseo: encontraron un ciervo y estuvieron persiguiéndolo por los bosques.

No pensaba en realidad en Catherine y Benji cuando regresé a Larchmont, sino en Calvin Bayard y en las noches en que él atravesaba ese camino para ver a Geraldine. Para acostarse con Geraldine, y para mentirle.

El Chico Maravilla, ¿era un vellocino de oro, un ídolo demasiado falso para adorar? ¿O tan sólo un ser humano trastornado? Calvin brillaba, ése era su problema. Las veces que lo había escuchado hablar en el pasado, brillaba como un dios. Yo me sentía casi hipnotizada por él. Si tienes un don, el don de hechizar a la gente que te rodea, ¿por qué querrías atenuarlo?

Los perros se me unieron mientras pasaba por los edificios externos de Larchmont. Mitch se zambulló en el estanque y sacó una de las carpas podridas. Se restregó contra ella antes de que pudiera impedirlo. Metí a Peppy en el coche antes de que hiciera lo mismo, y volví para ponerle la correa.

– Una cosa es segura, amiguito -le dije-. Necesitas tener mucho más encanto del que tienes para hacerme soportar semejante hedor.

Cuando lo metí en la parte trasera del Mustang, hice el breve trayecto desde Coverdale Lane hasta Anodyne Park. Geraldine Graham estaba en casa. Todavía llevaba el pie vendado, usaba un andador, pero se las arreglaba sola. Me pidió que le alcanzara las tazas de Coalport para el té, pero fue a buscar las bolsitas y sirvió el agua sin mi ayuda.

Llevé las tazas a su escritorio, quemándome los dedos con la fina porcelana, como en la primera visita. El apartamento parecía más grande y luminoso. Al principio no logré dar con la diferencia, atribuyéndola a la mayor luminosidad de la primavera. Cuando Geraldine por fin de sentó, comprendí que había quitado el retrato de su madre. Lo reemplazaba un pequeño paisaje de montaña.

Ella vio que miraba la pared y me sonrió con satisfacción.

– Cuando golpeé a Renee con la máscara de Kylie, sentí un placer que nunca antes había experimentado, ni siquiera en los brazos de Calvin. Por cierto que tampoco en los de Armand, ni en los otros. -Hizo una pausa, y luego agregó-: Amaba a Calvin. Conocía sus debilidades, pero aun así lo amaba. No creo que pueda perdonar a Renee haberlo ocultado al mundo y justificar sus debilidades. Pero cuando dejé caer la máscara sobre su cabeza sentí una extraordinaria libertad. Tengo ahora noventa y un años; no poseo la fuerza para mover cielo y tierra, pero agradezco tener un espíritu liberado el tiempo que me queda de vida. Decidí que usted tenía razón: no era necesario tener aquí a mi madre recordándome antiguas humillaciones.

Me quedé con Geraldine durante una hora, repasando el caso, su vida, la vida de Darraugh. Al final, esa semana le había dicho que probablemente Calvin era su padre. Eso explicaba por qué había invitado a Catherine a vivir con él, supuse: era su sobrina. Lo que me preguntaba era cómo se sentiría al saber que Edwards Bayard era su hermano.

– Eso ha perturbado a Darraugh, naturalmente. -Geraldine mantenía su voz aflautada y trémula-. Quería a MacKenzie. Le dije a Darraugh que no importaba, que tenía derecho a amar a MacKenzie como padre: fue él quien lo cuidó cuando tuvo varicela; fue él y no la enfermera ni, por supuesto, yo, quien le lavaba la cara para que no se rascara los granos. MacKenzie le cantaba canciones de cuna y le enseñó a montar su primer pony. Hizo todas las cosas que hace un padre. Y algunas de las que una madre que no quería afrontar las responsabilidades del hogar debería haber hecho.

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