Después de hablar con Bobby primero, y luego con el abogado recomendado por Freeman, el tono de las preguntas de Blodel cambió poco a poco. Dejó de dirigirse a mí como lo hace el policía con el criminal, para comenzar a hablar como un profesional con un colega.
Finalmente, cerca de las seis de la mañana alguien recogió el cuerpo de Benji para enviarlo a la morgue local. Fueron necesarios dos oficiales para apartar a Catherine del cuerpo. Cuando la levantaron de la mesa, ella los siguió hasta el coche fúnebre. Uno de los policías la detuvo y la llevó de regreso a la cocina. Se tiró sobre mí, agarrándome como una niña. La rodeé con mis brazos. Renee se lanzó hacia delante, como bala de cañón a toda velocidad.
– Vamos, querida. Que te vea un médico y luego nos iremos a casa.
Catherine se aferró a mí.
– ¡Vete! No te me acerques. Disparaste a Benji como si fuera un caballo con una pierna rota. No quiero volver a verte. ¡Vete, vete, vete!
No sabía si la policía se pondría del lado de Renee Bayard, pero la explosión de Catherine le impactó como ninguna otra cosa de la noche. Por un breve momento su rostro se quebró; se la vio como una vieja herida, y no como la brigadier al mando. No era una compensación que pudiera ofrecer a Harriet Whitby o a la madre de Benji, pero significaba al menos un pequeño equilibrio en la balanza de la justicia.
Renee intentó discutir con Catherine, pero su nieta comenzó a gritar. Dos oficiales se llevaron a Renee. No la acusaban de nada, dijeron, pero querían hacerle unas preguntas sobre su pistola.
Blodel vio que no podría llevarme a la comisaría para hacer una declaración oficial, a menos que estuviera preparado para lidiar con más histeria por parte de Catherine. Al final, habló conmigo en el salón mientras un oficial tomaba notas. Finalmente tuve la oportunidad de relatarlo todo, bien… casi todo, lo que había ocurrido desde que Geraldine y yo habíamos salido de Chicago. Omití la grabación encontrada en el Saturn, porque quería llevármela de vuelta.
Mientras Blodel y yo terminábamos de hablar, una policía trajo ropa limpia para Catherine del armario de su propia hija adolescente. También hizo levantar al dueño de un motel local para conseguirnos una habitación.
En el motel, la mujer policía me ayudó a bañar y a desvestir a Catherine y a ponerle un camisón. Yo pasé un buen rato bajo la ducha, intentando obligar a mi piel a que dejara de sentirse como desollada. Cuando me metí en la cama, me dormí tan rápido que ni siquiera recordaba haberme acostado. Hacia mediodía me desperté porque sentí el brazo de Catherine en mi espalda, pero volví a dormirme tan pronto como me di la vuelta.
Cuando finalmente me desperté a las tres de la tarde ella seguía durmiendo, con su cara alargada gris y sofocada. Me levanté torpemente y me metí en mis gastadas ropas, deseando que la mujer policía también hubiera traído algo limpio para mí.
Desperté a Catherine para decirle que salía a buscar algo de comer, pero que estaría de regreso en una hora. Me miró medio atontada y se volvió a dormir.
Cuando regresé con algunas provisiones y una pizza caliente, me sorprendí al ver que Darraugh estaba esperándome. Había alquilado una avioneta para ir a buscar a su madre, me dijo, y lo había organizado todo para que Catherine y yo regresáramos a Chicago con él. Le expliqué que ya había dos coches en la casa, pero me dijo que durante la semana enviaría a alguien para recogerlos.
– Mi madre me ha contado todo lo que has hecho en las últimas veinticuatro horas. Por ella, por el muchacho, por Catherine. Ya está bien para una semana. Ahora voy a buscar a mi madre al hospital; volveré a recogerte a ti y a Catherine. Mi piloto es excelente, pero como el avión es pequeño, será mejor que volemos mientras sea de día.
Dije que necesitaba hablar con el abogado para asegurarme de que todo estuviera arreglado con la policía local, pero Darraugh ya se había ocupado de eso también. Creo que tenía doce años la última vez que alguien se había ocupado de esa forma de todas mis cosas. Se lo agradecí emocionada y fui a despertar a Catherine.
En nuestro viaje al sur, permanecimos en un estado de estupor durante todo el trayecto. En el pequeño aeropuerto donde aterrizamos, Darraugh tenía un coche esperándonos. Envió a su chófer a New Solway con su madre y nos acompañó a Catherine y a mí a la ciudad en un taxi. Cuando indicó al taxista la dirección del apartamento de Banks Street, Catherine volvió a sollozar: no quería ver a su abuela, ni a su padre, al menos por el momento, no después de ver morir a Benji y de que todo el mundo lo tratara de terrorista. Finalmente, sin saber qué hacer, le dije que podía venir a mi casa.
NOTICIAS DE MUERTE
Cuando llegamos a mi apartamento, Darraugh pagó al taxista y nos acompañó hasta la puerta, diciendo que quería hablar conmigo.
– De acuerdo, porque yo también quiero hablar contigo -dije-. Tengo que explicarle a mi vecino qué he estado haciendo últimamente y luego instalar a Catherine. ¿Quieres que nos veamos mañana?
– Esta noche. Mañana tengo que ir a Washington. Usaré tu teléfono mientras tú te ocupas de tus cosas.
El señor Contreras y los perros surgieron justo en ese momento del apartamento. Darraugh resistió el ataque tolerablemente bien. Él y el señor Contreras ya se habían encontrado una o dos veces, pero tenían tanto en común como un pez y una jirafa; ambos son animales, pero ahí se acaba el parecido. Catherine, por su parte, pronto cogió confianza con el señor Contreras. Peppy colaboró, pero la personalidad directa y nada pretenciosa del señor Contreras la tranquilizaron como pocas cosas lo habrían hecho en esos días.
Mi vecino nos acompañó arriba para ayudarme a desplegar una cama portátil para Catherine en el comedor, y para escuchar con detalle nuestra aventura. Yo le había llamado desde Eagle River, pero quería saberlo todo, desde el momento en que Geraldine y yo salimos de Chicago, hasta que nos subimos a la avioneta de regreso esa tarde.
Darraugh se sentó en el salón para hablar por teléfono, mientras yo le mostraba a Catherine cómo cerrar bien la puerta y dónde estaban cosas como el baño y el té. Me preguntaba durante cuánto tiempo le resultaría cómodo vivir en un lugar tan pequeño, sin ama de llaves para limpiar el polvo de los rincones o asegurarse de que no faltaran el yogur búlgaro y el tofu especial que a ella le gustaban.
Mientras le enseñaba el apartamento, el señor Contreras revisó el frigorífico y los armarios.
– No tienes comida. Has estado viviendo del aire, y yo sigo diciéndote que es malo para tu salud. ¿Vas a salir con el señor Graham? Prepararé espaguetis para la señorita.
– Sin carne; es vegetariana -dije.
– Con tomate. Yo mismo preparo la salsa, y ni tu madre la haría mejor -le aseguró el señor Contreras a Catherine.
Ella sonrió tímidamente; sin que en apariencia le molestara la referencia a su madre, que había muerto cuando ella tenía un año. El señor Contreras llevó a Catherine y a los perros abajo. Yo me quité la ropa sucia, me duché y me vestí con unos pantalones de lana y una blusa rosa de seda. Lo que fuera que Darraugh quisiera decirme, yo quería sentirme despierta y atractiva.
Cuando me uní a Darraugh en el salón, estaba enredado en una complicada conversación con Caroline, su asistente personal. Le ofrecí una copa, pero él quería salir; no quería que el señor Contreras o Catherine nos interrumpieran en medio de la conversación.
Cogimos un taxi en Belmont y bajamos hasta el hotel Trefoil, en Gold Coast. Darraugh pidió una de las mesitas del rincón con vistas al lago Michigan, para él un martini seco, Black Label para mí, y esperó a que el camarero se retirara.
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