Fui a la cocina y le traje un vaso de agua.
– Señora, yo no pretendía que usted me contara tantas cosas, ni que le afectara tanto. Pero verá, creo que Olin le contó su historia a Marcus Whitby. Y creo que Marc acudió a Renee para conocer su versión. Marc trabajaba en un importante proyecto sobre Kylie Ballantine, y era un periodista meticuloso; no publicaría una historia semejante sin oír a los Bayard. Renee lo mató de una manera muy eficaz. Le dio bourbon con fenobarbital, y cuando entró en coma, lo trajo hasta Anodyne Park, donde cogió un cochecito de golf y lo condujo hasta su viejo estanque. Ahora temo que mate al chico egipcio si lo encuentra antes que yo.
Geraldine bebió el agua.
– ¿Y cree que yo puedo detenerla? Ni siquiera pude hacerlo cuando era más joven y todavía tenía vitalidad.
– Me pregunto si Catherine no habrá huido a algún lugar que fuera importante para ella y su abuelo. Necesito saber desesperadamente, aunque ahora tal vez sea demasiado tarde, si había algún lugar especial que usted y Calvin apreciasen mucho.
Su boca se torció en una sonrisa burlona.
– Había muchos lugares especiales, todos privados, necesariamente. Pero… yo supongo… su familia tenía un refugio de caza cerca de Eagle River, en el extremo norte de Wisconsin. Cuando los North Woods se convirtieron en parque nacional en la década de los treinta, la familia tuvo que ceder sus tierras, pero el padre de Calvin llegó a un acuerdo para mantener el refugio para uso privado durante veinticinco años. El acuerdo debió de expirar aproximadamente cuando Calvin se casó con Renee. Ese refugio es el lugar donde hicimos la fiesta de beneficencia para el comité que causó tanto revuelto en el Congreso. Y es allí donde Calvin y yo íbamos a veces en otoño. Además del pabellón grande, con capacidad para treinta personas, había una casita en el bosque de detrás. Éramos felices allí; un lugar donde gozábamos de intimidad sin tener que preocuparnos de quién estaría en la puerta del dormitorio. Seguro que Calvin debe de haber llevado allí a la chica de pequeña.
Era una posibilidad remota, pero la única que me quedaba. Me puse de pie y me preparé para el largo viaje al norte.
HABLAN LOS MUERTOS
En Portage, a treinta kilómetros al norte de Madison, la lluvia se convirtió en nieve. Me detuve para poner gasolina y comprar unas hamburguesas. Geraldine se despertó, entró en el baño de la gasolinera sin hacer comentarios, si bien allí no parecían conocer la existencia del jabón, y luego comió una de las acartonadas hamburguesas.
– Una vez en diciembre, estando todo nevado, vine aquí con Calvin en el coche -dijo-. Le dije a mi madre que iba a St. Augustine a montar a caballo; acostumbraba a hacer eso en invierno, para escapar de New Solway. Incluso durante el día era un camino difícil. Por entonces aún era una carretera de dos carriles, con señales de stop de vez en cuando. Por supuesto, estábamos en guerra, con la gasolina racionada y el caucho para los neumáticos también; sólo los ricos, como Calvin y yo, podíamos permitirnos hacer semejantes distancias. No nos cruzamos con muchos vehículos.
Me pregunté si recordaría el camino al refugio, pero ya me preocuparía de eso cuando llegáramos a Eagle River; por ahora mantener el coche dentro de la carretera consumía todas mis energías. Eso y permanecer despierta.
– El viernes pasado dragué el estanque de Larchmont -dije-. Encontré un anillo. Olvidé contárselo cuando la vi el domingo. Parecía una colmena de diamantes con incrustaciones de rubíes y esmeraldas en la base.
Emitió un sonido que bien pudo haber sido una risa.
– Así que ha estado en el estanque todos estos años… Pertenecía a mi madre. Despidió a una de las sirvientas por robarlo, a pesar de que yo siempre creí que lo había cogido Darraugh. Era una cosa horrorosamente fea, ese anillo, pero mi madre le tenía mucho cariño porque se lo había regalado su padre en su presentación en sociedad. Desapareció poco tiempo después de la muerte de MacKenzie, cuando mi madre estaba en su elemento, manteniendo a raya a la prensa, exhibiéndose públicamente envuelta en crespón negro y refocilándose. Darraugh arremetió contra ella de forma casi violenta. También a mí me atacó, pero yo pensaba que lo merecía y no hice nada por desviar su ira. En aquella época todo era gris para mí, tras haber perdido a Calvin, a MacKenzie, a Darraugh, todo en una primavera. Mi hija, Laura, estaba en Vassar; aunque ella compartía la actitud de mi madre con respecto a mí, con respecto a su padre. Se mantuvo acusadoramente distante de todos nosotros y nuestros líos. Ahora es una magnífica señora; su abuela estaría orgullosa de ella por preservar el estilo de vida tradicional.
– ¿Darraugh sabe que su marido no era su padre? -pregunté.
– Nunca se lo he dicho. Mi madre se lo insinuó, pero ella tampoco podía saberlo con certeza. Aunque, por supuesto, su ocupación principal era entrometerse en mi vida sobornando a la servidumbre y fisgando en mi habitación. -La voz aflautada de Geraldine flaqueó. Dejé por un momento de mirar la resbaladiza carretera y volví los ojos hacia ella: tenía la vista clavada en la distancia, las manos entrelazadas sobre el regazo-. Darraugh y mi madre se peleaban de un modo incesante e intolerable tras la muerte de MacKenzie. Le hablaba a mi hijo de MacKenzie con palabras feas, palabras crueles, y le daba a entender que jamás podría haber sido padre de ningún hijo. Darraugh luego me preguntó a mí. Por supuesto, le respondí que era hijo de MacKenzie. Pero Darraugh no me creyó, lo que le dijo mi madre le afectó amargamente, lo consideró una traición mía hacía él y hacia MacKenzie. Se escapó de casa. Contratamos a detectives como usted, pero no pudimos encontrarlo. Final mente yo huí a Francia, donde me quedé casi un año entero, hasta que supe que Darraugh había reaparecido de repente en Exeter. Uno de sus profesores le inspiraba confianza, según parece. Tuvieron que pasar todavía varios años hasta que me dirigió la palabra, pero, cuan do se casó, su mujer fue muy conciliadora. Elise era una chica adorable. Nos ablandó a todos; bueno, nos ablandó a Darraugh y a mí. No a mi madre, que no ocultaba su desprecio hacia Elise por haber sido mecanógrafa cuando Darraugh la conoció. Cuando murió de leucemia, Darraugh se endureció otra vez.
Me detuve a un lado de la carretera para limpiar los faros delanteros y la acumulación de nieve en el borde inferior del parabrisas. Cuando regresé al coche, Geraldine me preguntó qué más había encontrado en el estanque.
– Pedazos de Crown Derby. Una de las máscaras de Kylie Ballantine.
– Ésa fui yo -dijo-. Qué extraño me parece hablar de todo esto con tanta calma, cuando lo he tenido guardado tan dentro de mí durante cinco décadas. Todos compramos máscaras para apoyar a Kylie después de que perdiera su puesto de profesora en la Universidad de Chicago. Y luego, después de que Calvin trajera a Renee a casa, ella me dejó claro que yo había sido solamente uno más entre tantos amores de Calvin. Sólo una de las mujeres que habían hecho el camino hasta Eagle River con él en todos aquellos años. Arrojé la máscara al estanque una noche muy parecida a ésta. -Permaneció un rato en silencio; pensé que habría vuelto a dormirse, pero en realidad estaba viajando al pasado-. No creo que Calvin llevase nunca a Renee a la casita. El acuerdo del Gobierno con la familia había expirado, como le dije, y Calvin no iría allí si ya no era propiedad suya. Además, estaba demasiado ocupado estableciéndose en los círculos políticos y sociales con su flamante esposa: después de los procesos se convirtió en el niño mimado de todo el mundo. No pude evitar darme cuenta, ¿sabe? Incluso cuando regresé de Francia y me recuperé, no pude dejar de notar sus idas y venidas. Al menos fue un bálsamo para el espíritu saber que aunque Kylie Ballantine y una docena de mujeres más se habían acostado con él en la alfombra de piel de oso que había delante de la chimenea, en la casita, Renee nunca lo hizo.
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