– Ya veo -sonreí-. Mi… mi socio no podía imaginárselo, dijo que Eddie fue siempre miembro de los Caballeros de Colón.
– ¿Tu socio? -inquirió Peter-. ¿Desde cuándo tienes un socio?
– ¿Desde cuándo mis negocios son asunto suyo? -apagué la luz y me tiré al suelo.
– ¡Simón! -aullaron.
Oí a Simon forcejear con el pomo al otro lado, jurar y empujar la puerta con el hombro. Alguien se acercó por detrás de mí, intentando dar con el interruptor. Lo cogí de las rodillas y tiré lo más fuerte que pude. Cayó encima de mí al mismo tiempo que Simon abría la puerta de una patada. Me liberé del cuerpo que había derrumbado. Pasé a gatas por delante de Simon y salí.
El colega de Simon llegaba corriendo. Intentó agarrarme al pasar, pero falló. Me precipité pasillo abajo, tratando de volver a la entrada. Alguien me disparó. Empecé a correr en zigzag, pero era un blanco demasiado fácil. Cuando volvieron a disparar giré por la intersección en forma de T hacia los muelles de carga.
La misma disimulada actividad que había interrumpido la semana anterior seguía realizándose en la planta. Un par de hombres aseguraban allá arriba una carga en la grúa, mientras otra pareja esperaba para recibirla junto a la parte trasera abierta de un camión.
Pasé corriendo a su lado por el muelle y salté hasta el suelo. No podía oír nada con el ruido del motor del camión, para saber si Hulk me seguía de cerca o no, y no me detuve a mirar. Sentía la gravilla bajo la delgada suela de mis zapatillas, sentía mis pies húmedos de sudor o de sangre. Seguía lloviendo. No desperdicié fuerzas enjugándome los ojos, sino que seguí corriendo sin detenerme hasta llegar al Impala.
– No me falles ahora -le dije jadeando, girando la llave mientras cerraba de un portazo. El motor se encendió e hice marcha atrás con un gran chirrido de gomas. Una bala penetró por una de las ventanillas traseras. Pasé la primera sin frenar. Las marchas rechinaron pero los dedos mágicos de Luke mantenían la transmisión suave y a punto, y salimos disparados.
Seguí serpenteando por la carretera hasta la plaza Treinta y uno. Estaba casi en la intersección cuando vi las luces de uno de los tráilers que avanzaba hacia mí por detrás. Giré a la derecha bruscamente, tan bruscamente que el coche patinó sobre la calzada mojada. Giré en círculo, con los brazos ateridos de miedo, repitiéndome las lecciones de mi padre para enderezarse en un derrape. Lo enderecé sin volcar, pero ahora tenía el camión justo detrás de mí, tocando casi el culo del Impala. Aceleré a tope, pero venía embalado a todo trapo.
Corríamos por uno de los accesos a la autovía, junto a los pilares de la rampa de salida de Damen, que iban menguando progresivamente la altura de la calzada. Apenas veía la barrera a través de la lluvia.
Otro tráiler se estaba acercando a nosotros, haciendo señales con las luces y dando bocinazos. En el último segundo me salí de la carretera hacia las altas hierbas. Ya tenía la puerta abierta antes de salir de la calzada. Justo antes de que el Impala se aplastara contra la valla anticiclones salté y rodé por la hierba.
Hubo un tremendo estrépito de metales entrechocados cuando el camión que me seguía alcanzó el Impala, sacándolo de su carril. Trepé por la valla anticiclones, caí de barriga sobre su cresta puntiaguda abriéndome la camisa y el estómago, y aterricé sobre el pavimento de cemento.
Me obligué a levantarme y a ponerme en movimiento, pero un ardiente dolor me punzaba los pulmones y estaba a punto de desvanecerme. Tropecé con un tapacubos y me caí. Tumbada boca arriba divisé cómo el tráiler arremetía contra la valla y se dirigía derecho a mí, clavándome en el sitio con las luces de sus faros.
Me levanté, tambaleante. El pie derecho se me enganchó en un neumático viejo y sentí que me desplomaba sobre el asfalto. Parecía caer en picado, pero aterricé lo bastante despacio como para ver el camión abalanzándose sobre mí.
En el momento en que golpeaba el suelo surgieron unas chispas de la parte superior de la cabina. Estalló un cañonazo, haciendo vibrar mi cabeza sobre el hormigón. El motor rompió la rejilla de la cabina y un géiser de anticongelante roció la noche. Mientras liberaba mi tobillo del neumático y saltaba hacia un lado, oí un alarido espeluznante. Una estrella de sangre afloró en el parabrisas del camión.
Me tumbé detrás de un pilar, jadeando. La rampa de salida estaba allí demasiado baja para dar cabida a un camión, pero Simon estaba tan absorto en su propósito de matarme que no se había dado cuenta. La parte superior del camión se había estampado contra el techo de la rampa.
Levanté la vista hacia el hormigón resquebrajado. En el oscuro aire nocturno sólo pude distinguir trozos de barras al desnudo. El tráfico rugía por encima de mí. Me parecía tan extraño que la gente siguiera corriendo a un lado y a otro por encima de mi cabeza, totalmente inconsciente de la violencia de aquí abajo… El mundo debería haber hecho una pausa para recuperar el aliento, una señal de reconocimiento. La propia autovía debería haberse estremecido. Pero los pilares se alzaban por encima de mí, inmutables.
A cada cual lo suyo, o como se diga
Terminé esa noche en mi propia cama, aunque por un tiempo no parecía posible que llegara hasta allí. El camionero que iba delante de mí había llamado a la policía con su radio una vez que pudo salir de su cabina. Había chocado contra el costado del tráiler de Simon cuando éste se atravesó en la calzada. Su propio camión había volcado, pero él llevaba puesto el cinturón y afortunadamente salió del accidente con contusiones leves. Según su relato posterior, se estaba jurando demandar a todos los implicados hasta que vio la cabeza de Simon hecha papilla.
Permanecí tirada bajo la avenida Stevenson hasta que los polis me buscaron -no específicamente a mí, sino al conductor del Impala-. Para entonces estaba demasiado exhausta para moverme, o para preocuparme por lo que pasara a continuación. Tiritando en el asiento trasero del coche patrulla, traté de hacer un relato coherente de los acontecimientos de la noche.
Los policías me hicieron una descripción más clara de lo que le había sucedido a Simon. El impulso que llevaba era tan fuerte que al chocar contra el techo de la autovía había aplastado los neumáticos de atrás, haciéndolos explotar. Eso explicaba el cañonazo que aún seguía resonando en mi cabeza. La misma fuerza había soltado el motor de sus fijaciones, propulsándolo a través del radiador. La cabina quedó inclinada de lado sobre sus ruedas traseras mientras los bomberos extraían los restos de Simon del parabrisas.
Después de hablar conmigo, los agentes llamaron por radio a su base y mandaron a alguien a por los chicos Felitti y Chamfers. Los tres se habían quedado esperando en el despacho de Chamfers, presumiblemente hasta que Hulk les avisara de que yo había pasado a mejor vida.
Llegamos todos juntos al Área Cuatro, Chamfers insistiendo en que yo era una notoria artista del allanamiento a la que habían pillado in fraganti.
– Lamento muchísimo la muerte de Simon Lezak. Él intentaba ayudar, echarla de los locales cuando la sorprendimos…
– Y, llevado por un exceso de celo, espachurró el Impala -le interrumpí.
– Creo que nunca sabremos a ciencia cierta lo que ha sucedido esta noche bajo la autovía -Chamfers se estaba dirigiendo a la detective Angela Willoughby, que parecía estar encargada del interrogatorio-. Los camiones no llevan la caja negra que hay en los 747, así que no conoceremos los últimos pensamientos de Simon.
– Odio y alborozo los resumirían bastante bien; pude ver la cara del chico en mi retrovisor justo antes de salirme de la calzada -intervine-. ¿Han conseguido la declaración del otro camionero? Probablemente podría confirmar que Simon estaba haciendo todo lo que podía por arrollarme.
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