El grupo intercambió comentarios de asombro en español.
¿Aquel gamberro y su primo habían matado a Frank Zamar? ¿Destruido la planta?
– ¿Por qué, Freddy? ¿Por qué lo hiciste? -le espetó el tío de Celine.
– Yo no he hecho nada. ¡No sé de qué está hablando!
– ¿Cómo comenzó el incendio esa jabonera? -preguntó uno de los hombres.
Saqué de mi bolsillo otra vez el tosco dibujo de la jabonera en forma de rana. Se apiñaron para estudiarlo a la tenue luz.
– No sé quién hizo este dibujo; quizá Bron, quizá Freddy. Pero así es como funcionó.
Señalando el dibujo, expuse mi teoría sobre el ácido nítrico y los cables, causando otro rumor de comentarios. Capté el nombre de Andrés, y Diego, «carro» y querido: ¿Diego era el querido de alguien? No, el pastor había hecho algo a la querida de Diego, no, a su… no a su furgoneta sino a su camioneta, eso era.
La primera vez que visité a Rose Dorrado, Diego estaba delante del edificio con su estéreo a todo volumen, y Josie le dijo que si el pastor Andrés pasaba por allí haría polvo la camioneta de Diego como ya había hecho antes.
– ¿ Qué le hizo el pastor a la camioneta de Diego? -pregunté.
– No fue a la camioneta, doña, sino a su estéreo.
– Diego comenzó a aparcar la camioneta justo aquí, delante del Mount Ararat, durante los oficios -explicó el tío de Celine-. Ponía el estéreo realmente fuerte. Nadie sabe siquiera por qué, si lo hacía por Sancia, para que saliera a juntarse con él, o para chinchar a su madre, que es muy religiosa; ella y la madre de Freddy son hermanas, las dos rezan en el Mount Ararat, pero el pastor advirtió a Diego dos, tres veces, apaga eso durante el sermón, y Diego, que es tan chavo como Freddy, se echaba a reír. Así que el pastor hizo un agujero a un plato de metal y le puso un tapón de caucho, le metió un poco de nítrico, lo metió en el estéreo, el ácido se comió el tapón, atravesó los cables y dejó mudo a Diego hacia la mitad del oficio.
Con tan poca luz, apenas distinguía la expresión de nadie, pero me pareció que los hombres reían.
Freddy estaba furioso.
– Sí, todo el mundo piensa que cualquier cosa que hace el pastor es muy guay, pero a Diego le costó trescientos dólares arreglar el ampli y los altavoces, y todos pensáis que es una broma porque lo hizo el pastor, pero el pastor metió pegamento en las cerraduras de Fly the Flag, yo lo vi.
En el pasmado silencio que siguió, el hombre que sujetaba a Freddy debió de aflojar porque Freddy se zafó y salió disparado hacia la camioneta. Diego corría delante de él y subió al asiento del conductor. Quise seguirlos pero tropecé con un trozo de neumático y me caí de bruces. Mientras uno de los hombres me ayudaba a levantarme, Diego arrancó a toda pastilla y las luces traseras de la camioneta desparecieron Houston abajo.
Oía el murmullo del grupo. ¿Sería cierto? ¿Era posible creer a Freddy Pacheco? Un hombre dijo que sí, que había oído lo mismo antes, pero el de la obra dijo que no podía creer algo así de Roberto.
– Ahora está en la iglesia; hoy toca estudio de la Biblia. Tiene que contarnos, contar a esta señorita, si este chavo dice la verdad o no. Trabajo con él cada día, es el hombre más bueno del South Side, me cuesta creerlo.
Cinco de los hombres regresaron al bar, pero el resto de nosotros cruzó la calle en incómodo silencio, pues nadie quería ser la persona que le plantara cara a Andrés. Entramos a la iglesia y pasamos por el santuario hasta la gran sala de la parte de atrás donde servían café después del oficio del domingo. En un rincón unos cuantos niños pequeños jugaban con muñecas y camiones de plástico, o estaban tumbados encima de los cojines bebiendo de sus biberones. En la mesa de reuniones cercana a la puerta, Andrés estaba sentado con un grupo de unos doce feligreses, en su mayoría mujeres, absortos en el estudio del profeta Isaías.
– ¿Qué significa esto? -inquirió Andrés-. Si ha venido a estudiar la Biblia, doña Detective, sea bienvenida, pero si viene a interrumpir tendrá que aguardar a que terminemos. La Palabra del Señor tiene prioridad sobre todas las preocupaciones mundanas.
– No todas, Roberto -dijo su compañero de la obra-. No cuando es algo de vida o muerte.
Pasó al español y habló tan deprisa que sólo pude seguirlo en parte. La coach, o sea yo, luego algo sobre Freddy, Diego, el incendio, la fábrica y pegamento, otra palabra que desconocía. Andrés le contestó lanzándole preguntas a su vez, pero las mujeres de la mesa dieron muestras de asombro y también comenzaron a hablar. Andrés se dio cuenta de que estaba perdiendo el control sobre su grupo y cerró su Biblia.
– Haremos una pausa de cinco minutos -anunció en tono autoritario en inglés-. Hablaré con esta detective en mi despacho. Tú también puedes venir Tomás; haces honor a tu santo: si no lo ves, no lo crees -añadió dirigiéndose al hombre de la obra.
Todos los hombres que habían venido conmigo desde el Cocodrilo nos siguieron por el cuarto de las vestiduras hasta el despacho del pastor. Dentro sólo había dos sillas, aparte del asiento de detrás del escritorio, de modo que los hombres, y muchas de las mujeres del grupo de estudio, se agolparon en el umbral.
– Veamos, doña Detective, ¿qué significa todo esto? ¿A cuento de qué me acosa así, sobre todo en la iglesia? -dijo Andrés una vez instalado detrás de su escritorio.
– Freddy dice que usted puso pegamento en las cerraduras de Fly the Flag. ¿Es verdad?
– Sí, Roberto, ¿lo hiciste? -preguntó Tomás.
Andrés miró primero a Tomás y luego al grupo congregado en la puerta, como decidiendo si salir del apuro embaucándolos, pero ninguno de ellos le dio aliento.
– Frank Zamar era un hombre que tuvo que elegir entre el camino recto y el camino fácil, y no siempre supo elegir con sensatez -dijo Andrés lentamente-. Después del 11 de Septiembre anduvo muy atareado haciendo banderas para todo el mundo y recibió un gran pedido de By-Smart. Añadió un segundo turno, compró máquinas nuevas.
– Y luego se quedó sin trabajo -dijo uno de los hombres-. Eso lo sabemos todos. Mi vieja fue una de las personas que despidió. ¿Por qué puso pegamento en sus cerraduras, porque perdió el contrato?
– No fue por eso; cuando perdió el contrato, ¿no fui yo el primero en ayudar a tu esposa a apuntarse a la oficina de empleo? ¿No busqué alojamiento para la familia Valdez? -explotó Andrés.
Hubo murmullos de reconocimiento, sí, había hecho todo aquello.
– Razón de más para preguntar, ¿por qué el pegamento, Roberto?
Andrés me miró de hito en hito por primera vez.
– Es lo que le he dicho esta tarde, que Zamar firmó un nuevo contrato con By-Smart dominado por el pánico. Y para advertirle, lamento confesarlo, me avergüenza confesarlo, puse pegamento en su puerta para demostrarle lo que podría pasarle si perjudicaba al barrio. Fue una chiquillada, no, una gamberrada, y ahora me arrepiento; pero para mí, como para muchos, el arrepentimiento llega demasiado tarde para enmendar lo que se ha hecho.
Hablaba con amargura, e hizo una pausa como para engullir el mal trago.
– Después de lo del pegamento, Zamar primero me amenazó, dijo que me llevaría a los tribunales, pero hablamos y me prometió que volvería a hablar con By-Smart, tal como he dicho antes.
Asentí con la cabeza, tratando de evaluar su tono de voz, su mirada, su sinceridad.
– Quien destruyó Fly the Flag puso mucho cuidado en no matar a los inmigrantes ilegales que hacían el turno de noche. Rose Dorrado me dijo que si usted averiguaba que Zamar explotaba a obreros ilegales se pondría furioso; ¿se enfureció lo bastante como para incendiarle la planta?
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