Sara Paretsky - Fuego

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Victoria Warshawski es una investigadora privada que procede de los barrios del sur de Chicago, donde la inmigración, las drogas, los embarazos adolescentes y el absentismo escolar son una constante. Aquejada de cáncer, la entrenadora de baloncesto del instituto donde ella estudió le pide que asuma el control del equipo femenino, y Warshawski no puede negarse.
El equipo está compuesto por adolescentes de minorías raciales, algunas de ellas con hijos, y todas procedentes de familias humildes. La mayoría de los padres de las chicas trabaja en By-Smart, una cadena de hipermercados que explota y discrimina a sus empleados.

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Me negué a sentirme responsable de que se hubiesen acostado juntos, pero quería saber qué estaban haciendo en el coche de Billy cuando se estrelló contra la Skyway el lunes por la noche.

También quería saber qué relación había entre Nicaragua y Fly the Flag, ya que éstas eran las dos únicas cosas que April recordaba haber oído mencionar a Billy. Quizá Frank Zamar había planeado trasladar su fábrica a Nicaragua para poder satisfacer las exigencias de precio de By-Smart impuestas en el contrato que acababa de firmar con ellos. Esto sin duda molestaría al pastor Andrés, que hacía lo posible por conservar los empleos de las gentes del barrio. Pero Rose estaba supervisando el turno de noche en la segunda planta de Zamar; si la había abierto para hacer frente al pedido de By-Smart, raro sería que hubiese planeado su traslado a América Central.

El viento del noreste soplaba con más fuerza mientras se ponía el sol, pero el aire frío daba sensación de limpieza después de las acaloradas emociones en casa de los Czernin. Levanté la cabeza para que el aire me diera de lleno.

Eran poco más de las tres cuando llegué a mi coche. Pat Grobian todavía estaría trabajando en el almacén. A lo mejor me contaría qué tipo de documento había dado a Bron que exigiera que la empresa pagara las facturas médicas de April. Conduje a través del lago Calumet y giré al sur para enfilar la calle Ciento tres hasta el almacén de By-Smart.

La primera vez que fui allí tuve que demostrar al vigilante que estaba autorizada a entrar en el recinto. Y al llegar al almacén, otro vigilante me había interrogado de nuevo. No creía que Grobian fuese a recibirme con los bazos abiertos, de modo que me salté el protocolo aparcando en Crandon y cruzando la parte trasera del vasto complejo con mi casco bajo el brazo.

Una alambrada de púas cerraba el recinto. Fui rodeándola dando traspiés: los botines de piel no eran el calzado ideal para caminar a campo traviesa. Finalmente llegué a una segunda entrada para vehículos, un camino estrecho que seguramente empleaban los de mantenimiento cuando tenían que ir a la central eléctrica que había detrás del almacén. La verja estaba cerrada con candado, pero las rodadas del camino dejaban un hueco lo bastante grande como para que me deslizara por él.

Ahora me encontraba detrás del almacén y del estacionamiento para empleados. Me puse el casco e intenté recordar la geografía del lugar que aún tenía presente de mi visita anterior, pero, aun así, me equivoqué un par de veces antes de dar con la puerta abierta donde se apiñaban los fumadores pese al frío. Apenas me miraron cuando pasé junto a ellos y enfilé el corredor hacia el despacho de Grobian.

Un grupo de conductores aguardaba de pie en el corredor para pasar a ver a Grobian, cuya puerta estaba cerrada. Uno lucía un bigote estilo Dalí que me pareció bastante repulsivo por su abundante y apelmazado pelo. Nolan, el tipo de la cazadora Harley que estaba también allí en mi visita anterior, me recordaba claramente, además.

– Espero que al otro tío le haya quedado tan mala pinta como a ti, hermana -dijo sonriente.

Le respondí con la misma moneda, pero luego al mirar mis pantalones vi, para mi consternación, que se habían roto al pasar por debajo de la verja. Para ser un mes en el que apenas estaba generando ingresos, sin duda estaba acumulando un exceso de gastos indirectos.

– Conocíais a Bron Czernin, ¿verdad? -Cambié de tema sin demasiada habilidad, pero quería entablar conversación antes de que saliera Grobian-. Me temo que fui yo quien lo encontró ayer por la mañana.

– Qué asunto tan feo -dijo el del bigote daliniano-, aunque Bron siempre apuraba demasiado. En parte me sorprende que nadie hubiese ido antes a por él.

– ¿Y eso? -pregunté.

– He oído que esa inglesa estaba con él, y que la llevaba a dar vueltas por ahí.

Asentí con la cabeza. No tendría que haberme sorprendido que los hombres supieran de Marcena: la suya era una comunidad pequeña y más bien cerrada. Si Bron le había estado mostrando sus rutas a Marcena y presumiendo de acompañante con sus colegas, cuantos le conocieran sabrían de la existencia de la chica. Me los imaginaba solos en sus cabinas con ganas de matar el rato, llamándose unos a otros para contarse chismes.

– Unos quince maridos del barrio podrían haberla tomado con él durante los últimos diez años; esa inglesa no era la única tía que, bueno, la única amiga que había metido en su cabina. Va contra la ley, por supuesto, y contra la política de la empresa, pero…

Se encogió de hombros con un gesto muy elocuente.

– ¿Se veía con alguien más? Marcena no tiene un marido enojado que pudiera ir a por Romeo; Bron, quiero decir.

Pensé con inquietud en Morrell, pero resultaba ridículo; aunque pudiera imaginármelo tan fuera de sí como para pegar una paliza a un hombre por una mujer, aunque pudiera imaginármelo haciéndolo por Marcena, no podía imaginármelo haciéndolo con la pierna lesionada.

Los hombres hicieron unos cuantos comentarios insinuantes sobre algunas de sus amistades, pero al final todos estuvieron de acuerdo en que Marcena era el primer ligue de Romeo en el último año.

– Su niña se estaba enfadando, con el acoso que recibía de los chavales en el cole. Finalmente prometió a la maestra que lo dejaría, pero, según me han dicho, la gatit… la señorita inglesa tenía tanta clase y era tan exótica que no pudo resistirse.

Recordé las ganas que el joven señor William tenía de averiguar quién escoltaba a Marcena por el South Side.

– ¿Grobian estaba enterado?

– Seguramente no -terció el del bigote daliniano-. Si Pat lo hubiese sabido, Bron no habría seguido en su puesto.

– Igual era eso de lo que hablaba aquel granuja mexicano con Bron -dijo el de la cazadora Harley.

Me dio un vuelco el corazón.

– ¿Qué granuja mexicano?

– No sé cómo se llama. Siempre anda rondando en las obras de por aquí, mirando de robar algo o lo que sea. Mi hijo, que va al Bertha Palmer, me los señaló una vez, a Bron y al mexicano. La semana pasada, o la anterior, no me acuerdo, fui a recoger a mi hijo después de un partido, juega al fútbol en el instituto, ¿sabe?, y allí estaba ese punki, en el parking, con Bron y la inglesa. El punki seguramente pensó que Bron le pasaría unos billetes para que no se chivara a la empresa de que llevaba a la chica en el camión.

Otro camionero soltó una risotada y dijo:

– Lo más seguro es que pensara que Bron le daría pasta para que no se lo dijera a su vieja. A mí me daría mucho más miedo Sandra Czernin que Pat Grobian.

– A mí también -dije sonriendo, aunque en realidad pensaba en Freddy, el chavo que rondaba por las obras buscando algo que afanar. Chantaje, eso encajaba con el poco atractivo perfil de Freddy. En cierto modo tenía sentido. Pero ¿sería él quien habría agredido a Bron y a Marcena? ¿Era posible que Romeo, Bron, ya iba siendo hora de que lo llamara por su nombre, era posible que Bron amenazara con denunciarlo por chantaje y que Freddy hubiese perdido la cabeza?

– No veo a Bron pagando un chantaje a nadie -dijo otro camionero arrastrando las palabras.

– Pues a lo mejor el punki cantó -dijo el del bigote-, porque Grobian y Czernin se las tuvieron el lunes por la tarde.

– ¿Se pelearon?

Enarqué las cejas de golpe.

– Discutieron -aclaró-. Mientras esperaba para despachar con Grobian, Bron estaba dentro y se estuvieron gritando uno al otro un cuarto de hora bien cumplido.

Negué con la cabeza.

– No sé… Bron quería pedir una ayuda para pagar las facturas del hospital de su hija.

– ¿A Grobian? -Nolan, el de la cazadora Harley, soltó un resoplido-. Billy es seguramente la única persona en el mundo capaz de creer que a Grobian le pueda importar algo la hija de alguien. No es que no sea un revés lo que le ha pasado a la chiquilla de Czernin, pero hay que estar a buenas con la familia Bysen, eso es en lo único que piensa Grobian. Y ayudar a pagar las facturas de hospital de un empleado, bueno, sabe de sobra que los Bysen se negarían de plano, ¡y eso que Czernin lleva más de veinte años en la empresa!

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