Sara Paretsky - Golpe de Sangre

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Victoria Warshawski debe averiguar quién es el padre de su amiga Caroline. Pero nadie quiere oír hablar de ello y su investigación choca con un extraño miedo al pasado en una truculenta historia de crimen y seducción familiar.
Golpe de sangre es una novela en la más pura tradición del género policíaco, pero también, como siempre en su autora, una profunda mirada sobre la corrupción, el escándalo político y los dramas de familia.
Victoria Warshawski, universitaria y radical, divorciada y treinteañera, hija de un policía de origen polaco y de una emigrante italiana que quiso ser cantante de ópera, es ya uno de los personajes más fascinantes de la novela negra.

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– ¿Podemos ir a algún sitio para hablar? -pregunté-. ¿La antigua habitación de Nancy o un bar o algo así? Estoy intentando aclarar su muerte, pero al parecer no logro hacerme con un cabo del que poder tirar. Esperaba que pudieras decirme algo.

Sacudió la cabeza.

– Puedes creerme, si yo pensara que tenía alguna píldora fuerte me habría presentado en la policía como un rayo. Pero sí me apetece salir de aquí.

Nos abrimos paso entre la multitud, presentando nuestros afectuosos respetos a la Sra. Cleghorn al salir. La cordialidad con que se dirigió a Kappelman parecía indicar que él y Nancy habían mantenido relaciones amistosas. Me pregunté vagamente qué habría sido de McGonnigal, pero ya era un hombrecito, sabía cuidarse.

Una vez fuera, Kappelman dijo:

– ¿Por qué no me sigues hasta mi casa en Pullman? No hay ningún café por aquí que sea agradable y tranquilo. Como seguramente ya sabes.

Seguí el paso de su decrépito Rabbit por una serie de callejuelas hasta la manzana de la Ciento Trece y Langley. Se detuvo ante una de esas filas de pulcras casas de ladrillo que flanquean las calles de Pullman, casas con fachadas sobrias y pórticos que recuerdan a las ilustraciones de Filadelfia en la época en que se firmó la Constitución.

Pese a su exterior de buen gusto y cuidado, no estaba preparada para la meticulosa restauración del interior. Las paredes estaban empapeladas con vivos dibujos florales Victorianos, el revestimiento de madera relucía con un satinado tono de nogal oscuro, el mobiliario y las alfombras eran piezas originales de época perfectamente conservadas colocadas sobre suelos de madera dura finamente pulida.

– Qué preciosidad -dije, arrobada-. ¿Lo has arreglado tú?

Asintió en silencio.

– La carpintería es como si dijéramos mi hobby; supone un cambio considerable respecto a los trapicheos con los catatónicos con los que paso el día. Los muebles son todos cosillas que he encontrado en los mercadillos de barrio.

Me condujo a una pequeña cocina con azulejo italiano en el suelo y las encimeras, y relucientes cacharros de fondo de cobre colgados en las paredes. Me encaramé en una banqueta alta a un lado de un mostrador saliente de azulejos mientras él ponía el café en el fogón al otro.

– ¿Entonces, quién te pidió que investigaras la muerte de Nancy? ¿Su madre? ¿No está muy segura de que la poli vaya a arremeter contra los políticos de por aquí para que la ley siga su curso inexorable? -me miró de reojo mientras montaba con destreza una cafetera de colador.

– Nada de eso. Si conoces algo a la Sra. Cleghorn ya sabrás que su talante no es propenso a la venganza.

– ¿Quién es tu cliente, pues? -giró hacia la nevera y sacó crema y un plato de muffins.

Distraídamente observé la trasera de su pantalón ajustarse en torno a sus posaderas al inclinarse. La costura estaba algo raída; si se agachaba así unas cuantas veces más podría crearse una situación interesante. Noblemente, me abstuve de tirarle un plato a los pies, pero esperé a responder hasta que estuvo incorporado frente a mí.

– Una parte de lo que mis clientes compran cuando me contratan es confidencialidad. Si te chismeo sus secretos, difícilmente podría esperar que tú me chismearas los tuyos, ¿no crees?

Movió la cabeza.

– Yo no tengo secretos. Al menos que tengan relación con Nancy Cleghorn. Soy asesor legal de PRECS. Trabajo para una serie de asociaciones de la comunidad; mi especialidad es el derecho de interés público. Era fenomenal trabajar con Nancy. Era ordenada, perspicaz, sabía cuándo se podía luchar y cuando había que batir retirada. A diferencia de su jefe.

– ¿Caroline? -era difícil imaginar a Caroline como jefe de nadie-. ¿De modo que tu trato con Nancy fue siempre puramente profesional?

Levantó una cucharilla de café hacia mí.

– No intentes ponerme la zancadilla, Warshawski.

Ya juego al balón con los hombres. ¿Crema? Tómala. Sabes… anula la cafeína y te evita el cáncer de estómago.

Colocó un pesado tazón de porcelana ante mí y metió la bandeja de muffins en el microondas.

– No. Nancy y yo tuvimos un flirteo breve hace un par de años. Cuando entré en PRECS. Ella se estaba recuperando de algo fuerte y yo llevaba unos diez meses divorciado. Nos animábamos mutuamente, pero no teníamos nada especial que ofrecernos. Aparte de amistad, que es ya lo bastante especial para no fastidiarla. Y desde luego no aporreando a tus amigos en la cabeza y tirándolos a un pantano.

Sacó los bollitos del horno y trepó a la banqueta que había en el extremo del mostrador a mi izquierda. Bebí unos sorbos del sabroso café y cogí un bollo de moras.

– Dejo a la policía la labor de hacerte la ficha. Dónde estabas el jueves por la tarde a las dos y demás. Lo que a mí realmente me interesa saber es quién pensaba Nancy que la estaba siguiendo. ¿Creía que había hecho retroceder a Dresberg. ¿O tenía efectivamente relación con la planta de reciclaje?

Hizo una mueca.

– La teoría de la pequeña Caroline; lo cual me induce a tacharla. No es la postura más adecuada para el abogado de su cuadrilla. La verdad es que no lo sé. Los dos estábamos cabreadísimos después de la audiencia de hace dos semanas. Cuando hablamos el martes, Nancy me dijo que ella se ocupaba del lado político, para enterarse de si Jurshak estaba obstruyéndonos y por qué. Yo estaba trabajando los aspectos legales, preguntándome si podríamos engatusar al DSM -el Distrito Sanitario Metropolitano- para que nos diera el permiso. Quizá incluso implicar en el asunto a los departamentos estatal y nacional de la Agencia de Protección del Medio Ambiente.

Distraídamente, Kappelman se comió un segundo bollo y puso mantequilla a un tercero. Su abultada cintura me movió a rechazarlo con un gesto cuando me ofreció el plato.

– ¿Entonces no sabes con quién habló en la oficina de Jurshak?

Negó en silencio.

– Tenía la impresión, aunque sin datos concretos, pero creo que tenía un amante allí. Alguien con quien le avergonzaba un poquito salir y no quería que sus amigos se enteraran, alguien a quien creía que debía proteger -fijó la mirada a lo lejos, intentando expresar con palabras sus impresiones-. Anulaba planes para cenar, no quiso ir a los partidos de los Hawks, para los que compartíamos un abono de temporada. Cosas así. De modo que es posible que estuviera recibiendo información del tipo y no quisiera que yo me enterara. La última vez que hablamos -hoy debe hacer una semana- me dijo que creía tener algo entre manos, pero necesitaba más pruebas. No volví a hablar con ella -se interrumpió de forma brusca y se concentró en su café.

– Bien ¿y qué hay de Dresberg? Basándose en lo que conoces de la situación, ¿crees posible que fuera contrario a un centro de reciclaje?

– Hombre, yo diría que sí. Aunque con un tipo así nunca se sabe. Mira.

Dejó la taza y se inclinó sobre el mostrador con interés, describiendo con amplios gestos de las manos las operaciones de Dresberg. Su imperio de residuos incluía traslados, incineración, contenedores de almacenaje y obras de relleno de terrenos. En sus dominios, Dresberg era muy celoso de cualquier sospecha de intromisión; incluso de cualquier indagación. De ahí las amenazas cuando Caroline y Nancy habían querido oponerse a un nuevo incinerador de bifenilos policlorados que no cumplía la normativa vigente.

– Pero el centro de reciclaje no tenía nada que ver con ninguna de sus operaciones -concluyó-. Xerxes y Glow-Rite arrojan ahora sus vertidos en sus propias lagunas artificiales. Lo único que haría PRECS sería recoger los residuos y reciclarlos.

Reflexioné unos instantes.

– Quizá creyera que el potencial de expansión podía reducirle el negocio por allí. O a lo mejor quiere que PRECS utilice sus camiones para el transporte.

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