Sara Paretsky - Golpe de Sangre

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Victoria Warshawski debe averiguar quién es el padre de su amiga Caroline. Pero nadie quiere oír hablar de ello y su investigación choca con un extraño miedo al pasado en una truculenta historia de crimen y seducción familiar.
Golpe de sangre es una novela en la más pura tradición del género policíaco, pero también, como siempre en su autora, una profunda mirada sobre la corrupción, el escándalo político y los dramas de familia.
Victoria Warshawski, universitaria y radical, divorciada y treinteañera, hija de un policía de origen polaco y de una emigrante italiana que quiso ser cantante de ópera, es ya uno de los personajes más fascinantes de la novela negra.

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La Srta. Chigwell volvió a materializarse en la puerta.

– El Dr. Chigwell ha salido.

– ¿Ha sido un tanto repentino, no? ¿Cuándo cree usted que volverá?

– No… no me lo ha dicho. Será un buen rato.

– Entonces esperaré un buen rato -dije apaciblemente-. ¿Va a invitarme a pasar o prefiere que espere en el coche?

– Será mejor que se vaya -dijo intensificando el ceño-. No desea hablar con usted.

– ¿Cómo lo sabe, señora? Si no está, no le ha podido decir nada de mí.

– Yo sé con quién desea y no desea hablar mi hermano. Y si quisiera verla me lo habría dicho -cerró la puerta con toda la fuerza que pudo, dada la edad de ambas y la gruesa moqueta del suelo.

Volví al coche y lo trasladé a un lugar donde fuera claramente visible desde la puerta. La emisora WNIV estaba radiando un ciclo de canciones de Hugo Wolf. Me recosté en el asiento, con los ojos entornados, escuchando la voz aterciopelada de Kathleen Battle, preguntándome qué sería lo que ponía tan nervioso a Curtís Chigwell de hablar con una investigadora.

En la media hora que estuve esperando vi una persona pasar por la calle. Empezaba a tener la impresión de hallarme en un decorado cinematográfico y no formar parte en modo alguno de la comunidad humana, cuando la Srta. Chigwell apareció en el camino de losas. Avanzó resuelta hacia el coche, su cuerpo delgado rígido como el armazón de un paraguas e igualmente huesudo. Me bajé cortésmente.

– Tengo que pedirle que se vaya, joven.

Sacudí la cabeza.

– Estoy en propiedad pública, señora. No hay ley que me prohíba estar aquí. No tengo la música a todo volumen ni estoy vendiendo droga ni haciendo nada que la ley pueda considerar una molestia.

– Si no se va ahora mismo, voy a llamar a la policía en cuanto entre en casa.

Me admiró su valor: se necesitan agallas para enfrentarse a una joven desconocida teniendo setenta y tantos años. Pude advertir que el miedo se mezclaba con la determinación en sus ojos pálidos.

– Soy procuradora de tribunales, señora. No tengo ningún inconveniente en explicarle a la policía por qué quiero hablar con su… ¿hermano, no?

Aquello era sólo parcialmente cierto. Cualquier abogado colegiado es procurador de tribunales, pero a ser posible prefiero no hablar nunca con la policía, especialmente suburbana, que detesta a los detectives urbanos por principio. Afortunadamente, la Srta. Chigwell, impresionada (eso esperaba yo) por mi proceder profesional, no me exigió placa ni comprobante. Apretó los labios hasta que casi le desaparecieron en el rostro anguloso y volvió a la casa.

Apenas me hube instalado otra vez en el coche, volvió al camino y me hizo enérgicas señas de que me acercara. Cuando llegué donde se encontraba a un lado de la casa me dijo ásperamente:

– La va a recibir. No ha salido de aquí, claro. No me gusta mentir por él, pero después de tantos años es difícil negarse. Es mi hermano. Gemelo, por eso le he malacostumbrado mucho y desde hace mucho tiempo. Pero no creo que eso le interese demasiado.

Mi admiración por ella iba en aumento, pero no sabía cómo expresárselo sin parecer condescendiente. La seguí en silencio al interior de la casa. Atravesamos un pasillito que se abría al garaje. Había un bote de remos apoyado pulcramente contra la pared al lado de la puerta. Más allá se veía toda una serie de ordenadas herramientas de jardinería.

La Srta. Chigwell me condujo rápidamente hasta el salón. No era grande, pero era gratamente proporcionado, con muebles de chinz colocados frente a una chimenea de mármol sonrosado. Mientras iba a buscar a su hermano estuve merodeando un poco.

En el centro de la repisa había un hermoso reloj antiguo del tipo que tiene esfera de esmalte y péndulo de latón. Tenía figuras de porcelana a ambos lados, pastorcillas, vihuelistas. En los estantes empotrados de una esquina se veían unas pocas fotos viejas de familiares, una de las cuales mostraba a una pequeña vestida con un almidonado traje marinero muy orgullosa junto a su padre ante un barco de vela.

Cuando volvió la Srta. Chigwell con su hermano, era evidente que habían estado discutiendo. Las mejillas de éste, de contorno más suave que el rostro anguloso de su hermana, estaban acaloradas y tenía los labios comprimidos. Ella empezó a hacer las presentaciones, pero él la interrumpió bruscamente:

– No me hace falta que fiscalices mis asuntos, Clio. Soy perfectamente capaz de arreglármelas solo.

– Pues a ver cuándo empiezas -dijo ella con encono-. Si tienes alguna cuestión con la ley quiero saber lo que es ahora, no el mes que viene o cuando te sientas lo bastante valiente para contármelo.

– Lo siento -dije-. Al parecer he causado algún conflicto del modo más involuntario. No hay cuestión ninguna con la ley que yo sepa, Srta. Chigwell. Sencillamente necesito cierta información sobre unas personas que trabajaron en la fábrica Xerxes de Chicago Sur.

Miré a su hermano.

– Me llamo V. I. Warshawski, Dr. Chigwell. Soy abogada e investigadora privada. Y he sido contratada a consecuencia de un pleito cuya resolución adjudica cierta cantidad de dinero a la testamentaría de Joey Pankowski.

Cuando él optó por hacer caso omiso de mi mano extendida miré a mi alrededor y elegí una butaca cómoda para sentarme. El Dr. Chigwell permaneció en pie. En aquella postura tiesa se parecía a su hermana.

– Joey Pankowski trabajó en la fábrica Xerxes -proseguí-, pero murió en 1985. Pues bien, existe alguna posibilidad de que Louisa Djiak, que también trabajaba allí, tuviera una hija cuyo padre fuera Pankowski. Esta hija tiene también derecho a una parte del dinero, pero la Sra. Djiak está muy enferma y no coordina bien; no hemos conseguido que nos diga claramente quién es el padre.

– No puedo ayudarla, jovencita. No recuerdo ninguno de esos nombres.

– En fin, tengo entendido que usted hizo análisis de sangre e historiales médicos a todos los empleados al llegar la primavera durante una serie de años. Si fuera tan amable de volver y buscar en sus archivos, quizá encontrara…

Me interrumpió con una violencia que me sorprendió.

– No sé con quién ha estado hablando, pero eso es absolutamente falso. No tolero que me molesten y me sermoneen en mi propia casa. Ahora haga el favor de salir de aquí o llamo a la policía. Y si es usted procuradora de tribunales, se lo cuenta desde la cárcel. Me volvió la espalda sin esperar respuesta y salió de la habitación.

Clío Chigwell le observó al salir, con el ceño más fruncido que nunca.

– Va a tener que marcharse.

– Hizo esos análisis -dije-. ¿Por qué se descompone de esa manera?

– No sé nada del asunto. Pero no le puede pedir que viole la confianza de sus pacientes. Ahora váyase, por favor, a menos que desee hablar con la policía.

Me puse en pie todo lo imperturbablemente que pude dadas las circunstancias.

– Tiene mi tarjeta -le dije en la puerta-. Si se le ocurre algo, llámeme.

9.- Estilos de vida de los ricos y famosos

Había empezado a caer una fina llovizna. Permanecí en el coche con los ojos fijos en el parabrisas, mirando cómo se estrellaba la lluvia contra el cristal grasiento. Pasado un rato lo puse en marcha, esperando robar un poquito de calor al ruidoso motor.

¿Qué había en el nombre de Pankowski para descomponer a Chigwell de tal modo? ¿O era yo? ¿Le habría llamado Joiner diciéndole que se cuidara de detectives polacas y de las preguntas que hacían? No, no podía ser eso. De ser así, Chigwell no habría accedido nunca a recibirme. Y, además, Joiner no debía conocer a Chigwell. El médico tenía casi ochenta años; habría pasado mucho tiempo desde su jubilación cuando Joiner entró en la fábrica hace dos años. Es decir que tuvo que haber sido la mención o bien de Pankowski o de Louisa. Pero ¿por qué?

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