Sophie Hannah - No es mi hija
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– Bueno… -Richard hizo una pausa. Miró de reojo a su mujer y los dos miraron a su hijo.
– Oliver, cariño, vete a hacer los deberes -le dijo Maunagh.
El hermano menor de David Fancourt se encogió de hombros y salió de la habitación, aparentemente indiferente ante la presencia de dos detectives en su casa. Simon, a su edad, también habría hecho lo que su madre le decía sin quejarse, pero hubiera querido saber desesperadamente qué estaba ocurriendo.
Richard Rae estaba en mitad de la habitación, balanceándose aún hacia adelante y hacia atrás.
– ¿Por dónde íbamos? -preguntó.
– Nosotros solamente supimos de Laura después de que la mataran -dijo Maunagh, mirando exasperada a su marido. Se sentó donde antes había estado sentado su hijo y dobló las manos sobre el regazo.
– ¿Entonces, no mantiene contacto alguno con David? -inquirió Simon.
– No -Richard frunció el ceño-. Es triste, pero no.
– ¿Le importa si pregunto por qué?
– Su madre y yo nos separamos.
– Seguramente podría haber visitado a su hijo -dijo Charlie. Nunca permitiría que ningún hombre la mantuviese alejada de sus hijos. Habría que ver si alguno se atrevía.
– Bueno, sí, pero era, ya sabe, una de esas cosas. Uno no siempre sabe qué es lo mejor que puede hacer, ¿verdad? -Simon y Charlie intercambiaron una mirada. Maunagh Rae se mordió el labio inferior. Se sonrojó.
– ¿Así que decidieron que lo mejor era no mantener contacto alguno con su hijo? -la voz de Charlie sonó aguda.
– Tenía a su madre, que valía de sobras como progenitora. Vivienne era como dos padres reunidos en uno. Yo siempre resulté un poco superfluo.
Maunagh Rae suspiró con fuerza.
– No es bueno que los niños anden de aquí para allá entre padres divorciados -dijo Richard, más a su mujer que a Simon y Charlie, al parecer.
– Debe de haber echado de menos a David -insistió Charlie-. ¿Nunca estuvo tentado en escribirle? ¿Para Navidad, o su cumpleaños? ¿Cuándo nació Oliver?
Richard Rae se balanceó más enérgicamente.
– Vivienne y yo decidimos que era lo mejor para no confundirle -contestó. Maunagh murmuró algo inaudible. Simon se preguntó si sabía que su marido estaba mintiendo. Había habido por lo menos una carta: aquella sobre la que Alice le había hablado. Se preguntó por qué Rae no lo había mencionado.
Charlie se mostraba visiblemente impaciente. Se quitó las gafas, frotándose el puente de la nariz. Era una señal para Simon. Ya era hora de realizar el viejo truco; los dos lo habían hecho incontables veces.
– ¿Puedo pasar al cuarto de baño? -le preguntó Simon a Rae. Los dos parecían aliviados, como si cualquier otra pregunta que les formulase hubiese sido más difícil de responder. Maunagh le ofreció elegir entre tres.
Eligió el más cercano, que resultó ser mayor que su propio dormitorio, y lleno de corrientes de aire. Había también una escultura del torso curvilíneo de una mujer desnuda. Simon no podía imaginar por qué alguien querría una cosa así en su casa.
Cerró la puerta, extrajo su teléfono y llamó al móvil de Charlie.
– Charlie Zailer -dijo.
Simon no dijo nada.
– Sí. Discúlpeme un momento, tengo que salir y atender esta llamada -oyó cómo Charlie le decía a los Rae.
Esperó hasta que escuchó cerrarse la puerta delantera, entonces tiró de la cadena para darle más autenticidad. Volvió a la sala de estar caminando de puntillas, se acercó a la puerta del salón tan silenciosamente como pudo, y escuchó. Maunagh Rae ya estaba despotricando libremente.
– … ¡No puedo aguantar seguir sentada aquí y oír cómo defiendes a esa mujer! -decía enfadada-. ¿Por qué le has dicho que tú y Vivienne acordasteis que sería mejor que te mantuvieses fuera de la vida de David? ¡Nunca lo aceptaste de ninguna manera! ¡Te echó y luego lo envenenó en contra tuya!
– Amor, amor, tranquilízate. Estoy seguro de que no fue así.
– ¿De qué hablas? -la voz de Maunagh subió de tono-. Joder, por supuesto que fue así.
– De cualquier manera eso es agua pasada. No te enfades. No tiene sentido estar revolviendo algo tan desagradable.
– Se veía con claridad en la respuesta de David a tu carta sobre Oliver que le habían enseñado a odiarte… -Maunagh Rae parecía una mujer para quien hurgar en la herida ocupaba un lugar importante en su agenda.
– Amor, por favor, me estoy disgustando.
– Bien, tal vez debieras hacerlo. ¡Quizá deberías estar jodida- mente enfadado, como yo! David te adoraba y Vivienne no lo podía tolerar, esa es la verdad. Ella tenía que ser la única. Si una mujer como ella quisiera tener hijos hoy en día, utilizaría el esperma de algún donante. ¡Es una megalómana, y lo sabes! ¿Así que por qué coño no lo dices cuando te preguntan?
– Amor, ¿de qué serviría eso? No tiene nada que ver con la desaparición de la mujer de David y de su hija…
– ¡No tienes sangre en las venas, eso es lo que te pasa!
– Lo sé, tienes razón, amor. Pero vamos, sabes que si supiese algo sobre Alice o el bebé, se los diría.
– Sabes lo que le pasó a la primera mujer de David -dijo Maunagh. Afuera, en el vestíbulo, Simon alzó las cejas. Se quedó helado, esperando. Tenía una rara sensación de desconcierto.
– Fue asesinada, por Dios.
– Oh, vamos, Maunagh -Richard Rae sonó vagamente irritado. Por lo que había oído hasta el momento, Simon dudaba de que el hombre pudiese experimentar un brote de rabia-. No se puede acusar a la gente de asesinato así como así, de buenas a primeras. No estás siendo justa.
– ¡Justa! ¡Dios, es como hablar con una esponja! ¿Por qué no les cuentas que le escribiste a David sobre Oliver?
– Eso es irrelevante. Están buscando a Alice y al bebé. ¿Qué importancia podría tener mi carta?
– Volverías a hacer lo mismo, ¿verdad? -dijo su mujer amargamente-. Si nosotros nos separásemos y yo decidiera ser una bruja y mantenerte lejos de Oliver, maldita sea, me lo permitirías. ¿Existe algo por lo que valga la pena luchar, al menos desde tu perspectiva?
– No seas necia, Maunagh. No hay ninguna necesidad. -No estábamos discutiendo antes de que la policía llegara ¿verdad? Y nada ha cambiado ahora.
– No. Nunca cambia nada.
– Oh, vamos…
– ¿Sabes siquiera cómo se llama el tutor de la clase de Oliver? ¿Sabes cuál es su asignatura favorita?
– Amor, tranquilízate…
– ¡Le escribiste a David gracias a mí! Escribí la maldita carta por ti palabra por palabra. ¡La copiaste! Si hubiera sido por ti ni siquiera lo hubieras intentado, y es el único hermano de Oliver, el único que tendrá jamás…
Simon se preguntó qué hubiese sucedido si sus propios padres se hubieran separado. Kathleen habría querido a su hijo todo para ella. ¿Su padre habría luchado por la custodia compartida? No oyó ninguna otra recriminación de Maunagh Rae. Estaba a punto de llamar a la puerta del salón cuando notó una presencia a su espalda. Se giró y vio a Oliver en las escaleras, que ahora vestía unos téjanos demasiado grandes para él y una camiseta de Eminem.
– Yo solo… -Simon buscó a tientas una excusa que explicase por qué estaba escuchando a escondidas. ¿Durante cuánto tiempo había estado el chico allí? Maunagh y Richard Rae no habían hecho ningún esfuerzo por bajar la voz.
– Señora Pickersgill. Así se llama mi profesora -dijo Oliver, pareciendo por un instante mucho más mayor de lo que aparen taba-, Y mi materia favorita es el francés. Se lo puedes decir a mi padre si quieres.
Capítulo 29
Jueves , 2 de octubre de 2003
Estoy sentada en la silla mecedora de la habitación del bebé, con La Pequeña en mi regazo y le estoy dando un biberón. Vivienne fue la que propuso que lo hiciese. El rostro de David se volvió violáceo de rabia pero no se atrevió a oponerse. Fui lo suficientemente efusiva al mostrar mi agradecimiento y me aseguré de no parecer mínimamente sospechosa. Es como si hubiese pasado una eternidad desde que aceptaba la bondad de cualquiera en la primera impresión.
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