Colleen Mccullough - On, Off

Здесь есть возможность читать онлайн «Colleen Mccullough - On, Off» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

On, Off: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «On, Off»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

On, Off — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «On, Off», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Los gatos son del doctor Finch y el doctor Chandra. Las ratas pertenecen al doctor Finch. Yo no tengo animales, soy investigador clínico -dijo-. Nuestras instalaciones son excelentes -prosiguió, con voz monótona, mientras conducía a su invitado a través del vestíbulo que separaba el cuarto de los animales de los ascensores-. Hay servicios separados para hombres y mujeres en todas las plantas -señaló- y un recipiente de café del que se ocupa la mujer que friega los vasos, Allodice. Las bombonas de gases se guardan en este armario, pero el oxígeno llega por tuberías, al igual que el gas carbón y el aire comprimido. El cuarto conducto es para la succión por vacío. Se prestó especial atención a las tomas de tierra y los revestimientos de cobre: trabajamos con millonésimas de voltio, y eso implica unos factores de amplificación que hacen de las interferencias una pesadilla. El edificio dispone de aire acondicionado y el aire se filtra escrupulosamente, de ahí la prohibición de fumar.

Forbes interrumpió su sonsonete para poner cara de sorpresa.

– Los termostatos funcionan de verdad. -Abrió una puerta-. Nuestra sala de lectura y conferencias. Que completa la planta. ¿Vamos a mi despacho?

Addison Forbes, había decidido Carmine en cuestión de segundos, era un completo neurótico. Exhibía una delgadez fibrosa y adusta que hablaba de un obseso del ejercicio de inclinaciones vegetarianas, tenía unos cuarenta y cinco años de edad -la misma que el Profe- y más bien poco que ofrecer si uno era un director de cine a la caza de una nueva estrella. Salpicaba su conversación con tics faciales y ademanes bruscos y carentes de significado.

– Sufrí un infarto grave hace exactamente tres años -dijo-, y es un milagro que sobreviviera. -Estaba claro que le obsesionaba, cosa frecuente entre los médicos, que, según le había dicho Patrick, nunca pensaban en que ellos también podían morir, y se convertían en pacientes atroces cuando la mortalidad se abatía sobre ellos-. Ahora hago corriendo los ocho kilómetros que hay entre el Hug y mi casa todas las tardes. Mi mujer me trae en coche por la mañana y recoge mi traje del día anterior. Ya no necesitamos dos coches, un ahorro que se agradece. Como verduras, fruta, frutos secos y ocasionalmente una pieza de pescado al vapor, si mi mujer da con alguna que esté verdaderamente fresca. Y debo decir que me siento de maravilla. -Se dio unas palmadas en la barriga, tan plana que se ahuecaba-. ¡Esta aguanta otros cincuenta años, ja, ja!

«Jesús -pensó Carmine-. Creo que preferiría estar muerto que renunciar a los platos grasientos del Malvolio's. De todas formas, hay gente para todo.» -¿Con qué frecuencia bajan usted y su auxiliar animales muertos al frigorífico de la planta baja? -preguntó.

Forbes pestañeó y puso cara de perplejidad.

– ¡Teniente, ya le he dicho que yo soy un clínico! Mi investigación es clínica, no experimento con animales. -Sus cejas hicieron amago de lanzarse en direcciones opuestas-. Aunque esté mal decirlo, tengo el talento de dar a cada paciente en particular exactamente el anticonvulsivo que le conviene. Es un campo en el que se dan muchos abusos; ¿puede creer que cualquier médico de familia ignorante tiene el atrevimiento de asumir la responsabilidad de prescribir anticonvulsivos? ¡Diagnostica idiopatía a algún pobre paciente y le atiborra de fenitoína y fenobarbital, cuando lo que tiene el pobre paciente de entrada es un pico en el lóbulo temporal en el que podría empalarse a un hombre! ¡Pff! Dirijo las clínicas epilépticas del hospital de Holloman y algunos otros, y estoy a cargo de la unidad de EEG del hospital de Holloman anexa a su clínica epiléptica. No me preocupan los electroencefalogramas comunes, entiéndame. Hay otra unidad para Frank Watson y sus subalternos de neurología y neurocirugía. Lo que me interesa a mí son los picos, no las ondas delta.

– Sí, sí -dijo Carmine, a quien se le habían empezado a vidriar los ojos durante esta semidiatriba-. ¿Así que, con toda seguridad, no ha de deshacerse nunca de animales muertos?

– ¡Nunca!

La técnica de Forbes, una chica muy amable llamada Betty, lo confirmó.

– Su trabajo aquí se centra en los niveles de anticonvulsivos en el torrente sanguíneo -explicó en términos que Carmine tenía alguna esperanza de entender-. La mayor parte de los médicos sobremedican, porque no llevan registro de los niveles de medicación en sangre en enfermedades de larga duración como la epilepsia. Además, es a él a quien las compañías farmacéuticas le piden que pruebe nuevos medicamentos. Y tiene un instinto asombroso para acertar con lo que necesita cada paciente en particular. -Betty sonrió-. La verdad es que es un tipo raro. Lo suyo es arte, no ciencia.

«¿Y cómo -se preguntó Carmine mientras iba en busca del doctor Maurice Finch- me libro de que me entierren en su jerigonza médica?»

Pero el doctor Finch no era de los que entierran a nadie en jerigonza médica. Su investigación, explicó concisamente, se centraba en el movimiento de algo llamado iones de sodio y potasio a través de la pared de la célula nerviosa durante un ataque epiléptico.

– Yo trabajo con gatos -dijo- a lo largo de periodos dilatados. Una vez que las cánulas de electrodos y de perfusión les han sido implantadas en el cerebro, con anestesia general, no sufren ningún trauma en absoluto. De hecho, esperan con ansiedad sus sesiones de experimentación.

Un alma caritativa, fue el veredicto de Carmine. Eso no excluía a Finch de la lista de los sospechosos de asesinato, por supuesto; algunos asesinos brutales parecían la más caritativa de las almas cuando se los conocía. A sus cincuenta y un años, era mayor que casi todos los demás investigadores, según le había dicho el Profe; la investigación era un asunto de jóvenes, al parecer. Judío devoto, vivía con su mujer, Catherine, en una granja de pollos; Catherine los criaba para surtir la mesa kosher. Sus pollos la mantenían ocupada, explicó Finch, ya que nunca habían conseguido tener hijos.

– ¿Así pues, no vive usted en Holloman? -preguntó Carmine.

– Justo al borde del condado. Tenemos veinte acres. ¡No sólo para los pollos! Soy un apasionado cultivador de flores y verduras. Tengo un huerto de manzanos y también varios invernaderos.

– ¿Lleva usted sus animales muertos al piso de abajo, doctor Finch, o es su técnica, Patricia, quien se encarga de eso?

– A veces lo hago yo, a veces Patty -dijo Finch, mirando a Carmine sin sombra de culpa o intranquilidad en sus grandes ojos grises-. Aunque la clase de trabajo que yo hago no conlleva muchos sacrificios. Cuando acabo con un gato, le saco los electrodos y las cánulas, lo castro y trato de regalárselo a alguien como mascota. Ya ve que no les hago daño. No obstante, alguno puede desarrollar una infección cerebral y morir, o sencillamente morir por causas naturales. Entonces van abajo, al frigorífico. Suelo llevarlos yo: pesan lo suyo.

– ¿Cada cuánto se da el caso de que muera un gato, doctor?

– Es difícil decirlo. Una vez al mes, o a lo mejor sólo cada seis meses.

– Veo que los cuida usted bien.

– Un gato -dijo el doctor Finch en tono paciente- representa una inversión de al menos veinte mil dólares. Debe venir con una serie de papeles para satisfacer las exigencias de varias autoridades, incluidas la Sociedad Protectora de Animales y la Asociación Humanista. Luego está el coste de su manutención, que ha de ser de primera o el animal no sobrevive. Necesito gatos sanos. Por tanto, una muerte supone un contratiempo, a menudo exasperante, para nosotros.

Carmine pasó al tercer investigador, el doctor Nur Chandra.

Que le dejó sin habla. Las facciones de Chandra estaban cinceladas según un canon patricio, tenía las pestañas tan largas y espesas que parecían falsas, sus cejas dibujaban un elegante arco y su piel era del color del marfil viejo. Llevaba el pelo corto, negro y ondulado, en sintonía con su atuendo europeo, sólo que el corte se lo había hecho un maestro, y la ropa era de cachemir, vicuña y seda. Afloró un recuerdo soterrado: ese hombre y su mujer pasaban por ser la pareja más atractiva de toda la Chubb. ¡Ah, ya sabía quién era Chandra! Hijo de algún maharajá, criado entre riquezas, casado con la hija de otro potentado hindú. Vivían en una finca de diez acres, en los mismos lindes del condado de Holloman, con un ejército de sirvientes y varios niños que eran educados en casa por profesores particulares. Al parecer, la encopetada escuela Dormer Day no era lo bastante encopetada. ¿O acaso podía infundir ideas demasiado norteamericanas en los niños? Gozaban de inmunidad diplomática, aunque Carmine no sabía muy bien por qué. Eso significaba que tenía que ir con guante de seda, ¡y rezar por que no fuera él!

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «On, Off»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «On, Off» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Colleen McCullough - La huida de Morgan
Colleen McCullough
Colleen McCullough - El Primer Hombre De Roma
Colleen McCullough
Colleen McCullough - El Desafío
Colleen McCullough
Colleen McCullough - El caballo de César
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Czas Miłości
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Credo trzeciego tysiąclecia
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Antonio y Cleopatra
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Morgan’s Run
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Las Señoritas De Missalonghi
Colleen McCullough
Colleen McCullough - 3. Fortune's Favorites
Colleen McCullough
Colleen McCullough - Sins of the Flesh
Colleen McCullough
Отзывы о книге «On, Off»

Обсуждение, отзывы о книге «On, Off» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x