¿Cómo podía responder a eso? Carmine se volvió hacia la hermana de Etta.
– Linda, ¿no es así? -le preguntó, sonriendo.
– Sí, señor -acertó a decir ella, entre lágrimas.
– No voy a decirte que no llores, Linda, pero ayudarás más a tu hermana si me respondes, ¿vale?
– Vale. -Se secó la cara.
– Etta y tú os fuisteis a la cama a la misma hora, ¿verdad?
– Sí, señor. A las doce y media.
– Tu papá dice que todos teníais sueño. ¿Es cierto?
– Nos caíamos -dijo lacónicamente Linda.
– Así que os fuisteis las dos derechas a la cama.
– Sí, señor, en cuanto rezamos nuestras oraciones.
– ¿Etta no se salta nunca sus oraciones?
A Linda se le secaron los ojos; puso cara de espanto.
– ¡No, señor, no!
– ¿Hablasteis un poco después de acostaros?
– No, señor, yo al menos no. Me quedé dormida en cuanto me tumbé.
– ¿Oíste algún ruido durante la noche? ¿Te despertaste para ir al baño?
– No, señor, dormí hasta que nos llamó mamá. Aunque me pareció raro que Etta se hubiera levantado antes que yo. Es muy remolona para despertarse. Luego pensé que se habría dado prisa para entrar en el baño antes que yo, pero cuando llamé a la puerta fue Hank quien respondió.
La niña tenía una cara preciosa, unos ojos oscuros y líquidos, la piel perfecta, unos labios carnosos que llevarían a un monje ferviente a romper sus votos, con aquel contorno nítidamente dibujado y cierta cualidad que siempre traía a Carmine evocaciones de tragedia. Labios de muchacha negra, de un granate que se tornaba rosa allí donde se unían en un pliegue capaz de rendir corazones. ¿Tenía Margaretta la misma cara?
– ¿No crees que Etta haya podido escaparse, Linda?
Sus grandes ojos se agrandaron aún más.
– ¿Por qué iba a hacerlo? -preguntó Linda, como si eso fuera en sí mismo una respuesta.
«Sí, ¿por qué iba a hacerlo? Es tan dulce y dócil como todas las demás. Todavía reza sus oraciones antes de acostarse.» -¿Cuánto mide Etta?
– Uno setenta y cinco, señor.
– ¿Tiene buen tipo?
– No, es delgada. Eso la deprime, porque quiere ser una estrella como Dionne Warwick -dijo Linda, que tenía toda la pinta de que ella sería también alta y delgada. Alta y delgada. Negra.
– Gracias, Linda. ¿Alguno de los demás oyó algún ruido anoche?
Nadie.
Luego el señor Bewlee sacó una fotografía; Carmine se encontró contemplando a una chica que era igualita que Linda. Y que las demás.
Patrick llegó solo, portando su bolsa.
– ¿Cuál es la puerta de vuestra habitación, Linda? -preguntó.
– La segunda a la derecha del pasillo, señor. Mi cama es la de la derecha.
– ¿Has visto algo que te haga pensar que entró por la ventana, Patsy? -inquirió Carmine.
– Nada, salvo que tanto las portezuelas interiores como las exteriores tienen cerrojos de ventana normales, que no estaban echados. Afuera, la tierra está congelada. Habrá hierba en verano, pero ahora mismo está muerta. El alféizar tiene aspecto de que no lo ha tocado nadie desde que pusieran las portezuelas exteriores en octubre pasado, o cuando retiraran las mosquiteras. He dejado a Paul ahí fuera para asegurarme de que no se me ha pasado nada por alto, pero creo que no.
Entraron en una habitación apenas lo bastante grande para alojar a dos jovencitas en pleno desarrollo, pero que estaba extremadamente limpia y cuidada; paredes pintadas de rosa, una alfombrita rosa trenzada entre dos camas individuales, una a la derecha y otra a la izquierda de la ventana. Cada una de las chicas tenía un armario más allá del pie de su cama. Sobre la de Margaretta había pegados en la pared un póster grande de Dionne Warwick y otro pequeño de Mary Bell; la cama de Linda estaba provista de una estantería en la que se alineaban media docena de ositos de peluche.
– Las chicas tienen el sueño profundo y tranquilo -dijo Patrick-. Las camas apenas están deshechas. -Se acercó a la de Margaretta y se inclinó para aproximar la nariz a escasos milímetros de la almohada-. Éter -dijo-. Éter, no cloroformo.
– ¿Estás seguro? Se evapora en cuestión de segundos.
– Estoy seguro. Tengo buen olfato, tanto que podría trabajar en la industria de la perfumería. Quedó atrapado en este pliegue, ¿ves? Ahora ya ha desaparecido. Nuestro amigo le aplicó un trapo empapado en éter en la cara, cargó con ella y se la llevó por la ventana. -Patrick se acercó a la ventana, levantó la hoja interior con la mano enguantada y luego la exterior-. Fíjate: ni el menor ruido. El señor Bewlee mantiene su casa en perfecto estado.
– Salvo que fuera nuestro amigo quien la lubricara.
– No, yo apuesto a que fue el señor Bewlee.
– ¡Joder, Patsy, qué sangre fría tiene el tío! Una chica que mide uno setenta y cinco descalza pesará al menos cincuenta kilos, y con su hermana durmiendo a menos de tres pasos… Si Linda se hubiera despertado…
– Los críos duermen como troncos, Carmine. Margaretta probablemente no se despertó en ningún momento, a juzgar por cómo está la cama: no hay señales de lucha. Linda estuvo dormida durante toda la operación, inconsciente. El tipo habrá tardado dos minutos en total, como mucho.
– Entonces la cuestión es: ¿quién dejó abierto el cerrojo de la ventana? ¿Es que el señor Bewlee no las comprobaba regularmente, o lo hizo nuestro amigo en una visita previa?
– Lo hizo él con anterioridad. Supongo que el señor Bewlee echa los cerrojos en cuanto empieza el frío de verdad y luego ya no los quita hasta que llega el deshielo. La casa tiene un sistema de calefacción por conductos de aire realmente bueno, y hace demasiado frío para que las chicas abrieran la ventana. Aquí, en invierno, hay diez grados menos que en Holloman.
Paul entró sacudiendo la cabeza.
– Entonces, vamos a mirar aquí dentro sin dejarnos un centímetro; hay que meter la ropa de cama de Margaretta en una bolsa, y sobre todo que no se dejen la funda de la almohada, Carmine -dijo Patrick mientras su primo salía de la habitación-, si esta chica es alta, delgada y bien negra, el tío ha modificado todos sus criterios. Puede que no sea el mismo tío.
– ¿Quieres apostar?
– Treinta días… una técnica de secuestro distinta… un tipo de chica distinto… ¿esperas que me crea todo eso?
– Sí, lo espero. El factor más importante no ha cambiado. Esta chica es tan pura y virginal como las otras. Las variaciones que se dan no me dicen que le hayamos asustado mucho. El tío tiene un plan general, y esto forma parte de él. Doce chicas en veinticuatro meses. Puede que ahora vaya a hacer doce chicas en doce meses. Es el día de Año Nuevo. Puede que la estatura y el color de la piel sean irrelevantes, o bien que Margaretta sea su nuevo tipo.
Patrick inspiró de forma audible.
– Crees que también cambiará las cosas que les haga, ¿verdad?
– Eso me dice mi instinto, sí. Pero no te quepa duda de una cosa, Patsy. Ha sido nuestro hombre. No se trata de otro tío.
Carmine dejó a Abe y Corey para volver junto a Patrick. Les tocaba a ellos hacer la ronda por Dublin Road, preguntando si alguien había visto u oído algo. Era improbable, siendo Nochevieja, entre las fiestas y el alcohol.
Eran las diez y media de la mañana cuando el Ford tomó el camino de entrada de los Smith, una vereda larga y sinuosa que terminaba ante una casa muy grande de estilo tradicional, de tablas de madera pintada de blanco emplazada sobre una loma, con ventanas de guillotina de palillería flanqueadas por postigos de color verde oscuro. No era de antes de la Revolución, pero tampoco nueva. Cinco acres de tierra y bosque agreste, excepto donde se alzaba la casa; no había jardineros en la familia Smith.
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