Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– Depende de que sea o no muy viajero, ¿verdad? Pero yo diría que cinco años, mínimo… si es que es viajero.

– Eso no elimina a muchos huggers de la carrera.

– No, Patsy, así es. Finch, Forbes, Ponsonby, Smith, la señora Liebman, Hilda Silverman y Tamara Vilich son todos nacidos y criados en Connecticut; Polonowski lleva aquí quince años, Chandra ocho, y Satsuma cinco. -Carmine hizo una mueca de disgusto-. Cambiemos de tema. John, ¿está cooperando la prensa?

– Realmente bien -respondió Silvestri-. Le va a ser mucho más difícil secuestrar a chicas de ese tipo. Dentro de una semana empezarán a circular los avisos: en periódicos, en la radio, en televisión… con buenas fotografías de las chicas y poniendo énfasis en su procedencia caribeña y católica.

– ¿Y si cambia de tipo de chica? -preguntó Marciano.

– Todos los putos psiquiatras que he consultado me aseguran que no lo hará, Danny. Sostienen que ha secuestrado a once chicas que podrían ser hermanas, y que tiene por tanto una fijación con un cuadro que incluye color de piel, cara, tamaño de cuerpo, edad, origen geográfico y religión -dijo Carmine-. El problema es que esos psiquiatras sólo trabajan con pacientes que no han llegado aún a asesinar, aunque algunos son violadores múltiples.

– Carmine, todos cuantos estamos en esta habitación sabemos que los asesinos suelen ser bastante tontos -dijo Patrick, en tono pensativo-, y que incluso cuando son listos no llegan a ser brillantes. Astutos, o afortunados, o quizá competentes. Pero este tío le da mil patadas a todos… incluidos nosotros. Lo que me pregunto es: ¿obedecerá las reglas establecidas por los psiquiatras? ¿Y si es psiquiatra él mismo? Como el profesor Smith, o Polonowsky, o Ponsonby, Finch o Forbes. He buscado sus nombres en los archivos de la Chubb y todos tienen DMP, diplomas en medicina psiquiátrica. No son sólo neurólogos, acaparan títulos.

– Mierda -dijo Carmine-. Sólo he visto un DMP. No merezco encabezar este grupo operativo.

– Los grupos operativos son cooperativos -dijo Silvestri quitándole hierro-. Ahora ya lo sabemos, ¿qué diferencia hay?

– ¿Podría ser una mujer? -preguntó Marciano con ceño.

– Según los psiquiatras, no, y por una vez estoy de acuerdo con ellos -dijo Carmine, muy seguro-. Esta clase de asesino se ceba en mujeres, pero no es una mujer. Quizá le gustaría serlo y parecerse a esas niñas… ¿Quién demonios lo sabe? Andamos buscando a tientas en la oscuridad.

Desdemona había dejado de ir al trabajo caminando, y se decía que era una estúpida, pero era incapaz de dominar la sensación que la acechaba a cada paso que daba sobre las hojas caídas… Alguien la seguía, alguien demasiado listo para ser descubierto. La sola idea de dejar su amado Corvette en un aparcamiento al aire libre en los límites de un gueto le producía urticaria, pero no tenía otra alternativa. Si se lo robaban, sólo podría rezar para que se lo devolvieran de una pieza. Así y todo, no acababa de decidirse a contarle a Carmine lo ocurrido, aunque sabía que no se reiría. Y dado que no era caribeña ni medía un triste metro cincuenta, no creía ni remotamente que quien la acechaba tuviera algo que ver con lo que a él le obsesionaba.

Mientras comían pizza en su apartamento, Carmine le había parecido tan tenso como un gato al que un perro le ha usurpado el territorio; no es que actuara con sequedad, sólo estaba… algo agitado e inquieto.

Bien, ella también estaba inquieta, y le espetó sus noticias:

– Kurt Schiller ha intentado suicidarse hoy.

– ¿Y nadie ha corrido a contármelo? -preguntó él.

– Estoy convencida de que el Profe lo hará mañana -dijo ella, limpiándose el tomate de la barbilla con dedos ligeramente temblorosos-. Ocurrió poco antes de marcharme.

– ¡Mierda! ¿Cómo?

– Es médico, Carmine. Se tomó un cóctel de morfina, fenotiacina y Seconal para provocarse el fallo cardiorrespiratorio, con Stemetil para asegurarse de que no lo vomitaba.

– ¿Quiere decir que está muerto?

– No. Maurice Finch le encontró poco después de tomárselo todo y le mantuvo con vida hasta que pudieron trasladarle a la sala de Urgencias del hospital de Holloman. Tras administrarle un montón de antídotos y practicarle un lavado de estómago, superó la crisis. El pobre Maurice se quedó hecho trizas, culpándose a sí mismo. -Dejó su pizza a medio comer-. Hablar de esto le quita a una el apetito.

– Yo estoy inmunizado -dijo él, cogiendo otra porción-. ¿Es Schiller la única baja?

– No, sólo la más dramática. Aunque pronostico que cuando se haya recuperado lo suficiente para volver al trabajo, los que le han hecho la vida imposible le dejarán en paz. Nada de pintarle esvásticas en las ratas… ¡aquello me pareció tan repulsivamente mezquino…! Las emociones pueden ser… en fin, terriblemente destructivas.

– Desde luego. Las emociones se interponen en el camino del sentido común.

– ¿Es emocional este asesino?

– Frío como el espacio exterior, caliente como el centro del Sol -dijo Carmine-. Es una marmita de emociones que él cree que controla.

– ¿Usted no piensa que las controle?

– No. Ellas le controlan a él. Lo que le convierte en un asesino tan eficiente es el contrapunto entre el espacio exterior y el centro del Sol. -Retiró del plato de Desdemona los restos de pizza y los reemplazó con una porción nueva-. Tenga, ésta estará más caliente.

Ella lo intentó, pero le vinieron arcadas; Carmine le tendió una copa de coñac X-0, frunciendo el entrecejo.

– Mi madre le daría grapa, pero el coñac va mucho mejor. Beba, Desdemona. Y luego cuénteme qué otras bajas ha habido en el Hug.

El calor se extendió por su cuerpo, seguido de una maravillosa sensación de bienestar.

– El Profe -dijo entonces-. Todos pensamos que está al borde de una crisis nerviosa. Imparte directrices, luego se olvida de que lo ha hecho, da contraórdenes que no debiera; dejaría a Tamara Vilich salir de rositas de un asesinato… -Se llevó la mano a la boca-. No quería decir eso, no en sentido literal. Tamara es una perfecta estúpida, pero sus crímenes son morales, no homicidas. Tiene un lío con alguien, y le da pánico que trascienda. Conociéndola, creo que no será sólo porque él sea fruto prohibido. Está enamorada, pero él ha puesto una condición: o en secreto o nada.

– Eso significa que o bien es importante o tiene miedo de su esposa. ¿Quién más hay, aparte del Profe?

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.

– ¡Ay, Carmine, de verdad! ¡Todos sufrimos la tensión! Esperamos y rezamos para que si ese… ese monstruo ataca de nuevo, no implique de nuevo al Hug. Los ánimos están tan bajos que la investigación está resintiéndose enormemente. Chandra y Satsuma van murmurando que se largan a otro sitio, y Chandra en particular es nuestra mayor y más brillante esperanza. Eustace ha tenido otro ataque focal… Hasta el profesor se animó. Es material de premio Nobel.

– Tres hurras por el Hug -dijo Carmine secamente. Su expresión cambió, cayó de rodillas ante ella y la tomó de las manos-. Me está ocultando algo, y es algo que le ocurre a usted. Dígamelo.

Ella se echó atrás.

– ¿Por qué habría de decirle nada? -preguntó.

– Porque está yendo y viniendo del trabajo en coche. Veo el Corvette en el aparcamiento del Hug… Paso a menudo por allí últimamente.

– ¡Ah, es eso! Empieza a hacer un poco de frío para ir andando.

– Eso no es lo que mi pajarito me cuenta de usted.

Ella se puso en pie y cruzó hasta la ventana.

– Es una tontería. Imaginitis.

– ¿Qué es lo que es imaginitis? -preguntó él, poniéndose a su lado.

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