Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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Carmine palideció.

– ¡No, señor Spaight, por nada del mundo! Por una parte, atraería la atención de la prensa sobre el Hug, y, por otra, las grandes recompensas tan sólo dificultan el trabajo de la policía. Hacen que salgan chiflados y fanáticos de debajo de las piedras, y aunque no puedo afirmar que una recompensa no fuera a proporcionarnos una buena pista, las probabilidades son tan remotas que, en definitiva, la verificación de miles y miles de informes hipotecaría los efectivos policiales hasta el límite de lo soportable, a cambio de un puñado de humo. Si seguimos sin llegar a ninguna parte, entonces tal vez podrían ofrecer una recompensa de veinticinco mil dólares. Eso es mucho, créame.

– En ese caso -dijo Roger Parson Junior, al tiempo que se levantaba para dirigirse hacia una cafetera eléctrica- sugiero que suspendamos la sesión hasta que el teniente Delmonico pueda ofrecernos nuevos datos. Profesor Smith, usted y su personal deben prestar su más completa colaboración al teniente. -Empezó a servirse una taza y de pronto se detuvo, horrorizado-. ¡El café no está hecho! ¡Necesito un café!

Mientras el Profe se deshacía en disculpas y explicaciones acerca de que era la señorita Vilich quien se encargaba habitualmente de preparar el café hacia el final de la reunión, Carmine encendió las diversas cafeteras y dio un bocado a una danesa de manzana. M.M. tenía razón: deliciosa.

Antes de que Carmine se marchara de su despacho aquella tarde, el comisario John Silvestri entró como un tornado para decirle que habían recibido comunicación de Hartford de que iba a constituirse un operativo policial especial en todo el Estado, con base en Holloman, dado que la policía de Holloman disponía del mejor laboratorio. Se asignaba la dirección del operativo especial al teniente Carmine Delmonico.

– Sin límite de fondos -dijo Silvestri, más parecido a un gran gato negro que nunca-. Y puedes reclamar los hombres que quieras de todo el Estado.

«Gracias, M.M. -se dijo Carmine-. Tengo prácticamente carta blanca, pero apostaría la placa a que la prensa se enterará de todo antes de que abandone este despacho. Cuando los servidores públicos entren en acción, alguien se irá de la lengua antes o después. En cuanto al gobernador… Los asesinatos múltiples, sobre todo los de ciudadanos admirables, generan rechazo político.» -Visitaré personalmente todos los departamentos de policía del Estado para informarles -dijo a Silvestri-, pero de momento me contentaré con que el operativo especial lo formemos Patrick, Abe, Corey y yo.

5

Miércoles, 20 de octubre de 1965

Habían transcurrido dos semanas desde el hallazgo del cuerpo de Mercedes Álvarez en el frigorífico de animales muertos del Hug, y la marea de noticias destiladas en periódicos, televisión y radio empezaba a generar una espiral informativa. No había trascendido el menor rumor en torno a la incineración, para asombro del operativo especial. Al parecer, presiones de arriba, de todo tipo de políticos y personas influyentes, habían silenciado este detalle por considerarlo excesivamente sensible, demasiado dantesco y perturbador. El factor caribeño, por descontado, había sido subrayado machaconamente. Se fijó el número de víctimas en once; no salió a la luz ningún caso anterior al de Rosita Esperanza, de enero de 1964, como tampoco en ningún otro Estado de la Unión. Por supuesto, la prensa había dado un apodo al asesino: era el Monstruo de Connecticut.

La existencia del Hug no dependía ya sólo de algún pequeño éxito relativo al comportamiento de los iones de potasio a través de la membrana de la célula neuronal, ni de un gran éxito si Eustace sufría un ataque localizado en el lóbulo temporal al recibir estimulación eléctrica suave en el nervio ulnar. Ahora, la existencia del Hug estaba erizada de tensiones que se manifestaban en miradas furtivas, afirmaciones que se interrumpían a medio formular, en la forma nerviosa con que se evitaba el tema presente para todo hugger. Un pequeño consuelo: la poli parecía haber renunciado a seguir visitándoles, incluido el teniente Delmonico, que se había pasado ocho días rondando por todas las plantas.

Las fisuras que aparecían en el tejido social del Hug irradiaban principalmente de la figura del doctor Kurt Schiller.

– ¡Aléjese de mí, miserable nazi! -le gritó el doctor Maurice Finch a Schiller cuando éste apareció preguntando por alguna muestra de tejido.

– ¡Claro, a usted le está permitido insultarme -replicó Schiller, anonadado-, pero yo no me atrevo a responderle, aquí, rodeado de judíos norteamericanos!

– ¡Si de mí dependiera ya le habrían deportado! -dijo Finch, con un gruñido.

– ¡No puede culpar a todo un país por los crímenes de unos pocos! -insistía Schiller, demudado el rostro, apretando los puños.

– ¿Quién lo dice? ¡Fueron todos culpables!

Charles Ponsonby puso fin a la refriega, tomando a Schiller por el brazo y acompañándole a sus propios dominios.

– ¡Yo no he hecho nada! ¡Nada! -exclamó Schiller-. ¿Cómo sabemos a ciencia cierta que cortaron el cadáver para que fuera incinerado! ¡Son cotilleos, cotilleos malintencionados! ¡Yo no he hecho nada!

– Mi querido Kurt, la reacción de Maurice es comprensible -dijo Charles-. Algunos de sus primos acabaron en los hornos crematorios de Auschwitz, y la sola idea de la incineración le… en fin, le descompone profundamente. Entiendo también que no es fácil ser el destinatario de sus emociones. Lo mejor que puede hacer usted es mantenerse alejado de él hasta que la cosa se enfríe. Que acabará enfriándose, no lo dude. Porque tiene usted razón: no son más que cotilleos. La policía no nos ha dicho nada de nada. Mantenga la cabeza alta, Kurt; ¡pórtese como un hombre! -Esto último lo dijo con un tono que hizo a Schiller hundir la cabeza entre las manos y llorar amargamente.

«El cotilleo -se dijo Ponsonby mientras regresaba a su laboratorio- es como el ajo. Buen sirviente, mal señor.»

Finch no era el único que hacía de Schiller el cabeza de turco de su frustración. Sonia Liebman se apartaba ostensiblemente de su lado siempre que lo encontraba; a Hilda Silverman se le traspapelaban de repente sus artículos y publicaciones; Marvin, Betty y Hank perdían sus muestras y dibujaban esvásticas en las ratas cuyos cerebros iban a Patología.

Al final, Schiller fue a presentar su dimisión al Profe, pero fue rechazada.

– No puedo aceptársela de ninguna manera, Kurt -dijo Smith, cuyo pelo parecía más blanco día a día-. Estamos bajo vigilancia policial, no podemos cambiar al personal. Además, si ahora se marchara se vería envuelto en una nube de sospechas. Apriete los dientes y aguante el tirón, como todos nosotros.

– Aunque yo estoy hasta aquí de apretar los dientes -dijo a Tamara cuando el desolado Schiller se marchó-. Ay, Tamara, ¿por qué ha tenido que ocurrimos esto a nosotros?

– Si lo supiera, Bob, trataría de arreglarlo -dijo ella, le acomodó mejor en su silla y le pasó un borrador de un informe del doctor Nur Chandra para que lo leyera, uno que descendía con clínica frialdad a los detalles del increíble ataque de Eustace.

Cuando volvió a su propio despacho, se encontró allí a Desdemona Dupre, pero no la estaba esperando donde cualquiera lo habría hecho. ¡Esa zorra inglesa estaba fisgando con todo descaro entre los papeles del abarrotado escritorio de Tamara!

– ¿Ha visto mi hoja con las nóminas, Vilich?

Bajo un fajo de hojas con el borrador de un dictado que le había tomado al Profe, asomaba la esquina de un comunicado escrito a mano sumamente confidencial; Tamara se acercó de un brinco para apartar a Desdemona.

– ¡No se le ocurra hurgar en mis papeles, Dupre!

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