Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– Deberías volver a casarte, Carmine -le dijo Myron-, y llevarte a nuestra niña a algún sitio menos desquiciado que éste. La echaré de menos una barbaridad, pero la quiero lo bastante para saber que sería mejor para ella.

Pero nunca más, había jurado Carmine después de Sandra, y seguía hoy tan fiel a ese juramento como siempre. Para su alivio sexual tenía a Antonia, una prima lejana de Lyme que había quedado viuda; ella se lo había propuesto con gran candor y nada de amor.

– Podemos desfogarnos sin volvernos locos el uno al otro -dijo-. A ti no te hacen ninguna falta los desvaríos de una Sandra, y yo nunca podré reemplazar a Conway. Así que, cuando tú lo necesites, o lo necesite yo, podemos llamarnos.

Un acuerdo admirable, que perduraba ya desde hacía seis años.

Patrick entró en el Malvolio's justo cuando él terminaba con su pudín de arroz, una papilla cremosa, dulce y suculenta, generosamente revestida de cintas de nuez moscada y canela.

– ¿Qué tal ha ido con el señor Álvarez? -preguntó Carmine.

Un escalofrío, una mueca desencajada.

– Espantoso. Ya sabía por qué no podíamos dejarle ver más que la marca de nacimiento, pero suplicaba y suplicaba, lloraba tanto que tuve que esconder mis propias lágrimas. Su cura y la pareja de monjas han sido una bendición. Se lo llevaron ellos, al borde del colapso.

– Te invito a un whisky.

– Confiaba en que lo dijeras.

Carmine pidió dos irlandeses dobles a la camarera que se lo comía con los ojos, y no dijo nada más hasta que Patrick hubo trasegado la mitad de su copa y el color empezó a volver a su lozano rostro.

– Sabes tan bien como yo que el nuestro es un trabajo que endurece a los hombres -dijo entonces Patrick, haciendo girar el vaso entre sus manos-, pero la mayoría de las veces, por lo menos, los crímenes son sórdidos y las víctimas, aunque dignas de lástima, no tienen el poder de perseguirnos en sueños. ¡Oh, pero éste…! Un asalto despiadado a una criatura inocente. La muerte de Mercedes va a destrozar a esa familia.

– Es peor de lo que supones, Patsy -dijo Carmine; echó un vistazo rápido a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírles y le contó lo de las otras cuatro chicas.

– ¿Un asesino múltiple?

– Me jugaría el cuello.

– Así que está llevando a cabo una carnicería entre quienes menos merecen semejante saña en nuestra sociedad. Gente que no se mete con nadie, ni cuesta dinero a los gobiernos, ni dan el coñazo llamando para quejarse de que hay un perro que ladra o de la fiesta de dos puertas más allá, o de algún hijoputa grosero de Hacienda. Gente a la que mi abuelo irlandés habría llamado la sal de la tierra -dijo Patrick, y apuró su copa de un trago.

– Te daría la razón, salvo por una cuestión. Hasta ahora son todas mestizas, y hay quien se tomaría eso como un atropello, como bien sabes. Aunque residían en Connecticut desde hace años, sus raíces son caribeñas. Hasta Rachel Simpson, de Bridgeport, ha resultado tener ascendientes de Barbados. De modo que empieza a parecer que hay algún tipo de venganza racial en todo esto.

El vaso cayó sobre la mesa con un golpe seco; Patrick se escurrió fuera del compartimento.

– Me voy a casa, Carmine. Si me quedo aquí, voy a seguir bebiendo.

Carmine no tardó en seguir los pasos de su primo; pagó la cuenta, dejó a la camarera una propina de dos dólares en honor a Sandra y recorrió la media manzana que le separaba de su apartamento, ocho pisos por debajo del ático del doctor Hideki Satsuma, en el edificio de Seguros Nutmeg.

3

Viernes, 8 de octubre de 1965

Para el viernes, el Holloman Post y otros periódicos de Connecticut no hablaban de otra cosa que del asesinato de Mercedes Álvarez y la desaparición de Verina Gascon, de quien también se temía que hubiera muerto, pero ningún perspicaz periodista había detectado aún las sospechas de la policía de que se las veían con un asesino/violador múltiple de muchachas adolescentes criadas con esmero y muy protegidas, o de que sus raíces caribeñas tuvieran alguna relevancia.

A Carmine le habían dejado una nota en su escritorio avisándole de que Otis Green había salido del hospital y estaba ya en su casa, ansioso por verle. Otra decía que Patrick quería verle también. Abe estaba en Bridgeport, haciendo averiguaciones sobre Rachel Simpson, y a Corey le habían encomendado la doble papeleta de Nina Gómez, en Hartford, y Vanessa Olivaro, en New Britain. Dado que Guatemala tenía costa en el Caribe, el nuevo enfoque enfatizaba definitivamente el origen caribeño.

Como de Patrick le separaba sólo un viaje en ascensor, fue a verle a él primero. Estaba en su despacho, con la mesa abarrotada de bolsas de papel marrón.

– Ya sé que has visto muchas de éstas, pero no sabes de ellas tanto como yo -dijo Patrick, mientras esperaba a que su primo se sirviera café recién hecho de una cafetera eléctrica.

– Cuéntame pues -dijo Carmine, tomando asiento.

– Como ves, es cierto que vienen en todas las formas y tamaños. -Patrick levantó un ejemplar de 17x34 centímetros-. En ésta cabe una rata de seiscientos gramos; en esta otra, que es algo más grande, caben cuatro de doscientos cincuenta gramos. Es raro que un investigador emplee ratas de más de doscientos cincuenta gramos, pero como las ratas no dejan de crecer hasta que se mueren, pueden alcanzar el tamaño de un gato o incluso de un terrier pequeño. No obstante, en el Hug nadie emplea ratas tan grandes. -Levantó una bolsa de 51x68 centímetros-. Por razones que se me escapan, los gatos del Hug son todos machos muy grandes, igual que las ratas, que son todas machos también. Y los monos. Ésta es una bolsa de gato. Esta mañana me acerqué al Hug a primera hora y conseguí tener unas palabras -una síntesis bastante acertada del encuentro, a Carmine no le cabía duda- con la señorita Dupre, que es la encargada de comprarlas y recibir la entrega. Las bolsas las fabrica por encargo una empresa de Oregon. Están formadas por dos capas de papel marrón muy resistente, separadas por un acolchado de tres milímetros de grueso de fibras hechas de pulpa residual de la caña de azúcar. Observarás que hay dos discos de plástico en el exterior de la bolsa. Si pliegas dos veces la parte superior de la bolsa, los dos discos quedan muy cerca el uno del otro. El disco de arriba lleva este alambre, del tipo que se usa para colgar cuadros, que se dobla en forma de ocho alrededor del de abajo, y la bolsa ya no se puede abrir. Igual que se cierran los sobres de los informes interdepartamentales, sólo que éstos se atan con hilo. Un animal muerto puede conservarse en una bolsa sin que se filtren sus fluidos corporales hasta setenta y dos horas, pero nunca llegan a dejarlos ni la mitad de ese tiempo. Los animales muertos durante el fin de semana no los encuentran hasta el lunes, a menos que el investigador se pase por el centro el sábado o el domingo. Ellos meten el cuerpo en la bolsa, pero luego la tiran en una de las neveras distribuidas por su planta. Luego son sus técnicos los que se las llevan abajo, al animalario, el lunes por la mañana, aunque no van a parar a la incineradora hasta la mañana del martes.

Carmine se acercó una bolsa a la nariz y la olfateó con mucha atención.

– Veo que están tratadas con un desodorante.

– Correcto, como diría la señorita Dupre. ¡Qué zorra más estirada!

– ¡Esto es demasiado! -le gritó el Profe a Carmine cuando se encontraron en el vestíbulo del Hug-. ¿Ha leído lo que ha escrito en el Holloman Post ese memo contrario a la vivisección? ¡Que los investigadores médicos somos unos sádicos, ya ve usted! ¡Es culpa suya, por andar aireando el asesinato!

Carmine tenía su genio habitualmente bajo control, pero esto era más de lo que estaba dispuesto a aguantar.

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