Toni Hill - Los Buenos Suicidas

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Hace poco terminó Navidad. Sumida en plena crisis económica, Barcelona es ahora una ciudad más fría y lluviosa. La desaparición de Ruth, su ex mujer, obsesiona a Héctor Salgado y quizá el caso que le acaban de asignar puede hacerle olvidar por momentos su caída en desgracia.
El director financiero de una compañía de cosméticos mata a su esposa y luego se suicida. Lo que paree un caso de violencia doméstica llevado al extremo se revela como algo mucho más complejo al hallarse indicios que lo relacionan con otra muerte. En el mundo de la empresa, las mentiras son sólo la fachada de un mal mayor.
Mientras, encerrada en casa por una prematura baja médica, Leire Castro, la pareja de investigación de Héctor, sigue la pista perdida de Ruth y no sospecha que puede destapar peligros que nadie había imaginado.

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Héctor se acerca a la butaca donde la mujer está sentada, de cara al balcón, y ella por fin parece advertir su presencia. Por un momento la nube que emborrona su mente se despeja un poco, lo bastante para saber que alguien está ahí: alguien cuyos rasgos le resultan familiares aunque hace mucho tiempo que no los tiene delante.

«Hola», le susurra él, acercándose un poco más. Y levanta la mano para acariciar aquella mejilla que, pese a los años y a la enfermedad, se mantiene sorprendentemente tersa, pero la caricia se queda en el aire, frenada por el súbito ataque de pánico que asalta a la anciana. Los ojos se le llenan de lágrimas en un instante aunque Héctor apenas tiene tiempo de verlo porque la mujer se cubre la cara con el brazo, como si deseara defenderse de un presunto agresor. «No me pegues. Por favor. No me pegues más.»

Héctor da un paso atrás y se mira al espejo que hay en la pared, un espejo tan antiguo como los muebles, de marco dorado. Y entonces comprende qué es lo que asusta a su madre. No lo ve a él, a su hijo Héctor, y sin embargo reconoce su cara. El rostro de aquel marido cabrón que la golpeó durante años a escondidas, en ese mismo dormitorio.

Lo peor es que él también lo ve en ese mismo espejo: en su propio reflejo, en su cara, idéntica a la que recuerda de su padre cuando tenía la edad que él tiene ahora.

Lo peor, pensó Héctor, aún despierto en la terraza de madrugada, es que esto no es ninguna pesadilla al uso, sino un recuerdo real y doloroso. El último viaje a Buenos Aires mientras su madre aún vivía, siete años atrás. Fue el viaje que marcó el final de su relación con Lola y el inicio de una nueva etapa de su matrimonio con Ruth. Había muchas maneras de hacerle daño a una esposa, de propinarle golpes invisibles. De hacerla sufrir.

Y eso era algo que él no podía permitirse a sí mismo.

Capítulo 43

Estás seguro de que irá a por el dinero hoy mismo? -le preguntó Lola. Había acudido a comisaría porque no quería perderse el desenlace del caso antes de irse. Héctor sabía que debía regresar a Madrid esa misma noche para cubrir un evento que se celebraba el sábado en la capital. Eso si el tiempo se lo permitía: no cesaban de anunciar la posibilidad de que, por extraño que resultara, una nevada cayera sobre Barcelona en las próximas horas.

Eran las cinco de la tarde del viernes.

– Digamos que creo que no podrá resistir la tentación de ir. Hizo muchas cosas por ese dinero, aparte de mandar fotos, y debe de tener muchas ganas de apoderarse de él. No esperará.

Lola hizo un gesto de conformidad, aunque no estaba del todo convencida.

– En cualquier caso, lo sabremos enseguida. Sílvia Alemany ya ha cumplido las instrucciones y ha dejado la bolsa en la taquilla. Fort anda por ahí, vigilando. Si alguien va a sacarlo, lo verá.

Y sin querer su mirada se volvió a posar en el teléfono, que seguía insultantemente mudo.

– Aún no entiendo cómo dedujiste que estaban chantajeando a Sílvia.

Él sonrió.

– Digamos que fue una inspiración repentina. Había encajado piezas, pero algo fallaba. Alguien había tenido la oportunidad y el motivo. Motivo para denunciarlo todo, para al menos exponerlo públicamente. Pero no lo había hecho, así que tenía que estar buscando otra cosa. Y al final se me ocurrió que el dinero suele ser un acicate muy razonable para hacer cosas terribles.

– No sé si te sigo -dijo ella.

– Hubo algo que me preocupó durante el transcurso de la investigación. Podía llegar a entender que uno de los otros hubiera matado a Gaspar, a Sara y a Amanda, pero ¿por qué ser tan cruel con la mujer de Ródenas? Y con la niña. Octavi Pujades también lo dijo.

– Bueno, alguien fue cruel con ellas.

– Sí. -Y Salgado intentó no pensar en la escena terrible que debía de haber tenido lugar aquella noche-. Y otra cosa: de las tres víctimas, Gaspar Ródenas cumplía claramente los requisitos del posible suicida.

– No pudo soportar el peso de la culpa…

– Eso por un lado; por otro estaba la adquisición de un arma. No sé si cuando se agenció la pistola pensaba ya lo que iba a hacer o si se le ocurrió luego, pero lo cierto es que la usó. Contra él y contra su familia. Su caso se archivó como lo que era, y durante cuatro meses no pasó nada más.

Lola asintió.

– Y así llegamos a Sara. Otra de las claves de todo este asunto. Tan sola, por un lado, y por el otro, tan leal. En el fondo, tan vulnerable a cualquiera que la abordara y le demostrara cierto cariño. Cuando supe que la foto había llegado después de su muerte intuí que eso tenía que significar algo. Gaspar se había suicidado cuatro meses antes y para ellos todo había seguido igual. La única explicación posible era que durante esos cuatro meses alguien se hubiera acercado a Sara para obtener información…

El teléfono sonó entonces y Héctor respondió al primer timbrazo. Fue una conversación breve, de frases cortas y tensas; cuando colgó, se echó hacia atrás en la silla y exhaló un largo suspiro.

– Vienen para acá -dijo-. Fort acaba de detener a Mar Ródenas cuando sacaba el dinero de la taquilla del supermercado donde lo había introducido Sílvia Alemany. Su novio la esperaba en el coche e intentó huir, aunque lo interceptaron poco después.

– Estabas en lo cierto -le felicitó Lola.

Pero Héctor no parecía satisfecho cuando dijo:

– No me creía que Gaspar se hubiera suicidado sin decir por qué lo hacía. Y Mar era la única persona que podía haber encontrado una nota que, aunque fuera sólo parcialmente, la pusiera en antecedentes de lo que había ocurrido en Garrigàs. Eso le daba la oportunidad. Las ansias de venganza contra los otros eran un buen motivo. Y la necesidad económica, o la codicia, la hicieron modificar sus planes. Eso sí, como pasa a veces, ella y su novio tuvieron la suerte del novato. Una suerte de consecuencias perversas.

Mar Ródenas estaba mucho más seria esa tarde que las otras dos veces que Héctor la había visto. A pesar de todo, él no pudo evitar una sensación extraña al verla esposada, sentada en la misma sala de interrogatorios donde había estado Manel Caballero. No era exactamente compasión aunque sí una especie de tristeza. En el fondo estaba seguro de que aquella joven que tenía delante no habría dado nunca ese paso, pero cuando la codicia se aliaba con la venganza los resultados podían ser horribles.

– Hola, Mar -le dijo él.

Ella no contestó.

– La verdad es que hasta ayer no esperé verte nunca en estas circunstancias.

– ¿No? -Su tono era duro, amargo-. Todos cometemos errores, inspector.

– Tienes razón. El mío fue fiarme de las apariencias. El tuyo pensar que podías hacer justicia por tu cuenta y de paso sacar provecho. -Héctor la miró fijamente y prosiguió-: Aunque en tu defensa diré que hay algo que puedo comprender. La escena que encontraste en casa de tu hermano tuvo que dejarte destrozada. Ver que Gaspar había matado a su mujer, a su hija y luego se había pegado un tiro sería suficiente para que cualquiera perdiera la razón. Y leer la nota que escribió tuvo que ser una experiencia traumática. Luego, en el ordenador, entre otras cosas, encontraste la foto de los perros.

Ella se mantuvo en silencio, expectante, pero él no le concedió una tregua demasiado larga.

– Quiero pensar que al principio guardaste esa nota con buena intención. Sin ella, tus padres siempre podrían pensar que su hijo no había cometido ese crimen atroz. La guardaste y empezaste a obsesionarte. Especialmente porque no lo contaba todo, ¿verdad? Aún no sé lo que decía, pero deduzco que se refería a un asesinato cometido en la casa de Garrigàs, al regreso de enterrar a esos perros de la foto, y con la complicidad de los otros, sin dar más detalles aparte de sus nombres. Si lo hubiera explicado con detalle, tú no habrías tenido que abordar a Sara Mahler. La conociste en el entierro de Gaspar, ¿no es así?

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