Al acercarse a la cama, una forma negra se desenroscó y retrocedió arqueando el lomo. Los ojos verdes parecían más grandes y brillantes que de costumbre.
– A ti también te mataré -dijo Mix.
Arremetió contra Otto , que esquivó su mano con facilidad, bufó como una serpiente, saltó en dirección a la puerta abierta y salió a las escaleras. La mujer de la cama estaba completamente inmóvil. «Hazlo rápido -se dijo-, hazlo ya. No la mires. Hazlo sin más.» Ella tenía la cabeza apoyada en una almohada y había otra a su lado, con una tercera apoyada en vertical contra la cabecera. Mix agarró la almohada situada en vertical con las dos manos temblorosas y, al tiempo que apartaba la mirada, la apretó contra el rostro de la mujer con toda la fuerza de la que fue capaz.
Ella no se movió. No iba a oponer resistencia. Permaneció absolutamente inerte. Mix mantuvo las manos donde las tenía y sujetó la almohada mientras contaba hasta cien, doscientos… Al llegar a quinientos aflojó las manos y al hacerlo sus dedos rozaron la piel del cuello de la mujer. Estaba frío como el hielo. Mix nunca había tocado a una persona tan vieja (su abuela había muerto a los setenta años) y se preguntaba si todas las ancianas estaban tan frías, si el calor de la sangre, la calidez de la vida, se enfriaban gradualmente con la edad.
Mix volvió a dejar la almohada allí donde la había encontrado y retiró la ropa de cama del cuerpo de la mujer. Se sorprendió al verla completamente vestida. Quizá siempre se fuera así a la cama y no se quitara la ropa. Sacó la sábana encimera de debajo de la manta y la colcha y empezó a envolver el cuerpo con ella. Como ya tenía cierta experiencia en ese tipo de cosas, estaba menos temeroso y torpe. El temblor que no podía explicar había cesado por completo. Se sentía muy calmado y resignado. Había tenido que hacerlo. Antes de rodearle la cabeza y la cara con el extremo de la sábana se obligó a mirar. Los ojos de la mujer, abiertos de par en par, le hicieron pensar en los de Danila. Pero los de la chica habían sido jóvenes y limpios, y su cuerpo cálido al tacto. Aquellos otros, legañosos y turbios, descansaban en un nido de arrugas. Y la anciana estaba helada.
Pesaba mucho más que Danila y Mix tardó un buen rato en arrastrarla por las escaleras hasta el piso de arriba mientras el cuerpo iba golpeando cada uno de los peldaños. Se esperaba que volviera a dolerle la espalda, pero no fue así. En cuanto hubo metido el cuerpo en su piso y se tomó un trago, un vaso grande de ginebra, regresó al dormitorio de la mujer y arregló la cama para dejarla tal y como creía que lo habría hecho ella, de un modo un tanto descuidado. Debía de haberse quitado los zapatos antes de meterse en la cama y Mix los metió en el armario, donde se sumaron al revoltijo que ya había dentro. Iba a decirle a todo aquel que preguntara que la mujer había decidido marcharse para recuperarse y lo dejaría todo tal y como lo hubiese hecho ella si se hubiera marchado de verdad.
Mientras la arrastraba hasta el piso de arriba no dejó de pensar en que podría volver a hacerse daño en la espalda, pero no sentía ningún dolor. Y no sabía por qué, pero tenía la certeza de que así continuaría siendo, a menos que le sobreviniera más tarde, como había ocurrido la última vez. En el juicio de Timothy Evans, Reggie había hecho creer al tribunal que él no podía haber matado a la esposa de Evans porque tenía la espalda tan mal que no hubiese podido levantarla. «Yo no voy a tener que acercarme a ningún tribunal -se dijo Mix con resolución-. Me deshago de ella para evitar ir a juicio.»
Bajó para descorrer los cerrojos de la puerta principal por si la abuela Winthrop o la abuela Fordyce decidían pasar por allí a primera hora de la mañana y les extrañaba que la puerta estuviera cerrada. Mix no quería que nadie creyera que había algo raro. Por la noche aquella casa era espantosa, tanto que no debería permitirse que existiera un lugar semejante, pensó el hombre. Si vivías en ella durante mucho tiempo, debías de acabar volviéndote loco. Con la sensación de que todo se desmoronaba y se pudría lentamente a tu alrededor, de que la madera, las colgaduras y las viejas alfombras se desintegraban por horas, por minutos. Si te quedaras quieto y escucharas, casi podrías oírlo, leves goteos y sonidos de cosas que se desprendían, el mordisqueo de las polillas, la pintura desconchándose, astillas, herrumbre y moho convirtiéndose en polvo. ¿Por qué había pensado alguna vez que quería vivir allí? ¿Por qué se había gastado tanto dinero en hacer habitable una pequeña parte de la casa?
Cuando volvió a las escaleras, vio a Otto sentado en el primer rellano. ¿La mujer habría dado de comer al gato? Siempre lo hacía antes de irse a la cama y también lo habría hecho antes de marcharse por la mañana para realizar ese viaje al que se suponía que había ido. Mix fue a ver por si una de esas dos viejas lo comprobaba y encontraba demasiado extraño que el plato del gato estuviera vacío. O bien Otto ya había comido, o bien no le habían puesto comida. Mix abrió una lata y le llenó el plato.
– Echaría veneno en la comida si tuviera -dijo en voz alta.
Otto bajó las escaleras y él intentó darle una patada, pero el gato dio un salto al tiempo que arremetía contra su tobillo desnudo con unas garras como rastrillos. Mix soltó un grito, se llevó la mano a la pierna y la retiró llena de sangre. Profirió una maldición y escudriñó con la mirada la oscuridad iluminada por la luna buscando esa forma y esos ojos, pero Otto había desaparecido, dejando la comida intacta.
Mix fue tras él, sangrando. La luz de la luna entraba por allí donde podía encontrar una ventana sin cortinas o una grieta entre una puerta y su jamba, vertiendo motas y haces de luz blanca. También entraba por las ventanas del rellano y se colaba por la puerta del dormitorio de la mujer, que Mix había dejado entreabierta. Por encima de él, vio a Otto que subía por el tramo embaldosado sin hacer ruido. Al llegar arriba, el gato no vaciló, cruzó el gran cuadrado de luz de luna y torció por el pasillo de la izquierda. Cuando Mix subió, ya no vio al animal por ninguna parte. Había desaparecido en la morada del fantasma, como el familiar de alguna bruja. Mix estaba demasiado asustado para seguirlo hasta allí.
Se le ocurrió volver a buscar los somníferos de Gwendolen, pero le dio miedo. Sabía que era irracional tener tanto miedo, igual que la horrible fantasía que tenía de que si se dormía demasiado profunda y largamente, cuando se despertara adormilado, se encontraría a la policía en el piso, la puerta principal derribada a patadas y a la abuela Fordyce desenvolviendo el fardo en el que estaba el cuerpo de Gwendolen. Tenía que mantenerse alerta, tumbarse a descansar, pero sin dormir. Por la mañana tenía quehaceres que no podían esperar.
A Queenie la habían invitado a un almuerzo familiar de los Fordyce y los Akwaa. Consideró muy amable por su parte que lo hubiesen hecho porque los asistentes serían Olive, su hermana, su sobrina Hazel y los dos hijos de ésta con sendas esposas y dos niños pequeños; ella sería la única persona ajena a la familia. A Gwendolen también la habían invitado, pero ella había rechazado la invitación, cosa que Olive ya sabía que haría y que tal vez fuera el motivo por el que le había preocupado tanto pedírselo.
Gwendolen era una persona difícil. Todo el mundo que tenía contacto con ella lo sabía, pero había que tener en cuenta su edad, diez años más que la propia Queenie, y su soltería. Era bien sabido que uno se volvía egoísta después de tantos años soltero. Queenie y Olive hablaban a menudo de la grosería y «terquedad» de Gwendolen y estaban de acuerdo en que debían aguantarlo y no plantearse retirarle su amistad. También coincidían en que, en su estado actual, era impensable dejarla sola más de unas cuantas horas. Queenie sería la que pasaría por Saint Blaise House por la mañana y Olive intentaría hacerlo más tarde, pues antes estaría muy ocupada con el almuerzo.
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