Las ascuas gemelas que eran los ojos de Otto no se veían por ninguna parte. Mix, que anteriormente nunca había pensado mucho en el gato, se imaginaba entonces cuán maravilloso sería ser él, con casa y comida gratis, sin trabajo ni ninguna necesidad de tenerlo, sin saber lo que era el insomnio, con libertad para recorrer un rico terreno de caza durante todo el día y toda la noche si se le antojaba. Insensible al dolor, ágil, intrépido y dueño de matar cualquier cosa que se cruzara por su camino. Sin sexo, por supuesto. Mix estaba seguro de que a Otto lo habían capado. De todos modos, el sexo era una molestia y no podías echar de menos algo que nunca habías tenido.
Esta pequeña distracción de sus problemas llevó a Mix hasta el salón, donde se preparó un Latigazo con un poquito más de Cointreau de lo habitual. Debería haber atinado a hacerlo hacía un par de horas. Entonces quizá no se habría sentido tan mal. El cóctel surtió su prodigioso efecto y casi al instante hizo que tuviera la sensación de que no había problema que no pudiera resolver. Había que mirar las cosas con perspectiva, tenías que tener claras tus prioridades. En el momento y situación actuales, su prioridad era evitar que la vieja Chawcer hablara con la policía. Mix pensó que era probable que ella no supiera el efecto que sus palabras causarían en ellos. Él sí lo sabía. Ellos estaban buscando el cuerpo de Danila al tiempo que andaban a la caza de su asesino, por lo que se pondrían sobre aviso de inmediato ante la posibilidad de hallarlos a ambos y llegarían en cuestión de diez minutos. Había que detener a esa mujer.
Mix sabía cómo hacer que una mujer se callara. Ya lo había hecho antes.
Gwendolen a duras penas sabía cómo había logrado salir de la cama. Lentamente, consiguió avanzar unos cuantos centímetros. En el jardín del señor Singh había una palmera que se había convertido en una araña de luces de colores. Debían de ser imaginaciones suyas, algo le había pasado en el cerebro. Le resultaba imposible llegar a la puerta, para qué hablar de las escaleras, el salón y el armario de la plata. Le hubiera gustado llamar al médico o incluso a Queenie u Olive, pero para hacerlo hubiera tenido que dejarse caer rodando escaleras abajo. No obstante, que ella supiera, era domingo, aún era domingo y, por muy enojada que hubiera estado con su madre muerta hacía muchos años, el principio de la señora Chawcer de no telefonear a nadie que no fuera de la familia los domingos (y nunca, ningún día de la semana, después de las nueve de la noche) no era algo que se perdiera fácilmente. Así pues, retrocedió como pudo, sin fuerzas para lavarse ni para lo que su madre llamaba «aliviarse», vio que el árbol imaginario seguía allí, brillando con estrellas centelleantes de colores, y cayó en la cama aún totalmente vestida, aunque se las arregló para descalzarse un pie que utilizó para quitarse el otro zapato.
Se quedó allí tumbada boca arriba y con la mano derecha, la que tenía bien, tiró de la colcha para taparse. Ya se imaginaba lo que le ocurría, se lo había figurado hacía una hora, pero hasta entonces no fue capaz de expresarlo con palabras silenciosas. Había sufrido un ataque de apoplejía.
Mix había salido al rellano porque la mujer hacía mucho ruido para salir de la cama. ¿Qué le pasaba? Quizá siempre hiciera el mismo ruido cuando se iba a dormir. No sabría decirlo, no recordaba haberse fijado en ello antes.
Se preguntó si sería capaz de matarla a sangre fría. Con Danila había sido distinto. Esa chica lo había enfurecido con sus insultos y su ataque no provocado contra Nerissa. La luz del rellano se apagó y la luz que proyectaba la ventana Isabella había desaparecido desde que la farola se apagó. «Cuando esté aquí solo voy a cambiar todas las luces para que tarden más en apagarse y voy a comprar bombillas normales, de cien o ciento cincuenta vatios, no esta porquería que hay ahora. No será por mucho tiempo. Pronto me iré de aquí», pensó.
Volvió la mirada hacia el fino haz de luz que salía de la puerta de entrada de su piso, ligeramente entreabierta, y cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, la dirigió al pasillo de la mano izquierda. Una figura se alejaba caminando en silencio de espaldas a Mix, como si hubiese salido de la habitación más próxima. Al llegar a la puerta del fondo se volvió, lo vio y se quedó inmóvil. Mix distinguió el brillo de las gafas que llevaba sobre su nariz aguileña. Entonces el fantasma se encogió levemente de hombros. Tendió las manos en esa clase de gesto que indica dudas o desesperación y sus labios se separaron. De ellos no salió ni un sonido. Mix cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos el fantasma ya no estaba.
El miedo que normalmente sentía parecía haberse desvanecido en parte por el terror aún mayor de la policía. No se movió de donde estaba, con la vista clavada en el espacio que había ocupado el fantasma. Ese encogimiento de hombros tenía algún significado. El fantasma había intentado decirle algo. Quizás hubiera querido aconsejarle que hiciera lo que Mix ya prácticamente había decidido hacer. Él, Reggie, había matado a seis mujeres y no se había inmutado demasiado. Nadie sabía por qué había matado a su propia esposa, pero la opinión era que ella había averiguado lo de los asesinatos y no sólo se negó a protegerlo, sino que amenazó con hacer precisamente lo que la vieja Chawcer iba a hacerle a él. Así pues, ¿era eso lo que su fantasma le había estado diciendo? «Mátala. Yo no me lo pensé dos veces. Mátala y haz lo que hice yo con Ethel.»
Las ideas habían empezado a abandonar la cabeza de Gwendolen, dejándola prácticamente vacía. Stephen Reeves apareció de forma fugaz antes de desaparecer por una calle larga por la que corrían dichas ideas y donde, en la distancia, al borde de algo indefinible, Gwendolen distinguía unas formas borrosas que tal vez fueran sus padres, o puede que no. Estas formas también se desvanecieron paulatinamente y se deslizaron hacia el otro lado de ese borde por el que Stephen se había marchado. Ella estaba sola en el mundo, pero eso no tenía nada de extraño. Siempre había estado sola. Y en aquellos momentos, mientras algo retumbaba y murmuraba allí donde habían estado las ideas, supo que iba a marcharse de este mundo sola. Por ningún motivo en especial, sin ningún deseo concreto, ordenó a sus manos y brazos que se movieran, pero éstos ya no la obedecían y ella estaba demasiado cansada para volver a repetírselo. Respiró con lentitud, inspiró y espiró, inspiró y, al cabo de mucho rato, espiró, inspiró de nuevo muy levemente y espiró con un prolongado suspiro vibrante. De haber habido observadores, éstos hubiesen esperado a la próxima inhalación y, al ver que ésta no tenía lugar, se hubieran levantado de sus asientos, le hubieran cerrado los ojos y tapado la cara con la sábana.
La brillante luz de la luna entraba a raudales en el dormitorio. Cuando se metió en la cama, Gwendolen estaba demasiado enferma y demasiado cansada como para correr las cortinas y, en las cuatro horas que habían transcurrido desde entonces, una luna casi llena había remontado el cielo despejado de nubes. Debido a la posición de la gran cama doble y a la altura y anchura de la ventana, la luna situada entre las cortinas medio abiertas extendía una franja pálida sobre la ropa de la cama, una banda de blancura, y sumía el rostro de la mujer en la oscuridad. Las luces de la casa del señor Singh se habían apagado antes de lo que era habitual y el árbol con luces de colores también estaba a oscuras.
Para su consternación, Mix se sorprendió temblando al entrar en el dormitorio, no solamente por la temperatura, sino también de miedo. De todos modos, allí dentro no había nada que debiera temer. Aquella vez el fantasma ni siquiera le había producido escalofríos. Todas las puertas de abajo estaban cerradas con llave y, allí donde era posible, con el cerrojo echado. Estaban los dos solos. El fantasma estaba en el piso de arriba, por supuesto, pero Mix había tenido la sensación, y todavía la tenía, de que Reggie aprobaba lo que estaba a punto de hacer. Y el dolor de espalda se le había pasado de un modo desconcertante. No había tomado más ibuprofeno y aun así había desaparecido. Ahora iba a estar bien.
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