Ruth Rendell - Trece escalones

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La octogenaria Gwendolen Chawcer, una solterona que jamás logró escapar a la posesiva personalidad de su padre, vive entregada a la lectura compulsiva y a la fantasía de un viejo amor imposible en St. Blaise House, la mansión victoriana de la familia en el barrio londinense de Notting Hill. Pero tan melancólica y plácida existencia se ve alterada cuando, haciendo caso al consejo de unas amigas, decide alquilar la planta de arriba de la casa.
Su nuevo arrendatario, Mix Cellini, es un mecánico de máquinas de fitness con una fijación: los crímenes que John Christie cometió sesenta años antes en el número 10 de Rillington Place, apartamento del horror a escasa distancia de St. Blaise House. Gwendolen no tarda en descubrir tan siniestra obsesión, pero ignora que ésta irá adquiriendo tintes cada vez más macabros cuando Mix se enamore perdidamente de la modelo Nerissa Nash.
Con Trece escalones, Ruth Rendell presenta con su maestría habitual un retrato perturbador y perverso de dos personajes tremendamente dispares pero a la vez hermanados por sus neurosis románticas. De paso, la gran dama de la novela de suspense psicológico incide en temas tan espinosos como el culto a los grandes criminales de la historia o las ansias de celebridad que caracterizan a nuestra sociedad.

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Gwendolen caminó por Cambridge Gardens pensando en todo esto y cada vez más consternada. ¡Ojalá no hubiera echado la carta al buzón! Escribiría otra, era lo único que podía hacer, y no esperaría una respuesta. Con la opinión que tenía sobre ella, lo más probable era que no se dignara a contestarle. Con razón no había asistido al funeral de su madre y no había vuelto a visitarla a ella. No era de extrañar que se hubiese casado con Eileen Summers después de todo. Sobre todo ello andaba rumiando cuando se encontró frente a frente con Olive Fordyce, que paseaba con Queenie Winthrop. Queenie llevaba un carro de la compra en el que se apoyaba como si fuera un andador y Olive llevaba a Kylie de la correa.

– ¡Por Dios, Gwendolen, si estabas en las nubes! -comentó Queenie-. En otro mundo. ¿En quién estabas pensando? ¿En tu querido? -le guiñó el ojo a Olive y ésta le devolvió el guiño.

Para Gwendolen, eso pasaba de castaño oscuro.

– ¡No seas estúpida!

– Espero que sepamos aceptar una broma -repuso Queenie con bastante frialdad.

Entonces intervino Olive.

– No discutamos. Al fin y al cabo, ¿no es cierto que sólo nos tenemos las unas a las otras?

Esto no les sentó muy bien a las otras dos.

– Muchas gracias, Olive. Te lo agradezco de verdad -Queenie se irguió en todo su metro cincuenta y cinco-. Yo tengo dos hijas, por si acaso se te ha olvidado, y cinco nietos.

– No todos podemos tener tanta suerte -dijo Olive en tono pacífico-. Bueno, Gwen, ahora que tengo la oportunidad, quiero pedirte un favor muy grande. Es mi sobrina. ¿Puedo llevarla a verte algún día de esta semana?, es que de verdad que se muere de ganas de ver tu casa.

– Eso es lo que tú dices -contestó Gwendolen de mal humor-. Pero no vendrá, nunca viene. Yo me tomo todas las molestias y ella no puede dignarse a venir.

– Esta vez irá. Te lo prometo. Y no hace falta que te molestes con los pasteles. Estamos las dos a dieta.

– ¿En serio? Bueno, supongo que puede venir. Seguirás dale que te pego con el tema hasta que diga que sí.

– ¿Podríamos quedar, digamos, el jueves? Te prometo que no traeré a mi perrito. Ese anillo que llevas es precioso.

– Lo llevo todos los días -replicó Gwendolen en tono gélido-. Nunca salgo sin él.

– Sí, ya me he fijado. ¿Es un rubí?

– Por supuesto.

Gwendolen recorrió el camino de vuelta a casa furiosa y consternada. Esa tonta de Olive y la sobrina le daban igual, no eran más que un incordio sin importancia, como un mosquito que zumbara por tu dormitorio por la noche. Tampoco importaba demasiado que Olive nunca se hubiera fijado en el anillo con anterioridad. Su única preocupación verdadera era Stephen Reeves. A estas alturas ya habrían recogido el correo y esa carta estaría de camino a Woodstock. Debía escribir de nuevo y aclarar las cosas. Él debía de haberse pasado todos estos años considerándola una mujer de bajo sentido ético. Tenía que hacer que la viera tal y como era en realidad.

12

Iba a pasar mucho tiempo antes de que la policía supiera de la desaparición de Danila Kovic. Había sido una chica solitaria que llegó a Londres desde Lincoln por orden de Madam Shoshana y que, aparte de Mix Cellini, no tenía amigos en la ciudad. La habitación en Oxford Gardens se la había encontrado una conocida que su madre tenía en Londres. Danila no conocía a esta mujer ni a su esposo, nunca había estado en su casa de Ealing y no sabía nada de ella. En cuanto a su madre, ella había llegado a Grimsby como refugiada de Bosnia trayendo consigo a su hija pequeña y, puesto que su esposo había muerto en la guerra, se había vuelto a casar. En ocasiones Danila decía (cuando tenía a alguien a quien decírselo) que su madre estaba menos interesada en ella que en su actual marido y los dos hijos de ambos. Mandarla a Londres fue una manera de quitársela de encima.

Cuando Danila llevaba un mes en Londres, su madre murió de cáncer. Ella fue a casa para el funeral, pero su padrastro dejó muy claro que no quería que se quedara con él. Regresó a Notting Hill con diecinueve años. Se había quedado prácticamente sola en el mundo. No poseía ningún atractivo especial, ni aptitudes y sólo tenía un amigo.

A mediados de semana, cuando todavía no había acudido al trabajo, Madam Shoshana se desentendió de ella y se preocupó únicamente en encontrar quien la reemplazara. Si alguna vez pensó en Danila, fue para concluir que la joven se había hartado del empleo o se había marchado con algún hombre. Según la experiencia de Shoshana, siempre había algún hombre por ahí para que una chica se largara con él. Hoy en día la gente parecía vagar por el país, en realidad por toda Europa, siempre que les apetecía. Danila no tenía por qué pensar que mantendría el puesto vacante para ella.

Kayleigh Rivers no tenía una relación muy estrecha con Danila. Nunca habían estado la una en casa de la otra, pero habían salido a comer en dos ocasiones y una vez fueron al cine. Era lo más parecido a una amiga que tenía Danila y la única persona que la conocía a quien le preocupaba dónde podía estar.

Detrás del mostrador, con su disfraz de vendedora de alfombras turca, Shoshana telefoneó a una agencia que ya había utilizado en otras ocasiones, el Beauty Placement Centre, y le enviaron a una empleada temporal. Justo a tiempo, pues tenía un nuevo cliente que iría a verla cuando representara el papel de adivina.

Un rencoroso mensaje de voz que recibió en su móvil advirtió a Mix que no se molestara en asistir a la fiesta de compromiso de Ed y Steph. No sería bien recibido. La fiesta, dijo Ed, era para los amigos y los que les deseaban bien. No habría sitio en el Sun in Splendour para aquellos que no cumplían sus promesas.

– ¡Menudo follón por nada! -dijo Mix en voz alta en el coche.

Aquella espantosa noche en la que la chica lo había provocado y la había golpeado hasta matarla, cuando se lo había buscado tan claramente como si hubiese dicho «Mátame», hubo momentos en los que pensó que sus probabilidades de conocer a Nerissa se habían frustrado para siempre. No obstante, a medida que iban transcurriendo los días empezó a sentirse mejor. Se obligó (estaba orgulloso de ello) a telefonear al gimnasio y preguntar por Danila. La respuesta que le dieron lo animó muchísimo.

– Gimnasio Spa Shoshana. Le atiende Kayleigh.

– ¿Puedo hablar con Danila?

– Lo siento, Danila se ha marchado. Ya no trabaja aquí.

No resultaba difícil interpretar eso como la implicación de que ellas pensaban que había dejado el trabajo. Si estuvieran preocupadas, si pensaran que podrían haberla secuestrado, asesinado o ambas cosas, no le hubieran dicho que se había marchado. Hubieran dicho algo sobre que había desaparecido. Pensó que tal vez nunca la echaran de menos, quizá no había nadie que la buscara o a quien le preocupara qué había sido de ella. En alguna parte había leído que cada año desaparecen miles de personas a las que nunca encuentran.

Casi como una idea de último momento, solicitó hablar con Madam Shoshana.

– Veré si está disponible.

Lo estaba y Mix concertó una cita. Un miércoles por la tarde, cuando subía por las escaleras, Danila se había encontrado con Nerissa que bajaba. ¿Por qué no podría encontrársela él este miércoles? Claro que el día que él la había visto entrar en el gimnasio no era un miércoles por la tarde, sino algún otro día laborable por la mañana. Aun así, depositó sus esperanzas en que la joven fuera a ver a Shoshana al día siguiente.

Si esto fallaba, haría que alguien le causara un desperfecto a su coche y luego él estaría cerca y se lo repararía o al menos la aconsejaría. Era un golpe audaz, pero la verdad era que podría funcionar, y con rapidez. Él la vería intentando arrancar el coche sin conseguirlo y entonces se acercaría y con mucha educación le ofrecería sus servicios. Mix se ensimismó en aquella nueva fantasía. Nerissa estaría tan agradecida cuando oyera funcionar el motor que lo invitaría a una copa. Las personas como ella nunca bebían otra cosa que no fuera champán y ella siempre tenía una botella a punto metida en hielo…, pero no, recordó haber leído que no bebía nada de alcohol. Pero tendría champán para las visitas. Se sentarían, hablarían, y cuando él le contara la devoción que le tenía desde hacía tiempo y lo del álbum de recortes, ella le preguntaría si le gustaría asistir a un estreno como su acompañante aquella misma noche.

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