Ruth Rendell - Trece escalones

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La octogenaria Gwendolen Chawcer, una solterona que jamás logró escapar a la posesiva personalidad de su padre, vive entregada a la lectura compulsiva y a la fantasía de un viejo amor imposible en St. Blaise House, la mansión victoriana de la familia en el barrio londinense de Notting Hill. Pero tan melancólica y plácida existencia se ve alterada cuando, haciendo caso al consejo de unas amigas, decide alquilar la planta de arriba de la casa.
Su nuevo arrendatario, Mix Cellini, es un mecánico de máquinas de fitness con una fijación: los crímenes que John Christie cometió sesenta años antes en el número 10 de Rillington Place, apartamento del horror a escasa distancia de St. Blaise House. Gwendolen no tarda en descubrir tan siniestra obsesión, pero ignora que ésta irá adquiriendo tintes cada vez más macabros cuando Mix se enamore perdidamente de la modelo Nerissa Nash.
Con Trece escalones, Ruth Rendell presenta con su maestría habitual un retrato perturbador y perverso de dos personajes tremendamente dispares pero a la vez hermanados por sus neurosis románticas. De paso, la gran dama de la novela de suspense psicológico incide en temas tan espinosos como el culto a los grandes criminales de la historia o las ansias de celebridad que caracterizan a nuestra sociedad.

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Ella dio un paso atrás y cerró la puerta.

– Alguien debería denunciar a ese hindú a… las autoridades.

Mix se la quedó mirando.

– ¿A qué hindú?

– Al hombre del turbante que tiene los pollos o lo que sea que sean. -Pasó por delante de él hacia lo alto de las escaleras y volvió la cabeza-. ¿Va a salir? -Por la manera en que lo dijo, parecía que Mix estaba infringiendo las reglas.

– Después de usted -repuso él.

Metió la bolsa con la ropa en el maletero del coche, condujo hasta una hilera de contenedores, abrió el del banco de ropa y dejó la falda en la bandeja. El cubo estaba prácticamente lleno y le costó bastante hacer que la bandeja girara y depositara su carga. Allí no cabría nada más. Quizá debiera alejarse un poco para dejar el resto de la ropa. Se encontró conduciendo hacia Westbourne Grove y, reacio a pasar por delante del gimnasio de Shoshana, dobló por Ladbroke Grove hacia Bayswater Road. Al pensar en el gimnasio le vino a la mente algo que Danila le había dicho y que había olvidado hasta ese momento. Nerissa no era socia. Haber ido hasta allí, haber conseguido ese contrato de mantenimiento, tratar de ligarse a esa chica…; todo había sido una pérdida de tiempo. Ella debería haberle dicho que Nerissa sólo había ido allí a que le vaticinaran el futuro hacía semanas. Con eso había cavado un poco más su propia fosa, pensó Mix. Si había una mujer que se hubiera buscado lo que le ocurrió, ésa era ella.

Al subir por Edgware Road, pasó junto a Age Concern, la tienda que vendía artículos de segunda mano con fines benéficos, pero no se atrevió a llevar la ropa allí. Sería mejor dejarla en el contenedor que había al entrar en Maida Vale y en el otro de Saint John’s Wood. Ya que estaba allí bajó las escaleras de Aberdeen Place y, tras comprobar que no hubiera nadie cerca, ninguna embarcación que se aproximara y ningún observador en alguna de las ventanas que daban al lugar, tiró el móvil y las llaves de Danila al canal. Regresó por donde había venido, tomó Campden Hill Square y aparcó a poca distancia de la casa de Nerissa.

Quizá fuera porque eso lo consolaba. El mero hecho de saber que aquélla era su casa y que vivía en ella (con todos sus sirvientes, sin duda, y quizás una buena amiga que se alojara allí) le hacía sentir que tenía alguna ilusión. Podría olvidar haberse deshecho de esa chica y seguiría adelante. ¿Dónde estaría mejor que allí, pensando en nuevas maneras de conocer a Nerissa? Era una casa muy bonita pintada de blanco. La puerta era de color azul y había una planta de flores rojas junto a ella. El periódico todavía estaba en la entrada con la leche al lado. En cualquier momento un sirviente abriría la puerta y cogería el periódico y la leche. Nerissa estaría aún en la cama. Sola, de eso estaba seguro, porque aunque creía haber leído todo lo que se había escrito sobre ella, nunca se había hablado mucho de sus novios, no se había publicado ningún escándalo ni ninguna fotografía vergonzosa en la que se la viera comportándose de manera vulgar con algún hombre en un club. Ella era casta, una chica de bien, pensó Mix, estaba esperando al hombre adecuado…

Se abrió la puerta. No apareció ningún sirviente, sino Nerissa en persona. Mix apenas podía creerse su suerte. Su adoración por ella se hubiera perdido en cierta medida si hubiese salido en bata y zapatillas, pero llevaba puesto un chándal blanco y calzaba zapatillas de deporte del mismo color. Mix consideró qué ocurriría si se acercaba a ella y le pedía un autógrafo. Pero él no quería su autógrafo, la quería a ella. La joven cogió la leche y el periódico y la puerta se cerró.

Satisfecho y tranquilizado por haberla visto, condujo de vuelta a casa, subió al piso de arriba y clavó las tablas del suelo en la habitación en la que había dejado a Danila. Descansaría un poco, comería algo y luego empezaría a pintar esa pared.

El lunes por la mañana, Ed estaba esperándolo en la oficina central y estaba furioso.

– Esos dos clientes me han estado bombardeando con llamadas todo el fin de semana, me han estado incordiando gracias a ti. Hay una que dice que se va a comprar una elíptica nueva, pero que no lo va a hacer con nosotros y que buscará a otra empresa para que se encargue del mantenimiento.

– No sé de qué me estás hablando, colega -dijo Mix.

– Déjate de «colega». No te acercaste a ver a ninguno de ellos, ¿verdad? Ni siquiera pudiste llamarles para explicárselo.

Entonces Mix recordó la llamada que Ed le hizo el viernes por la noche. Fue justo después de que hubiera… «No pienses en eso».

– Se me olvidó.

– ¿Es lo único que tienes que decir? ¿Que se te olvidó? Pues para que lo sepas, estaba muy enfermo. Me había subido la fiebre a cuarenta y la garganta me estaba matando.

– Te has recuperado muy rápido -repuso Mix, que no estaba dispuesto a soportarlo mucho más-. Yo te veo bastante sano.

– ¡Que te jodan! -le espetó Ed.

Ya se le pasaría. Mix pensó que esas cosas nunca duraban mucho con Ed. ¡Ojalá pudiera averiguar cuándo era probable que Nerissa volviera a visitar a Madam Shoshana! Estaba seguro de que si se la encontraba en las escaleras sería capaz de conseguir una cita con ella. Mientras conducía hacia su primer servicio del día, una fanática del ejercicio que tenía cinco máquinas en su gimnasio privado de Hampstead, fantaseó sobre ese encuentro en las escaleras. Le diría que la había reconocido enseguida y que ahora ya no iría a ver a Madam Shoshana, pues su fortuna y su destino no eran importantes, pero había algo especial que quería decirle si le permitía que la invitara a un bar de zumos naturales que había a tan sólo unos pasos calle abajo. Ella aceptaría, por supuesto. A las mujeres les encanta ese rollo de que tienes que decirles algo especial y, como a ella no le interesaban los clubs o las tabernas, la idea de un bar de zumos naturales le resultaría atractiva. Llevaría puesto el chándal blanco, y cuando entraran en el bar, todas las miradas se posarían en ella… y en él. Hasta bebería zumo de zanahoria para complacerla. Cuando los hubieran sentado, él le contaría que llevaba años adorándola, le diría que era la mujer más hermosa del mundo y entonces le…

Casi sin darse cuenta, Mix se encontró con que estaba en Flask Walk y esa yonqui del ejercicio lo esperaba con la puerta principal abierta. La mujer no era muy atractiva que digamos, era nervuda y nariguda, pero también coqueta, y tenía un aire animado y ágil que llevó a Mix a pensar que si surgía la ocasión… Ella se quedó allí observando y admirando mientras él ajustaba la cinta en la máquina de correr.

– Debe de ser fantástico ser un manitas -comentó con efusión.

Mix se quedó mucho más tiempo de lo que había previsto y se le pasó la llamada que había prometido hacer a una mujer de Palmers Green, pero como era una blanda y una incauta no se quejaría.

Después de haber echado al correo la carta para el doctor Reeves, a Gwendolen se le ocurrió una idea muy desagradable. ¿Y si resultaba que él la había amado de verdad y luego se enteraba de su visita a Rillington Place? No cuando la hizo, por supuesto, porque eso había tenido lugar antes de que Christie fuera sospechoso de haber asesinado a nadie. Christie no era la criatura espantosa e infame en la que se había convertido cuando sus crímenes salieron a la luz y empezó su juicio, sino un don nadie, un hombrecillo común y corriente que vivía en un lugar poco recomendable. Aunque Stephen Reeves se hubiese enterado de la visita en aquella época, eso no hubiera tenido ningún efecto en él.

Pero supongamos que se hubiera enterado de ello entonces porque, mientras realizaba sus visitas a domicilio, la hubiera visto acudir allí. Al fin y al cabo, al día siguiente de haber ido con Bertha a ver a Christie, ella había consultado al doctor Reeves por primera vez, ¿y acaso no era lo más probable que él la hubiese reconocido como a la mujer que había visto en Rillington Place el día anterior? Puede que entonces eso no significara nada para él, pero, al inicio del juicio de Christie, todo le hubiera vuelto a la memoria y, tal como dice la gente vulgar, hubiese atado cabos. En el mes de enero le había dicho que le tenía muchísimo cariño y al inicio del juicio de Christie había estado a punto de proponerle matrimonio. Iba a decirle a Eileen Summers que ya no sentía nada por ella. Que Gwendolen Chawcer era su verdadero amor. Pero cuando leyó en los periódicos que Christie había atraído a las mujeres a su casa afirmando realizar operaciones ilegales, lógicamente él habría pensado que Gwendolen había acudido allí para un aborto. ¡Ay, qué horror! ¡Que vergüenza! Ningún hombre decente querría casarse con una mujer que hubiese abortado, por supuesto. Y un médico aún estaría más en contra de semejante cosa.

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