– ¿Dónde la viste? Querrás decir en una foto, ¿no?
– No, en persona. Acude a Madam Shoshana para la tirada de piedras.
Sin tener ni idea de lo que la joven le estaba diciendo y como si fuera a asombrarle una respuesta afirmativa, Mix preguntó:
– ¿No será socia?
– ¿Nerissa? ¡No, qué va! Con esa figura que tiene debe de ir a algún gimnasio del West End, me parece, en Mayfair. Yo había ido a ver a Madam Shoshana para mi tirada (me hace descuento) y me la encontré cuando subía por las escaleras. Era un miércoles, en el mes de julio. Estuvo muy simpática, me dijo hola y comentó que hacía un día estupendo, hizo que te alegraras de estar vivo.
Mix se quedó atónito. Era incapaz de hablar. Había desperdiciado semanas acudiendo a ese sitio, se había entretenido inútilmente con unas máquinas que no necesitaban atención, había malgastado sus noches con ese cardo de mujer y había gastado en ella un dinero que le costaba mucho ganar. Al cabello ingeniosamente cardado y enmarañado de la joven le había ocurrido lo que siempre le pasaba durante sus revolcones, que acababa cayendo en forma de greñas lacias. La furia que invadió a Mix ante la sorpresa de descubrir el verdadero motivo por el cual Nerissa había visitado el local del gimnasio había llegado al punto de ebullición y fue dirigida contra esa chica estúpida, ignorante y fea, de piel blanca como el arroz y pecho huesudo. Nerissa ni siquiera era socia del gimnasio de Shoshana. Había ido allí a ver a una adivina y sin duda se trataba de una visita excepcional.
Danila, que no era en absoluto consciente de la ira de Mix, comentó:
– Pero, claro, de cerca no es la supermodelo de tu foto. Su piel es un poco rugosa…, aunque, bueno, al ser tan oscura, es lógico. Me parece que quienquiera que tomara esta fotografía se afanó mucho con el aerógrafo en…
Mix no oyó el final de la frase. Lo embargó un odio que se sumó a su furia. ¡Cómo se atrevía a criticar a la mujer más hermosa del mundo! El insulto chirrió como si le raspara la mente. Alargó la mano para coger un objeto, cualquier cosa, e infundirle su ira. Su mano se cerró en torno a la Psique de mármol y una vez más le pareció oír a Javy acusándole de haber atacado a Shannon, y ver a su madre allí sin hacer nada.
¿A quién estaba a punto de destruir con aquella arma? ¿A Javy? ¿A su madre? ¿A esa rastrera?
– ¿Qué estás haciendo?
Ya no volvió a hablar, sólo gritó y emitió unos sonidos guturales mientras él la golpeaba repetidamente en la cabeza con la Psique. Mix pensaba que la sangre fluía con suavidad, pero la de esa chica lo roció con unos chorros de color escarlata. Sus ojos permanecieron fijos en él con una expresión de horror y asombro. Mix le asestó un último golpe en la frente para cerrar esos ojos que lo miraban.
Ella fue deslizándose por la fotografía hasta que cayó al suelo de espaldas. Mix soltó la Psique sobre las tablas pulimentadas del suelo. Dio la impresión de que la figura hacía un ruido enorme al caer y él pensó que ello alertaría a una multitud que irrumpiría en la habitación. Pero no vino nadie, por supuesto que no vino nadie. Reinó en cambio una quietud absoluta, el silencio de un vasto desierto o de una casa vacía junto al mar con las olas rompiendo suavemente en la playa. La Psique rodó un poco por el suelo, en un sentido y luego en otro, hasta que se detuvo. El único movimiento era el de la sangre que resbalaba lentamente por el cristal.
Mix se dirigió lentamente hacia la ventana, separó las láminas en lugar de levantar la persiana y miró abajo. Las luces de la parte trasera de las casas de la calle de atrás iluminaban los jardines. Por allí no se veía a nadie. No se percibía movimiento alguno, ni el de un ser humano, ni el de un gato, ni el de un pájaro. Una pálida luna creciente se había alzado en un cielo veteado de nubes. Fue a escuchar tras la puerta de entrada. Afuera todo estaba igualmente tranquilo y silencioso.
– Nadie sabe nada de esto -dijo en voz alta-. No saben qué ha ocurrido, nadie lo sabe aparte de mí. -Y entonces, como si alguien lo hubiera acusado y se estuviera defendiendo, añadió-: No quería hacerlo, pero ella se lo buscó. Ocurrió sin más.
Su reacción fue encerrarse en el dormitorio donde no pudiera ver lo que había hecho y esconderse. Estuvo un rato sentado en la cama con la cabeza apoyada en las manos, aunque con la puerta todavía abierta. El timbre del teléfono le dio el susto más grande de su vida. Dio un respingo tan violento que temió haberse roto un hueso. «Hice mal y la gente lo sabe. Alguien ha llamado a la policía -pensó-. La habrán oído gritar y a mí soltar la figura.» El teléfono dejó de sonar, pero al cabo de unos segundos empezó de nuevo. Esta vez tenía que responder y lo hizo con voz ronca y temblorosa.
– Da la impresión de que tú también te has contagiado -dijo Ed.
– Estoy bien.
– Ya. Bueno, pues yo no. Me parece que tengo un virus, así que, ¿podrías hacer dos de mis visitas mañana? Son las importantes. -Ed le dijo el nombre de los clientes y le dio sus números de teléfono. O al menos es lo que Mix supuso que estaba haciendo. No pudo asimilarlo-. Sé que es sábado, pero no te llevará mucho tiempo, más bien lo que quieren es quedarse tranquilos.
– De acuerdo. Lo que tú digas.
– Genial. Otra cosa, Mix, el miércoles Steph y yo vamos a prometernos. Para entonces ya me habré recuperado. Las copas corren de mi cuenta en el Sun a las ocho y media, de modo que pásate por allí.
Mix colgó el teléfono. Volvió poco a poco al salón a tientas, con los ojos cerrados. Antes de abrirlos se le ocurrió la idea de que podría ser que lo hubiese soñado todo, que sólo fuera una pesadilla espantosa. En el suelo no habría nada. Ella se habría marchado a casa. Fue a ciegas hacia un sillón, se sentó en él con la vista al frente y lo primero que vio al abrir los ojos fue la sangre en el cristal. Ya se estaba secando. Algunos de los finos hilos no habían llegado al suelo, sino que se habían coagulado formando líneas y glóbulos de un carmesí negruzco. Lo que creyó que era un suspiro se convirtió en un sollozo y un prolongado estremecimiento recorrió su cuerpo.
¿Se había sentido así Reggie? ¿O acaso él era más fuerte y firme? Mix no quería reconocer algo así. La chica se lo había buscado…, cosa que también parecía poder decirse de algunas de las víctimas de Reggie. Sabía que tenía que hacer algo. No podía dejarla allí. Aunque le llevara toda la noche, debía limpiarlo todo y decidir qué hacer con la cosa del suelo. Sus ojos, que él había intentado cerrar, permanecían abiertos bajo la herida de la frente, mirándole. Mix sacó una servilleta de hilo gris de un cajón y le tapó la cara con ella. Después de hacerlo la cosa mejoró.
Aún iba desnudo, salvo por los calzoncillos, que se habían manchado un poco de sangre. Se los quitó, los tiró al suelo y se puso unos vaqueros y una sudadera negra. La chica había caído fuera del borde de la alfombra, de modo que casi toda la sangre impregnaba la pálida madera lustrada, las paredes y el cristal del retrato. Había sido una buena idea gastarse una fortuna en ponerle un cristal. El hecho de que fuera capaz de pensar así le reconfortó. Se estaba recuperando. Lo primero que tenía que hacer era envolver el cuerpo y moverlo. ¿Qué iba a hacer después? Qué iba a hacer con el cadáver, quería decir. ¿Llevárselo a alguna parte en el maletero del coche, a un parque o a un edificio en obras y arrojarlo allí? Cuando lo encontraran, no sabrían que lo había hecho él. Nadie sabía que se veían de vez en cuando.
Encontró una sábana que le serviría. Cuando se mudó a Saint Blaise House, se había comprado toda la ropa de cama nueva, pero le quedaban algunas cosas de la época que pasó en Tufnell Park. ¡Anda que no habían cambiado sus gustos desde que compraba sábanas rojas! De todos modos, el rojo iría bien para su propósito porque la sangre no se notaría. Enrolló el cuerpo con la sábana intentando mirar lo menos posible. La joven era muy ligera y frágil y Mix se preguntó si no habría sido anoréxica. Tal vez. Sabía muy poco sobre ella, no le había interesado.
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