Ruth Rendell - Trece escalones

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La octogenaria Gwendolen Chawcer, una solterona que jamás logró escapar a la posesiva personalidad de su padre, vive entregada a la lectura compulsiva y a la fantasía de un viejo amor imposible en St. Blaise House, la mansión victoriana de la familia en el barrio londinense de Notting Hill. Pero tan melancólica y plácida existencia se ve alterada cuando, haciendo caso al consejo de unas amigas, decide alquilar la planta de arriba de la casa.
Su nuevo arrendatario, Mix Cellini, es un mecánico de máquinas de fitness con una fijación: los crímenes que John Christie cometió sesenta años antes en el número 10 de Rillington Place, apartamento del horror a escasa distancia de St. Blaise House. Gwendolen no tarda en descubrir tan siniestra obsesión, pero ignora que ésta irá adquiriendo tintes cada vez más macabros cuando Mix se enamore perdidamente de la modelo Nerissa Nash.
Con Trece escalones, Ruth Rendell presenta con su maestría habitual un retrato perturbador y perverso de dos personajes tremendamente dispares pero a la vez hermanados por sus neurosis románticas. De paso, la gran dama de la novela de suspense psicológico incide en temas tan espinosos como el culto a los grandes criminales de la historia o las ansias de celebridad que caracterizan a nuestra sociedad.

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– Madam Shoshana quería que me quedara a trabajar hasta tarde, pero le dije que no podía, que iba a ver a mi novio. No le dije que eras tú porque es clienta tuya. Pensé que podría parecer raro.

Mix comprendió que podría dejarla cuando le apeteciera. No habría repercusiones. Mientras tanto, no le importaba tirársela cuando su cuerpo y su mente, y los de ella, entraban en un estado de deseo y relajación gracias al vino tinto dulzón. En ciertos aspectos resultaba una opción mejor que la de Colette Gilbert-Bamber, quien no dejaba de revolverse, retorciéndose, dando mordiscos y gritando instrucciones. Danila yacía pasiva y complaciente, no pedía nada, recibía lo que podía y sonreía cuando el prolongado estremecimiento recorría su cuerpo. Para tratarse de una chica tan huesuda, era sorprendentemente suave al tacto, y cuando la besaba, cosa que hacía de vez en cuando, sus labios finos parecían hincharse y calentarse.

Sin embargo, eso no bastaba para retenerlo, se dijo cuando regresó a Saint Blaise House a medianoche y se tapó los ojos con la bufanda para subir a ciegas el tramo embaldosado por si acaso el fantasma estaba en el pasillo. A Danila no le dijo nada del fantasma pero le preguntó si sabía que Ruth Fuerst había vivido un poco más abajo en esa misma calle.

– ¿Quién?

A Mix siempre le sorprendía descubrir que alguien que vivía en Notting Hill no supiera nada sobre Christie y sus asesinatos. Puede que hubieran pasado cincuenta años, pero lo sucedido aún seguía fresco en las mentes de las personas inteligentes. ¿Qué se podía esperar de una chica con tan pocas luces como Danila?

– La primera mujer a la que asesinó Christie. Vivió en el número cuarenta y uno. -Le habló de Reggie mientras estaban tumbados en la cama después de haber tenido relaciones sexuales. Ruth Fuerst, Muriel Eady, muy probablemente Beryl Evans y su hija Geraldine, unas cuantas más y la propia Ethel Christie. Todas ellas estranguladas y enterradas en la casa o en el jardín-. Si yo fuera él y tú una de ellas -dijo Mix-, te hubiera follado una vez muerta.

– Me tomas el pelo.

– No, ni mucho menos. Eso es lo que hacía. Puedes ir a ver dónde vivía si quieres. No se encuentra lejos de aquí, pero está todo cambiado, ya no es lo mismo. -No se ofreció a enseñárselo-. La anciana propietaria de mi piso, o mejor dicho, de la casa en la que está, lo conoció, tenían una relación estrecha, él iba a practicarle un aborto, pero en el último momento ella cambió de idea.

– Me estás poniendo los pelos de punta, Mix.

Él se echó a reír.

– Voy a abrir la otra botella. No te levantes.

Cuando faltaba un cuarto de hora para la medianoche, Mix se vistió y, cual Cenicienta masculina, se preparó para llegar a casa a la hora fijada. Echó un vistazo a la habitación y pensó que aquello era un verdadero basurero; no es que estuviera particularmente sucia, pero sí muy desordenada, y no se veía ni un solo mueble decente. Las cortinas parecían estar confeccionadas con una sábana partida por la mitad.

– La próxima vez puedes venir a mi casa -dijo Mix tras considerar detenidamente las implicaciones y decidir que Saint Blaise House era un lugar seguro y mucho más cómodo. Le divirtió pensar lo impresionada que iba a quedar-. ¿El viernes sobre las ocho?

– ¿Puedo ir, en serio? -lo miró con ojos centelleantes.

«Menuda estúpida -pensó-, no tiene ni idea.» En realidad, ella no le gustaba. No, eso no era así. El hecho es que la detestaba y se dio cuenta de por qué. Le recordaba a su madre: la misma debilidad y pasividad, la misma ineptitud… Sólo había que ver el desastre que reinaba en su habitación. Al igual que su madre, no era guapa, ni inteligente ni tenía éxito en nada, no poseía ni un atisbo de orgullo y dejaba que se la follara cualquiera que quisiera hacerlo. Ella le dejó hacerlo la primera vez que salieron juntos. Para que valiera la pena tenerlas, las mujeres tenían que ser difíciles de conseguir. No es que Colette lo fuera, pero ella era una ninfómana, todos los técnicos lo decían. El enojo que Mix sentía hacia su madre se estaba transfiriendo a Danila. Ése era el efecto que causaba en un hombre, pensó, hacía que le entraran ganas de pegarle, lo mismo que ocurría con su madre.

Mix se sintió aliviado al ver que ninguno de los vecinos de Danila estaba por ahí, no había señales del hombre de Oriente Próximo y al salir al frío aire de la noche tuvo que decirse a sí mismo que no se preocupara tanto, que él no era Reggie, no era un asesino temeroso de que lo reconocieran cerca del escenario de un crimen. ¿Y qué mas daba que lo viera alguien? De todas formas, al cabo de cinco minutos ya ni se acordarían. Abstraído, empezó a toquetear la cruz que llevaba en el bolsillo. Se encontró con que últimamente lo hacía cada vez más, sobre todo cuando estaba en contacto con el número trece, al pasar por delante del número trece de Oxford Gardens, por ejemplo, o al ocuparse de la cinta de correr número trece en el gimnasio de Shoshana.

Al día siguiente pensó que lo que más merecía su atención era llegar a conocer a Nerissa. De momento no había hecho ningún progreso. Su próximo movimiento podría ser inscribirse en la lista de espera para hacerse socio del gimnasio. Le resultaría muy sencillo conseguir que Danila lo subiera de posición en la lista, que lo pusiera el primero, o incluso que lo dejara entrar saltándose la lista directamente. Entonces podría ir allí cuando quisiera. Y eso le haría bien. Tenía que reconocer que no había conseguido prácticamente nada con sus paseos ni reduciendo la comida basura. Hacía tan sólo media hora, cuando dejó a Colette, se había comprado una barrita Cadbury de fruta y frutos secos y una bolsa de patatas fritas, que habían desaparecido misteriosamente mientras permanecía sentado en el coche pensando.

El viernes se lo preguntaría a Danila. Corrección: el viernes se lo diría, le diría lo que quería y que lo hiciera. Si acudía al gimnasio todos los días durante una semana, seguro que acabaría viendo a Nerissa, y en cuanto la hubiese visto… Mix se dijo que tenía mucha seguridad en su relación con las mujeres y comprendió que era gracias a esta seguridad que lograba conseguir las que él quería. En general. Para ser del todo sincero consigo mismo, admitiría que cuando se trataba de alguien a quien deseaba mucho no tenía tanto éxito. ¿Y eso por qué? Debía recordarlo, y cuando hubiera conocido a Nerissa, ir despacio, con cautela. No había duda de que la deseaba más de lo que había deseado nunca a nadie. Por sí misma, claro está, pero también por la notoriedad que le reportaría.

Se hartó de toda aquella introspección y mientras conducía hacia el domicilio donde tenía que realizar su siguiente servicio dejó vagar su imaginación y se sumió en una fantasía en la que acompañaba a Nerissa a algún acto fastuoso, digamos la ceremonia de entrega de los premios Bafta, donde colocaban una alfombra roja en la acera para que las estrellas caminaran por ella al apearse de sus vehículos. Ella llevaría un precioso vestido trasparente y sus diamantes y él un esmoquin que le sentaría maravillosamente bien a su nueva y delgada figura. Mix nunca había pensado mucho en el matrimonio. Sólo sabía que no era para él, al menos de momento, o quizá cuando se fuera acercando a los cuarenta. Pero ahora… Si jugaba bien sus cartas, ¿por qué no iba a casarse con Nerissa? Si iba a casarse algún día, ¿quién iba a resultar más conveniente que ella? ¿Y quién resultaría más conveniente ahora mismo?

Se decidió por una carta. Aunque hacía ya muchos años que no escribía ni recibía ninguna, Gwendolen consideraba que redactaba bien. Leer cualquier escrito que compusiera resultaría un verdadero placer y éste despertaría en el destinatario una sensación de los buenos tiempos pasados cuando la gente sabía deletrear, escribía en buen inglés sin errores gramaticales y eran capaces de construir una frase. En una misiva que le había enviado una empresa que pretendía suministrarle el gas aparecía la frase: «Tendrá de recibir nuestra comunicación». Por supuesto, ella había contestado con palabras hirientes sobre el indudable y rápido fracaso de cualquier empresa lo bastante insensata como para contratar a analfabetos, pero no había obtenido ninguna respuesta.

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