Ruth Rendell - Trece escalones

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La octogenaria Gwendolen Chawcer, una solterona que jamás logró escapar a la posesiva personalidad de su padre, vive entregada a la lectura compulsiva y a la fantasía de un viejo amor imposible en St. Blaise House, la mansión victoriana de la familia en el barrio londinense de Notting Hill. Pero tan melancólica y plácida existencia se ve alterada cuando, haciendo caso al consejo de unas amigas, decide alquilar la planta de arriba de la casa.
Su nuevo arrendatario, Mix Cellini, es un mecánico de máquinas de fitness con una fijación: los crímenes que John Christie cometió sesenta años antes en el número 10 de Rillington Place, apartamento del horror a escasa distancia de St. Blaise House. Gwendolen no tarda en descubrir tan siniestra obsesión, pero ignora que ésta irá adquiriendo tintes cada vez más macabros cuando Mix se enamore perdidamente de la modelo Nerissa Nash.
Con Trece escalones, Ruth Rendell presenta con su maestría habitual un retrato perturbador y perverso de dos personajes tremendamente dispares pero a la vez hermanados por sus neurosis románticas. De paso, la gran dama de la novela de suspense psicológico incide en temas tan espinosos como el culto a los grandes criminales de la historia o las ansias de celebridad que caracterizan a nuestra sociedad.

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– Siempre me alegra mucho verte. Estaba deseando que llegara este momento.

Él no dijo nada, pero la condujo hacia la escalera. Otto estaba tumbado frente a la puerta del dormitorio de la señorita Chawcer, ocupado en un lavado integral.

– ¡Ay, qué gatito más dulce! -El grito de Danila hizo que Otto se pusiera de pie con un sobresalto y arqueara el lomo-. ¿Es tuyo? ¡No me digas que no es una monada! -Cometió el error de alargar la mano hacia la cabeza de Otto , que retrocedió, le bufó y le lanzó un zarpazo antes de echar a correr escaleras arriba-. ¡Vaya, lo he asustado!

– Vamos -dijo Mix.

Cuando estaban en el rellano frente a la puerta de Mix, ella le preguntó por qué estaba tan oscuro y dijo que la vidriera de colores le daba escalofríos, pero el enojo de Mix se suavizó y pasó a ser una leve irritación cuando la joven empezó a admirar su piso. Danila caminó por su salón y pasó junto al retrato de Nerissa Nash dirigiéndole tan sólo una mirada que a continuación volvió hacia Mix, pero todo lo demás le encantó. ¡Ah, qué persianas! ¡Ay, los cojines, los muebles, los adornos, las pantallas de las lámparas! ¡Qué televisor más alucinante! Esa preciosa figura de una chica en mármol gris. ¿Quién era?

– Una diosa. Psique, me dijeron cuando la compré -respondió. Sirvió un buen trago de ginebra para cada uno con tónica que sacó de la nevera y hielo del congelador. No tenía limón.

– Así pues, ¿te gusta el apartamento?

– Es fabuloso. ¡Lo que pensarás de mi piso tan cutre!

– Me he tomado muchas molestias para tenerlo así.

– No lo dudo. ¿Por qué lees sobre asesinatos horribles cuando tienes un lugar tan encantador como éste? -Había cogido el libro que él había dejado boca abajo sobre el brazo del sofá de paño gris-. ¡Puaj! Es horrible: «Ella estaba inconsciente y la violó mientras la estrangulaba», leyó en voz alta.

– Dame eso -Mix le arrebató el libro-. Ahora ya me has perdido el punto.

– Lo siento. Es que…

– Está bien, no importa. Tráete la bebida al dormitorio.

Cuando viera los muebles y los cuadros, tendrían que volver a pasar por todo el numerito de las exclamaciones y los grititos ahogados. Lo mejor sería acabar cuanto antes para ocuparse del asunto por el que ella había venido. Mix se volvió a llenar el vaso mientras la chica recorría el dormitorio con la misma especie de éxtasis que había mostrado en el salón. Dio unos sorbos. La ginebra que había traído Danila era Bombay, esa tan buena de la botella azul, eso tenía que reconocérselo. Regresó tranquilamente y fingió sorpresa al verla vestida igual que hacía dos minutos.

– Pensaba que ya estarías en cueros.

– Él -se acercó a él-. Mix, ¿siempre tenemos que empezar a hacerlo en cuanto llego? ¿No podemos hablar un rato?

Mix se quedó sorprendido. Era la primera vez que ella mostraba iniciativa, como si tuviera alguna clase de derecho a expresar una opinión sobre el orden de los acontecimientos. Cayó en la cuenta de lo que ocurría. A ojos de la chica, él ahora era su novio y estaba empezando a darlo por sentado. No tardaría en empezar a decirle lo que tenía que hacer en lugar de preguntárselo.

– ¿De qué quieres hablar? -replicó él.

– No lo sé. De cosas. De la compra de los muebles para este piso, de tu trabajo, del mío, de tu precioso gato.

– ¡Ese dichoso gato no es mío! -exclamó casi gritando.

– No hace falta que alces la voz.

Ella se quitó la ropa, pero no del modo que Mix hubiera preferido, no como una bailarina de striptease ofreciendo una excitante actuación. Danila se desvistió como lo hubiese hecho estando sola, colocando las prendas exteriores sobre el respaldo de una silla, dándole la espalda para quitarse el panty y el tanga. ¡Qué manía les tenía a las medias panty ! ¿Y acaso ella no sabía que llevarlas con un tanga era de risa? Se dejó el sujetador puesto hasta el último momento, avergonzada de sus pechos diminutos. «No volveré a verla, encontraré otro modo de conocer a Nerissa», pensó Mix.

Danila se acercó a la cama, pero él la detuvo.

– Espera un momento. -No iba a hacerlo encima de su colcha de satén color marfil; la retiró y la plegó-. Listo -dijo.

Ella le dirigió una mirada servil, pero que al mismo tiempo tenía también algo de perplejidad. Mix se quitó los zapatos y los pantalones, pero se dejó puesta la camiseta y los calcetines. Un hombre no tenía que desnudarse, eso era cosa de la mujer. Una ira latente contra ella, una fría furia que no podía explicar del todo impidieron que se tomara ninguna molestia y lo que ocurrió entonces podría haberse llamado violación, salvo porque Danila no se resistió. Mix se separó de la chica para terminarse la copa.

Al cabo de cinco minutos Danila ya volvía a estar dando vueltas por el piso. Mix oyó que decía:

– ¿Por qué la tienes aquí colgada?

No había duda en cuanto a qué se refería. No obstante, para asegurarse plenamente de su convicción, dijo:

– ¿Te refieres a Nerissa Nash?

– ¿Te has encaprichado con ella?

Mix se levantó. En algún lugar de su interior existía una veta mojigata que tal vez fuera un legado de la infancia que pasó entre los Adventistas del Séptimo Día. Claro que su desaprobación dependía en buena medida de la persona en cuestión. No sabía por qué, pero estaba bien cuando se trataba de Colette y hubiera estado más que bien, fantástico, si hubiese sido Nerissa, pero en el caso de Danila parecía connotar desafío, un dar las cosas por sentado y a él por seguro, y un hacerse valer. Una mujer como ella sabía perfectamente que no se andaba desnuda por el piso de un hombre, que era lo que estaba haciendo, a menos que tuvieras una buena razón para considerarlo tuyo y un interés de propietario por su casa. Mix sacó su bata del armario y cubrió con ella a Danila.

La joven la recibió a regañadientes. Se enfurruñaba cuando la regañaban, lo mismo que hacía la madre de Mix. De pie frente a la fotografía, la señaló y apoyó un dedo sobre el cristal.

– Prácticamente no lleva nada encima. Supongo que no pasa nada.

Sin preocuparse por el dolor que sus palabras pudieran causar, Mix dijo:

– Es preciosa.

Danila no respondió, se quedó con la mirada fija y con el dedo allí donde lo había colocado. Si ya no era muy alta, pareció encogerse un poco y los antebrazos, que la bata dejaba al descubierto, se le pusieron de carne de gallina. Mix sintió que lo embargaba el rencor. Mediante su silencio y su dolor palpable, Danila hizo que se sintiera incómodo.

– ¿Quieres otra copa? -le preguntó entre dientes.

– Todavía no.

Mix abrió la botella de vino. Si seguía con la ginebra no podría volver a hacerlo, y el único propósito de que ella estuviera allí era conseguir hacerlo dos o tres veces. Pensó que con Nerissa sería infatigable. Recordó que la visita de Danila tenía otro propósito. Tenía que preguntarle sobre la lista de socios. Preguntárselo no, decírselo, se corrigió con la copa rebosante de vino en la mano.

– Mira, sobre lo de poder hacerse socio del gimnasio, había pensado…

Ella se dio la vuelta lentamente y Mix vio señales de lágrimas en su rostro. Danila hizo caso omiso de lo que él había empezado a decir.

– La he visto -anunció.

– ¿A quién has visto?

– A ella. A Nerissa Nash.

No era así como él quería que fueran las cosas, en absoluto. Si le decía lo que esperaba que hiciera con la lista, entonces, en aquel momento, ella entendería enseguida que lo único que Mix quería era hacerse socio del gimnasio para conocer a Nerissa. Tendría que volver a aplazar su petición.

Eligió sus palabras con cuidado.

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