Ruth Rendell - Un Beso Para Mi Asesino

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El libro arranca con la muerte de un policía en el atraco a un banco en el que inocentemente se ve envuelto y además, con un triple crimen perpetrado en una mansión. Casos aparentemente inconexos en cuya resolución se ve implicado el inspector jefe Wexford y que se verán seguidos de desconcertantes hechos que, como piezas de un complejo puzzle, tendrán que ser encajados adecuadamente para llegar al culpable.

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– He telefoneado -dijo-. He dicho a Anne que venga -añadió-: Y Barry.

Bib Mew sostuvo el tazón cerca de su pecho y lo envolvió con sus manos. De modo incongruente, Wexford recordó que alguien le había dicho que la gente de Cachemira lleva tarros de carbón encendido debajo de la ropa para calentarse. Pensó que si ellos no hubieran estado allí, la mujer se habría puesto el tazón debajo del jersey. Parecía que el té le producía más alivio para calentarse que como bebida.

– He ido a los árboles -dijo-. Tenía que ir.

Wexford tardó unos momentos en comprender a qué se refería. Ante el tribunal todavía se denominaba «con un propósito natural». Burden pareció desconcertado. Sólo podía haber estado a diez minutos de su casa, pero claro que era posible que se pudiera «tener una urgencia», que se tuviera algún problema en ese sentido. ¿O se temiera utilizar los cuartos de baño de Tancred House?

– ¿Dejó su bicicleta -dijo él con amabilidad- y fue entre los árboles y entonces lo vio?

Ella se echó a temblar.

Él tuvo que insistir.

– ¿No siguió hasta Tancred, dio la vuelta?

– Miedo, miedo, miedo. Tenía miedo. -Señaló con un dedo hacia la pared-. Se lo he dicho.

– Sí -dijo Burden-. ¿Podría decirnos dónde?

Ella no gritó. El sonido que emitió era una especie de farfulleo y su cuerpo se estremeció. El té se balanceó en la taza y se derramó un poco. Wexford le retiró el tazón suavemente. Dijo, con su voz más calmada, más tranquilizadora que pudo:

– No importa. No se preocupe por ello. ¿Se lo ha contado al señor Hogarth? -Ella le miró como si no comprendiera. A Wexford le pareció que a la mujer le habían empezado a castañetear los dientes-. ¿El hombre de la casa de al lado?

Un gesto afirmativo. Sus manos volvieron al tazón de té, lo agarraron. Wexford oyó el coche, hizo una seña con la cabeza a Burden para que les dejara entrar. Barry Vine y Anne Lennox habían tardado exactamente once minutos en llegar allí.

Wexford les dejó con ella y se fue a la casa de al lado. La bicicleta del joven americano descansaba apoyada contra la pared. No había timbre ni aldaba, así que utilizó la tapa del buzón, abriéndola y cerrándola con violencia. El hombre que estaba dentro tardó mucho en llegar y cuando lo hizo no pareció muy complacido de ver a Wexford. Sin duda le desagradaba estar implicado.

– Ah, hola -dijo con bastante frialdad; y después, con resignación-: Ya nos conocemos. Entre.

Era una voz agradable. Educada, supuso Wexford, aunque no de la categoría del nivel inmaculado de la Ivy League del señor Littlebury. El muchacho le hizo entrar en una sucia sala de estar, lo que cabe esperar de alguien de su edad -veintitrés o veinticuatro- que vive solo. Había muchos libros en estanterías hechas con tablones colocados sobre montones de ladrillos, un elegante televisor, un viejo sofá verde, una mesa de alas abatibles cargada de libros, papeles, máquina de escribir, instrumentos de metal indefinibles de tipo abrazaderas y llaves inglesas, platos, tazas y un vaso medio vacío de algo rojo. Un montón de periódicos ocupaba el otro único lugar previsto para sentarse, una silla reclinable Windsor. El joven americano los quitó y los dejó en el suelo; quitó también del respaldo, donde colgaban, una camiseta blanca sucia y un par de turbios calcetines.

– ¿Puedo saber su nombre completo?

– Supongo que sí. -Pero no se lo dijo-. ¿Puedo saber por qué? Quiero decir, yo no estoy implicado en todo esto.

– Cuestión de rutina. No tiene por qué preocuparse. Bueno, me gustaría saber su nombre completo.

– Está bien, si así lo quiere. Jonathan Steel Hogarth. -Su actitud cambió y se volvió expansiva-. Me llaman Thanny. Bueno, yo me llamo Thanny, así que ahora todo el mundo lo hace. No todos hemos de ser Jon, ¿no? Imaginé que si una chica llamada Patricia puede ser Tricia, yo puedo ser Thanny.

– ¿Es ciudadano estadounidense?

– Sí. ¿Debería llamar a mi cónsul?

Wexford sonrió.

– Dudo que sea necesario. ¿Lleva mucho tiempo aquí?

– Estoy en Europa desde el pasado verano. Desde finales de mayo. Supongo que estoy haciendo lo que ellos llaman el Gran Viaje. Llevo viviendo aquí tal vez un mes. Soy estudiante. Bueno, he sido estudiante y espero volver a serlo. En la USM en otoño. Así que encontré este lugar, ¿cómo lo llamarían ustedes? ¿Una cabaña? No, un cottage, y me instalé y a continuación se produce esta matanza en la propiedad de ahí arriba, y la señora de la casa de al lado encuentra a un pobre tipo colgado de un árbol.

– ¿Un tipo? ¿Era un hombre?

– Es curioso, no lo sé. Creo que lo di por supuesto.

Ofreció a Wexford una sonrisa triste. Era un rostro delicado, no tanto guapo como fino, con los rasgos como de muchacha, grandes ojos azul oscuro y largas espesas pestañas, la nariz corta y recta, piel sonrosada… y la barba del hombre moreno que hace dos días que no se afeita. El contraste era extrañamente llamativo.

– ¿Quiere que le cuente lo que sucedió? Supongo que fue una suerte que yo estuviera allí. Acababa de regresar de la USM…

Wexford le interrumpió.

– Antes ha mencionado eso de la USM. ¿Qué es la USM?

Hogarth le miró como si fuera un mentecato y Wexford enseguida comprendió por qué.

– Iré allí a estudiar. Universidad del Sur, Myringham: USM. ¿Cómo lo llaman ustedes? Hacen un curso de escritura creativa para postgraduados y yo he solicitado plaza. Sólo estudié Literatura Inglesa como asignatura secundaria, la Historia Militar fue la que elegí como principal, así que pensé que necesitaba más educación si voy a dedicarme a escribir novelas. Había llenado la solicitud y la había llevado. -Sonrió-. No es que no confíe en el correo británico; quería echar un vistazo al recinto. Bueno, como le decía, había entregado mi solicitud y regresado aquí… ¿cuándo? Calculo que hacia las dos, las dos y diez. Oí que aporreaban mi puerta y el resto ya lo sabe.

– No del todo, señor Hogarth.

Thanny Hogarth alzó sus delicadas cejas oscuras. Había recuperado el control de sí mismo, algo notable en alguien tan joven.

– ¿No se lo puede contar ella misma?

– No -respondió Wexford pensativo-. No, al parecer no puede. ¿Qué le ha dicho exactamente? -Se le había ocurrido algo no tan inverosímil: que Bib había visto fantasmas, espíritus, duendes, que quizás esto ya lo había hecho en otras ocasiones. No había ningún cuerpo, o lo que colgaba de aquel árbol era una hoja de plástico, un saco movido por el viento. El campo inglés, después del viento y la lluvia, a veces quedaba adornado con restos de politeno grisáceo-. ¿Qué le ha dicho, exactamente?

– ¿Sus palabras exactas? Es difícil recordarlas. Ha dicho que había un cuerpo, colgado… Me ha dicho dónde y después ha empezado a reír y a llorar al mismo tiempo. -Se le ocurrió una idea, al parecer con agrado. De repente quería ayudar-. Podría mostrárselo. Creo que sabría encontrar dónde ha dicho que estaba y enseñárselo.

El viento se había calmado y el bosque estaba silencioso y tranquilo. Se oía algún apagado canto de pájaro, pero los pájaros cantores raras veces viven en los bosques y un sonido más usual era el chillido de algún arrendajo y el distante perforar del pájaro carpintero. Dejaron el coche en el punto donde el camino lateral giraba hacia el sur. Era una parte antigua del bosque de Tancred, con viejos árboles plantados y muchos caídos.

Gabbitas o sus antecesores habían estado allí talando árboles pero habían dejado algunos troncos, llenos ahora de zarzas, como hábitats para los animales. Penetraba tanta luz que zonas enteras del suelo del bosque estaban cubiertas de brillante hierba primaveral, pero más adentro, donde los troncos se apiñaban, un denso mantillo recubría el terreno, crujiente en la superficie por las hojas marrones de los robles.

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