Cesáreo Fernández Duro - Estudios históricos del reinado de Felipe II

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Esta noche se pudiera hacer harto daño en los enemigos. Excúsase D. Alvaro con decir que lo dejó, temiéndose de los moros de la isla no cargasen sobre nosotros al retirar, no sucediendo bien la salida, y los turcos por la otra parte, de manera que no pudiésemos resistir á todos. Teníamos la retirada marina á marina, llana y descubierta, y no era lejos del fuerte más de dos millas el lugar donde los turcos habían desembarcado, que era en los mismos pozos donde nosotros habíamos estado diez días, y teníamos más de 70 caballos, con los de la compañía, y los caballos que había dejado el Visorrey y otros caballeros, no teniéndolos los enemigos ni los de la isla caballos con que enojarnos, porque aún no eran llegados los caballos alarbes que esperaban; y si se dejó por entretener allí la armada, porque no fuese á hacer mal en Sicilia ó en el reino de Nápoles, el mejor entretenimiento fuera matarle la gente, de manera que no la pudiera echar en tierra, y tuviera harto que guardar sus galeras con los que llevaba. Los enemigos sacaron su artillería y municiones en tierra sin que les diésemos empacho, más que tocarles algún arma.

Otra noche invió D. Alvaro á un caballo ligero que se llama Miguel de Huerta, buen soldado, que fuese marina á marina y mirase si hallaba siete barriles pasada una mezquita que estaba entre el campo y el fuerte. Halló cinco barriles; caminando adelante por ver si toparía con los otros, halló dos medias botas. Volvióse á decirlo á D. Alvaro, y invióle á que lo dijera á Quirós, Capitán de caballos. Aquella noche estaba la gente y caballos á punto para salir fuera. Debía de haber concierto con algún renegado, y faltó el designio, pues se dejó de ir.

La noche siguiente inviaron al mismo por ver si estaban allí los barriles; no hallándolos, pasó adelante; vió salir del campo de los enemigos nueve caballos con dos antorchas encendidas; metiéronse adentro, en la isla; él se acercó á sus trincheas sin que nadie le sintiese ni viese; había gran silencio en el campo; parescióle que dormían todos; tocóles arma y vió que acudían todos á la marina huídos.

No partió de los pozos su campo hasta tener encabalgada la artillería y que llegasen los caballos y gente de pie que esperaba Dragut. Entre tanto caminaban por la isla muy á su placer, haciendo daño en las casas y posesiones de los que se habían ido con el jeque. Tomaron de su casa media culebrina y otras piezezuelas pequeñas de bronce.

Venían cada día los turcos á reconocer el fuerte desde unos palmares que estaban á tiro de cañón dél. De allí tiraban á la gente que estaba de guardia á los pozos, donde había cada día escaramuzas, donde había muertos y heridos de todas partes.

Mucha gente de la que se había escapado de las galeras perdidas y de la que se había quedado por embarcar, se iba cada noche á Sicilia en fragatas y barcos por no tener que comer, que no les daban ración á éstos ni á otros muchos que morían de hambre, y la que daban á los soldados era tan poca. Cuando tuvimos agua nos faltó el pan, y cuando volvió á faltar el agua, lo daban de sobra. Para esperar asedio, como esperábamos, no se acertó á dejar ir esta gente. Harto mejor fuera estivar las galeras, fragatas y barcos, y de toda la gente inútil y heridos inviarlos á Sicilia, y retener los sanos y gobernarlos de manera que se sustentaran para poder servir. Desta manera se aventuraban á salir las galeras y se deshacía de la gente que empachaba.

Luego que los enemigos fueron en tierra, mandó D. Alvaro entrar en el fuerte todos los españoles, dejando fuera los alemanes, italianos y franceses, llegados bien al fuerte y reparados con muy buena trinchea. Comenzóse á murmurar desto, y así los metió á todos dentro y mandó salir fuera banderas de españoles. Dende á pocos días mandó desamparar aquellas trincheas y metió toda la gente dentro. Estábamos tan estrechos, que no se podía andar por el fuerte. En el contraescarpe del foso quedaron hasta 400 soldados, y dende á poco los fueron á quitar porque se iban á los turcos. Dentro, en el fuerte, mudaban cada día compañías de una parte á otra, y con esta inquietud anduvimos hasta el cabo.

Los enemigos comenzaron á caminar la vuelta del fuerte diez días después de desembarcados, y firmáronse entre unos palmares, donde estuvieron tres días. Aquí se pudiera salir bien á hacerles daño, por estar tan cerca, que podía haber una milla entre su campo y el fuerte. Alcanzaba allá nuestra artillería.

Salieron una noche, estando allí los enemigos, hasta 150 soldados, y antes que llegasen á las trincheas de los turcos eran descubiertos, y así se volvieron sin hacer nada. De aquí comenzaron los enemigos á hacer trinchea para venir cubiertos con su artillería, sin que la nuestra les pudiese hacer mal.

Salían del fuerte cada día cuatro compañías á la guardia; la que más lejos estaba, serían 500 pasos del fuerte: una de la parte de poniente, donde los enemigos venían; las dos compañías, á los pozos; la otra, á las casas de Dragut, que estaban á la marina por la parte de levante. Teniendo bien reconocido los turcos la poca gente que había en ellas y el mal reparo que tenían, el último de mayo á medio día coménzaron á venir por la parte de poniente y á los pozos, dando muestra de querer escaramuzar como otras veces solían. Viendo que comenzaban á salir los nuestros á la escaramuza y retirábanse por alargarlos más, asegurándolos desta manera, cerraron con ellos de tropel más de 3.000 turcos y los caballos alarbes, que eran los que más daño hacían en los nuestros y mejor peleaban. Nuestra gente era tan poca, que ni los que estaban de guardia ni otros que habían ido á escaramuzar, pudieron resistir la furia de los enemigos, y así se retiraron con ruín orden y harta pérdida de buenos soldados que se hallaron delante en la escaramuza. Nuestra caballería no pareció nada á la de los enemigos; estúvose hecha alto sin osar salir á favorescer nuestra infantería. Los caballos de los enemigos que salieron á esto, serían hasta 100; los demás venían con otros 4 ó 5.000 turcos que venían atrás caminando con la artillería. Pelearon tan bien estos pocos caballos de alarbes y tan valerosamente, que vinieron entre los soldados hasta llegar á las propias trincheas que tenía por reparo la gente que alojaba fuera del fuerte, sin temer la arcabucería y artillería que se les disparaba dél. Si nuestros caballos lo hicieron ruinmente este día, muchos hubo entre los de á pie que, por tenerles compañía, huyeron muy sin vergüenza, y Capitanes con quien se tuvo gran cuenta.

D. Alvaro de Sande los trató muy mal de palabra, diciéndoles que renegaba de la parte que tenía de caballero, si ellos lo eran. Viendo la carga que los enemigos venían dando á los nuestros, acudieron muchos soldados por aquella parte para salir á socorrer. No lo pudieron hacer tan presto que ya los nuestros no fuesen recogidos en las trincheas, y queriendo de nuevo salir á los enemigos, se puso delante el Gobernador Barahona y los hizo tornar. Los turcos se quedaron en las trincheas viejas donde se solía alojar nuestro campo, y pusieron en ellas muchos estandartes y banderetas.

Los alemanes pelearon este día muy bien; mataron muchos turcos, favoreciendo las compañías que eran de guardia á los pozos. La compañía que estaba á la marina de levante, se retiró á su salvo sin recibir daño ninguno. Todo lo que quedó del día se entendió en tirar escopetas y arcabuces de una parte á otra, no cesando nuestra artillería de disparar á donde veía que podía hacer mal.

Aquella misma tarde, acabado de recoger su campo, comenzaron á tirarnos con dos piezas de artillería por la parte de poniente. Tomaban de una marina á otra en torno del castillo, ocupando harto más sitio del que podían guardar con la gente que ellos traían. En tanto que ellos estuvieron desta manera, hobo grande oportunidad para aprovecharnos dellos, si en nosotros hobiera juicio y valor para intentarlo, teniendo como teníamos gente para poder darles la batalla, aunque fueran hartos más de los que eran, porque sin la gente que había de quedar en el fuerte, quedaron los tudescos y compañías de italianos y españoles que estaban por embarcar, sin otros muchos que habían salido de las galeras que se perdieron y la gente que tenían las siete galeras y cuatro galeotas que allí estaban. Con todo esto nos sitiaron, y ganaron los pozos aquel día.

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