Manuel Fernández Juncos - Antología portorriqueña - Prosa y verso

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Antología portorriqueña: Prosa y verso: краткое содержание, описание и аннотация

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Lo segundo, que nadie desconoce los grandísimos males de la ignorancia. Las naciones más adelantadas de la presente edad no pueden vanagloriarse de haber subido al pináculo de la civilización. Ninguna puede citarse, en que dejada la instrucción primaria al cuidado de la potestad paterna, haya conseguido una perfecta ilustración en las masas. Que hay peligros reales en la ignorancia de éstas, nos lo demuestra la historia de todos los países. Si vemos en el día conmoverse la sociedad con revueltas desastrosas ¿á qué podemos mayormente atribuirlo si no á la ignorancia de los pueblos sobre sus derechos y deberes? Desconociendo sus verdaderos intereses se dejan guiar ciegamente por tribunos apasionados que los empujan al precipicio. Si el mundo arde en guerras fratricidas, si el principio de autoridad se encuentra desprestigiado, si la irreligión y la inmoralidad rompen todos los lazos sociales, culpa es de la ignorancia. No todos los peligros vienen del exterior. La antigua Roma murió ahogada por los vicios que alimentaba en su propio seno. Los pueblos mueren como murió la poderosa Roma, y no es por cierto la conquista quien los mata, sino su ignorancia y sus vicios. Estos males sociales no se curan con el sable del soldado. En una sociedad corrompida la rebelión se abatirá mil veces y por millones reproducirá su cabeza la espantosa hidra, mientras las masas no se ilustren con una instrucción sólida y verdadera, basada en los principios del cristianismo. No se diga, pues, que en el estado actual del mundo ha bastado la autoridad paterna, por desgracia tan desprestigiada, para difundir la instrucción en los pueblos, y que éstos tienen el máximun de conocimientos necesarios para su felicidad, sin que sea necesario que los Gobiernos tomen parte activa en ellos.

Lo tercero: aun suponiendo que no existiese un peligro inminente para el Estado, siempre tendríamos sólidos fundamentos en que apoyar el principio de la enseñanza obligatoria. En el derecho civil distinguimos derechos perfectos y rigorosos, y derechos imperfectos y no rigorosos. En el derecho natural no hay semejante distinción; todos los derechos y deberes son perfectos y rigorosos. El derecho civil no puede tomar en consideración todos los derechos y deberes; hace respetar los más importantes, y deja los demás sometidos á la sanción de la justicia divina. Pero de que las leyes civiles no se ocupen de los derechos y deberes llamados imperfectos, no se sigue que éstos sean menos obligatorios á los ojos de la recta razón. El derecho natural, por ejemplo, no me obliga menos á dar limosnas que á respetar la propiedad ajena. El deber que tiene todo padre de instruir á sus hijos en lo necesario, es rigoroso como de derecho natural y divino. Era imperfecto en el derecho civil, porque no había ley que á ello obligara. Pero no hay ningún inconveniente en que un derecho ó deber imperfecto en el orden civil, se convierta en rigoroso, cuando el bien de la sociedad lo reclama. Si los padres olvidan el sagrado deber á que están obligados por las leyes naturales de instruir á sus hijos, el Gobierno que á ello los compele no hará otra cosa que darle la sanción de la ley humana á una ley divina é inmutable. La conveniencia y utilidad de añadir esta sanción humana á la divina, es lo único que se podrá disputar. No hay duda que sería hasta ridículo que se dictaran leyes para castigar los mentirosos, los avarientos, los desagradecidos, etc., los cuales todos tendrán su castigo merecido de la divina justicia, sin que redunde ningún bien ostensible á la sociedad; y sí gravísimos inconvenientes, de hacer justiciables ante los tribunales estos defectos. ¿Pero quién dudará de lo mucho que gana la causa de la civilización y el progreso, disponiendo que el deber que tiene el padre de instruir al hijo se le recuerde cuando lo olvide, y hasta se le compele á su cumplimiento por una ley civil? Si la legítima que me ha de dejar mi padre, cuando muera, que es un bien de un orden menos elevado, está bajo las garantías de las leyes civiles, ¿por qué no ha de estarlo también el caudal de instrucción que de justicia me debe, por haberme puesto en el mundo? ¿Conque es conveniente que haya leyes para compeler á los padres á la obligación natural que tienen de dar el alimento del cuerpo á los hijos, y no lo sería que las hubiese para que les den lo que es más necesario, el sustento de su corazón y de su inteligencia?

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Don Eduardo Neumann. – "Benefactores y hombres notables de Puerto Rico."

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