Manuel Fernández Juncos - Antología portorriqueña - Prosa y verso
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– Tiene vd. razón, compadre: el gobernar debe de ser cosa muy difícil, é imposible el hacerlo bien al que carece de ciertas condiciones. El don de leer en el interior de los hombres se alcanza con el hábito de manejar negocios, y sólo en sueños se adquiere de repente. La honradez, la rectitud de miras, la ilustración suficiente, la firmeza, la prudencia y la abnegación que libran del maléfico influjo de las pasiones, son cualidades, naturales ó adquiridas, que necesita tener el gobernante.
Eso es lo que yo pienso. No hay que envidiar al que manda, porque, teniendo conciencia, debe sufrir mucho y á menudo. Es preferible á gobernar y no hacerlo bien, ser el último de los gobernados.
JOSÉ JULIAN ACOSTA
Entre los portorriqueños ilustres que impulsaron el movimiento intelectual en esta isla durante la segunda mitad del siglo anterior, ninguno ha contribuído tanto como don José Julián Acosta á propagar entre sus paisanos el desarrollo de las ciencias. Dotado de una firme vocación para la enseñanza, la ejerció con breves intermitencias y en distintas formas por espacio de 37 años. Cuando no la ejercía directamente en la cátedra, la realizaba en la tribuna pública, en la Sociedad Económica de Amigos del País, y en el Ateneo más tarde; la ejercía también en todos los actos solemnes, en los cuales pronunciaba discursos llenos de enseñanzas útiles y de altas y fecundas ideas.
El mismo carácter docente que tienen sus últimas obras, se revelaba ya en las excelentes notas con que en su mocedad ilustró la "Historia de Puerto Rico" por el padre Iñigo Abbad, y que le valieron el título de miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Historia.
Nació en la ciudad de San Juan, el 16 de Febrero de 1825, y por las notables disposiciones que demostró en sus estudios primarios, obtuvo una de las doce becas de merced que concedía el Seminario Conciliar de esta ciudad á los escolares más aprovechados. Cursó con tan buen éxito las asignaturas del bachillerato, que á los 18 años era ya profesor de varias de ellas en algunos colegios particulares de San Juan.
Estas aptitudes del joven Acosta llamaron la atención de su profesor de Química, el Padre Rufo Manuel Fernández, quien le incluyó en el grupo de los estudiantes que habían de ir á Madrid para estudiar varias facultades en la Universidad Central, con objeto de enseñarlas después á la juventud estudiosa de Puerto Rico. En este grupo de jóvenes, que se embarcó en el puerto de San Juan, en Abril de 1845, custodiado y dirigido por su insigne maestro el P. Rufo, iba también don Román Baldorioty Castro.
Después de una brillante serie de estudios, obtuvo Acosta el título de Licenciado en Ciencias Físico Matemáticas, y la investidura de Regente de 1ª Clase. Visitó después las Universidades de París y Londres, asistió en Berlín á las lecciones del sabio Humboldt y á las clases de Química del célebre Rammelsberg, y regresó á Puerto Rico en 1853. Un año después desempeñaba ya aquí la cátedra de Agricultura, creada por la Junta de Fomento. Ejerció más tarde la enseñanza en otras varias instituciones, y por último obtuvo una cátedra en el Instituto civil de Segunda Enseñanza, del cual fué luego Director.
Ejerció también el periodismo, y fué el redactor más juicioso y sabio de El Progreso , que inició aquí las luchas políticas después de la revolución nacional del 68, y que era el periódico de más autoridad entre los que defendían las reformas liberales para Puerto Rico. Desempeñó también Acosta durante algún tiempo la jefatura del partido reformista.
Cuando el gobierno de Madrid, en 1866, solicitó el informe de algunos representantes de Cuba y Puerto Rico, acerca de las reformas que debían hacerse en el gobierno y la administración de ambas Antillas, Acosta fué uno de los representantes elegidos, y en aquella memorable Junta sostuvo con gran firmeza y valentía la petición de que fuese abolida inmediatamente la esclavitud en Puerto Rico, con indemnización ó sin ella. Algunos años después repitió estos mismos conceptos en un brillante discurso que pronunció en la Sociedad Abolicionista Española, de Madrid, y que contribuyó notablemente á la solución humanitaria dada al problema social de Puerto Rico por las Cortes de la República.
Era don José Julián Acosta hombre de sólida instrucción, de carácter firme y reposado; su elocuencia era majestuosa y solemne, su trato cortés y caballeroso. Entre sus aficiones intelectuales sobresalían las de educador de la juventud é investigador de asuntos históricos. Hombre de pensamiento más que de acción, defendió las libertades de su país con la palabra y con la pluma; pero nunca tomó parte en conspiraciones ni revueltas.
Además de sus importantes Notas á la Historia de Puerto Rico , escribió y publicó un Tratado de Agricultura , un extenso estudio sobre El derecho prohibitivo y la libertad de Comercio en América , otro sobre El Padre Didón y los Alemanes , una colección muy notable de artículos sobre asuntos varios, y otra de Discursos y Conferencias, y dejó inédita una obra histórica, á la que se dedicaba con gran amor en sus últimos años, y que tenía por título Jovellanos y su tiempo .
Los dos artículos suyos que se insertan á continuación de estas líneas, fueron escritos bajo la impresión de la lectura de dos famosos documentos relativos al sitio de París, y publicados en El Progreso – 1870.
LA CARTA DE VÍCTOR HUGO Á LOS ALEMANES
Pulsar las cuerdas de la lira y enviar al corazón ora piedad, ora terror, como Shakespeare y Calderón, es arduo y glorioso.
Luchar con todo linaje de obstáculos, perseverar en la acción bajo la fe de una idea, como Colón y Lincoln, es colocarse en el más alto punto de la escala moral.
Vivir no sólo en las puras regiones del sentimiento, sino abandonar también su atmósfera tranquila para mostrarse actor en los más graves conflictos de la humanidad y en medio del desencadenamiento de las pasiones más brutales, inspirándose siempre en la idea sublime del Derecho , es á la par y de consumo arduo, glorioso y culminante.
Las raras dotes que esta asociación extraordinaria presupone, embargan la mente… Y sin embargo, nuestro siglo, inmensa masa en fusión, palenque abierto á todo género de pensamientos y empresas audaces, nos ha presentado muchos ejemplos de esta asociación extraordinaria. En sus victorias y derrotas, en sus catástrofes políticas, en sus descubrimientos maravillosos; resumiendo, en sus luchas continuadas con lo pasado y con la materia, ¡cuántos grandes hombres no se destacan! ¡cuán absorta no ha quedado nuestra mente en su contemplación!
Victor Hugo, terminado apenas el largo ostracismo á que le condenó primero la usurpación y en que le retuvo más tarde la conciencia de su derecho, y en pie sobre los muros de París, sitiada por los alemanes, dirigiéndoles su voz, ofrece un nuevo y magnífico ejemplo del genio en harmonía con la acción.
Él, con su imaginación dantesca, tan fecunda en la creación de episodios originales y dramáticos, no imaginó nunca ninguno tan original y dramático como el en que acaba de ser actor principal. En los tiempos futuros, cuando un nuevo Homero cante el sitio de esta nueva Ilion, la figura del gran poeta y del elocuente defensor de la abolición de la pena de muerte se elevará radiante en medio de la de sus émulos y compañeros.
Al canto sublime de la poesía se unirá la elocuente expresión de la escultura: se le erigirá una estatua, en que aparezca con su fisonomía reflexiva y varonil, rotos á sus pies todos los instrumentos de muerte, y con la copia de su carta inmortal en la diestra, mirando hacia el nacimiento del Sol.
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