• Пожаловаться

Carlos Zafón: El Juego del Ángel

Здесь есть возможность читать онлайн «Carlos Zafón: El Juego del Ángel» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Старинная литература / spa. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Carlos Zafón El Juego del Ángel

El Juego del Ángel: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Juego del Ángel»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Carlos Zafón: другие книги автора


Кто написал El Juego del Ángel? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

El Juego del Ángel — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Juego del Ángel», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

-Elija usted.

La dama asintió sin perder la sonrisa y señaló hacia una de las suntuosas butacas que punteaban la sala.

-Si el caballero gusta de tomar asiento, Cloe en seguida estará con usted. Creí que me atragantaba.

-¿Cloe?

Ajena a mi perplejidad, la dama del cabello blanco desapareció por una puerta que se entreveía tras una cortina de cuentas negras, y me dejó a solas con mis nervios y mis inconfesables anhelos. Deambulé por la sala para disipar el tembleque que se estaba apoderando de mí. A excepción de la música tenue y del latido de mi corazón en las sienes, aquel lugar era una tumba. Seis corredores partían desde la sala flanqueados por aberturas cubiertas por cortinajes azules que conducían a seis puertas blancas de doble hoja cerradas. Me dejé caer en una de las butacas, una de esas piezas concebidas para mecerles las posaderas a príncipes regentes y generalísimos con cierta debilidad por los golpes de Estado. Al poco, la dama de blanco regresó con una copa de champán en una bandeja de plata. La acepté y la vi desaparecer de nuevo por la misma puerta. Me bebí la copa de un trago y me aflojé el cuello de la camisa. Empezaba a sospechar que tal vez todo aquello no fuese más que una broma urdida por Vidal a mis expensas. En aquel momento advertí una figura que avanzaba en mi dirección desde uno de los corredores. Parecía una niña, y lo era.

Caminaba con la cabeza baja, sin que pudiera verle los ojos. Me incorporé. La niña se inclinó en una genuflexión reverente e hizo ademán para que la siguiera. Sólo entonces me di cuenta de que una de sus manos era postiza, como la de un maniquí. La niña me condujo hasta el final del pasillo y con una llave que llevaba colgada del cuello abrió la puerta y me cedió el paso. La habitación estaba prácticamente a oscuras. Me adentré unos pasos, intentando forzar la vista. Oí entonces la puerta cerrarse a mis espaldas y, cuando me volví, la niña había desaparecido. Escuché el mecanismo de la cerradura girar y supe que estaba encerrado. Por espacio de casi un minuto permanecí allí, inmóvil. Lentamente mis ojos se acostumbraron a la penumbra y el contorno de la estancia se materializó a mi alrededor. La habitación estaba cubierta de tela negra desde el suelo hasta el techo. A un lado se adivinaba una serie de extraños artilugios que no había visto jamás y que no fui capaz de decidir si me parecían siniestros o tentadores. Un amplio lecho circular reposaba bajo una cabecera que me pareció una gran tela de araña de la que colgaban dos portavelas, en los que dos cirios negros ardían y desprendían ese perfume a cera que anida en capillas y velatorios. A un lado del lecho había una celosía de dibujo sinuoso. Sentí un escalofrío. Aquel lugar era idéntico al dormitorio que yo había creado en la ficción para mi inefable vampiresa Cloe en sus aventuras Los nótenos de Barcelona. Había algo en todo aquello que olía a chamusquina. Me disponía a intentar forzar la Puerta cuando advertí que no estaba solo. Me detuve, helado. Una silueta se perfilaba tras la celosía. Dos ojos brillantes me observaban y pude ver cómo dedos blancos y afilados tocados de largas uñas pintadas de negro asomaban de entre los orificios de la celosía. Tragué saliva.

-¿Cloe? -murmuré.

Era ella. Mi Cloe. La operística e insuperable femme fatale de mis relatos hecha carne y lencería. Tenía la piel más pálida que había visto jamás y el pelo negro y brillante cortado en un ángulo recto que enmarcaba su rostro. Sus labios estaban pintados de lo que parecía sangre fresca, y auras negras de sombra rodeaban sus ojos verdes. Se movía como un felino, como si aquel cuerpo ceñido en un corsé reluciente como escamas fuese de agua y hubiera aprendido a burlar la gravedad. Su garganta esbelta e interminable estaba rodeada de una cinta de terciopelo escarlata de la que pendía un crucifijo invertido. La contemplé acercarse lentamente; incapaz ni de respirar, mis ojos prendidos en aquellas piernas dibujadas con trazo imposible bajo medias de seda que probablemente costaban más de lo que yo ganaba en un año, y sostenidas en zapatos de punta de puñal que se anudaban a sus tobillos con cintas de seda. En toda mi vida nunca había visto nada tan hermoso, ni que me diese tanto miedo.

Me dejé llevar por aquella criatura hasta el lecho, donde caí, literalmente, de culo. La luz de las velas acariciaba el perfil de su cuerpo. Mi rostro y mis labios quedaron a la altura de su vientre desnudo y sin darme ni cuenta de lo que estaba haciendo la besé bajo el ombligo y acaricié su piel contra mi mejilla. Para entonces ya me había olvidado de quién era y de dónde estaba. Se arrodilló frente a mí y tomó mi mano derecha. Lánguida mente como un gato, me lamió los dedos de la mano de uno en uno y entonces me miró fijamente y empezó a quitarme la ropa. Cuando quise ayudarla sonrió y me apartó las manos.

-Siiiihhhh.

Cuando hubo terminado, se inclinó hacia mí y me lamió los labios.

-Ahora tú. Desnúdame. Despacio. Muy despacio.

Supe entonces que había sobrevivido a mi infancia enfermiza y lamentable sólo para vivir aquellos segundos. La desnudé lentamente, deshojando su piel hasta que sólo quedó sobre su cuerpo la cinta de terciopelo en torno a su garganta y aquellas medias negras de cuyos recuerdos más de un infeliz como yo podría vivir cien años.

-Acariciame -me susurró al oído-.Juega conmigo.

Acaricié y besé cada centímetro de su piel como si quisiera memorizarlo de por vida. Cloe no tenía prisa y respondía al tacto de mis manos y mis labios con suaves gemidos que me guiaban. Luego me hizo tenderme sobre el lecho y cubrió mi cuerpo con el suyo hasta que sentí que cada poro me quemaba. Posé mis manos en su espalda y recorrí aquella línea milagrosa que marcaba su columna. Su mirada impenetrable me observaba a apenas unos centímetros de mi rostro. Sentí que tenía que decirle algo.

-Me llamo...

-Siiihhhh.

Antes de que pudiera decir alguna bobada más, me poso sus labios sobre los míos y, por espacio de una hora, me hizo desaparecer del mundo. Consciente de mi torpeza pero haciéndome creer que no la advertía, Cloe anticipaba cada uno de mis movimientos y guiaba mis manos por su cuerpo sin prisa ni pudor. No había hastío ni ausencia en sus ojos. Se dejaba hacer y saborear con infinita paciencia y una ternura que me hizo olvidar cómo había llegado hasta allí. Aquella noche, por el breve espacio de una hora, me aprendí cada línea de su piel como otros aprenden oraciones o condenas. Más tarde, cuando apenas me quedaba aliento, Cloe me dejó apoyar la cabeza sobre su pecho y me acarició el pelo durante un largo silencio, hasta que me dormí en sus brazos con la mano entre sus muslos. Cuando desperté, la habitación permanecía en penumbras y Cloe se había marchado. Su piel ya no estaba en mis manos. En su lugar había una tarjeta de visita impresa en el mismo pergamino blanco del sobre en el que me había llegado la invitación y en la que, bajo el emblema del ángel, se leía lo siguiente:

ANDREAS CORELLI

Editeur

Editions de la Lumiére

Boulevard St.-Germain, 69. Paris

Había una anotación al dorso escrita a mano.

Querido David, la vida está hecha de grandes esperanzas.

Cuando esté listo para hacer las suyas realidad, póngase en contacto conmigo.

Estaré esperando.

Su amigo y lector, A. C.

Recogí mi ropa del suelo y me vestí. La puerta de la habitación ya no estaba cerrada. Recorrí el corredor hasta el salón, donde el gramófono se había silenciado. No había rastro de la niña ni de la mujer del pelo blanco que me había recibido. El silencio era absoluto. A medida que me dirigía hacia la salida tuve la impresión de que las luces a mi espalda se desvanecían, y corredores y habitaciones se oscurecían lentamente. Salí al rellano y descendí por las escaleras de regreso al mundo, sin ganas. Al salir a la calle me encaminé hacia la Rambla, dejando el bullicio y el gentío de los locales nocturnos a mi espalda. Una niebla tenue y cálida ascendía desde el puerto, y el destello de los ventanales del hotel Oriente la teñían de un amarillo sucio y polvoriento en el que los transeúntes se desvanecían como trazos de vapor. Eché a andar mientras el perfume de Cloe empezaba a desvanecerse de mi pensamiento, y me pregunté si los labios de Cristina Sagnier, la hija del chofer de Vidal, tendrían el mismo sabor. Uno no sabe lo que es la sed hasta que bebe por primera vez. A los tres días de mi visita a El Ensueño, la memoria de la piel de Cloe me quemaba hasta el pensamiento. Sin decir nada a nadie -y menos a Vidal-, decidí reunir los pocos ahorros que me quedaban y acudir allí aquella noche con la esperanza de que bastasen para comprar aunque sólo fuese un instante en sus brazos. Pasaba de la medianoche cuando llegué a la escalera de paredes rojas que ascendía a El Ensueño. La luz de la escalera estaba apagada y subí lentamente, dejando atrás la bulliciosa ciudadela de cabarés, bares, music-halls y locales de difícil definición con que los años de la gran guerra en Europa habían dejado sembrada la calle Nou de la Rambla. La luz trémula que se filtraba desde el portal iba dibujando los peldaños a mi paso. Al llegar al rellano me detuve buscando el llamador de la puerta con las manos. Mis dedos rozaron el pesado aldabón de metal y, al levantarlo, la puerta cedió unos centímetros y comprendí que estaba abierta. La empujé suavemente. Un silencio absoluto me acarició el rostro. Al frente se abría una penumbra azulada. Me adentré unos pasos, desconcertado. El eco de las luces de la calle parpadeaba en el aire, desvelando visiones fugaces de las paredes desnudas y el suelo de madera quebrada. Llegué a la sala que recordaba decorada con terciopelos y mobiliario opulento. Estaba vacía. El manto de polvo que cubría el suelo brillaba como arena al destello de los carteles luminosos de la calle. Avancé dejando un rastro de pisadas en el polvo. No había señal del gramófono, de las butacas ni de los cuadros. El techo estaba reventado y se entreveían vigas de madera ennegrecida. La pintura de las paredes pendía en jirones como piel de serpiente. Me dirigí hacia el corredor que conducía a la habitación donde había encontrado a Cloe. Crucé aquel túnel de oscuridad hasta llegar a la puerta de doble hoja, que ya no era blanca. No había pomo en la puerta, apenas un orificio en la madera, como si la manija hubiese sido arrancada de golpe. Abrí la puerta y entré.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Juego del Ángel»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Juego del Ángel» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Carlos Zafón: The Angel's Game
The Angel's Game
Carlos Zafón
Carlos Zafon: The Prince Of Mist
The Prince Of Mist
Carlos Zafon
Carlos Zafón: Rose of Fire
Rose of Fire
Carlos Zafón
Carlos Zafón: Der dunkle Wächter
Der dunkle Wächter
Carlos Zafón
Carlos Zafón: Rosa de fuego
Rosa de fuego
Carlos Zafón
Отзывы о книге «El Juego del Ángel»

Обсуждение, отзывы о книге «El Juego del Ángel» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.