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Retrato del aspecto del Dios que sirve a los hombres presentado por Jesús con la palabra y con su propio comportamiento a favor del prójimo.
Hay un enorme contraste entre esa figura y la temible imagen de Dios que se presentaba en las enseñanzas eclesiásticas antes del Vaticano II, concilio que ha dirigido de nuevo la mirada de la Iglesia hacia el cristianismo del siglo I, sobre todo profundizando en el estudio de los testamentos, y del Nuevo en particular, indagando en sus idiomas originales y ya no en la imprecisa traducción al latín de San Jerónimo.
Estamos en la noche entre el jueves y el viernes de la semana en que cae la Pascua hebrea, en el mes de abril del año 30 (según algunos, en el año 33: a este respecto, se puede acudir a mi ensayo Jesús, nacido en el año 6 «antes de Cristo» y crucificado en el año 30: Una aproximación histórica , Tektime, 2020). La vida pública de Jesús estaba a punto concluir. Faltaban su pasión y muerte y después la Resurrección, aunque esta no se manifestará a todos: afectará solo a los apóstoles y los discípulos, es decir, a la primera Iglesia, que recibirán de Cristo la orden de comunicar ellos mismos la buena nueva de Este como resucitado y salvador (leer, por ejemplo, Mateo 28:16-20) y de suscitar la fe en sus oyentes. Pedro afirma en el libro de los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento: «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de una cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre» (Hc 10:39-43).
Como dice el evangelio de San Juan, libro pleno de símbolos, en la noche entre el jueves y el viernes que precedieron inmediatamente a su pasión y muerte, Jesús, durante la última cena, enseña y tranquiliza a los suyos y también los instruye con una acción: lavándoles los pies. Ese lavatorio es en primer lugar un emblema de la pasión y muerte que ya están próximas: a diferencia de los demás evangelios, el de Juan presenta toda la pasión de Cristo como una marcha triunfal hacia la glorificación, la misma cruz es su trono de rey del universo, el sufrimiento psicológico y físico se simboliza en síntesis en el lavado de los pies de los suyos. Pero no hay solo un símbolo en esa acción. Con ella, Jesús da alegóricamente la más grande de las enseñanzas, que ratificará de inmediato con palabras: el mandamiento nuevo del servicio al prójimo, que es una manifestación de amor, no solo hacia el igual, sino hacia Dios, ese Dios infinito que el hombre, en su propia limitación, no puede amar-adorar adecuadamente si no es indirectamente, queriendo el bien para todos los seres humanos que encuentra y en los cuales se refleja Jesús-Dios.
Según el evangelio de San Mateo, Cristo ya había dicho a los suyos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?" Y el Rey les responderá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo”» (Mt 25:31-40).
El episodio del lavado de pies se cuenta en el evangelio de San Juan: «Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura». (Jn 13:1-5). «Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿entendéis lo que acabo de hacer con vosotros?”» (Jn 13:12). He omitido los versículos 6 a 11 que aquí no nos interesan.
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