Le explicó a don Juan que su delicada salud se debía a su avanzada edad, a huesos rotos que no soldaron debidamente, y al reumatismo. Don Juan dijo que el viejito alzó los ojos al cielo y le confesó a don Juan que era el hombre más desgraciado de la tierra; había acudido a la curandera buscando ayuda, y terminó casándose con ella y convirtiéndose en un esclavo.
– Le pregunté al viejo por qué no se iba de la casa -prosiguió don Juan-. El miedo le agrandó los ojos. Tratando de hacerme callar se atragantó con su propia saliva, luego se puso rígido y cayó al suelo como un leño, junto a mi cama, aún intentado hacerme callar. "No sabes lo que dices; no sabes lo que dices" repitió una y otra vez con una expresión loca en los ojos.
"Y le creí. Quedé convencido que con todo lo que me había pasado, yo nunca fui tan feliz como ese pobre hombre. Y con cada día que pasaba me sentía más y más incómodo, aunque yo la pasaba muy bien. La comida era buena y la curandera siempre andaba fuera de casa y yo me quedaba solo con el viejo. Hablamos mucho. Le contaba de mi vida y me encantaba platicar con él. Le dije que no tenía dinero para corresponderle su amabilidad, pero que haría cualquier cosa por ayudarlo. Me dijo que el auxilio no existía más para él, que ya estaba listo para morir, pero que si mi oferta era sincera, me agradecería desde el más allá si me casara con su esposa después que él falleciera.
"En ese mismo instante supe que el viejito estaba más loco que una cabra. Y también supe que tenía que huir de ahí cuanto antes.
Don Juan dijo que ya me había contado parte de la historia, y que cuando se hubo repuesto lo suficiente para poder caminar sin ayuda de alguien el viejecillo le dio una escalofriante demostración de su habilidad como acechador . Sin ningún aviso o preámbulo, puso a don Juan cara a cara con un ser viviente inorgánico. Presintiendo que don Juan planeaba escaparse, aprovechó la oportunidad para asustarlo con el aliado que de alguna manera era capaz de adoptar una grotesca forma humana.
– Al ver a ese aliado casi me volví loco -prosiguió don Juan-. No podía creer lo que veían mis ojos, y sin embargo el monstruo estaba frente a mí en el umbral de la puerta. Y el frágil viejito estaba a mi lado gimiendo y rogándole al monstruo que le perdonara la vida. Y es que mi benefactor era como los antiguos videntes; podía repartir su miedo, en pedacitos, y el aliado reaccionaba con ese miedo. Yo no sabía eso. Lo único que podía ver con mis propios ojos era a una criatura horrenda que avanzaba hacia nosotros, lista para hacernos pedazos, miembro por miembro.
"Cuando el aliado corrió bruscamente hacia mí, silbando como serpiente, yo me desmayé. Al volver a recuperar el conocimiento, el viejito me dijo que había hecho un trato con el monstruo.
Le explicó a don Juan que el hombre había acordado dejarlos vivir a los dos, siempre y cuando don Juan entrara a su servicio. Con ansiedad, don Juan preguntó en qué consistía ese servicio. El viejito le contestó que consistía en una esclavitud, pero señaló que la vida de don Juan prácticamente llegó a su fin con un tiro de revólver. Si él y su esposa no hubieran pasado por allí y no hubieran detenido la hemorragia, con toda seguridad don Juan habría muerto, así que tenía muy poco con qué regatear, o muy poco por qué regatear. El hombre monstruoso sabía esto y no le dejaba salida alguna. El viejo le dijo a don Juan que se dejara de titubeos y que aceptara el trato, porque de negarse, el hombre monstruoso, que escuchaba tras la puerta irrumpiría en el cuarto y los mataría allí mismo de una vez por todas.
– Tuve suficiente presencia de ánimo para preguntarle al viejo, que temblaba como hoja, cómo nos mataría el monstruo -continuó don Juan-. Dijo que el monstruo pensaba rompernos todos los huesos del cuerpo, comenzando por los pies, mientras gritábamos en una agonía indescriptible, y que tardaríamos por lo menos cinco días en morir.
"Al instante, acepté las condiciones del hombre. Con lágrimas en los ojos el viejito me felicitó y dijo que en realidad el pacto no era tan malo. Íbamos a ser más prisioneros que esclavos del hombre monstruoso, pero que al menos comeríamos dos veces al día; y puesto que teníamos vida, podíamos trabajar para ganar nuestra libertad; podíamos fraguar, tramar, mentir y salir de ese infierno luchando a brazo partido.
Don Juan sonrió y luego comenzó a carcajearse. Parecía saber, de antemano, como iba yo a reaccionar con la historia del nagual Julián.
– Te dije que te ibas a enojar -dijo.
– Realmente no entiendo, don Juan -dije-. ¿Cuál era el motivo para montar un engaño tan elaborado?
– El motivo es muy sencillo -dijo sin dejar de sonreír-. Este es otro método de enseñanza, uno muy bueno. Requiere de una tremenda imaginación y de un tremendo control de parte del maestro. Mi método de enseñanza es más parecido a lo que tú consideras enseñanza. Requiere de una tremenda cantidad de palabras. Yo voy a los extremos de la plática. El nagual Julián iba a los extremos del acecho .
Don Juan dijo que entre los videntes hay dos métodos de enseñanza. Él los conocía bien a ambos. Prefería el método que explica todo y deja que la otra persona conozca de antemano el curso de la acción. Era el sistema que fomenta la libertad, la selección de alternativas y la compresión. Por otra parte, el método de su benefactor era más coercitivo y no permitía ni la selección de alternativas ni el entendimiento. Su gran ventaja era que obligaba a los guerreros a vivir directamente los conceptos de los videntes, sin ninguna elucidación intermediaria.
Don Juan explicó que todo lo que hizo su benefactor con él era una obra maestra de estrategia. Cada una de las palabras y acciones del nagual Julián era premeditada y escogida para crear un efecto particular. Su arte consistía en proporcionar el contexto más adecuado a sus palabras y acciones para que tuvieran el impacto necesario.
– Ese es el método de los acechadores -prosiguió don Juan-. No fomenta la comprensión sino la visión total. Por ejemplo, me llevó casi toda una vida comprender lo que me había hecho al ponerme frente a frente al aliado, y sin embargo yo me di cuenta de todo eso, sin explicación alguna, mientras vivía esa experiencia.
"Te he dicho, por ejemplo, que Genaro no entiende lo que hace, pero se da cuenta cabal de lo que está haciendo. Eso se debe a que su punto de encaje fue movido con el método de los acechadores .
Dijo que si el punto de encaje es movido de su sitio acostumbrado mediante el método de explicarlo todo, como en mi caso, siempre se requiere de otra persona no sólo para ayudar a desplazar el punto de encaje, sino también para dar las explicaciones de lo que está ocurriendo. Pero si el punto de encaje es movido mediante el método de los acechadores , como en su propio caso, o el de Genaro, sólo se requiere del acto catalizador inicial que, de un tirón, saca al punto de donde normalmente está localizado.
Don Juan dijo que cuando el nagual Julián lo hizo enfrentarse al aliado, su punto de encaje se movió con el impacto del miedo. Aunado a su débil condición física, un susto tan intenso era ideal para desplazar su punto de encaje.
A fin de neutralizar los efectos dañinos del susto, su impacto tenía que ser contrarrestado, pero no disminuido. El explicar lo que ocurría hubiera disminuido el miedo. Lo que quería el nagual Julián era asegurarse de que podría utilizar ese miedo catalizador inicial cuantas veces lo necesitara, pero también quería asegurarse de que podía contrarrestar su devastador impacto; ese era el motivo del engaño. Mientras más elaboradas y dramáticas eran sus historias, mayor era su efecto contrarrestante. Si él mismo parecía compartir el aprieto, el susto de don Juan no podía ser tan intenso como el que habría sentido si hubiera estado solo.
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