– Qué viejo idiota -dijo Ronald, cerrando la puerta.
– Se volvió a su pieza -informó Etienne-. Creo que Gregorovius bajó a avisar a la policía. ¿Vos te quedás aquí?
– No, ¿para qué? No les va a gustar si encuentran tanta gente a esta hora. Mejor sería que se quedara Babs, dos mujeres son siempre un buen argumento en estos casos. Es más íntimo, ¿entendés?
Etienne lo miró.
– Me gustaría saber por qué te tiembla tanto la boca -dijo.
– Tics nerviosos -dijo Oliveira.
– Los tics y el aire cínico no van muy bien juntos. Te acompaño, vamos.
– Vamos.
Sabía que la Maga se estaba incorporando en la cama y que lo miraba. Metiendo las manos en los bolsillos de la canadiense, fue hacia la puerta. Etienne hizo un gesto como para atajarlo, y después lo siguió. Ronald los vio salir y se encogió de hombros, rabioso. «Qué absurdo es todo esto», pensó. La idea de que todo fuera absurdo lo hizo sentirse incómodo, pero no se daba cuenta por qué. Se puso a ayudar a Babs, a ser útil, a mojar las compresas. Empezaron a golpear en el cielo raso.
(-130)
– Tiens -dijo Oliveira.
Gregorovius estaba pegado a la estufa, envuelto en una robe de chambre negra y leyendo. Con un clavo había sujetado una lámpara en la pared, y una pantalla de papel de diario organizaba esmeradamente la luz.
– No sabía que tenías una llave.
– Sobrevivencias -dijo Oliveira, tirando la canadiense al rincón de siempre-. Te la dejaré ahora que sos el dueño de casa.
– Por un tiempo solamente. Aquí hace demasiado frío, y además hay que tener en cuenta al viejo de arriba. Esta mañana golpeó cinco minutos, no se sabe por qué.
– Inercia. Todo dura siempre un poco más de lo que debería. Yo, por ejemplo, subir estos pisos, sacar la llave, abrir… Huele a encerrado, aquí.
– Un frío espantoso -dijo Gregorovius-. Hubo que tener abierta la ventana cuarenta y ocho horas después de las fumigaciones.
– ¿Y estuviste aquí todo el tiempo? Caritas . Qué tipo.
– No era por eso, tenía miedo de que alguno de la casa aprovechara para meterse en el cuarto y hacerse fuerte. Lucía me dijo una vez que la propietaria es una vieja loca, y que varios inquilinos no pagan nada desde hace años. En Budapest yo era gran lector del código civil, son cosas que se pegan.
– Total que te instalaste como un bacán. Chapeau, mon vieux. Espero que no me habrán tirado la yerba a la basura.
– Oh, no, está ahí en la mesa de luz, entre las medias. Ahora hay mucho espacio libre.
– Así parece -dijo Oliveira-. A la Maga le ha dado un ataque de orden, no se ven los discos ni las novelas. Che, pero ahora que lo pienso…
– Se llevó todo -dijo Gregorovius.
Oliveira abrió el cajón de la mesa de luz y sacó la yerba y el mate. Empezó a cebar despacio, mirando a un lado y a otro. La letra de Mi noche triste le bailaba en la cabeza. Calculó con los dedos. Jueves, viernes, sábado. No. Lunes, martes, miércoles. No, el martes a la noche, Berthe Trépat, me amuraste / en lo mejor de la vida , miércoles (una borrachera como pocas veces. N.B. no mezclar vodka y vino tinto), dejándome el alma herida / y espina en el corazón , jueves, viernes, Ronald en un auto prestado, visita a Guy Monod como un guante dado vuelta, litros y litros de vómitos verdes, fuera de peligro, sabiendo que te quería / que vos eras mi alegría / mi esperanza y mi ilusión , sábado, ¿adónde, adónde?, en alguna parte del lado de Marly-le-Roi, en total cinco días, no, seis, en total una semana más o menos, y la pieza todavía helada a pesar de la estufa. Ossip, qué tipo rana, el rey del acomodo.
– Así que se fue -dijo Oliveira, repantigándose en el sillón con la pavita al alcance de la mano.
Gregorovius asintió. Tenía el libro abierto sobre las rodillas y daba la impresión de querer (educadamente) seguir leyendo.
– Y te dejó la pieza.
– Ella sabía que yo estaba pasando por una situación delicada -dijo Gregorovius-. Mi tía abuela ha dejado de mandarme la pensión, probablemente ha fallecido. Miss Babington guarda silencio, pero dada la situación en Chipre… Ya se sabe que siempre repercute en Malta: censura y esas cosas. Lucía me ofreció compartir el cuarto después que vos anunciaste que te ibas. Yo no sabía si aceptar, pero ella insistió.
– No encaja demasiado con su partida.
– Pero todo eso era antes.
– ¿Antes de las fumigaciones?
– Exactamente.
– Te sacaste la lotería, Ossip.
– Es muy triste -dijo Gregorovius-. Todo podía haber sido tan diferente.
– No te quejés, viejo. Una pieza de cuatro por tres cincuenta, a cinco mil francos mensuales, con agua corriente…
– Yo desearía -dijo Gregorovius- que la situación quedara aclarada entre nosotros. Esta pieza…
– No es mía, dormí tranquilo. Y la Maga se ha ido.
– De todos modos…
– ¿Adónde?
– Habló de Montevideo.
– No tiene plata para eso,
– Habló de Perugia.
– Querés decir de Lucca. Desde que leyó Sparkenbroke se muere por esas cosas. Decime bien clarito dónde está,
– No tengo la menor idea, Horacio. El viernes llenó una valija con libros y ropa, hizo montones de paquetes y después vinieron dos negros y se los llevaron. Me dijo que yo me podía quedar aquí, y como lloraba todo el tiempo no creas que era fácil hablar.
– Me dan ganas de romperte la cara -dijo Oliveira, cebando un mate.
– ¿Qué culpa tengo yo?
– No es por una cuestión de culpa, che. Sos dostoievskianamente asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos metafísico. Cuando te sonreís así uno comprende que no hay nada que hacer,
– Oh, yo estoy de vuelta -dijo Gregorovius-. La mecánica del challenge and response queda para los burgueses. Vos sos como yo, y por eso no me vas a pegar. No me mires así, no sé nada de Lucía. Uno de los negros va casi siempre al café Bonaparte, lo he visto. A lo mejor te informa. ¿Pero para qué la buscas, ahora?
– Explicá eso de «ahora». Gregorovius se encogió de hombros.
– Fue un velatorio muy digno -dijo-. Sobre todo después que nos sacamos de encima a la policía. Socialmente hablando, tu ausencia provocó comentarios contradictorios. El Club te defendía, pero los vecinos y el viejo de arriba…
– No me digas que el viejo vino al velorio.
– No se puede llamar velorio; nos permitieron guardar el cuerpecito hasta mediodía, y después intervino una repartición nacional. Eficaz y rápida, debo decirlo.
– Me imagino el cuadro -dijo Oliveira-. Pero no es una razón para que la Maga se mande mudar sin decir nada. Ella se, imaginaba todo el tiempo que vos estabas con Pola.
– Ça alors -dijo Oliveira.
– Ideas que se hace la gente. Ahora que nos tuteamos por culpa tuya, se me hace más difícil decirte algunas cosas. Paradoja, evidentemente, pero es así. Probablemente porque es un tuteo completamente falso. Vos lo provocaste la otra noche.
– Muy bien se puede tutear al tipo que se ha estado acostando con tu mujer.
– Me cansé de decirte que no era cierto; ya ves que no hay ninguna razón para que nos tuteemos. Si fuera cierto que la Maga se ha ahogado yo comprendería que en el dolor del momento, mientras uno se está abrazando y consolándose… Pero no es el caso, por lo menos no parece.
– Leíste alguna cosa en el diario -dijo Oliveira.
– La filiación no corresponde para nada. Podemos seguir hablándonos de usted. Ahí está, arriba de la chimenea.
En efecto, no correspondía para nada. Oliveira miró el diario y se cebó otro mate. Lucca, Montevideo, la guitarra en el ropero / para siempre está colgada … Y cuando se mete todo en la valija y se hacen paquetes, uno puede deducir que (ojo: no toda deducción es una prueba), nadie en ella toca nada / ni hace sus cuerdas sonar . Ni hace sus cuerdas sonar.
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