Ayn Rand - Los que vivimos
Здесь есть возможность читать онлайн «Ayn Rand - Los que vivimos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los que vivimos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los que vivimos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los que vivimos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los que vivimos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los que vivimos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– No empecemos a discutir de nuevo, Víctor -le interrumpió Vasili Ivanovitch con voz serena, pero enérgica.
– ¿Quién va a ser un asqueroso pionero? -preguntó Asha.
– Vete a tu cuarto, Asha, o te meteré en la cama -ordenó Irina.
– ¿Tú, y quién más? -observó Asha, y desapareció dando un portazo.
– Verdaderamente -observó Víctor-, si yo soy capaz de estudiar y al mismo tiempo trabajar para mantener a la familia, no comprendo por qué Irina no ha de poder ocuparse eficazmente de esta arrapieza.
Nadie contestó. Vasili Ivanovitch se inclinó sobre un pedazo de madera, que iba tallando cuidadosamente. Irina, con la punta de un cuchillo, trazaba dibujos sobre el viejo mantel. Víctor se levantó.
– Lamento tener que abandonar una visita tan grata y tan rara, Kira, pero debo marcharme. Estoy invitado a comer.
– Sí -añadió Irina-. Pero procura que la señora de la casa no se lleve las servilletas del cuarto de Kira.
Víctor salió.
Kira contempló las herramientas que manejaba con sus rugosas manos Vasili Ivanovitch.
– ¿Qué haces, tío Vasili?
– Un marco -Vasili Ivanovitch levantó la cabeza mostrando orgullosamente su trabajo-. Para uno de los dibujos de Irina. Son tan hermosos que es una lástima dejarlos que se pierdan, abandonados en un cajón.
– Ese es muy bonito, tío Vasili. No sabía que tuviesese tanta habilidad.
– Oh, en otro tiempo lo hacía bastante bien. Pero hace años que no me ocupaba de ello. Era bastante mañoso en… los viejos tiempos, cuando estaba en Siberia, de joven.
– ¿Y cómo te va el empleo, tío Vasili?
– Lo perdió -replicó Irina-.
¿Cuánto tiempo crees tú que puede durar un empleo en un comercio particular?
– ¿Qué sucedió?
– ¿No lo sabías? Cerraron el establecimiento por retraso en el pago de los impuestos. Y el dueño está aún peor que nosotros…
¿Quieres un poco de té, Kira? En un momento te lo hago. Cumplo bastante bien con mis deberes de ama de casa. Los vecinos nos robaron el "Primus", pero Sasha me ayudará a encender el " samovar" en la cocina. Vamos, Sasha -dijo imperiosamente. Sasha se levantó con docilidad.
– No sé por qué le pido que me ayude -dijo Irina sonriendo a su prima-; es el ser más inútil y más hábil que existe- pero sus ojos brillaban de felicidad. Tomó al joven del brazo y se lo llevó a la cocina.
Oscurecía, y la ventana abierta era de un azul vivo. Vasili Ivanovitch no encendió la luz, sino que se inclinó más sobre su trabajo. -Sasha es un excelente muchacho -dijo de pronto-, pero me preocupa. -¿Por qué?
Vasili Ivanovitch murmuró:
– Política. Sociedades secretas. ¡Pobre loco predestinado!
– ¿Víctor sospecha algo?
– Lo temo.
Irina encendió la luz cuando volvió con una bandeja llena de tazas, seguida de Sasha que llevaba un humeante "samovar".
– Ahí estamos -dijo Irina.
Con la cadera empujó una mesita, extendió sobre ella un mantel, que alisó con una mano y con el codo, mientras con la otra sostenía en vilo la bandeja; luego, rápidamente, dejó resbalar las tazas y los platos sobre la mesa y puso los cubiertos, que tintinearon alegremente.
– Y ahí está el té. Y algunos pasteles. Yo misma los hice. Ya me dirás si te gustan, Kira; han sido preparados por una artista.
– ¿Cómo te va el arte, Irina?
– ¿Mi trabajo, quieres decir? Sigo con él. Pero temo que no tengo grandes disposiciones para esos carteles. Me han reprendido dos veces en el Diario Mural. Me dicen que mis campesinas parecen bailarinas y que mis obreros parecen señoritos. Inconvenientes de mi ideología burguesa, ¿comprendes? Y bien, ¿qué quieren? No es mi especialidad. A veces me echaría a llorar: no tengo manera de encontrar ideas para esos malditos carteles.
– Y ahora viene el concurso -dijo tristemente Vasili Ivanovitch, ofreciendo una taza de té a Kira.
– ¿Qué concurso?
Irina vertió distraídamente un poco de té sobre la mesa. -Un concurso interior. A ver quién hace los carteles más hermosos y más rojos. Hay que trabajar dos horas más al día, gratis, por la gloria del Centro.
– Bajo el régimen soviético -dijo Sasha con ironía- no se explota a nadie.
– Estaba pensando -dijo Irina volcando una taza y cogiéndola al vuelo- que había encontrado una buena idea para ganar el concurso. Un obrero y una campesina subidos a un tractor. ¡Malditos sean! Pero he oído decir que el Sindicato de Impresores está haciendo uno simbólico, la unión de un tractor y un aeroplano, que es una especie de espiritualización de la electricidad y de las construcciones del Estado proletario.
– ¡Y qué sueldos! -exclamó Vasili Ivanovitch-. Ha gastado todo el del mes en unos zapatos para Asha.
– Sí -dijo Irina-, pero no podía dejarla ir descalza.
– Trabaja usted demasiado, Irina -dijo Sasha-, y se toma su trabajo demasiado en serio. ¿Para qué estropearse los nervios? Todo esto es transitorio.
– ¡Claro! -dijo Vasili Ivanovitch.
– También lo creo -dijo Kira.
– Sasha es mi ancla de salvación -sonrió, trémula y sarcástica a la vez, la cansada boca de Irina, como si no quisiera dejar ver la involuntaria ternura que acusaba su voz-. La semana pasada me invitó al teatro. Y la otra semana fuimos al Museo Alejandro III y estuvimos un tiempo infinito mirando cuadros.
– Leo regresa mañana -dijo Kira de pronto, como si no pudiese guardar la noticia por más tiempo.
– ¡Oh! ¡Cuánto me alegro! -dijo Irina dejando caer la cucharilla-. ¿Por qué no lo habías dicho? ¿Está restablecido ya?
– Sí; tenía que llegar esta noche; pero el tren llevaba retraso.
– ¿Cómo sigue la tía de Berlín? -preguntó Vasili Ivanovitch-. ¿Continúa ayudándole? Este sí que es un ejemplar cariño familiar. Aunque nunca le haya visto, siento por esa señora una gran admiración. El que, estando lejos y a salvo, sabe hacerse cargo de lo que estamos sufriendo nosotros en esta tumba soviética, tiene que ser forzosamente una persona maravillosa. Esta mujer ha salvado la vida a Leo.
– Tío Vasili -dijo Kira-, cuando veas a Leo, ¿te acordarás de no hablarle de ello? Me refiero al auxilio de su tía de Berlín; ya os dije cuánto le humillaba tener que aceptarlo.
– Claro, niña, lo comprendo muy bien. No te preocupes. Es así; un ser humano socorre a otro ser humano. Pero creo que ahora nos costaría entender lo que en otro tiempo se llamaba "ética". Pero somos bestias que estamos luchando bestialmente. Pero nos salvaremos antes de perdernos completamente.
– No tendremos que aguardar mucho tiempo -dijo Sasha.
Kira observó la mirada furtiva, asustada, implorante de Irina.
Era ya tarde cuando Sasha y Kira se levantaron para marcharse. Sasha vivía lejos, al otro extremo de la ciudad, pero se brindó a acompañar a Kira, porque las calles estaban oscuras. Llevaba un gabán viejo, y caminaba de prisa, inclinado hacia adelante, al lado de Kira, a la luz de un crepúsculo dulce y transparente, por la ciudad impregnada de las fragancias de la tierra cálida bajo el asfalto y los adoquines.
– Irina no es feliz -dijo de pronto.
– No -dijo Kira-. No lo es. Nadie lo es.
– Vivimos en tiempos duros, pero las cosas cambiarán. En realidad ya están cambiado. Todavía quedan hombres para quienes la libertad es algo más que la palabra de los carteles.
– ¿Cree usted que hay posibilidades de éxito, Sasha?
La voz del joven era baja, henchida de apasionada convicción, de una fuerza quieta que obligó a Kira a reconocer que se había equivocado al creerlo tímido.
– ¿Cree usted que el obrero ruso es un animal que lame el yugo mientras le destruyen los sesos a garrotazos? ¿Cree usted que se deja engañar por el ruido que hace un grupo de tiranos? ¿Sabe usted lo que lee? ¿Tiene usted idea de los libros que circulan clandestinamente de mano en mano? ¿Sabe usted que el pueblo está despertando, y que…?
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los que vivimos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los que vivimos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los que vivimos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.