Boris Vian - La espuma de los días

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A medio camino entre la fantasía surreal y la novela, La espuma de los días es un relato brillante y cargado de imaginación que narra dos historias de amor paralelas y el final de los sueños y la inocencia. Envueltos en las nubes irreales de su amor, los protagonistas dan la espalda al mundo real, que no obstante, no tardará en llegar a buscarles. Y las consecuencias de la exposición a la frialdad de la realidad sobre su amor no tardarán en salir a la luz.
Repleta de fantasía y humor, página tras página La espuma de los días es una novela amena y profunda al tiempo, cargada de connotaciones que trascienden a su, en principio, ingenua pulsión. Está escrita con la brillantez de la fantasía y la inspiración, de manera efectiva y divertida. Así que no veo razón para no leerla.

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– ¡Hola!…

Chloé había llegado por detrás. Colin se quitó el guante con rapidez, se enredó en él, se dio un gran puñetazo en la nariz, dijo «¡Ay!» y estrechó la mano de Chloé, que reía.

– Pareces un poco nervioso.

Un abrigo de piel de pelo largo, del color de sus cabellos, y un gorro también de piel; botitas cortas de piel vuelta.

Chloé cogió a Colin del brazo.

– Dame el brazo. Hoy no estás muy espabilado.

– Sí. Las cosas marcharon mejor la última vez -confesó Colin.

Ella se rió otra vez, lo miró y se volvió a reír todavía más.

– Te estás riendo de mí -dijo Colin-. Eso no es muy caritativo.

– ¿No te alegras de verme? -dijo Chloé.

– ¡Sí!… -contestó Colin.

Iban caminando por la primera acera que les salió al paso. Una nubecilla rosa descendía del aire y se aproximaba a ellos.

– ¿Voy? -propuso.

– Ven -dijo Colin.

Y la nubecita les envolvió. Dentro de ella hacía calorcito y olía a azúcar con canela.

– ¡Ya no se nos puede ver! -dijo Colin-. ¡En cambio, nosotros sí podemos ver a la gente!

– Es un poco transparente -dijo Chloé-. No te fíes.

– No importa, de todas maneras se siente uno mejor -dijo Colin-. ¿Qué quieres que hagamos?

– Pasear. Sencillamente pasear… ¿Te aburre? Entonces cuéntame cosas.

– Yo no tengo muchas cosas que contar -dijo Chloé-. Podemos mirar escaparates. ¡Mira ése!… Es interesante.

Dentro del escaparate una hermosa mujer estaba tendida sobre un colchón de muelles. Tenía el pecho desnudo y un aparato le cepillaba los senos hacia arriba con largos cepillos sedosos de pelo blanco y fino. El cartel decía: Economice zapatos con el Antípoda del Reverendo Charles.

– Es una buena idea -dijo Chloé.

– ¡Pero no tiene nada que ver!… -dijo Colin-. Es bastante más agradable con la mano.

Chloé enrojeció.

– No digas cosas de ésas. No me gustan los chicos que dicen cosas feas delante de las chicas.

– Lo siento… -dijo Colin-, yo no quería…

Parecía tan triste que ella sonrió y le sacudió un poquito para hacerle ver que no estaba enfadada.

En otro escaparate, un hombre gordo con delantal de carnicero degollaba niños pequeños. Se trataba de un escaparate de propaganda de la Beneficencia.

– Mira a dónde va a parar el dinero -dijo Colin-. Les debe costar un riñón limpiar eso todas las noches.

– ¡Pero no serán de verdad!… -dijo Chloé asustada.

– ¿Cómo saberlo? -dijo Colin-. Además, a la Beneficencia le sale gratis.

– A mí eso no me gusta. Antes no se veían escaparates de propaganda de esa clase. No creo que sea ningún progreso.

– Pero eso no tiene ninguna importancia -dijo Colin-. Eso sólo actúa sobre quienes creen en esas imbecilidades.

– ¿Y eso, qué te parece?… -dijo Chloé.

En el escaparate había una barriga montada sobre ruedas de goma, bien redonda y rolliza. El anuncio decía: La suya tampoco hará arrugas si la plancha con la Plancha Eléctrica.

– ¡Pero yo conozco esa barriga!… -dijo Colin-. ¡Es la barriga de Sergio, mi antiguo cocinero!… ¿Qué puede estar haciendo ahí?

– ¿Y eso qué importa? -dijo Chloé-. No irás a ponerte a elucubrar sobre esa barriga, que, por otra parte, es demasiado gorda…

– ¡Es que cocinaba muy bien!…

– Vámonos -dijo Chloé-. No quiero ver más escaparates, estoy harta.

– ¿Qué hacemos? -dijo Colin-. ¿Vamos a tomar el té a cualquier parte?

– No hombre… Todavía no es hora… y, además, a mí tampoco me gusta mucho eso.

Colin respiró aliviado y sus tirantes chascaron.

– ¿Qué ha sido ese ruido?

– Yo, que he pisado una rama seca -explicó Colin, sonrojándose.

– ¿Y si fuéramos a pasear por el Bosque de Bolonia? -dijo Chloé.

Colin la miró encantado.

– Es una excelente idea. Además, no habrá nadie.

A Chloé se le subieron los colores.

– No es por eso. Además -añadió para vengarse-, no iremos más que por los paseos grandes, porque, si no, se moja uno los pies.

Colín apretó un poco el brazo que sentía bajo el suyo.

– Vamos a coger el metro -dijo Colin.

El metro estaba flanqueado a ambos lados por hileras de jaulas de grandes dimensiones en que los Ordenadores Urbanos guardaban las palomas de recambio destinadas a las plazoletas y monumentos. Había también criaderos de gorriones y pío-píos de gorrioncitos. La gente no pasaba mucho por allí porque las alas de todos estos pájaros levantaban una terrible corriente de aire en la que revoloteaban minúsculas plumas blancas y azules.

– ¿Pero es que no paran nunca de moverse? -dijo Chloé ajustándose el gorro para que no se le volara.

– Es que no son siempre los mismos -dijo Colin.

Lucharon a brazo partido con los faldones de su abrigo.

– Démonos prisa en alejamos de las palomas; los gorriones levantan menos aire -añadió Chloé apretándose contra Colin.

Apretaron el paso y salieron de la zona peligrosa. La nubecita no les había seguido. Había tomado el atajo y los esperaba ya en el otro extremo.

14

El banco parecía estar un poco húmedo y color verde oscuro. Pese a todo, el paseo no estaba muy concurrido y ellos se encontraban a gusto.

– ¿Tienes frío? -preguntó Colin.

– Con esta nubecita, no -dijo Chloé-, pero de todas maneras me voy a arrimar un poco a ti.

– Muy bien… -dijo Colin, y se ruborizó un poco.

Esto le causó una sensación rara. Enlazó con su brazo la cintura de Chloé. El gorro de piel se le había inclinado del otro lado y tenía, muy cerca de los labios, un mechón de lustrosos cabellos.

– Me gusta mucho estar contigo -dijo.

Chloé no dijo nada. Respiró un poco más deprisa y se acercó imperceptiblemente.

Colin le hablaba casi al oído.

– ¿No te aburres? -preguntó.

Chloé dijo no con la cabeza, y, aprovechando el movimiento, Colin pudo acercarse aún más.

– Yo… -dijo muy cerca de su oreja, y, en ese momento, como por error, ella volvió la cabeza y Colin besó sus labios.

No duró mucho, pero la siguiente vez fue mucho mejor. Entonces hundió su cara en los cabellos de Chloé y permanecieron así, sin decir nada.

15

– Has sido muy amable viniendo, Alise -dijo Colin-. Sin embargo, vas a ser la única chica.

– No importa -dijo Alise-. Chick está de acuerdo.

Chick asintió. Pero en realidad la voz de Alise no acababa de ser alegre.

– Chloé no está en París -dijo Colin-. Se ha marchado a pasar tres semanas en casa de unos parientes en el sur.

– Debes de sufrir mucho -dijo Chick.

– ¡En mi vida he sido más feliz! -dijo Colin-. Quería anunciaros que nos hemos prometido…

– Te felicito -dijo Chick. Evitaba mirar a Alise.

– ¿Y con vosotros qué pasa? -preguntó Colin-. La cosa no parece marchar demasiado.

– No pasa nada -dijo Alise-. Lo que sucede es que Chick es tonto.

– No, mujer, no -dijo Chick-. No le hagas caso, Colin… No pasa nada.

– Estáis diciendo lo mismo y sin embargo no estáis de acuerdo -dijo Colin-; por lo tanto, uno de los dos miente, o los dos. Venid, vamos a cenar en seguida.

Pasaron al comedor.

– Siéntate, Alise -dijo Colin-. Ponte a mi lado, me vas a contar qué sucede.

– Chick es tonto -dijo Alise-. Dice que no tiene sentido seguir conmigo porque no tiene dinero para darme una buena vida y se avergüenza de no casarse conmigo.

– Soy un cerdo -dijo Chick.

– No sé en absoluto qué deciros -dijo Colin.

Él se sentía tan feliz que le daba muchísima pena.

– No es el dinero lo que más importa -dijo Chick-. Lo que pasa es que los padres de Alise no tolerarán que me case con ella, y tendrán razón. Hay una historia parecida en un libro de Partre.

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