Carlos Fuentes - La cabeza de la hidra
Здесь есть возможность читать онлайн «Carlos Fuentes - La cabeza de la hidra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La cabeza de la hidra
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La cabeza de la hidra: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La cabeza de la hidra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La cabeza de la hidra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La cabeza de la hidra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Se bajaron sin pagar -le dijo Félix al chofer con un absurdo rubor por meterse en lo que no le importaba.
– Yo no les pedí que se subieran -contestó el taxista.
– ¿Piensa cobrarse con los libros? -insistió Félix.
– Usted me oyó: les pedí que no se subieran -dijo de manera terminante el taxista.
– Eso no es cierto -dijo con escándalo Félix-, usted quería que se subieran, los que protestamos fuimos la señorita enfermera y yo…
– Me llamo Licha y trabajo en el Hospital de Jesús -dijo la enfermera tamborileando con un dedo sobre el hombro del chofer y descendió frente al Hotel Reforma.
Félix tomó nota mental pero la gorda le dio un nuevo canastazo en la cabeza y le dijo usted es el culpable, no se haga el inocente, no ponga cara de menso, si nomás se hubiera corrido tantito, pero no, cómo iba a correrse si lo que quería era tentarles las posaderas a todas las viejas al subirse y al bajarse, conozco a los léperos como este individuo. Lo acusó de matarle a sus pollitos pero Félix no le hizo caso. Había pollos muertos en el piso y sobre los asientos y algunos embarrados contra los vidrios y libros regados, abiertos y pisoteados, con huella negras de zapato sobre las huellas negras de la tinta.
– Me van a multar a mí, señor -dijo el chofer-. Así no se vale.
– Aquí tiene mi tarjeta -dijo Félix, entregándosela al chofer.
Bajó en Insurgentes y miró al taxi alejarse con la gorda asomando la cara y el puño por la ventanilla, amenazándole como la estatua de Cuauhtémoc parecía amenazar a la ciudad vencida con su lanza en alto. Llegó a la puerta del Hilton y el portero lo saludó llevándose la mano a la visera del gorro militar azul polvo como su uniforme. Le entregó a Félix las llaves del Chevrolet y Félix le dio un billete de cincuenta pesos. La silueta recortada en cartón del viejo señor Hilton pedía detrás de la puerta de cristales, Sea mi huésped.
3
En la oficina sólo estaba la señorita Malena y al principio no vio llegar a Félix Maldonado. La señorita Malena tenía un más de cuarenta años pero su peculiaridad consistía en fingir que era niña. No simplemente joven, sino verdaderamente infantil. Usaba fleco y trenzas, trajes floridos de muñeca, calcetines blancos y zapatitos de charol. Era bien sabido en el Ministerio que de esta manera la señorita Malena daba gusto a su mamá, que desde pequeñita le había dicho Ojalá que siempre te quedes así, ruego a Dios que nunca crezcas.
La oración fue escuchada pero ello no impedía que la señorita Malena fuese una eficaz secretaria. Ahora estaba doblando un pañuelito de encaje sobre la mesa y Maldonado tosió para anunciarse y no sorprenderla. Pero no pudo evitarlo. La señorita Malena levantó la mirada y dejó de doblar el pañuelo, abriendo tamaños ojos de muñeca.
– ¡Ay! -gritó.
– Perdón -dijo Maldonado-, ya sé que es demasiado temprano, pero pensé que podríamos adelantar algunos asuntos.
– Qué gusto volverlo a ver -logró murmurar la señorita Malena.
– Lo dice usted como si me hubiera ido hace mucho -rió Maldonado, dirigiéndose a la puerta del cancel que decía con letras negras Departamento de Análisis de Precios Jefe Lic. Félix Maldonado.
Malena se incorporó nerviosamente, estrujando el pañuelo, adelantando un brazo como si quisiera detener a Maldonado. El Jefe del Departamento de Análisis de Precios notó ese movimiento, le pareció curioso pero no le prestó importancia. Abrió la puerta y sintió el ligero desfallecimiento de la secretaria. La señorita suspiró como si se rindiera ante lo inevitable.
Maldonado prendió las luces neón de su cubículo sin ventanas, se quitó el saco, lo colgó de una percha y se sentó en la silla giratoria de cuero frente a su mesa de trabajo. Cada uno de estos actos fue acompañado por un movimiento nervioso de parte de Malena, como si quisiera impedirlos y luego, al no poder hacerlo, se sintiese obligada a ruborizarse.
– Si quiere usted traerse su bloque de taquigrafía -dijo Maldonado mirando con creciente curiosidad a la señorita Malena-, y su lápiz, señorita.
– Perdón -tartamudeó Malena, acariciándose nerviosamente los bucles de tirabuzón-, ¿qué asunto vamos a tratar? Maldonado estuvo a punto de decirle, ¿qué le importa?, pero era un hombre cortés: El programa integrado y la indexación internacional de precios de materias primas.
El rostro de Malena se iluminó de alegría. Ese expediente lo tiene el Señor Subsecretario, dijo. Maldonado se encogió de hombros. Entonces las importaciones de papel del Canadá. Ese expediente está bajo llave, suspiró con alivio Malena. La verdad, concluyó la secretaria, es que llegó usted demasiado temprano, señor licenciado, todavía no dan las diez. El archivista no está aquí y dejó todo bajo llave. ¿Por qué no sale a tomarse un café, señor licenciado, se lo ruego, por favor, señor licenciado?
Entonces la simpática e infantil Malena estaba protegiendo al archivista en retraso y eso lo explicaba todo. Él tenía la culpa, se dijo Maldonado mientras se ponía el saco, por llegar antes que nadie.
– Comuníqueme con mi esposa, señorita.
Malena lo miró con espanto, petrificada en el dintel de la puerta.
– ¿No me oyó?
– Perdón, señor licenciado, ¿puede darme el número?
Esta vez Félix Maldonado no pudo contenerse. Rojo de cólera le dijo, señorita Malena, yo sé su número de teléfono de memoria, ¿cómo es posible que usted no sepa el mío?, lleva seis meses, la doceava parte de un sexenio, comunicándome dos o tres veces al día con mi esposa, ¿sufre usted de amnesia súbita?
Malena se soltó llorando, se cubrió la cara con el pañuelo y salió rápidamente del cubículo de Maldonado. El jefe de la oficina suspiró, se sentó junto al teléfono y compuso él mismo el número.
– ¿Ruth? Llegué hoy temprano de Monterrey en el primer vuelo. Tuve que irme directamente a un desayuno político. Perdona que hasta ahora te avise que llegué bien. ¿Tú estás bien, amor?
– Sí. ¿A qué horas nos vemos?
– Tengo una comida a las dos. Luego recuerda que vamos a cenar a casa de los Rossetti.
– Cuántas comidas.
– Te prometo ponerme a dieta la semana entrante.
– No te preocupes. Nunca engordarás. Eres demasiado nervioso.
– Paso a cambiarme como a las ocho. Por favor, está lista.
– No voy a ir a la cena, Félix.
– ¿Por qué?
– Porque va a estar allí Sara Klein.
– ¿Quién te dijo?
– Ah, ¿es un secreto? Angélica Rossetti, cuando nadamos juntas hoy en la mañana en el Deportivo.
– Me acabo de enterar en el desayuno. Además, hace doce años que no la veo.
– Escoge. Te quedas conmigo en casa o vas a ver a tu gran amor.
– Ruth, Rossetti es el secretario privado del Director General, ¿recuerdas? -Adiós.
Se quedó con la bocina hueca en la mano. Apretó un timbre del aparato sin colgarla y oyó la voz de Malena en la extensión.
– …creo que sí, alguna vez lo vi, lo recuerdo vagamente, pero la mera verdad no sé quién es, señor licenciado, si usted quisiera pasar a ver, me pide expedientes reservados, se comporta como si fuera el dueño de la oficina, si usted quisiera… Maldonado colgó, salió al vestíbulo y miró fijamente a la secretaria. Malena se llevó una mano a la boca y colgó el teléfono. Maldonado se acercó, plantó los puños sobre la funda de la máquina de escribir y dijo en voz muy baja:
– ¿Quién soy, señorita?
– El jefe, señor…
– No, ¿cómo me llamo?
– Este… el señor licenciado.
– ¿El señor licenciado qué?
– Este… nomás, el señor licenciado… igual que todos…
Se soltó llorando inconteniblemente, pidiendo la presencia inmediata de su mami y volvió a esconder el rostro en el pañuelito de encaje, que tenía polluelos amarillos bordados alrededor de la inicial, M.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La cabeza de la hidra»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La cabeza de la hidra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La cabeza de la hidra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.