Carlos Fuentes - La cabeza de la hidra
Здесь есть возможность читать онлайн «Carlos Fuentes - La cabeza de la hidra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La cabeza de la hidra
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La cabeza de la hidra: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La cabeza de la hidra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La cabeza de la hidra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La cabeza de la hidra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Despertó en la oscuridad con un sobresalto; la pesadilla se cerró donde el sueño se inició: una pena muda, un alarido de rabia, esa era la canción del D.F. y nadie podía cantarla, Se incorporó con terror; no sabía dónde estaba, si en su recámara con Ruth, en el hospital con Licha, en las suites de Génova con el cadáver de Sara; palpó la almohada con delirio e imaginó la presencia junto a él, esta noche cachonda, del cuerpo desnudo de Mary Benjamín, sus pezones parados, su vello negro y húmedo, sus olores de judía insatisfecha y sensual, la había olvidado y sólo una pesadilla se la devolvía, la cita galante en el hotelito junto al restaurante Arroyo se frustró, la muy cabrona llamó a Ruth.
Se levantó bañado en sudor y caminó atarantado al baño, se dio una ducha helada y se vistió rápidamente con ropa inapropiada para el calor, calcetines, zapatos, pantalón de meseta y sólo una camisa. Se miró a sí mismo con atención en el espejo: el bigote crecía rápidamente, el pelo de la cabeza con más lentitud, los párpados estaban menos hinchados, las cicatrices visibles pero cerradas. Llamó al conmutador y le dijeron que el profesor había regresado. Sacó el paquete envuelto en papel periódico de la maleta. Salió del cuarto y caminó por el corredor de macetones de porcelana y vidrio incrustado hasta el número 9.
Tocó con los nudillos. La puerta se abrió y los ojos cegatones de Bernstein, nadando en el fondo de las espesas gafas sin marco, lo miraron sin sorpresa. Mantenía un brazo en cabestrillo. Con la otra mano lo invitó a entrar.
– Pasa, Félix. Te estaba esperando. Bienvenido a Marienbad en el Trópico.
26
Félix se tocó involuntariamente la cara. La mirada acuosa de Bernstein se volvió impermeable. El antiguo alumno sacudió la cabeza como para librarse de un nido de arañas. Entró a la recámara del profesor decidido a no caer en ninguna trampa y sin duda Bernstein traía en las bolsas de su saco de verano color mostaza, ligero pero abultado, más de una treta.
– Pasa Félix. ¿De qué te extrañas?
– ¿Me reconoce? -murmuró Maldonado.
Bernstein se detuvo con una sonrisa de ironía asombrada.
– ¿Por qué no te iba a reconocer? Te conozco desde hace veinte años, cinco en la Universidad, nuestros desayunos, nunca te he dejado de ver… o de querer. ¿Quieres un whisky? Con este calor, no se sube. Pasa, toma asiento, querido Félix. Qué gusto y qué sorpresa.
– ¿No acaba de decir que me estaba esperando? -dijo Félix al sentarse en un equipal rechinante.
– Siempre te espero y siempre me sorprendes -rió Bernstein mientras se dirigía a una mesita llena de botellas, vasos y cubitos de hielo nadando en un platón sopero.
Vació una porción de J amp;B en un vaso y le añadió agua de sifón y hielo:
– Desde que te conocí me dije, ese muchacho es muy inteligente y llegará muy lejos si no se deja llevar por su excesiva fantasía, si se vuelve más reservado y no anda metiéndose en lo que no le concierne…
– Hay algo que nos concierne a los dos -dijo Félix y le tendió el paquete al profesor.
Bernstein rió agitándose como un flan. En el trópico, sudando, parecía un gigantesco helado de vainilla a punto de derretirse.
– ¿No le perdonarás a un viejo que haya amado ridiculamente a una joven? Espero más de tu generosidad, dijo avanzando con el vaso de whisky destinado a Félix. -Tome-insistió Félix en ofrecer el paquete. Bernstein volvió a reír.
– No tengo más que una mano libre. Veo que tú también. Qué curiosa coincidencia, como dirían Ionesco y Alicia, ¿Qué vienes arrullando?
Bernstein detenía el vaso de escocés con su mano sana, nerviosa, el anular adornado por el anillote de piedra tan clara que parecía vidrio. Félix contestó sin hacer caso de las bufonadas de] profesor:
– Son las cenizas de Sara.
Era imposible que Bernstein, con su cara de helado de vainilla, palideciera. Pero lo logró. Dejó caer el vaso con el que jugueteaba. Se hizo añicos sobre el piso de mármol blanco y negro.
– Perdón -dijo Bernstein, súbitamente rojo, limpiándose con la mano el saco abultado. Félix temió que las artimañas que traía en los bolsillos se le desinflaran, aguadas.
– Me las entregó la única persona que se ocupó de Sara. Creyó que yo tenía derecho a ellas porque la quise -dijo sin emoción Félix-. Pero nunca la poseí. Prefiero dárselas a alguien que sí se acostó con ella. ¿Por lo menos esa obligación aceptará usted?
Bernstein le arrebató con la mano el paquete a Félix y lo apretó contra el pecho lastimosamente. Gruñó como un animal herido y lo arrojó sobre la cama. Se tambaleó y estuvo a punto de caer junto al paquete. Félix resistió el impulso de levantarse y detenerlo. El profesor controló la gravedad de su masa gelatinosa y fue a sentarse sobre un sillón de ratán.
Durante algunos segundos, sólo se escuchó el zumbido de las aspas del ventilador.
– ¿Crees que yo la maté? -dijo Bernstein con la voz espumosa.
– No creo nada. Dicen que estaba usted en el hospital cuando Sara fue asesinada.
– Es cierto. No la volví a ver después de la cena de los Rossetti. Le hice una escena de celos. Te advertí que no la volvieras a ver.
Dijo esto con la mirada puesta en la punta de sus zapatos tropicales de agujero.
– ¿Mi ausencia de la cena hubiera evitado su muerte? -preguntó Félix.
Bernstein levantó rápidamente la cabeza y miró a Félix con ojos de basilisco enfermo.
– ¿Tú la viste antes de morir?
– No. Pero me habló.
Bernstein se apoyó sobre el brazo del sillón que le sentaba como un trono.
– ¿Cuándo?
– Cuatro días después de su muerte.
– No juegues conmigo, Félix -dijo Bernstein modulando su infinito repertorio de tonos como sobre un teclado-, los dos la quisimos. Pero ella te quiso más a tí.
– Yo nunca la toqué.
– Es que tú nunca deberías tocar lo que no te corresponde. Hay sufrimientos que no te tocan para nada. Da gracias de ello.
– Sigo esperando el whisky que me ofreció.
Bernstein se incorporó penosamente y Félix añadió:
– Hay algo que sí me concierne. ¿Qué sucedió en Palacio la mañana de los premios?
– ¡Cómo! ¿Nadie te lo ha contado? Pero si es el chiste de todos los desayunos. ¿Dónde has estado la última semana?
– Encerrado en un hospital, con la cara vendada.
– ¿Ves?, las malas compañías -dijo Bernstein midiendo la porción de whisky con ojos miopes, entrecerrados-. Cuando el señor Presidente se acercó a ti, te desmayaste. Un bl ack-out súbito -añadió al dejar caer, uno tras otro, tres cubos de hielo en el vaso-, algo sin importancia, una pequeña escena, un incidente. Te sacaron perdido entre ese gentío. El señor Presidente no se inmutó y siguió saludando. La ceremonia se desarrolló normalmente.
Bernstein suprimió una risa temblorosa y picara.
– Se hicieron muchas bromas. Un funcionario menor de la S.F.I. se desmayó nada más de ver al señor Presidente. Qué emoción. Desde Moctezuma no se veía nada igual.
– ¿Y usted se hirió solo, limpiando una pistola?
Bernstein le tendió el vaso a Félix con solemnidad:
– Alguien me disparó esa tarde en mi casa, cuando estaba solo. Mal tiro.
– Quizás no intentaba matarlo.
– Quizás.
– ¿Por qué? Es difícil fallar con un tipo de su corpulencia.
Bernstein no contestó. Se preparó su propio vaso de whisky y lo levantó, como si fuera a brindar.
– Por los metiches -dijo-, que el diablo les corte las narices.
Le dio la espalda a Félix. El sudor dibujaba un continente en su espalda.
– En tu recámara del Hilton tenías un expediente con todos mis datos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La cabeza de la hidra»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La cabeza de la hidra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La cabeza de la hidra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.