Lorenzo Silva - El misterio y la voz (inquisiciones sobre la novela)
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– El dinamismo de la acción: En los relatos de Chandler la acción, en forma latente o expresa, siempre está presente. Sus historias avanzan hacia algo y en todo momento se está avanzando, sin tener en ningún momento esa sensación de inmovilidad de la que a la postre acaba naciendo siempre el aburrimiento en la lectura, que es el monstruo del que deberían estar hechas las pesadillas de todo novelista (aunque para algunos sea un halago que sus libros se caigan de manos que juzgan plebeyas). El propio Chandler se refirió en alguna ocasión sarcásticamente a la necesidad de acción constante en la pulp fiction: “En caso de duda, hay que hacer que un hombre aparezca en una puerta con una pistola en la mano. Esto podía llegar a resultar bastante tonto, pero no importaba. Un escritor que teme desbordarse es tan inútil como un general que teme equivocarse”.
– La tensión ejemplar de los diálogos: Sus personajes hablan con gran intensidad literaria, aunque Chandler, como Hammett, importase con astucia los giros coloquiales del habla cotidiana. “Todo lenguaje comienza en el lenguaje hablado”, escribió Chandler, a propósito del estilo de Hammett, y también vale para el suyo, “pero cuando se desarrolla hasta ser un medio literario, sólo es la apariencia lo que tiene del lenguaje hablado”. Esta tensión en los diálogos hace que lo que dicen los personajes nunca sea trivial, que siempre haya detrás una exigencia expresiva, incluso cuando la expresión se produce a través de exabruptos. La obsesión de Chandler por los diálogos queda patente en su juicio de Conan Doyle, a quien salva del holocausto al que arroja casi toda la literatura inglesa de misterio, y ello porque opina que “Sherlock Holmes es sobre todo una actitud y unas cuantas docenas de líneas de diálogo inolvidable”. Y aún queda más claro su talante en otra declaración, acaso un tanto exagerada, pero que no parece dejar de ser sentida: “Todo lo que busco es una excusa para ciertos experimentos sobre el lenguaje dramático. Para justificarlos, tengo que procurarme una trama y una situación, pero sustancialmente no me preocupa casi nada ninguna de las dos. Todo lo que realmente me preocupa es lo que Errol Flynn llama “la música”, las líneas de diálogo que tiene que decir”.
– El misterio: Chandler tiene un auténtico y profundo sentido del misterio, en la literatura y en la vida. Su misterio no es el de los huecos jeroglíficos de muchas novelas policiales, ni el artificio ventajista que siempre imputó a Agatha Christie. De ella llegó a escribir (en una carta compuesta en pulcro francés que dirigió a un crítico de este idioma) que a causa de su pereza e incapacidad consentía poco menos que en tender trampas al lector, sin renunciar si le hacía falta a alterar a posteriori las circunstancias iniciales de los personajes por mero afán de sorprender. “Agatha Christie puede seguir escribiendo indefinidamente”, escribió en otro lugar, con no menos dureza, “pero Chandler tiene que creer en algo”. Como avanzaba antes, esta inquina se extendía hacia buena parte de la literatura inglesa de misterio. En primer lugar, por la falta de interés de muchas de sus intrigas: “Es posible que los ingleses no sean siempre los mejores escritores del mundo”, anotó con ironía, “pero son, sin comparación alguna, los mejores escritores aburridos del mundo”. En segundo lugar, porque les consideraba demasiado alejados de la realidad, demasiado elaborados. Admitía que algunos trataban de ser honrados, pero, afirmaba, “la honradez es un arte”. Para entender su sentido del misterio, quizá nada mejor que dejarnos llevar por las propias palabras de Chandler, y quizá ningunas son mejores que las que cierran El sencillo arte del asesinato: “El relato es la aventura de este hombre en busca de una verdad oculta, y no sería una aventura si no le ocurriera a un hombre adecuado para las aventuras. Tiene una amplitud de conciencia que asombra, pero que le pertenece por derecho propio, porque pertenece al mundo al que vive.” Nada de acertijos triviales, de pasatiempos que no llevan o traen a ningún sitio. El misterio es esa verdad oculta que busca un hombre con conciencia y que siente el mundo que le rodea. Y en Chandler no se desvela siempre con la nitidez de la novela policial clásica, que se cierra como se termina un crucigrama. A menudo se queda más bien turbio, a medias, revoloteando en el alma del lector.
– El realismo: La narrativa de Chandler, sin renunciar a lo anterior, es profundamente realista. Por su experiencia vital al margen de la literatura y por su propia visión literaria. Pero no es el suyo un realismo ramplón. Contra el abuso del realismo, en el que sostenía que era fácil caer por prisa, por falta de conciencia o por ineptitud, prevenía vigorosamente. Su realismo es lírico y trascendente, porque se asienta no sólo en una mirada honda del mundo sino también en una mirada honda del arte. Volveremos sobre esa mirada un poco más adelante. En este punto, basta con mencionar el aprecio de Chandler por lo poético, por las metáforas y los detalles, en los que muestra una sensibilidad y unas dotes de observación que contribuyen poderosamente a su estilo. “Casi todo comienza en la poesía”, escribió. Junto al carácter a menudo sentimental de su visión del mundo, y me atrevo a defender que brotando de la misma fuente, surge su profundo sentido del humor, otro correctivo que impide que el realismo caiga en otra de sus más comunes degeneraciones, el tremendismo. Sus metáforas son a veces de una ironía demoledora: “Tenía menos posibilidades que una bailarina con una pierna de madera”, calcula Marlowe en cierta situación apurada. Y este recurso, convertido en sarcasmo, se pone también al servicio de una crítica implacable de la sociedad que le rodea, y en concreto del modo de vida estadounidense. Ejemplar e inolvidable es la conversación de Marlowe con el magnate Harlan Potter, en El largo adiós. En cierto momento, Potter observa: "Fabricamos los mejores envoltorios del mundo, señor Marlowe. Lo que hay dentro es principalmente basura”.
Otro de los valores incuestionables de Chandler es su construcción de los personajes. Él es acaso uno de los primeros, superando en esto a Hammett, que se preocupa de dar volumen y consistencia propia a todos los personajes que aparecen en sus ficciones, incluso a los secundarios. Me atrevo a aventurar aquí un juicio personal: en una novela, importa menos el protagonista que los personajes secundarios. El primero es casi un requisito, un mal inevitable. En los demás están las verdaderas posibilidades de construir un universo narrativo digno de ser visitado. En las mejores novelas, el protagonista es apenas un prisma por el que pasa la luz y se refracta en una gama compleja de colores, y es en esta gama de colores donde está el auténtico valor de la historia. Tal es el caso, por poner un conocido ejemplo, del Narrador en la Recherche de Proust.
En cuanto a Chandler, casi todos los seres en los que se detiene su foco son enjundiosos, pero siempre he apreciado especialmente la construcción de sus personajes femeninos. En un artículo reciente, Joyce Carol Oates se despacha a gusto acerca de esta faceta de Chandler, su retrato de la mujer, que reputa revelador de un machismo repugnante, cuando no de una abierta misoginia. En la obra de Chandler, anota, "las mujeres son malvadas y repulsivas cuando son seres sexuales; cuando no son seres sexuales, apenas existen". También se despacha acerca del hecho de que todas las mujeres terminen cayendo en los brazos de Marlowe, incluso Eileen Wade, la remota rubia de ensueño de El largo adiós.
Sin poder negar que hay algo sospechoso en la irresistible atracción que Marlowe provoca en las mujeres con que se tropieza, no puedo estar de acuerdo con el severo juicio de Oates. Es posible que Chandler fuera un tanto anticuado en su visión de la mujer, pero nunca un misógino, ni me parece que su interés prioritario por la mujer se cifrase en sus posibilidades como objeto sexual. Incluso se permitió alguna vez bromear al respecto: "Los enredos con rubias promiscuas pueden ser muy fatigosos cuando los describe un joven gotoso que no tiene en la cabeza otro objetivo que describir un enredo con rubias promiscuas". Pero la mejor refutación la encontramos en lo que sabemos de la propia vida de Chandler, y en particular de su relación con Cissy, por quien siguió profesando un amor apasionado cuando ella tenía más de ochenta años y estaba moribunda. Pueden encontrarse pocos testimonios de amor más estremecedores que los que aparecen en las cartas que escribió Chandler a diversos corresponsales después de la muerte de su esposa, en las que se refería a menudo a lo que había sentido por ella. Resulta difícil escoger un pasaje de aquellas cartas, pero yo escojo éste: "Durante treinta años, ella fue la luz de mi vida. Todas las demás cosas que hice fueron sólo la hoguera para que ella se calentase las manos”. Chandler siempre llamaba a la puerta antes de pasar a la habitación donde dormía Cissy, la ayudaba a subir o bajar del coche y nunca entró o salió de ninguna parte antes que ella. Todo ello es prueba tal vez de una actitud pasada de moda, como quizá lo sea también la singular obsesión de Chandler, documentada más de un lugar, de impedir que ninguna mujer que se relacionase con él pudiera sentirse degradada. Pero es difícil sostener que despreciara a las mujeres.
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