Este es un país con demasiadas insatisfacciones sepultadas en el tiempo, largos siglos de pobreza, de injusticia, de sueños soterrados.
Si no hay cauce político, si sólo hay libertad irrestricta, el cenote subterráneo saldrá brotando a la superficie, se convertirá en torrente y lo arrasará todo. Ya sé que usted confía en dos cosas. Por una parte, que el pueblo sabrá apreciar las libertades que usted le reconoce. Por la otra, que la fuerza está presente en un ejército profesional (Von Bertrab) y una policía brutal (Arruza). Ellos se encargarán de domar a los caciquillos, que en lugar de desaparecer con la democracia, han proliferado con la libertad.
No basta, señor Presidente. Hace falta algo. ¿Y sabe lo que hace falta? Falta usted. Falta que la gente lo vea a usted. Se está usted convirtiendo, como tantos de sus antecesores, en el gran solitario del Palacio, el fantasma que ocupa la Silla del Águila. Reaccione, se lo ruego. Aún es tiempo. No dé la impresión de que es el juguete de fuerzas incontrolables. Deje de mirar al horizonte como un iluminado en fechas de fasto -Grito de Independencia, Mensaje de Año Nuevo, Cinco de Mayo-. Mire a la cara de la gente, déjese mirar por la gente, pero que lo vean actuar, a usted, no a sus achichincles. Que su voz, señor Presidente, llene la plaza y llegue a cada rincón del país. La política vive en el espacio hasta donde llega la voz del Presidente. ¿Ha probado usted los límites de su voz? ¿Ha medido las fronteras entre la acción y la inacción? Un Presidente debe existir para los ciudadanos. Si no lo hace, le retiran el homenaje esperado. El alabado Dios de un día puede ser el execrado demonio de la siguiente jornada.
Salga a la calle, señor Presidente. Suelte ideas antes de que se las suelten. Si usted no tiene ideas, será el simple voceador de las ideas de los demás. Cuídese, señor Presidente. Sólo veo a los zánganos, las lapas y los lambiscones en sus oficinas. ¿Cree que se sirve de ellos, o que ellos lo sirven? Entra usted a la segunda mitad de su gestión. Mire hacia atrás y congratúlese de que hoy somos un país más libre y más democrático. Qué bueno. Pero mire hacia delante y muéstrese precavido porque se aproximan nuestros sexenales idus de marzo: el drama de la sucesión presidencial. Usted ya no nombrará a su sucesor. Ya no hay "tapado". Pero sí consentidos, validos, niños mimados, en toda administración. Y el apoyo del Presidente contará. Dentro de los partidos. Dentro de la administración. Y dentro de usted mismo. Sin contar la opinión pública.
Pero cuídese mucho, señor Presidente. Si me atrevo a señalar la percepción pública de su pasividad, lo convoco también a una presencia clara, serena y visible. También le advierto, empero, sobre un liderazgo demasiado poderoso, que en vez de apuntalar la libertad democrática, la sofoque. Heidegger se sometió al nazismo en Alemania proclamando los poderes de la tierra y de la sangre por encima de la libertad de expresión. Le dio respetabilidad académica al amasiato de la muerte con la violencia. Un líder que organice nuestras energías y nos obligue -cito de memoria al filósofo- a "la voluptuosa pasividad de la obediencia total". ¿Quién le asegura hoy que los mexicanos, cansados de una democracia que se confunde con la pasividad, no opten por un liderazgo autoritario que al menos dé la sensación de seguridad y rumbo?
Ese es el otro extremó. No caiga en él. Mida y valore su presencia pública. Pero -vuelvo al anterior extremo- que no se diga de Lorenzo Terán lo que dijo Georges Bernanos de la Francia vencida por Adolf Hitler:
– La patria ha sido violada por vagabundos mientras dormía.
Ah, mi querido, admirado amigo que tanto me distingue con su confianza. Haga usted lo que haga, considere que la Presidencia de la República es una pecera hecha de vidrios de aumento… Pero haga lo que haga, hágalo bien. Porque si fracasa, no será usted el peor mandatario democrático. Será el último.
Expresidente César León a Tácito de la Canal
¡Vaya situacioncita, mi viejo y distinguido amigo! "Un político mexicano no deja nada por escrito", ese era antes el dogma. Pues mira nomás, zoquete, en la que nos ha metido nuestra decantada y soberana soberbia -¿o será nuestra soberanía soberbia?-. No juguemos con las palabras, te conozco demasiado bien y tú a mí también. Llámame Augusto y yo te llamaré Caligula, aunque éste nombró sucesor a su caballo y en tu caso, el caballo serías tú si llegas a donde quieres llegar.
Deja que me ría, Caligulilla de mierda, traidor repugnante. Fíjate que soy yo el que te puede llevar a la Silla del Águila, pero te llevaré humillado, debiéndome no sólo el favor, sino la vida misma. ¿Recuerdas lo que te dije un día, cuando chambeabas para mí, pinche lambiscón? No te dejes obsesionar por la posibilidad de una conspiración, porque aunque no la haya, acabarás por inventarla.
Créeme que he pensado mucho en ti durante estos años de mi lejanía, Calígula. Tu César Augusto no te olvida, tanto que me expongo a escribirte porque no nos ha quedado de otra. ¿Que no hay teléfonos, ni faxes, ni e-mail, ni computadoras, ni red, ni satélites? Pues entonces te diré lo que hay. Hay lo imprevisto.
Lo desconocido y lo sutil. El general Mondragón von Bertrab y el general Cícero Arruza, tan diferentes en todo lo demás, se han puesto de acuerdo en la manera de tenernos fichados a todos. No me preguntes cómo lo inventaron y cómo lo lograron. Dicen que Mondragón siempre ha tenido un brain-trust pagado millonariamente, imagínate, zopenco, puro cerebro del MIT, de Silicon Valley y del CNRS de París.
Pues ¿sabes lo que han inventado para suplir todo lo que hemos perdido?
Un alfiler, mi estimado Don Baboso, un alfilercillo que graba nuestras voces y las transmite a la central de inteligencia en la oficina de Mondragón. El muy águila le filtra a Arruza lo que le conviene. El hecho es que todas nuestras conversaciones están grabadas por un alfiler-micrófono que cada uno de nosotros trae implantado en algún lado, sin saber dónde. No en la ropa, porque me consta que cuando entro al baño, el ruido de la regadera no logra silenciar la voz de mi canción. Ojalá crean que canto boleros en clave mientras me enjabono.
– "No me platiques más,
déjame imaginar…"
– "Veracruz,
rinconcito donde hacen su nido
las olas del mar…"
Todo bolero puede tener una interpretación política… Pero ese no es el punto. El hecho es que no sabemos a qué horas, cuándo y dónde (o peor tantito, por dónde), con su meticulosa (y no es un albur) ciencia alemana, Mondragón von Bertrab nos ha implantado a todos -en la ceja, en la rodilla, en la oreja misma, en una muela, sí, en el mero culo- una agujita invisible que le transmite nuestras conversaciones.
A escribir cartas, pues. No nos queda de otra. ¿Esperanza? Que apenas las leamos, las destruyamos. ¿Astucia? Escribir lo contrario de lo que pensamos o hacemos. Pero por tarado que seas, Calígula, entenderás que una falsa instrucción por escrito puede ser tomada al pie de la letra. Nuestro inteligentísimo y muy teutónico secretario de la Defensa se las ha ingeniado para que no nos quede más recurso que escribirnos cartas y decir la verdad.
Por lo menos podemos disfrazar nuestros nombres, como lo hace desde siempre Xavier Zaragoza, conocido por todos como "Séneca". Bueno, pues te cuadre o no, yo soy "Augusto" y tú eres "Calígula". Y déjame decirte, pobre pendejo, no te creas César cuando seas caballo. Voy al grano: tú te hiciste poderoso conmigo, a mi sombra, me enterraste un puñal y diste la triste orden:
– No le den el gusto de insultarlo siquiera. No lo vuelvan a mencionar.
¡Silencio en la noche, el músculo duerme! Pero la ambición no descansa, ¿eh tarugo? ¿Sabes lo que es, en términos de espionaje, un mole? Es una palabra en inglés de múltiples significados. Es un lunar peludo. Es un insectívoro de ojitos u orejas pequeñitas, pero con patas como espadones para cavar sus lares subterráneos. Es una barrera para protegerse contra la fuerza de la marea. Es un anclaje en puerto seguro. Es la carne floja y sangrienta del útero. Es el racimo de uvas de la placenta. Y es, finalmente, el espía que infiltra una organización enemiga, se muestra fiel y paciente largo rato y al cabo traiciona a quienes lo acogieron para servir a quienes lo nombraron. (Ah, claro, y también es un riquísimo plato de la cocina mexicana, el mole, y significa hacer sangrar a golpes a un adversario, sacarle el mole.)
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