Carlos Fuentes - La Silla Del Águila

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En el año 2020, en un México sin telecomunicaciones ni computadoras porque los norteamericanos (proveedores únicos) lo tienen castigado, se desata la lucha por la presidencia, es decir, por sentarse en la Silla del Águila y no abandonarla nunca. Aquí no hay lealtad que valga: por conseguir el poder, el padre es capaz de traicionar al hijo, la esposa al cónyuge, el secretario de Estado al Primer Mandatario. Y todo puede pasar: crímenes de viejos caciques, espionaje de supuestos allegados, maniobras tétricas, extorsión sexual? e incluso, que reaparezca en la escena política un fallido candidato presidencial al que todos creyeron asesinado años atrás. El triunfador, el Ungido, oculta un pasmoso secreto que será necesario preservar a toda costa.

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– Los pobres tienen la virtud de ser discretos.

Me han contratado para sacarle la infección al sistema. Soy el Flit del gobierno. Ando a la caza de insectos.

Y mi vida, mi amor, se me va secando, se me secaría si no fuera porque te tengo a ti y mis tres tés, Tere, Talita y Tutú. Mándame foto reciente de todas ustedes. Hace tiempo que se te olvida hacerlo. Yo ni te olvido un minuto. Tu A.

Posdata: Esta te la envío, para mayor seguridad, con mi buen amigo y colega Tácito de la Canal. Dicen que hay que vivir en el Gabinete como si ya estuviéramos muertos. Tácito es la excepción. Gracias a él entro y salgo sin trabas del despacho presidencial. Es un hombre ágil, con futuro, dúctil cuando es necesario, duro cuando es el caso. Confía en él. Vale. AA.

23

General Cícero Arruza a general Mondragón von Bertrab

Mi general, usted y yo estamos en comunicación constante y cordial. Le consta que siempre he reconocido su superioridad jerárquica y, por encima de todo, por encima de usted y de mí, la del señor Presidente de la República, Jefe Nato de las Fuerzas Armadas. Pues bien, mi general, con la franqueza de siempre le advierto que este chingado país se nos está saliendo del huacal. Ah caray, qué orgullosos nos sentimos de que setenta millones de mexicanos tengan veinte años o menos. Un país de niños. ¿Usted los ha oído? ¿Ha acercado la oreja al piso? ¿Cómo cree que esos jóvenes ven a la momiza que los gobierna, es decir los cincuenta millones restantes?

¿Qué edad tiene usted? ¿Cincuenta, cincuenta y dos? Y yo, ¿sesenta y cuatro, sesenta y cinco? Vaya, que los registros de mi pueblo perdido en el estado de Hidalgo no son muy confiables -si es que existe el estado de Hidalgo, una invención para separar a la Ciudad de México de estados rivales y peligrosos como Michoacán y jalisco-. Vaya, el Uruguay de México, nomás que pobre y sin registros. En fin, mi general, que usted y yo estamos en la flor de la edad, decía mi abuelita. Pero la ruquiza entumida, así dicen de nosotros los jóvenes. Andan buscando su líder juvenil. Tan joven como lo fueron Madero, Calles, Obregón, Villa y Zapata al lanzarse a la Revolución: todos menores de treinta años.

Pele el ojo, señor secretario. ¿Dónde está nuestro joven líder? ¿Qué edad tiene el lambiscón Tácito de la Canal? ¿Cincuenta y dos como usted? Y Bernal Herrera su contrincante, ¿cincuenta y poco, cuarenta y mucho? ¿Cree que la chaviza les tiene confianza? ¿Cree que esos millones de chamacos que vemos pasar en moto como si la Harley-Davidson fuera el Siete Leguas del mero Pancho Villa, cree que esos chamaquillos medio encuerados que bailan la noche entera en las discos, cree que esos disc jockeys que vuelan de Los Ángeles a México a Jonolulú por 25 mil dólares la noche sólo para programar CDs, cree que los hijos de los millonarios en cadena que han venido heredando desde 1941, tienen fe en uno solo de nosotros?

Y eso que le hablo de lo que dicen la élite en los periódicos, señor general. ¿Qué me dice del chamaco de clase media que cada seis años ha visto a su familia quedarse sin automóvil, sin casa y sin siquiera lavadora porque no pudieron pagar las mensualidades? ¿Los estudiantes que no pudieron estudiar porque las universidades públicas se la pasaron en huelga y las privadas cobran un ojo de la cara?

Mírelos, mi general, querían ser ingenieros, abogados, chingones, mórelos, manejan taxis, distribuyen pizzas, acomodan en los cines, son esa mentadiza del valet-parking, son humillados que debieron ser otra cosa y ahora por ahí te pudras, cabrón. Y las muchachillas que sólo aspiraban a ser amas de casa de clase media decente y ahí andan de mecanógrafas y empleadas de almacén y de meseras si bien les va y si no al table dance y al burdel. Yo no le cuento la de rancheritas que ascienden a la maquila y se hacen ilusiones de que un gringo les va a pedir la mano a las muy pendejas y la maquila quiebra o se va a China, donde el trabajador recibe diez veces menos que en México y vámonos a la calle a mendigar, de vuelta al pueblo a comer nopalitos, de marías cargando bebés en los rebozos junto con miles de jóvenes buscando pasar la frontera, hacerse gringos, trabajar del otro lado aunque se ahoguen en el río o se asfixien en el camión de carga del pollero o se mueran de sed en el desierto o los deje como coladera a balazos la patrulla fronteriza gringa…

Dígame, mi general, ¿para dónde van a mirar nuestros setenta millones de chamacos?, ¿para dónde? Piénselo a tiempo, mi general, a tiempo.

Y nomás recuerde que en estos asuntos, se tarda rápido.

24

Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván

Bueno, mi bella y exigente señora, desde el primer día me advirtió que para usted todo es política, aunque yo ya tuve mis dudas cuando me citó de noche a verla desnudarse desde el bosque que rodea su casa. Y para colmo, se me adelantó (a ciencia y paciencia de mi bella dama) don Tácito de la Canal. ¿Eso también es política o, más sinceramente, sexo? Ah, mi señora doña María del Rosario, ¿cuántos otros secretos no tendrá usted que nada tienen que ver con la política, sino con la zona del "corazón que tiene sus razones" que la razón (o la política) no entienden?

Pues figúrese que yo he recibido otra lección, no sé si política, aunque sí humana. Porque, ¿hay en nuestro país política sin eso que llamamos aguante? Como le dije otro día, he intimado bastante con uno de los archivistas de la oficina presidencial, un viejo que ya le describí antes. Tuvo la amabilidad de invitarme a su casa. Bueno, no es casa sino apartamento, un tercer piso con motea allá por Vallejo, cerca del Monumento a la Raza.

Se entra por una miscelánea improvisada para aprovechar el espacio entre puerta y escalera y si quisiera describirle el edificio, no podría. Es un lugar, señora, que una vez visto huye de la memoria. Así hay actos, así hay personas, así hay lugares: por más que uno intente recordarlos, no vuelven al recuerdo… Claro, uno se dice qué triste, no me acuerdo, hasta que uno se da cuenta de que lo que quedó en la memoria no fue un sitio que no tenía nada de memorable, sino un grupo de personas que no se dejan olvidar, no se dejan olvidar, señora mía, porque no tienen más posesión que la de una mente ajena, ni más ojos que la vista de quien los ve.

¿Me entiende? Para mí fue una suerte de revelación, precisamente porque ellos no me pedían nada y sin embargo yo me sentía fascinado, atraído, por la súplica de quienes nada me pedían. ¿Qué súplica era esa? El archivista se llama Cástulo Magón y tiene un parentesco lejano -me dijo cuando hice la asociación- con los revolucionarios hermanos Ricardo y Jesús Flores Magón, los anarquistas que durante la dictadura de Porfirio Díaz languidecieron en la fortaleza de San Juan de Ulúa frente a Veracruz y que yo vi de lejos el otro día cuando me mandó usted a visitar a El Anciano del Portal. Bueno, don Cástulo va a cumplir sesenta años, es archivista desde la Presidencia de López Portillo, cuando tenía veinte años, se casó tarde porque le costó reunir la lana para el matrimonio y encontrar a una mujer de su agrado que además trabajara para juntar las mesadas.

Don Cástulo tiene esa vista rutinaria y cansada del archivista, y como le dije, ni siquiera le faltan la visera verde y las ligas en las mangas para parecer el pequeño burócrata de comedia. Los archivos son lugares oscuros, no sé si por miedo a que los papeles se vuelvan pálidos e ilegibles si les pega el sol, no sé si para que los documentos se olviden en sus sepulturas de metal gris y fólders amarillos. No sé, en fin, si para exorcizarlos de todo contenido, digamos, luminoso, mi ama y señora tan desdeñosa. Sí, don Cástulo es como el fantasma de los archivos. Así como el personaje de Gaston Leroux vivía en los laberintos subterráneos de la ópera de París, don Cástulo Magón vive en el subsuelo de la Presidencia de la República.

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