Julio Llamazares - El cielo de Madrid

Здесь есть возможность читать онлайн «Julio Llamazares - El cielo de Madrid» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El cielo de Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El cielo de Madrid»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Hacía tiempo desde la aparición de la última novela de Julio Llamazares. De hecho, lo último que publicó fue una recopilación de sus colaboraciones en prensa, género que no ha dejado de cultivar. Quizá leyendo esta última novela, se pueda entender parte de la idiosincrasia de un novelista atípico, de mucho talento, como el "derrochado" en la gran Lluvia amarilla, o en algunas de sus crónicas sobre momentos importantes en la historia de Europa, publicadas en los periódicos; pero también de cierta "apatía" o falta de brillantez, como en alguno de sus libros de viajes o en esta última obra.
El cielo de Madrid es una buena novela, sobre todo en comparación con lo que predomina en el mercado editorial, sin embargo, y comparada con las primeras novelas de Llamazares, es una novela sin alma, sin el brillo de lo pulido hasta quedar reluciente. El novelista leonés nos propone una doble crónica, individual y general, personal y artística, íntima y social, que muy buen puede explicar su propia trayectoria artística y quizá vital, aunque esta última no venga al caso.
Se puede afirmar, no sin cierto riesgo, que la novela sigue la fórmula de aquellas que narran el paso de la adolescencia a la madurez, aunque aquí se trate de la madurez artística y de la consolidación del estilo de un pintor, y se inicie cuando el protagonista ha cumplido treinta años. Aparentemente, el relato va dirigido al hijo que acaba de nacer, pero esta es la excusa, ya que en realidad se centra en mirar hacia atrás y comprender los últimos veinte o treinta años de su vida. Paralelamente, transcurren las nuevas libertades estrenadas con la transición y el lento fluir de Madrid y España hacia la modernización europea. Probablemente en esta mezcla de espacio externo y espacio interno resida el mayor acierto de la obra. Muchas otras novelas e incluso series de televisión o películas, han intentado acercarse al despertar que supuso la caída del franquismo, pero al quedarse en el oropel de la famosa movida madrileña y de la nueva política, se han olvidado de los pequeños momentos que conforman el todo. En cambio, Llamazares ha acertado al centrarse en un solo personaje que se convierte en el espejo de lo que le rodea. De este modo, consigue transmitir el estado de las cosas y las frustraciones que siguen a las grandes esperanzas, al menos en cuanto al arte en esta época se refiere.
Para ello elige como símbolo el afamado cielo de Madrid, que da título a la novela y sirve de espejo en el que mirarse, y la estructura de la Divina Comedia de Dante: limbo, infierno, purgatorio y cielo, que se utiliza para representar el devenir no sólo de la evolución del protagonista, sino de la sociedad: el limbo de la esperanza ante un futuro libre, el infierno de este futuro que no es tan brillante como parecía, el purgatorio de asumir las limitaciones de la vida (artística y política), y el cielo al encontrar el lugar que a cada uno corresponde, aunque resulte que era en el que siempre se había estado.
El cielo de Madrid se convierte así en una crónica del desengaño, pues la libertad requiere un precio muy alto que comienza con la responsabilidad individual y social; y del mismo modo que el pintor protagonista asume la tendencia evolutiva del arte hacia la excesiva mercantilización que no entiende de obras maestras, la sociedad española asume que las esperanzas puestas en los buenos tiempos que seguirían a la caída del franquismo eran un espejismo demasiado brillante. Al final, el pintor regresa a Madrid porque lo que buscaba no era sino la paz interior que le ayude a afrontar su vida y su pintura.
En el fondo, la historia del pintor podría ser muy bien la del propio autor, que también llegó a Madrid buscando una oportunidad, decidió quedarse y ha tenido un hijo. El protagonista, al igual que el autor leonés ha afirmado en alguna ocasión, padece una lucha interna entre vivir o crear, es decir entre vivir la vida o "recrearla", sea mediante la pintura o mediante la escritura. Y probablemente, como sostenía al principio de este artículo, esta lucha interna que es el tema más importante de El cielo de Madrid sirva para que entendamos las "dudas" o desigualdades que se aprecian entre las distintas obras de Julio Llamazares.

El cielo de Madrid — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El cielo de Madrid», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Al margen de todo ello, el cuadro no estaba mal. Al revés, participaba de aquel misterio sutil que mi pintura había adquirido y, técnicamente al menos, estaba muy bien resuelto; las perspectivas se deshacían sin romper el equilibrio ni el misterio contra el cielo, las granadas se apoyaban en la mesa como si de verdad pesaran y el conjunto proyectaba una impresión de serenidad que contagiaba a toda la obra. Entonces…, ¿por qué no terminaba de gustarme? O, mejor: ¿por qué me preocupaba no conocer la razón que me había llevado a pintarla, si, al fin y al cabo, era la misma de siempre?

Esto era lo peor. Que, si aquel cuadro no tenía razón de ser, sí no era más que un fruto del capricho personal o del azar, o, peor aún que eso, de la obligación que yo me imponía de pintar cada poco un nuevo cuadro, lo mismo podría pensar de todos los que había hecho en aquellos años. Todos eran parecidos, todos participaban del mismo estilo y la misma idea y todos, en fin, tenían la misma atmósfera misteriosa que los críticos tanto alababan y que a mí, en cambio, me planteaba cada vez mayores dudas y sospechas. Aunque, por supuesto, no se lo confesara a nadie. Ni siquiera a Suso, que, a esas alturas, debía de estar tan desconcertado como todos los demás por mis continuos cambios de estilo.

Me levanté y me asomé al balcón. Era una noche de primavera. Hacía frío todavía, pero el aire ya tenía ese aroma inconfundible que le presta la primera flor del año. La calle estaba desierta (eran las cinco de la madrugada), pero, en la plaza, entre los cipreses, se veía la silueta de mi amigo el vagabundo, que, como yo desde hacía ya rato, fumaba a solas en su banco. Tras él, las líneas de la ciudad (las de los edificios de la Gran Vía, pero también los de Recoletos, entre las que destacaba, hacia la Cibeles, el de la Caja Postal de Ahorros, en cuya gigantesca hucha de neón caía continuamente una moneda) dibujaban el perfil de un cielo oscuro, pero lleno de destellos y de brillos. Eran las luces de la ciudad, que dormía ajena a ellas y a la mirada de quienes, como el vagabundo y yo (o como el conductor del coche que ahora cruzaba la esquina), permanecíamos insomnes y despiertos entre tanto. ¿Qué nos unía a los tres? ¿Qué me unía a mí al vagabundo y al conductor de ese coche que ahora cruzaba la esquina, seguramente de vuelta a casa después de una noche en blanco? Y, sobre todo, ¿qué nos unía a los tres con aquella gente que dormía en torno a nosotros ajena a nuestras miradas?

Sin duda, la soledad. Porque los tres, cada uno a nuestra manera, estábamos solos en aquel momento. Una soledad nocturna que, en el caso del vagabundo, debía de ser total (por eso vivía como vivía) y, en el del conductor del coche, quizá fuera pasajera y momentánea (hasta que llegara a casa), pero que, en el mío, ni siquiera tenía un motivo. Al contrario que ellos, yo tenía compañía aquella noche, como la mayoría. Entonces, ¿por qué me sentía tan solo?

Volví a contemplar el cuadro. Desde el fondo de la casa me llegaba el rumor de la nevera, que ya era muy antigua, y de la respiración de Carla, la chica de cuyo abrazo acababa de escapar y al que no me apetecía regresar, al menos por el momento. Me apetecía seguir a solas, contemplando aquel cuadro cuyo cielo me atraía tanto desde hacía rato.

Me sorprendió el amanecer contemplándolo. El frío de la mañana, que me cogió por sorpresa a pesar de conocerlo ya de sobra, me hizo volver a la realidad después de toda la noche dándole vueltas a aquella obra. Dándole vueltas sin hacer nada. Porque en toda la noche ni siquiera me acerqué a ella, ni para ver de cerca un detalle. Era como si me diera miedo enfrentarme al vacío que sentía había detrás de ella y que tenía que ver con el mío propio. Aquel vacío infinito que crecía día a día en mi interior y que se correspondía con el del cuadro que ahora tenía frente a mis ojos. ¿Vendría de él su melancolía? ¿Sería ésa su razón de ser? ¿Sería el vacío la explicación de que el cielo lo ocupara casi entero y de que fuera idéntico al que amanecía en aquel momento sobre Madrid?

VIII

Por la mañana, volví a mirarlo. Desde el balcón y en el propio cuadro. Los dos habían cambiado, como si éste fuera un espejo del de verdad.

Carla se había ido temprano (me despidió con un beso al que yo respondí entre sueños) y la casa estaba en silencio. Como de costumbre hacía, había desconectado el teléfono para poder dormir sin problemas hasta que me despertara. Últimamente, solía hacerlo muy tarde. Y con resaca, la mayoría de las veces. Día sí y día también, acababa la noche en alguna fiesta o en cualquiera de los bares que entonces eran obligatorios. Y bebía, cómo no. Siempre había bebido mucho (era la moda en aquellos años), pero en los últimos tiempos bebía cada vez más. Y fumaba. Tabaco o lo que cayera. Era también la moda y mi obligación, si quería estar a la altura de mi imagen como artista.

Pero ahora me arrepentía de haber bebido y fumado tanto. Como la mayoría de los días, me arrepentía de haber bebido y fumado tanto y de haber perdido la noche prolongándola de bar en bar, primero, y acostándome luego con una chica a la que sólo me unía el deseo; ni el más mínimo interés sentimental o personal. Estaba ya acostumbrado. Casi como por inercia, acababa haciéndolo cada noche y luego me lamentaba, pese a que al día siguiente volviera a hacer lo mismo que el anterior. Llevaba así mucho tiempo.

Aquel día, sin embargo, mi arrepentimiento era mucho más que eso. La resaca era la misma y la sensación de hastío igual que la de otras veces, pero mi arrepentimiento era mucho más que eso. Otros días, al despertarme, sentía que aquella vida comenzaba ya a aburrirme y a cansarme, pero nunca, como ahora, con aquella intensidad. La razón estaba sin duda en el descubrimiento que aquella noche había hecho mientras contemplaba el cuadro que ahora volvía a tener enfrente: el vacío que había en él era el mismo que sentía dentro de mí en aquel momento.

El descubrimiento que eso supuso me costó asimilarlo aún mucho. Como siempre me sucede, entre que descubro algo y lo asumo de verdad, ha de pasar algún tiempo, que varía según su trascendencia y según mis circunstancias personales en el momento. Y las que estaba viviendo entonces no eran, sin duda, las más propicias para aceptar aquél con normalidad. Como pintor vivía mi mejor época, en lo económico las cosas me iban cada vez mejor (ya ni siquiera debía dinero a la galería) y el futuro se me presentaba espléndido, por lo menos en lo material. Así que no era el mejor momento para aceptar que el vacío que sentía fuera algo más que una sensación.

Pero lo era, vaya que si lo era. Aunque intenté borrarlo de mi memoria y aunque nunca lo comenté con nadie (¿con quién podría haberlo hecho, pienso ahora, al recordar aquello?), aquella sensación me perseguía, sobre todo por las noches, cuando me quedaba solo. Durante el día, estaba tan ocupado, siempre rodeado de gente o entregado a mi trabajo de pintor, que no tenía tiempo de sentir nada. Pero, de noche, cuando volvía a casa de madrugada o cuando, sin salir de ella, daba por concluido el trabajo, sentía que un gran vacío se abría en mi corazón. Daba igual que estuviera acompañado. El vacío que sentía era tan fuerte que me hacía sentirme solo a pesar de ello.

En realidad, aquel sentimiento no era nuevo para mí. En mis primeros años en Madrid ya había sentido aquella zozobra que de pronto me asaltaba en plena noche sin que hubiera un motivo concreto para ello. Pero fueron ocasiones muy puntuales. Y pasajeras, como los sueños. Ahora, en cambio, aquella sensación era más fuerte y, sobre todo, se repetía con más frecuencia. Recordé la frase de un escritor cuya entrevista me impresionó cuando la leí (acababa de llegar yo a la ciudad y él era el más conocido del país en aquella época): «El éxito está vacío», pero también mis propias palabras, aquellas que repetía a menudo, convencido de su capacidad de seducción: «Vivir solo no es tan fácil. Por la mañana, es verdad, te das cuenta de la libertad que tienes, pero de noche, a veces, la libertad se te cae encima».

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El cielo de Madrid»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El cielo de Madrid» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El cielo de Madrid»

Обсуждение, отзывы о книге «El cielo de Madrid» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x