Laura Esquivel - Como agua para chocolate

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Tita y Pedro se aman. Pero ella está condenada a permanecer soltera, cuidando a su madre hasta que ésta muera. Y Pedro, para estar cerca de Tita, se casa con la hermana de ella, Rosaura. Las recetas de cocina que Tita elabora puntean el paso de las estaciones de su vida, siempre marcada por la presente ausencia de Pedro. Como agua para chocolate es una agridulce comedia de amores y desencuentros, una obra chispeante, tierna y pletórica de talento, que se ha convertido en uno de los mayores éxitos de la literatura latinoamericana.

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Salió al patio justo en el momento en que Pedro le gritaba buscándola con desesperación. Tenía que ir a Eagle Pass por el doctor Brown, que era el médico de la familia, y no la encontraba por ningún lado. Rosaura había empezado con los dolores de parto.

Pedro le encargó que por favor la atendiera mientras él volvía.

Tita era la única que podía hacerlo. En casa no quedaba nadie: Mamá Elena y Chencha ya se habían ido al mercado, con el propósito de abastecer la despensa pues esperaban el nacimiento de un momento a otro y no querían que faltara en casa ningún artículo que fuera indispensable en estos casos. No habían podido hacerlo antes, pues la llegada de los federales y su peligrosa estancia en el pueblo se lo habla impedido. No supieron al salir que el arribo del niño ocurriría ~ más pronto de lo que pensaban, pues en cuanto se fueron Rosaura había empezado con el trabajo del parto.

A Tita entonces no le quedó otra que ir al lado de su hermana para acompañarla, con la esperanza de que fuera por poco tiempo.

No tenía ningún interés en conocer al niño o niña o lo que fuera.

Pero lo que nunca se esperó es que a Pedro lo capturaran los federales injustamente impidiéndole llegar por el doctor y que Mamá Elena y Chencha no pudieran regresar a causa de una balacera que se entabló en el pueblo y las obligó a refugiarse en casa de los Lobo, y que de esta manera la única presente en el nacimiento de su sobrino fuera ella, ¡precisamente ella!

En las horas que pasó al lado de su hermana aprendió más que en todos los años de estudio en la escuela del pueblo. Renegó como nunca de sus maestros y de su mamá por no haberle dicho en ninguna ocasión lo que se tenía que hacer en un parto. De qué le servía en ese momento saber los nombres de los planetas y el manual de Carreño de pe a pa si su hermana estaba a punto de morir y ella no podía ayudarla. Rosaura había engordado 30 kilos durante el embarazo, lo cual dificultaba aún más su trabajo de parto como primeriza. Dejando de lado la excesiva gordura de su hermana, Tita notó que a Rosaura se le estaba hinchando descomunalmente el cuerpo. Primero fueron los pies y después la cara y manos. Tita le limpiaba el sudor de la frente y trataba de animarla, pero Rosaura parecía no escucharla.

Tita habla visto nacer algunos animales, pero esas experiencias de nada le servían en estos momentos. En aquellas ocasiones sólo habla estado de espectadora. Los animales sabían muy bien lo que tenían que hacer, en cambio ella no sabía nada de nada. Tenía preparadas sábanas, agua caliente y unas tijeras esterilizadas. Sabía que tenía que cortar el cordón umbilical, pero no sabia cómo ni cuándo ni a qué altura. Sabía que había que darle una serie de atenciones a la criatura en cuanto arribara a este mundo, pero no sabia cuáles. Lo único que sabía es que primero tenía que nacer, ¡y no tenía para cuándo! Tita se asomaba entre las piernas de su hermana con frecuencia y nada. Sólo un túnel obscuro, silencioso, profundo. Tita, arrodillada frente a Rosaura, con gran desesperación pidió a Nacha que la iluminara en estos momentos.

¡Si era posible que le dictara algunas recetas de cocina, también era posible que le ayudara en este difícil trance! Alguien tenia que asistir a Rosaura desde el más allá, porque los del más acá no tenían manera.

No supo por cuánto tiempo rezó de hinojos, pero cuando por fin despegó los párpados, el obscuro túnel de un momento a otro se transformó por completo en un río rojo, en un volcán impetuoso, en un desgarramiento de papel. La carne de su hermana se abría para dar paso a la vida. Tita no olvidaría nunca ese sonido ni la imagen de la cabeza de su sobrino saliendo triunfante de su lucha por vivir. No era una cabeza bella, más bien tenía forma de un piloncillo, debido a la presión a que sus huesos estuvieron sometidos por tantas horas. Pero a Tita le pareció la más hermosa de todas las que había visto en su vida.

El llanto del niño invadió todos los espacios vacíos dentro del corazón de Tita. Supo entonces que amaba nuevamente: a la vida, a ese niño, a Pedro, inclusive a su hermana, odiada por tanto tiempo: Tomó al niño entre sus manos, se lo llevó a Rosaura, y juntas lloraron un rato, abrazadas a él. Después, siguiendo las instrucciones que Nacha le daba al oído, supo perfectamente todos los pasos que tenía que seguir: cortar el cordón umbilical en el lugar y momento preciso, limpiar el cuerpo del niño con aceite de almendras dulces, fajarle el ombligo y vestirlo. Sin ningún problema supo cómo ponerle primero la camiseta y la camisa, luego el fajero en el ombligo, luego el pañal de manta de cielo, luego el de ojo de pájaro, luego la franela para cubrirle las piernas, luego la chambrita, luego los calcetines y los zapatos y, por último, utilizando una cobija de felpa le cruzó las manos sobre el pecho para que no se fuera a rasguñar la cara. Cuando por la noche llegaron Mamá Elena y Chencha acompañada de los Lobo, se admiraron del profesional trabajo que Tita realizó. Envuelto como taco, el niño dormía tranquilamente.

Pedro no llegó con el doctor Brown hasta el día siguiente, después de que lo dejaron en libertad. Su retorno tranquilizó a todos.

Temían por su vida. Ahora sólo les quedaba la preocupación por la salud de Rosaura, que aún estaba muy delicada e hinchada. El doctor Brown la examinó exhaustivamente. Fue entonces que supieron lo peligroso que había estado el parto. Según el doctor, Rosaura sufrió un ataque de eclampsia que la pudo haber matado. Se mostró muy sorprendido de que Tita la hubiera asistido con tanto aplomo y decisión en condiciones tan poco favorables. Bueno, quién sabe qué le llamó más la atención, si el que Tita la hubiera atendido sola y sin tener ninguna experiencia o el descubrir de pronto que Tita, la niña dientona que él recordaba, se había transformado en una bellísima mujer sin que él lo hubiera notado.

Desde la muerte de su esposa, cinco años atrás, nunca había vuelto a sentirse atraído hacia ninguna mujer. El dolor de haber perdido a su cónyuge, prácticamente de recien casados, lo había dejado insensible para el amor todos estos años. Qué extraña sensación le producía el observara Tita. Un hormigueo le recorría todo el cuerpo, despertando y activando sus dormidos sentidos. La observaba como si fuera la primera vez que lo hiciera. Qué agradables le parecían ahora sus dientes, habían tomado su verdadera proporción dentro de la armonía perfecta de las facciones finas y delicadas de su rostro.

La voz de Mamá Elena interrumpió sus pensamientos.

– Doctor, ano sería molesto para usted venir dos veces al día, hasta que mi hija salga del peligro?

– ¡Claro que no! En primera es mi obligación y en segunda, es un placer frecuentar su agradable casa.

Fue verdaderamente una fortuna que Mamá Elena estuviera muy preocupada por la salud de Rosaura y no detectara el brillo de admiración que John tenia en la mirada mientras observaba a Tita, pues de haberlo hecho no le hubiera abierto tan confiadamente las puertas de su hogar.

Por ahora el doctor no le representaba ningún problema a Mamá Elena; lo único que la tenía muy preocupada era que Rosaura no tenía leche.

En el pueblo, afortunadamente, encontraron una nodriza que se encargó de amamantar al niño. Era pariente de Nacha, acababa de tener su octavo hijo y aceptó con agrado el honor de alimentar al nieto de Mamá Elena. Durante un mes lo hizo de maravilla, hasta que una mañana, cuando se dirigía al pueblo a visitar a su familia, fue alcanzada por una bala perdida que se escapó de una balacera entre rebeldes y federales y la hirió de muerte. Uno de sus parientes llegó a dar la noticia al rancho, justamente cuando Tita y Chencha estaban mezclando en una olla de barro grande todos los ingredientes del mole.

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