El exilio es duro, es el castigo más penoso que se me puede infligir. Tengo conmigo a mi madre, ya muy anciana, que no querría morir sin volver a ver su país natal y a sus hijas, mis hermanas, que quedaron allí. Mis esposas, cuyas familias están en Marruecos, mis hijos, los de mi hermano y los de mi tío, a los que he criado en el amor a Francia y a los que me empeño en dar una instrucción y una educación francesas… Vuestra Excelencia no querrá que estos seres, cuya inocencia es evidente, permanezcan en el exilio… Estaría por tanto infinitamente reconocido a Vuestra Excelencia y hacia Francia si tuvieran a bien examinar mi situación con benevolencia y justicia. Deseo volver al Marruecos francés o, si eso es imposible, viajar a Argelia o Túnez. Aun si fueran puestas a prueba, mi fidelidad y mi gratitud hacia Francia serán inquebrantables. Mis sentimientos de sincera lealtad no han variado jamás después de mi sumisión. Francia y Su Majestad el Sultán de Marruecos no tendrán más obedientes y leales servidores que yo, los míos y todos mis amigos .
Su petición no fue acogida, aunque a partir de 1936 el régimen de encierro y visitas se relajó algo y le trasladaron a una residencia mejor acondicionada. El antiguo rebelde pasaba los días dedicado a la jardinería, la lectura y el estudio del francés, que nunca llegó, sin embargo, a dominar como el español. Sus hijos estudiaron en la escuela primaria y luego en el liceo francés de la isla. En el exilio conoció Abd el-Krim la proclamación de la República en España, que le causó gran alegría, y después la sublevación militar de 1936, que le dolió saber que contaba con el apoyo de tropas rifeñas. Incluso llegó a escribir a algunos notables del Rif para que no secundaran aquella causa. También vivió desterrado la Segunda Guerra Mundial, en la que se declaró leal a Francia. En 1943 ofreció al general De Gaulle el alistamiento de todos sus hijos y sobrinos en sus filas.
Abd el-Krim permaneció en Reunión hasta la primavera de 1947, un total de veinte años. Entonces los franceses le anunciaron que sería llevado a Francia, maniobra a la sazón ingeniada por el Gobierno de ese país para tratar de ensombrecer la popularidad de Mohammed V, que acababa de ser recibido en olor de multitud en Tánger. La madre de Abd el-Krim ya había muerto, pero su hijo no la dejó enterrada en aquella remota isla del Índico. Cuando los franceses le embarcaron en el carguero Katoomba, el 1 de mayo de 1947, el envejecido emir hizo que subieran a bordo el féretro con los restos de su madre, a la que esperaba poder sepultar algún día en el Rif. Aquel barco de pabellón australiano y tripulación griega le llevó a Adén y de ahí a Suez. En Suez subió a bordo una delegación del Comité de Liberación del Magreb, formada por varios activistas marroquíes y argelinos y dirigida por Habib Burguiba, el futuro presidente de Túnez. Al principio Abd el-Krim no quiso recibirles. Burguiba llamó a la puerta del camarote y pidió que les abriera, asegurándole que venían por su bien. Abd el-Krim, calmoso, respondió: "Cualquiera puede decir eso. Para empezar, ¿quién es usted?". Finalmente los recién llegados se ganaron su confianza y pasaron gran parte de la travesía hasta Port-Said en el camarote del antiguo caudillo. Los gendarmes franceses que lo custodiaban no creyeron que hubiera nada que temer, e incluso permitieron a la familia Abd el-Krim que desembarcara en Port-Said para dar un paseo por el muelle. Eran las cuatro de la mañana y todo estaba silencioso. De pronto, una turba de exaltados irrumpió en el muelle y rodeó rápidamente a Abd elKrim y a los suyos. Uno de los organizadores del complot, el marroquí Abd el-Jaleq Torres, gritó con su voz potente, que rasgó la madrugada: "¡ Yahya Abd el-Krim !". Los gendarmes franceses acababan de perder su presa.
Desde entonces, Abd el-Krim vivió exiliado en El Cairo, bajo la protección del rey Faruk primero y de Nasser después. Desde su retiro egipcio fue una especie de santón para los movimientos de liberación nacional norteafricanos. Poco después de que escapara de los franceses, alguien le preguntó si volvería a comenzar la guerra del Rif. "Seguro, ahora más que nunca", respondió. Hasta el final de su vida consideró a Francia su única enemiga. Incluso abdicó en cierta medida de su aversión a los españoles, enmendando lo que había declarado cuando era el invicto emir del Rif. Puede que sintiera nostalgia de sus tiempos de escolar y periodista en Melilla, o que comprendiera que en aquel momento la única fuerza que impedía la independencia de Marruecos era Francia. En 1960 se entrevistó con Mohammed V en El Cairo, pero esa entrevista no tuvo como resultado que el emir volviera a su tierra. Hay quien dice que no aprobaba las estrechas relaciones entre Marruecos y Francia, pero tampoco se le insistió mucho en que regresara. Lo último que necesitaba la monarquía marroquí era la vuelta triunfal a su guarida del viejo león rifeño. El 6 de febrero de 1963, casi cuarenta y dos años más tarde que aquel general Silvestre que un día le había despreciado y al que él había machacado en Annual, Abd el-Krim, la pesadilla de españoles y franceses, el hombre que había venido demasiado pronto, moría dulcemente en su villa frente al Mediterráneo egipcio. Le había dado tiempo a conocer un mundo y unos acontecimientos que aquel pobre espadón con mostacho ni siquiera había llegado a imaginar, pero hubo algo que probablemente le envidió: a Silvestre, al menos, Alá le había concedido morir en el Rif.
Nos disponemos a abandonar Targuist, donde se apagaron los sueños de los dos más célebres caudillos marroquíes. Porque quiere la casualidad que también aquí viviera la desolación de la derrota el astuto Raisuni, el antiguo señor de Yebala, a quien los hombres de Abd el-Krim habían hecho prisionero y trajeron a Targuist para que se humillara ante el rival que había acabado con su poder. El Raisuni, viejo y enfermo, se negó a comer y pidió que le mataran. "El Raisuni nunca querrá ser un prisionero o un perro esclavo en el lugar donde antes reinó como un señor", les escupió a sus captores.
Hoy nos dirigimos precisamente hacia el Yebala, donde nos aguarda el recuerdo de aquel increíble personaje. Por ahora, dejamos atrás Targuist. Apenas diez años después de la caída del emir Abd el-Krim, el pueblo se había convertido en una guarnición española, cuyos habitantes zascandileaban alrededor de los acuartelamientos que les daban de comer. Antonio Acuña, diputado en las Cortes republicanas, la describía así: "Hay campamentos militares, como el de Targuist, con un batallón, una bandera del Tercio, un tabor de Regulares y una batería, rodeado de montañas en pleno Rif. Cualquier sublevación mora sería suficiente para que ocurriera algo parecido a Annual o Xauen. No se deben mantener guarniciones en sitios que no reúnan condiciones estratégicas. No se deben establecer unidades para alimentar ciudades, sino para prevenir cualquier rebeldía". El temor de Acuña no se cumplió, no hubo ningún Annual en Targuist. La única rebeldía en la que terminaron participando los rifeños fue la de la sublevación militar contra la República, de la que fueron valiosa fuerza de choque. Diez años después del colapso de su propia república en Targuist, cruzaban el Estrecho para acabar con la española. La historia tiene, a veces, esas extrañas y desafortunadas simetrías.
Desde Targuist continuamos hacia el oeste, y pronto nos encontramos en una auténtica carretera de montaña, rodeados de árboles. Son los famosos bosques de cedros, que se extienden por doquier. La tupida masa de árboles cubre todas las laderas y proyecta su sombra sobre los recodos del cami no. Podríamos pensar que estamos en los Alpes, si no fuera por el sol intenso y por el calor, que sigue siendo mucho. Por la ventanilla empiezan a entrar, sin embargo, rachas de brisa fresca. A medida que vamos ganando altura, y sobre todo en los tramos más umbríos, la temperatura se va haciendo incluso agradable. En el recorrido encontramos poco tráfico, pero en seguida nos topamos con los primeros controles de la gendarmería. Son menos relajados que los del Rif oriental. Nos escrutan minuciosamente y sacan múltiples y pormenorizadas explicaciones a Hamdani antes de dejarnos pasar. También nos tropezamos con gente que sale de pronto de la cuneta y agita ante nuestros ojos grandes paquetes. Alcanzo a entender lo que alguno de ellos nos grita. Son los anunciados vendedores de hachís, a los que Hamdani, hombre de orden, observa en silencio y sin alterar el gesto.
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