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Eduardo Mendoza: Sin noticias de Gurb

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Eduardo Mendoza Sin noticias de Gurb

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Esta divertida novela relata la búsqueda de un extraterrestre que ha desaparecido, tras adoptar la apariencia de la vocalista Marta Sánchez, en la jungla urbana barcelonesa. Pero el protagonista de la narración no es Gurb, sino otro alienígena que sale en pos de él y cuyo diario constituye el esqueleto de la narración. La verdadera naturaleza del relato es de carácter satírico: Mendoza convierte esta Barcelona, a un tiempo cotidiana y absurda, en el escenario de una carnavalada que revela el verdadero rostro del hombre urbano actual.

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13.52 El empleado de ventanilla me entrega un formulario, que cumplimento.

13.55 El empleado de ventanilla sonríe y me informa de que la entidad dispone de diversas modalidades de cuenta (cuenta-depósito, cuenta-de-perdidos-al-río, cuenta-burro-el-que-lo-lea. Etcétera). Si mi aportación en metálico es de cierta envergadura, una modalidad u otra me producirán mayor rentabilidad, mejor disponibilidad, más ventajas fiscales, dice. Respondo que deseo abrir una cuenta con pesetas veinticinco.

13.57 El empleado de ventanilla deja de sonreír, deja de informarme y, si mi oído no me engaña, expele unas ventosidades. A continuación teclea un rato en un ordenador.

13.59 La apertura de la cuenta corriente ha concluido. Cuando falta un segundo para el cierre de las operaciones del día, transmito instrucciones al ordenador para que añada catorce ceros al saldo de mi cuenta. Ya está. Salgo del banco. Parece que quiere salir el sol.

14.30 Me detengo ante una marisquería. Sé que es costumbre entre los humanos celebrar el buen fin de sus transacciones mercantiles en este tipo de sitios y yo, con idéntico motivo, quisiera imitarles. Las marisquerías son una variedad o categoría de restaurantes que se caracterizan a) por estar decorados con aparejos de pesca (esto es lo más importante) y b) porque en ellos se ingieren una especie de teléfonos con patas y otros animales que hieren por el igual el gusto, la vista y el olfato.

14.45 Después de vacilar un rato (15 minutos) y como sea que aborrezco comer solo, decido postergar la ceremonia de la marisquería hasta dar con Gurb. Entonces, y antes de aplicarle las medidas disciplinarias que le correspondan, celebraremos el reencuentro con una cuchipanda.

15.00 Ahora que dispongo de dinero, decido recorrer la zona céntrica de la ciudad y visitar sus afamados comercios. Ha vuelto a nublarse, pero por el momento parece que el tiempo aguanta.

16.00 Entro en una boutique. Me compro una corbata . Me la pruebo. Considero que me favorece y me compro noventa y cuatro corbatas iguales.

16.30 Entro en una tienda de artículos deportivos. Me compro una linterna, una cantimplora, un camping buta-gas, una camiseta del Barça, una raqueta de tenis, un equipo completo de wind-surf (de color rosa fosforescente) y treinta pares de zapatillas de jogging.

17.00 Entro en una charcutería y me compro setecientos jamones de pata negra.

17.10 Entro en una frutería y me compro medio kilo de zanahorias.

17.20 Entro en una tienda de automóviles y me compro un Maseratti.

17.45 Entro en una tienda de electrodomésticos y lo compro todo.

18.00 Entro en una juguetería y me compro un disfraz de indio, ciento doce braguitas de Barbie y un trompo.

18.30 Entro en una bodega y me compro cinco botellas de Baron Mouchoir Moqué del 52 y una garrafa de ocho litros de vino de mesa El Pentateuco .

19.00 Entro en una joyería, me compro un Rolex de oro automático, sumergible, antimagnético y antichoque y lo rompo in situ.

19.30 Entro en una perfumería y me compro quince frascos de Eau de Ferum , que acaba de salir.

20.00 Decido que el dinero no da la felicidad, desintegro todo lo que he comprado y continúo caminando con las manos en los bolsillos y el ánimo ligero.

20.40 Mientras paseo por las Ramblas, el cielo se cubre de nubarrones y retumban unos truenos: es evidente que se aproxima una perturbación acompañada de aparato eléctrico.

20.42 Por culpa de mi puñetera radiactividad, me caen tres rayos encima. Se me funde la hebilla del cinturón y la cremallera de la bragueta. Se me ponen todos los pelos de punta y no hay quien los domeñe: parezco un puerco espín.

20.50 Todavía cargado de electricidad estática, al tratar de comprar la Guía del ocio pego fuego al quiosco.

21.03 Caen cuatro gotas y cuando parece que la cosa no va a ir a más, descarga una tromba de agua tan salvaje que las ratas salen de las alcantarillas y se suben a Colón, por si acaso. Corro a refugiarme en un tascorro.

21.04 Ya estoy en el tascorro. Salchichones, longanizas, chistorras y otras estalactitas riegan de grasa a la parroquia, compuesta por siete u ocho individuos de sexo biológicamente diferenciado, aunque no visible, salvo en el caso de un caballero que al salir del excusado olvidó guardarse la pirulina. Detrás de la barra escancia vino lo que al principio tomo por un hombre. Un examen más detenido me revela que en realidad se trata de dos enanos encaramados el uno sobre el otro. Cuando se abre la puerta se forma un remolino de aire, que ahuyenta las moscas. Entonces puede verse en una de las paredes un espejo, en cuyo ángulo superior izquierdo se leen, escritos en tiza, los resultados de la jornada de liga correspondientes al 6 de marzo de 1958.

21.10 Como el aguacero me ha calado hasta los huesos, pido un vaso de tinto. Para entrar en calor. Con un palillo intento pinchar una tapa, pero, ante mi asombro, las tapas salen corriendo por el mostrador.

21.30 Me entretengo escuchando la conversación de los parroquianos. El lenguaje de los seres humanos, sin descodificar, es trabajoso y pueril. Para ellos, una oración elemental como ésta

109328745108y34-19«poe8vhqa9enf087qjnrf-09aqsdnfñ9q8w3r4v21dfkf=q3wy oiqwe=q3u lo9=853491926rnlnfp2485lir09348413k8449f385j9t830t82 = 34 ut t2egu-34851mfkfg-231lfgklwhgq0i2ui34756=l3ir2487-2349r20i45u62-4852ut-34582-9238v43 597 46 82 = 3t984589672394ut945467 = 2-3tugywoit = 238tej 96 46 7523fiwuy6-23f3yt-238984rohg-2343ijn87b8b7ytgyt654376687by79

(déme nueve kilos de nabos)

resulta ininteligible. Hablan, en consecuencia, largamente y a gritos, con acompañamiento de ademanes y muecas horribles. Aun así, su capacidad de expresión es limitadísima, salvo en el terreno de la blasfemia y la palabra soez, y en sus alocuciones abundan las anfibologías, los anacolutos y las polisemias.

21.50 Mientras reflexiono sobre este punto, el camarero me va llenando el vaso y cuando me doy cuenta, ya llevo medio litro de clarete en el cuerpo. Empiezo a analizar la composición química del vino (ciento seis elementos, ninguno de ellos derivado de la uva), pero al llegar a trinitrotolueno decido abandonar la investigación. El camarero me rellena el vaso.

22.00 Me río sin causa y el parroquiano que está a mi lado me pregunta si tiene monos en la cara o qué. Le aclaro que no me río de él, sino de una bobada que me ha venido a la cabeza de repente, sin saber cómo ni por qué. Como mi parlamento resulta algo confuso, sobre todo porque algunas frases las he dicho sin descodificar, las miradas de los demás parroquianos convergen en mí.

22.05 Un parroquiano (no el que tiene monos en la cara, sino otro) me señala colocando el dedo índice de su mano derecha en la punta de mi nariz y dice que mi cara le suena. El que me haya reconocido bajo la apariencia (y sustancia) del Santo Padre me indica que debe de ser persona devota y, por lo tanto, digna de toda confianza. Le respondo que sin duda se confunde y para desviar su atención y la de los demás en mi persona invito a una ronda. Viéndome dispuesto al gasto, el camarero dice que acaban de salir de la cocina unos callos que están de rechupete. Pongo sobre el mostrador algunos billetes (cinco millones de pesetas) y digo que vengan aquí esos callos, que por dinero no ha de quedar.

22.12 El parroquiano devoto dice que ni hablar, que yo ya he pagado los vinos y que los callos corren de su cuenta. A continuación añade que no faltaría más. Insisto en que lo de los callos ha sido idea mía y que, por consiguiente, es justo que los pague yo.

22.17 Una mujer (también parroquiana), que acaba de tumbar la segunda botella de anís, interviene para proponer que no sigamos discutiendo. Se mete la mano en el escote y la saca llena de unos billetes sucios y arrugados., que arroja sobre el mostrador. Otro parroquiano, creyendo que aquellos billetes son los callos, se come cuatro de un bocado. La mujer afirma que ella invita. El parroquiano piadoso replica que a él no le invita ninguna mujer. Explica que los tiene muy bien puestos.

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