Salman Rushdie - Los Versos Satánicos
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¿Debía llamar por teléfono a Allie? ¿Le habría contado Gibreel lo de las voces?
¿Debía tratar de ver a Gibreel?
Va a ocurrir algo, le advertía su voz interior. Va a ocurrir y tú no sabes qué es, y nada puedes hacer para evitarlo. Oh, sí, es algo malo.
Ocurrió el día de la manifestación, que por cierto, contra todos los pronósticos, tuvo un éxito bastante satisfactorio. Se registraron, sí, algunas escaramuzas en el distrito de Mazagaon, pero, en conjunto, el acto fue pacífico. Los observadores del PCI(M) informaron que se había tendido una cadena de hombres y mujeres cogidos de la mano que discurría ininterrumpidamente de arriba abajo de la ciudad, y Salahuddin, que estaba en Muhammad Ali Road, entre Zeeny y Bhupen, tuvo que reconocer que la imagen poseía fuerza. Muchos de los que estaban en la cadena lloraban. La orden de juntar las manos fue dada por los organizadores -entre los que Swatilekha ocupaba lugar preeminente, circulando en la parte trasera de un jeep, megáfono en mano- a las ocho en punto de la mañana; una hora después, cuando el tráfico de la ciudad alcanzaba su punto culminante, la multitud empezó a dispersarse. No obstante, a pesar de los miles de personas que intervinieron en el acto, a pesar de su carácter pacífico y de su mensaje positivo, la formación de la cadena humana no fue recogida por los servicios informativos de la televisión de Doordarshan. Tampoco All-India Radio se refirió a ella. La mayoría de los periódicos proclives al Gobierno omitieron también toda mención. Sólo un diario en lengua inglesa y un dominical dieron la noticia; nada más. Zeeny, recordando el tratamiento que se había dado a la cadena de Kerala, había vaticinado este silencio ensordecedor cuando ella y Salahuddin volvían a casa. «Es un acto comunista -explicó-. Por lo tanto, inexistente.»
¿Qué acaparaba los titulares de los periódicos de la tarde?
¿Qué chillaban a los lectores en caracteres de tres centímetros mientras no se dedicaba a la cadena humana ni un susurro de tipografía pequeña?
LA REINA DEL EVEREST Y PRODUCTOR CINEMATOGRÁFICO,
MUERTOS
DOBLE TRAGEDIA EN MALABAR HILL
GLBREEL FARISHTA, EN PARADERO DESCONOCIDO
LA MALDICIÓN DE EVEREST VILAS SE COBRA NUEVAS
VÍCTIMAS
El cadáver del prestigioso productor cinematográfico S. S. Sisodia había sido descubierto por el personal doméstico en el centro de la alfombra del salón del apartamento del célebre actor Mr. Gibreel Farishta, con una herida de bala en el corazón. Miss Alleluia Cone, en un accidente que se creía «relacionado con el hecho», había perdido la vida al caer desde la azotea del rascacielos, la misma desde la cual, unos dos años atrás, Mrs. Rekha Merchant había arrojado a sus hijos y a sí misma al asfalto de la calle.
Los periódicos de la mañana mostraban menos ambigüedad al referirse a la última actuación de Farishta. Farishta, SOSPECHOSO, SE ESCONDE.
«Vuelvo a Scandal Point», dijo Salahuddin a Zeeny, que, interpretando erróneamente esta retirada a una esfera más íntima del espíritu, se disparó: «Mister, vale más que te decidas de una vez.» Él, al marcharse, no supo qué decir para tranquilizarla; ¿cómo explicarle su agobiante sensación de culpabilidad, de responsabilidad; cómo decirle que aquellas muertes eran las Oscuras flores de unas semillas que él plantara hacía tiempo? «Necesito pensar -dijo en voz baja, con lo que confirmó las sospechas de ella-: Sólo un día o dos.» «Salad baba -dijo Zeeny secamente-, tengo que reconocer que tu sentido de la oportunidad es realmente fabuloso.»
La noche después de su participación en la cadena humana, Salahuddin Chamchawala contemplaba por la ventana del dormitorio de su infancia las formas nocturnas del mar de Arabia cuando Kasturba dio unos rápidos golpes en la puerta con los nudillos. «Un hombre pregunta por ti», dijo casi en un siseo, evidentemente asustada. Salahuddin no había visto a nadie entrar por la puerta. «Ha llamado a la puerta de servicio -dijo Kasturba en respuesta a su pregunta-. Y, escucha, baba, es ese Gibreel. Gibreel Farishta, del que los periódicos dicen…» Su voz se apagó y ella se mordió nerviosamente las uñas de la mano izquierda. «¿Dónde está?»
«¿Qué podía hacer? Tuve miedo -dijo Kasturba-. Lo hice pasar al estudio de tu padre. Te espera allí. Pero será mejor que no vayas. ¿Llamo a la policía? Baapu ré, qué cosas.»
No. No llames. Iré a ver qué quiere.
Gibreel estaba sentado en la cama de Changez, con la vieja lámpara en las manos. Llevaba un pijama kurta blanco sucio y ofrecía el aspecto del hombre que ha dormido en malas condiciones. Tenía los ojos extraviados, mates, muertos. «Compa -dijo con cansancio, señalando una butaca con un movimiento de la lámpara-. Como si estuvieras en tu casa.»
«Tienes un aspecto horrible», aventuró Salahuddin, recibiendo del otro una sonrisa distante, cínica, desconocida. «Siéntate y calla, compa -dijo Gibreel Farishta-. He venido a contarte un cuento.»
Entonces fuiste tú, comprendió Salahuddin. Tú lo hiciste: tú asesinaste a los dos. Pero Gibreel había cerrado los ojos, unido las yemas de los dedos y empezado a contar su historia, que era también el final de muchas historias, de esta manera:
Kan ma kan
Fi qadim azzaman…
Tal vez sí tal vez no hace mucho mucho tiempo
Bueno algo por el estilo
No estoy seguro porque cuando vinieron a verme yo no era yo no yaar no era yo en absoluto hay días muy duros cómo decirle lo que es la enfermedad algo así pero no puedo estar seguro
Siempre hay una parte de mí que está fuera gritando no por favor no lo hagas pero no sirve de nada sabes cuando llega el mal
Yo soy el ángel el maldito ángel de dios y estos días es el ángel vengador Gibreel el vengador siempre la venganza por qué
No puedo estar seguro algo así por el delito de ser humano
y sobre todo mujer pero no exclusivamente la gente debe pagar
Algo así
Él me la trajo con buena intención ahora lo sé él sólo quería que hiciéramos las paces es que-que-que no ves
me dijo que ella no te ooo-olvida ni mucho menos y tú dijo estás lo-lo-loco por ella todos lo saben él sólo quería que hiciéramos que hiciéramos que hiciéramos
Pero yo oí versos
Tú me entiendes, compa
V e r s o s
Manzana colorada tarta de limón sin sin son
Me gusta el café me gusta el té
Azul la violeta perfumado el huerto acuérdate de mí cuando haya muerto muerto muerto
Cosas por el estilo
No podía sacármelos de la cabeza y ella se transformó delante de mis ojos yo la insulté puta y cosas así y a él yo lo conocía bien
Sisodia degenerado de ya sabes dónde yo sabía lo que ellos pretendían
reírse de mí en mi propia casa algo así
Me gusta la manteca me gusta la tostada
Versos compa quién se inventará esas cosas
Y entonces invoqué la ira de Dios le señalé con el dedo le disparé al corazón pero ella pécora pensaba yo pécora fría como el hielo
allí quieta esperando esperando sin más y entonces no sé no estoy seguro no estábamos solos
Algo así
Allí estaba Rekha flotando en su alfombra tú la recordarás compa
tienes que acordarte de Rekha en su alfombra cuando caíamos y alguien más un tipo raro vestido de escocés a lo gora
no entendí el nombre
Ella no sé si los veía o no los veía no estoy seguro estaba quieta
Fue idea de Rekha llévala arriba la cumbre del Everest cuando llegas a lo alto ya sólo puedes ir hacia abajo
la señalé con el dedo subimos
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