Juan Saer - Glosa
Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Saer - Glosa» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Glosa
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Glosa: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Glosa»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Glosa — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Glosa», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Cada quince metros, una tipa se levanta en el borde de la vereda, y sus ramas se tocan casi con las de la que, a la misma altura, se alza sobre el borde de la vereda de enfrente. Por entre los espacios que deja el ramaje no demasiado espeso, se divisan porciones de cielo azul, y en la calle y la vereda de enfrente son más los trechos soleados que los espacios de sombra. Pueriles, de todos colores, a velocidad constante, los autos ruedan en ambas direcciones: los que vienen hacia Leto bordeando la vereda por la que él camina en dirección contraria, y los que, justamente, llevan esa dirección, bordeando la vereda de enfrente. Destellos y sombra de hojas y ramas alternan fugaces sobre el cromo de las carrocerías, sobre la chapa pintada y los vidrios, a medida que se desplazan por la calle arbolada. Otros peatones -no muchos, a causa de la lejanía del centro y de la hora también, relativamente temprana- andan, solitarios o en grupos, perdidos en sus pensamientos y en sus conversaciones, por las veredas. Unos treinta metros más de marcha regular, y Leto llegará a la esquina.
Es, como ya sabemos, la mañana: aunque no tenga sentido decirlo, ya que es siempre la misma vez, una vez más el sol, como la tierra, al parecer, gira, ha dado la ilusión de ir subiendo, desde esa dirección a la que se le dice el Este, en la extensión azul que llamamos cielo, y, poco a poco, después del alba, de la aurora, ha llegado a estar lo bastante alto, en la mitad de su ascenso pongamos, como para que, por la intensidad de eso que llamamos luz, llamemos, al estado que resulta, la mañana -una mañana de primavera en la que, otra vez, aunque, como decíamos, es siempre la misma vez, la temperatura ha ido subiendo, las nubes se han ido disipando, y los árboles que, por alguna razón, habían perdido poco a poco sus hojas, se han puesto a reverdecer, a dar flores otra vez, aunque, como decíamos, es siempre la misma, la única Vez y, como dicen, de equinoccio en solsticio, en la misma, ¿no?, como decía, la llamamos "una", porque nos parece que ha habido muchas, a causa de los cambios que nos parece, a los que damos nombres, percibir-, una mañana de primavera, luminosa, que ha venido formándose desde tres o cuatro días atrás, a partir de las últimas lluvias de septiembre y octubre que han limpiado, en un cielo cada vez más tibio y transparente, los últimos rastros del invierno. Leto no se siente ni mal ni bien: camina olvidado, en la mañana, en el centro de un horizonte material que le manda, en ondas constantes, ruidos, texturas, brillos, olores. Está sumergido en ese horizonte y es, al mismo tiempo, su centro; si, de golpe, desapareciese, el centro cambiaría de lugar.
Es por esa razón, para verificar que él ha sufrido tanto, que unos tres meses antes ella se había descubierto la dureza en el seno derecho: como una bolillita de paraíso, se había puesto a temar. Charo, la prima maestra que, a falta de novio o marido ha adquirido, a los cuarenta y cinco años, un saber aproximativo sobre casi todas las enfermedades destinado a paliar las lagunas de alguna otra curiosidad o sed non satiata, la había obligado a pedir cita con un especialista -una eminencia, había sustantivado, ditirámbica, la tía Charo, que no era, en realidad, más que su prima segunda. Leto piensa: "No estuvo mal tampoco cuando se lo dijo a Charo; es como si uno le sugiriera a un proxeneta que le sobran unos pesos y que le gustaría gastárselos en coperas". A causa de sus congresos internacionales, de la cola de postulantes a cancerosos que hojeaban revistas viejas en la sala de espera de su consultorio, y de sus conferencias-cena en el Rotary, el especialista recién la había recibido un mes después: y después de observarla, de palparla, con cuidado y pericia, le había dicho, con jovialidad distraída que, según su modesta opinión, no había por qué inquietarse, y que un examen más minucioso o una biopsia no se justificaban. La dureza, del tamaño de una bolillita de paraíso según Isabel o del de una bellota, según Charo, que, quién sabe por qué razones confusas, y desconocidas para ella, también la había palpado, no delató su presencia para los dedos diestros del especialista que, por más que buscaron y rebuscaron no encontraron ninguna dureza excepcional en los senos por el contrario ya un poco blandos de Isabel -ni en el derecho ni en el izquierdo. El especialista se había ido a sentar ante su escritorio y se había puesto a llenar una ficha, y, mientras se vestía, parada cerca de la camilla, Isabel había comenzado un sondeo lleno de sobreentendidos, al cual el especialista respondía con monosílabos inciertos, cuyo sentido, como el de las manchas de un test psicológico, dependía de lo preexistente en el observador: según Isabel, ya al verla entrar, el especialista le había lanzado miradas significativas, puesto que ella se había anunciado con su apellido de casada, y el caso de su marido, tan reciente, y tan fulminante también, como sucede a menudo con las personas jóvenes, no debía habérsele olvidado. Como al entrar la habían hecho llenar una ficha donde figuraba que había nacido en Rosario y que sin duda él debía haber venido a consultarlo desde Rosario, el especialista no podía no haber establecido la relación. Desde luego, a causa del secreto profesional - sí, tienen esa deontología, había corroborado Charo- el especialista no podía reconocer de plano que él había venido a verlo durante sus frecuentes viajes a la ciudad y que, después de examinarlo, le había encontrado ese mal incurable, pero sus respuestas, imprecisas adrede, eran sin embargo lo bastante significativas como para que las últimas dudas que hubiesen podido quedarle se disiparan. "Pero no está muy segura de que le crean porque insiste demasiado", piensa Leto. Esa misma noche había llamado a Rosario para confirmárselo a Lopecito quien, protector y escrupuloso, había interrumpido sus revelaciones con un firme No gastes. Yo te llamo, de modo que habían cortado, y un minuto más tarde, cuando el teléfono empezó a sonar desde Rosario, ella descolgó, impaciente y satisfecha, transmitiéndole, con lujo de detalles, la confirmación de sus sospechas que, de un modo discreto pero inequívoco, le había dado el especialista. Lopecito, que desde hacía veinticinco años venía haciéndole, de un modo tácito, la corte, que la había visto casarse con su mejor amigo, y que incluso había sido testigo en la ceremonia civil, que la había visto tener dos pérdidas al segundo o tercer mes antes de quedar por fin embarazada de Leto y traerlo al sol de este mundo, que había sido el confidente impasible de los vaivenes conyugales de marido y mujer y que, el año anterior, la había visto por fin enviudar, quedando en la posición incómoda del eterno pretendiente y del amigo de infancia del marido a quien se le hace por fin el campo orégano, Lopecito, ¿no?, que, entre su corretaje de dos o tres marcas de televisores y su cargo de vocal en la subcomisión de fiestas de Rosario Central, había encontrado tiempo suficiente como para facilitarles la venida desde Rosario sin estar de acuerdo con la decisión, la mudanza, los gastos, los había recomendado a ella como vendedora en una casa de artículos para el hogar y a Leto como tenedor de libros en dos negocios del centro, le había gestionado a ella, gracias a sus relaciones en plaza, como él decía, la pensión de su difunto marido, y venía a visitarlos cada quince días desde Rosario, durmiendo en un hotel para que quedara bien claro que no eran ellos quienes ensuciarían la memoria de un ser querido, sentía también la suficiente devoción por Isabel como para aceptar, a pesar de representar ante los ojos del mundo la voz misma de la ponderación, todos sus puntos de vista, su extravagancia discreta, su lucha incesante por contrarrestar la evidencia de las cosas, sus interpretaciones repetitivas de las cuales la tesis del mal incurable "no es", piensa Leto llegando a la esquina, "la menos descabellada".
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Glosa»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Glosa» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Glosa» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.