– Me parece que te conviene descansar un poco -le dijo con tranquilidad el Magisterpraedi.
Ígur desenvainó y se le encaró en guardia.
– He sospechado de ti desde el primer momento, y ahora no te escaparás. Pero antes quiero saber quién eres en realidad. Habla, porque te queda poco tiempo.
Arktofílax sonrió con tristeza. Había en todos sus movimientos una calma que despertaba en el Caballero una mezcla de admiración y rabia.
– Tienes razón, no me queda mucho tiempo, y te responderé sin subterfugios. Pero antes, permite que te ayude a resolver el enigma de la Penúltima Puerta -fue al otro extremo del salón-, porque ésta es de verdad la Penúltima Puerta, la anterior no era más que una metatrampa de seguridad.
Ígur no soltó la espada, y sin perder al otro de vista se acercó a la inscripción que le indicaba. Era una leyenda alrededor de un gran medallón sin retrato (Ígur no se detuvo a pensar si se trataba de un retrato borrado o es que, sencillamente, nunca había habido ninguno). Esa vez fue Arktofilax quien leyó en voz alta, empezando por los tres asteriscos.
– Muy bien -dijo Ígur, y sintió de nuevo en su interior la náusea asfixiante de aquellos ojos de profundidades magmáticas-. ¿Y qué? -gritó.
– Fíjate en el dibujo. -Y señaló el centro de un frontón sobre la puerta.
– Ya lo veo -dijo Ígur intentando no temblar; cada vez sentía de forma más necesaria y urgente matar al hombre que tenía delante-; lo reconozco sin la menor duda. ¿Acabas de dibujarlo tú?
El Magisterpraedi rió con extrañeza.
– ¿Yo? ¿Cómo podría haberlo hecho? -Lo miró con detenimiento-. ¿Qué crees que es? -sonrió de nuevo-, es decir, si te parece que liquidarme puede esperar un cuarto de hora.
Ígur sentía cómo se le aflojaban las piernas, y bajó la espada pero resistiéndose a guardarla.
– Es la misma figura que utilizamos en la segunda Puerta de salida del Cadroiani, pero en lugar de los cinco puntos, están marcadas las dos líneas que enlazan los Tres y los Dos.
– ¿Y qué te sugiere? Quiero decir, qué características ves en él que te parezcan aprovechables.
– ¿Desde un punto de vista geométrico? Veamos -contó mental- mente unidades, recordando que se trataba de un cuadrado de 6 X 6-, tenemos dos superficies iguales y una tercera diferente. La diferencia de superficie entre una de las grandes y la pequeña es de 6 unidades. Por otra parte, las dos líneas rectas divisorias tienen igual longitud, que es aproximadamente de 5,65 unidades. Las tres superficies tienen igual perímetro exterior, de 8 unidades lineales, cifra que en el caso de la porción pequeña corresponde a la misma que expresa la superficie.
– Muy bien -dijo Arktofilax, Ígur sintió que le tomaba el pelo, y volvió a blandir la espada.
– Se ha acabado el Juego -dijo con la voz un poco temblorosa-. En guardia.
– Un momento, te dejas lo mejor. Te olvidas de decir -señaló la figura- que el punto más interesante es el encuentro de las dos líneas, que coincide con la estrella central de las tres, que es Canopus. Fíjate en la inscripción: "Que allí do arribéis/ Camino de uno/ Y para uno/ Al blanco cuerpo desnudo.' El último verso, como ya descifró Debrel, pertenece también a Canopus. ¿Recuerdas el primer poema de la Cabeza Profética? -Ígur empezó a sentir el malestar inquietante de la división interna de intenciones-. Cuando dice 'Que allí do arribéis, divisa para TU presente/ AL OSo vencerás, Al BlanCO cuerpo deSNUdo'. Pues bien, ha llegado el momento. Me has preguntado quién soy, y te respondo: ya no soy Hydene, sino Arcturus, el Oso que tienes que vencer, porque tú ya no eres Neblí, ahora eres Suhel.
– Pero ¿por qué tengo que vencerte? -dijo Ígur, súbitamente desarmado.
– ¿Ahora preguntas por qué? Hace un momento lo veías muy claro. -Arktofilax lo miró intensamente-. Vuelve a leer la inscripción: 'Camino de uno/ Y para uno.' ¿Sabes cuál es la clave de la Penúltima Puerta? La muerte de uno de nosotros dos, y el mundo se mueve a favor de la mía, así es que no tenemos más remedio que solventarlo.
Desenvainó y, con un movimiento reflejo, Ígur dejó caer su espada.
– ¡No puede ser! -dijo.
– ¿Querías saber qué pasó en Bracaberbría? -prosiguió el Magisterpraedi-. Tú, como todos los demás, no te has atrevido nunca a preguntar. -Dejó la espada en una mesa alta.
– ¿Qué pasó dentro del Laberinto de Bracaberbría? -preguntó Ígur temblando.
– La prueba del Laberinto correspondiente al Único no es ningún recorrido ni ningún enigma ni ninguna secuencia, sino que soy yo mismo. Estamos en el último Protocolo, y esta habitación es la Heracleópolis, de donde por definición sólo uno sale con vida. Por eso quise que la Entrada solo fuéramos dos.
– Entonces, ¿lo sabías? -se admiró Ígur.
– Desde el primer momento.
– ¡Y aceptaste! -dijo, incrédulo-. ¿Por qué?
– Porque éste es el Juego.
– ¿Y ya conocías el desenlace?
– Sí.
– ¿Puedo saber cuál es? -continuó, pensando que por nada del mundo sería capaz de hacerle daño a aquel hombre.
– Sólo hay un desenlace posible para mí, y es morir en el Laberinto de Gorhgró. Yo soy el Cabeza que ha de fecundar el Final con mi desaparición. -Viendo la cara que ponía Ígur, prosiguió-: ¿Recuerdas la primera secuencia de la Ley del Laberinto? Ya sé que no, por eso te la diré: 'Una Fonotontina para participar sin haberte inscrito, una Fonotontina para inscribirte y que pasen los años sin saber si llegarás a participar nunca. Para ganarla si la pierdes, para perderla si la has ganado.'
– No lo entiendo.
– No importa, todo está pactado desde hace mucho tiempo; hay dos posibilidades: que luchemos y tú me venzas, que es la secuencia natural, con lo cual saldrás tú solo del Laberinto y ya sabes qué pasará después, o bien la secuencia exiliada, que te venza yo, y entonces tú morirás y yo también, porque el poder de Arcturus no está hecho para salir del Último Laberinto. En cualquier caso, el camino queda expedito para los Astreos. Y ahora, prepárate.
Tomó de nuevo la espada y la dirigió al Caballero. Ígur no hizo ningún movimiento de defensa.
– No puedo -dijo.
– Tienes todas las de ganar.
– Precisamente.
– El Único contra el poder de los Tres, centrado en Canopus.
¿Quieres saber qué pasó en Bracaberbría? Alderamín, que antes había sido Beiorn, murió en los Pantanos picado por la serpiente; allí me asistió el poder de Ofiuco, y después de vencer a mi opositor natural salí convertido en ambos como Arktofilax, el Guardián del último centro, es decir Gorhgró. Aquél era mi Laberinto, y he entrado en éste tan sólo para abrirlo. Yo soy el último baluarte, es así como está establecido. Mi hado se ha cumplido, y ahora Suhel cumplirá también su destino, y saldrá de aquí como Canopus, o como Harpsifont, si lo prefieres, y, sabiendo que el éxito y el fracaso son impostores por igual, y si te permites anhelar el uno o que te asuste el otro te perderás de vista a ti mismo, esperará conmigo en las montañas del Sur, lejos de las demás estrellas, esperando encogido más allá de los horizontes desérticos el momento oportuno para saltar sobre el mundo.
Tocó con la espada la de Ígur, que estaba en el suelo.
– No puedo -repitió el Caballero, bajando la vista; todo lo que tocaba lo convertía en duda.
– Querido Canopus, ahora el Laberinto empieza de verdad para ti.
Ígur deseó ardientemente que se refiriera a la Última Puerta y no a lo que le esperaba después de la salida, pero no era el momento de engañarse, tenía más bien pocas esperanzas de que fuera así.
Читать дальше