Juan Marsé - Si Te Dicen Que Cai

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En palabras del autor, la novela no es tanto una revancha personal contra el franquismo, como una secreta y nostálgica despedida de su infancia. Lo cual no quita para que, en efecto, la sórdida vida cotidiana en un barrio ya desaparecido (Guinardó) vuelva a ser el marco de unas historias en las que se entremezclan la sátira y la violencia sexual con una indiscutible riqueza de sensaciones y fantasías. Muchas de ellas se cuentan mediante las `aventis`, un hallazgo que permite, a partir de historias inventadas por unos niños nacidos de la violencia y criados en la calle, ir tejiendo una realidad alucinante y, al mismo tiempo, extrañamente cotidiana.

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– No se mueve por no molestar, el pobre. Tan serio que parece en los ensayos, ¿verdad?, tan estirado y antipático. Pues es como un niño, en casa, como un niño asustado. Tiene miedo de quedarse solo, de hacerse pipí encima o de coger un resfriado. No deja que nadie le vea el agujero de la garganta, las feas heridas de la guerra, sólo yo se las he visto al cambiarle la toalla, le gustan de colores y no es una manía, tiene alergia a las bufandas de seda, ¿no lo sabías?

Otra llamada y empujar la silla de ruedas hasta la biblioteca: allí escribe cartas, telefonea al administrador, repasa las cuentas de su madre, el cobro de alquileres, archiva facturas. Dicen que casi todas las casas del barrio son de la señora, además de los terrenos de Las Ánimas y de Can Compte, fincas que le fueron requisadas cuando la guerra y que ha vuelto a recuperar. Pero Conradito tiene muchos disgustos, la gente no paga, le oigo maldecir por teléfono, chillar, amenazar: entonces parece otra persona.

A media mañana la señora baja a verle. Cómo se encuentra, si necesita algo, si quiere algo especial para el almuerzo. A veces le enseña la lista de la compra. Luego se distrae en lo que le gusta, lee funciones de teatro, copia a máquina el papel de cada personaje, decide el reparto y el vestuario, a veces me llama para preguntarme si me gustaría hacer este o aquel papel, ensayar, probarme un traje. Se inventa argumentos para funciones que escribirá algún día, se inspira en poesías, en canciones.

– Llevas el mantón sin gracia. Quítatelo.

– Hagamos otro ensayo.

Apoyada en el quicio de la mancebía miraba encenderse la noche de mayo. Una mano en la cadera, en la otra el cigarrillo y un clavel en el pelo, el vestido de lunares y volantes muy ceñido, sin mangas y escotado. Pasaban los hombres y ella sonreía, hasta que en su puerta paró el caballo. Serrana, ¿me das candela? Avanza unos pasos, deja resbalar de tus hombros el mantón verde. Paséate alrededor mío, con arrogancia, recta la espalda, así, el cigarrillo no es un lápiz, la cintura es una espiga, párate, un poco ancha de caderas, junta las piernas, así está bien. Hay que coser el dobladillo, zurcir esas medias, pintar de verde esos zapatos, asegurar el tacón, lo demás puede pasar. Lástima que no tengas los ojos verdes, niña. Ahora ven y yo fuego te daré, no temas hacerle daño a mis piernas, así, por favor.

– Lo hago mejor cuando me sé el papel de memoria… Por ejemplo, Magnolia.

– ¿No llevas nada debajo, Magnolia?

– Eso no, ahí no, que tengo miedo, traperito.

– Tú eres Magnolia y yo el soldado.

Lo que usted diga.

¿Me quieres dejar un beso hasta que cobre, mujer, que sé que hoy voy a la muerte? -cantaba.

¿Y de dónde sacas la ropa? -preguntó Java.

– Su madre me regala vestidos viejos. Si las piernas no le duelen mucho, está alegre. Pero ya os dijo la directora que esas canciones, dijo Java, son pecado. Bueno, y qué, a él le gustan y dice que no, que no hay que confesarse de eso. Hacia el mediodía lo lleva al ascensor. Si no hay corriente lo deja sentado en una butaca y baja la silla de ruedas por la escalera, dejándola en el portal. Sube otra vez, lo envuelve en el chal, lo coge en brazos, lo baja y lo sienta en la silla. Si hace sol van a pasear, pero con este tiempo suelen dar unas vueltas a la manzana arrimados a la pared, evitando los remolinos de hojas secas, conversando, ensayando: Salimos ya muy tarde y fuimos paseando por un París antiguo, manchado por la luna. Ella riéndose.

– Magnolia, olvida esa fecha y olvida mi nombre, y búscate un hombre que puedas amar.

– Despacio, despacio.

– Perdona, Magnolia, si te ha ilusionado por unos momentos mi modo de ser. Recuerda tan sólo que soy un soldado y puede que nunca me vuelvas a ver.

Toman una manzanilla en algún bar y al regresar lo deja con su madre en el tercer piso, allí come y pasa la tarde, a veces. Ella, después de comer en la cocina, regresa a la Casa de Familia y a la mañana siguiente vuelta a empezar.

– Los días de lluvia y humedad sí que son tristes. Se le clava la barbilla en el pecho, se le dobla la espalda como un viejo, la metralla debe moverse dentro de él y desgarrarle los nervios. Afiladas esquirlas de metralla que le rondan los pulmones, que le pinchan el corazón y el estómago. Al principio creía oírla moverse, a la bala, pero son las tripas, siempre le lloran las tripas, es la falta de ejercicio. Entonces llama al señor Justiniano, se encierran en la biblioteca y juegan al ajedrez; el alcalde tiene con él una paciencia infinita y lo quiere como a un hijo, se desespera cuando lo atenaza el dolor, le ha visto llorar a escondidas con el único ojo que tiene.

– ¿Y qué ocurre por la tarde? ¿Nunca vas por la tarde?

– A veces. A pasearle después de comer, pero en seguida a casa a esperar a sus amigos, por eso me hace comprar algo por el camino. Meriendan juntos.

Java se rió, pasando el brazo por sus hombros y atrayéndola.

– ¿Y quiénes son sus amigos, qué hacen allí, qué has visto?

– Yo nada. Ni entro. Lo dejo en la puerta…

– ¿Del piso de su madre o del suyo?

– Del suyo. Me sonríe y dice gracias, Magnolia, ya puedes irte.

– ¿Te acuerdas de una tarde que te hizo comprar empanadillas de atún, te acuerdas que yo estaba en el bar?

– No.

– ¿Tú eres tonta o lo haces ver, chavala?

– Quita, me haces cosquillas. Y termina de pesar esto, se hace tarde -guardó silencio mientras le miraba prensar con ambas manos los papeles en el saco, miraba el pañuelo de colores en su nuca, su pelo negro ensortijado. Añadió-: Y no creas que siempre es así, un inválido digno de lástima, no creas que no se divierte. Tiene amigos que lo llaman por teléfono y lo visitan con sus novias o amigas, le cuentan chistes y él se ríe; ¿sabes cómo le llaman en broma? Ex futuro cadáver, hola, cadáver, lo saludan al llegar, pero no es un insulto ni mucho menos, me explicó él, en la guerra se llamaban así. A veces se lo llevan al campo en coche, y tienen una tertulia en el café El Oro del Rin, y hasta… prepárate que te vas a caer de culo: hasta una porquería de ésas encontré un día en el water, una goma. De piedra me quedé pensando no puede ser, él no, sería alguno de sus amigos, creo que algunas tardes les presta el piso. También lo visita mucho un amigo íntimo, el hijo del joyero de la señora, y el administrador. Pero sobre todo el señor Justiniano, que le hace recados y le cuenta historias divertidas de un hijo suyo que vive en los campamentos juveniles. Y con ellos se ríe, se olvida de su desgracia. Yo, cuando mejor me lo paso es los días que tenemos ensayo en Las Ánimas y vamos en taxi, como los domingos para ir a misa, con su madre. Es otra persona cuando el dolor le da un respiro, de verdad.

– Mira qué buen peso os hago, para que luego digáis.

– Anda que no tiene truco ni nada tu romana, trapero. ¿Crees que nos chupamos el dedo?

Y tú, Sarnita, que tanto presumes de saberlo todo, de verlo todo, procura meterte en la piel de la Fueguiña y ver dónde te pica más, empuja la silla de ruedas, anda, tanto si hace frío como si hace calor, súbelo y bájalo dos pisos que en realidad son cuatro con el entresuelo y el principal, anda, verás qué gustito. Pero piensa también qué ilusión compartir con él las solemnidades de la Parroquia, la Pascua y el Corpus, cuando conduces la silla bajo palio, él con su uniforme de gala y sus botas relucientes, a su derecha el cura y a su izquierda la señora, todos pisando las alfombras de flores y serrín de colores hechas por los feligreses arrodillados en la calle toda la víspera, alumbrándose con linternas y velas, piensa qué bonito ir con él bajo palio y envuelto en el incienso y los cantos sagrados. O en el Vía Crucis del Viernes Santo, que cada año sale a recorrer las calles del barrio; incluso él lleva la pesada cruz en el hombro durante una estación, siempre la novena: Jesús cae por tercera vez, porque sabe que todos somos pecadores y así da ejemplo, el madero pesa lo suyo aunque los portantes le ayudan y la Fueguiña empuja la silla, todo el mundo le mira, vecinos asomados a los balcones y ventanas donde cuelgan colchas moradas y negras, impresionados ante su esfuerzo y viéndole cada año más débil y arrugado pero la novena estación que no se la quiten; con el uniforme y los correajes y las botas altas parece más aguerrido bajo la cruz, todo el mundo puede contemplarle a gusto al hacer la comitiva un alto en cada uno de los altares improvisados en los portales, y él los conoce a todos, todos le deben dinero y favores porque las casas donde viven son de la señora Galán, todos se arrodillan y se golpean el pecho cuando él pasa. Señor, Señor, perdónanos. Sabe él que todos están allí y que notan su poder y su fuerza pero ni les mira, pasa muy tieso de cintura para arriba, los brazos cruzados sobre el pecho condecorado y los ojos bajos, concentrado en algún íntimo furor. Y aún más cosas emocionantes debe vivir la Fueguiña cobijada a su sombra protectora, por eso no es extraño que lo aprecie, lo compadezca y lo defienda, también tú le defenderías de nuestras burlas, Sarnita, también tú llegarías quizá a encariñarte con él y te acostumbrarías a besar la mano que te ordena y te palpa y te soba y te pega, porque así es una huérfana, así son todas: unas niñas sin hogar y sin familia suspirando siempre por un hogar y una familia.

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