– Perdone, no he oído el timbre. -Se ciñó la rebeca a la cintura y cruzó los brazos. No quería acercarse a la luz. No quería que él viera que había estado llorando-. Seguro que Luke ya le ha dicho a Sam que está aquí, pero… -Pero ¿qué, Elizabeth?-, pero de todos modos iré a avisarle -farfulló. Caminó por el césped hacia la casa con la cabeza gacha, frotándose la frente con la mano para ocultar los ojos.
Cuando alcanzó la puerta de la cocina los entrecerró para protegerlos de la luz intensa del interior, pero mantuvo la cabeza gacha, ya que no deseaba mirar a los ojos a aquel hombre. Lo único que veía de él era un par de deportivas azules marca Converse al final de unos téjanos desteñidos.
– ¡Sam, tu papá ha venido a buscarte! -gritó Elizabeth con voz débil hacia lo alto de la escalera. No obtuvo respuesta, sólo el sonido de unos pies menudos corriendo por el descansillo. Suspiró y miró su reflejo en el espejo. No reconoció a la mujer que vio. Tenía el rostro hinchado y el pelo revuelto por la brisa y húmedo de atusarlo con las manos mojadas de lágrimas.
Luke apareció en lo alto de la escalera con cara soñolienta y vestido con el pijama de Spiderman que se negaba a dejar que le lavara y que escondía detrás de su oso de peluche favorito, George, para protegerlo. Se frotó los ojos cansinamente con los puños y la miró confundido.
– ¿Eh?
– Luke, se dice perdón, no eh -le corrigió Elizabeth, y acto seguido se preguntó qué importancia tenía en las presentes circunstancias-. El padre de Sam todavía espera. ¿Puedes decirle a tu amigo que se dé prisa en bajar, por favor?
Luke, aturdido, se rascó la cabeza.
– Pero… -se interrumpió y se frotó el rostro con aire cansado.
– Pero ¿qué?
– El papá de Sam ha venido a buscarle mientras te encontrabas en el jar…
Se calló y desvió la mirada por encima del hombro de Elizabeth. Sonrió mostrando un hueco entre los dientes.
– Vaya, hola, papá de Sam. -Sofocó a duras penas una risita-. Sam bajará enseguida -agregó aguantándose la risa, y se fue corriendo por el descansillo.
Elizabeth no tuvo más remedio que volverse despacio y enfrentarse al padre de Sam. No podía seguir evitándole mientras él aguardaba a su hijo en su casa. Al primer vistazo reparó en la expresión de perplejidad con que el hombre miraba a Luke desaparecer por el descansillo a la carrera y riendo tontamente. El padre de Sam se volvió de cara a ella, a todas luces preocupado. Estaba apoyado contra el marco de la puerta con las manos en los bolsillos traseros de unos téjanos desteñidos que hacían juego con una camiseta azul. Unos mechones de pelo negro azabache escapaban de debajo de su gorra también azul. A pesar de aquel atuendo juvenil Elizabeth supuso que tenía su misma edad.
– No le haga mucho caso a Luke -dijo Elizabeth un tanto apurada por la conducta de su sobrino-. Es sólo que está un poco excitado esta noche y… -No supo cómo seguir-. Lamento que me sorprendiera en un mal momento en el jardín. -Se envolvió el torso con los brazos en un ademán protector-. Normalmente no estoy así. -Se secó los ojos con las manos temblorosas y las entrelazó para disimular el temblor. El exceso de emociones la había desorientado.
– No pasa nada -respondió la voz grave con ternura-. Todos tenemos días malos.
Elizabeth se mordió el interior de la boca e intentó en vano recordar su último día bueno.
– Edith se ha marchado durante unos días. Seguro que ha tratado con ella. Por eso no nos habíamos conocido antes.
– Ah, Edith -sonrió-. Luke la menciona muy a menudo. Le tiene mucho cariño.
– Sí. -Esbozó una sonrisa y se preguntó si Luke la habría mencionado a ella alguna vez-. ¿Quiere sentarse? -preguntó indicando la sala de estar. Después de ofrecerle una bebida regresó de la cocina con un vaso de leche para él y un expreso para ella. Se detuvo un momento en la puerta del salón, sorprendida al pillarle dando vueltas en la silla giratoria de cuero. Verlo de aquella guisa la hizo sonreír.
Al verla en la puerta él sonrió a su vez, dejó de girar, cogió el vaso de leche y se dirigió al sofá de cuero. Elizabeth tomó asiento en su sillón acostumbrado, tan enorme que casi se la tragó, y se odió a sí misma por esperar que las deportivas de él no ensuciaran la alfombra color crema.
– Tendrás que perdonarme, pero no sé cómo te llamas -dijo Elizabeth procurando alegrar su apagado tono de voz.
– Me llamo Ivan.
Elizabeth se atragantó y espurreó café por toda su blusa.
Ivan corrió a su lado para darle palmaditas en la espalda. Sus ojos preocupados miraron directamente a los de ella. Arrugó la frente con inquietud.
Elizabeth tosió sintiéndose estúpida, apartó la vista enseguida y carraspeó.
– No te preocupes, estoy bien -murmuró-. Sólo es que resulta curioso que te llames Ivan porque… -Se interrumpió. ¿Qué iba a decir? ¿Iba a contarle a un desconocido que su sobrino deliraba? A pesar de los consejos de Internet todavía no estaba convencida de que el comportamiento de Luke pudiera considerarse normal-. Bueno, es una larga historia. -Hizo un gesto con la mano como descartándola y tomó otro sorbo-. ¿A qué te dedicas, Ivan, si no es indiscreción preguntarlo?
El café caliente corría por su organismo llenándola de una reconfortante y conocida sensación. Notó que volvía en sí y salía del coma de la tristeza.
– Supongo que podría decirse que estoy en el negocio de hacer amigos, Elizabeth.
Elizabeth asintió como si lo entendiera perfectamente.
– ¿No lo estamos todos, Ivan?
Ivan consideró esa idea.
– ¿Cómo se llama tu empresa? -preguntó ella.
Los ojos de Ivan se iluminaron.
– Es una compañía excelente. Lo cierto es que me encanta mi trabajo.
– ¿«Compañía excelente»? -repitió Elizabeth frunciendo el ceño-. No me suena. ¿Tiene su sede aquí, en Kerry?
Ivan pestañeó.
– Tiene sedes por doquier, Elizabeth.
Elizabeth enarcó las cejas.
– ¿Es internacional?
Ivan asintió con la cabeza y bebió un poco de leche.
– ¿Y a qué se dedica la compañía?
– A los niños -contestó Ivan-. Excepto Olivia, que trabaja con los ancianos, pero yo trabajo con niños. Les ayudo, ¿sabes? Bueno, antes eran sólo niños, pero ahora parece que nos estamos diversificando…, creo…
No supo cómo proseguir, dio unos golpecitos al vaso con la uña y se quedó mirando al vacío.
– Vaya, eso está muy bien -terció Elizabeth sonriendo. Aquello explicaba la ropa juvenil y el carácter juguetón-. Me figuro que si ves sitio en otro mercado tienes que ocuparlo, ¿no es así? Expandir la empresa, aumentar los beneficios. Yo siempre ando buscando la manera de hacerlo.
– ¿Qué mercado?
– El de los ancianos.
– ¿Tienen un mercado? Fantástico, me pregunto cuándo lo celebran. ¿Los domingos, supongo? Siempre se pueden encontrar buenas gangas en esos mercadillos. El padre de mi viejo amigo Barry compraba coches de segunda mano y los restauraba. Su madre compraba cortinas y las transformaba en prendas de vestir; parecía un personaje de Sonrisas y l á grimas, y además es estupendo que viva aquí, porque cada domingo quería «escalar todas las montañas», [1]y como Barry era mi mejor amigo no me quedaba más remedio que hacerlo, figúrate. ¿Cuándo crees que se puede ir? No a ver la película, me refiero al mercado.
Elizabeth apenas le oía; su mente había vuelto al modo pensamiento. No podía detenerse.
– ¿Estás bien? -preguntó la voz amable.
Elizabeth dejó de mirar el fondo de su taza de café para verle la cara. ¿Por qué parecía que ella le importara tanto? ¿Quién era aquel desconocido que le hablaba con ternura y la hacía sentirse tan a gusto en su presencia? Cada chispa de sus ojos azules añadía un puntito de piel de gallina a los brazos de Elizabeth, su mirada era hipnótica y el tono de su voz era como una canción favorita que ella habría querido poner a todo volumen pulsando el botón «Repetir». ¿Quién era aquel hombre que había entrado en su casa y le había hecho una pregunta que ni siquiera su propia familia era capaz de hacerle? «¿Estás bien?» ¿Y qué? ¿Estaba bien? Hizo dar vueltas al café en la taza y lo observó alzarse en espuma contra los bordes, igual que el mar contra los acantilados de Slea Head. Pensó en la pregunta y llegó a la conclusión de que si habían transcurrido años desde la última vez que oyera a alguien pronunciar aquellas palabras seguramente la respuesta era que no. No estaba bien.
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