Cecelia Ahern - Si pudieras verme ahora

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En la vida de Elizabeth Egan todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrario y los botes de pintura de su negocio de diseño de interior. El orden y la precisión le dan una sensación de control sobre la vida y mantienen el corazón de Elizabeth apartado del dolor que sufrió en el pasado. ejercer de madre de su sobrino de seis años al tiempo que saca adelante su empresa es un empleo a jornada completa, que deja poco margen al error y la diversión. Hasta que un día alguien muy singular aparece inesperadamente en sus vidas. El misterioso Ivan es despreocupado, espontáneo y amante de la aventura, todo lo contrario que Elizabeth. Reconoce a su verdadero amor antes de que ella le vea siquiera, y le enseña que la vida sólo merece la pena ser vivida cuando se nos presenta con todo su color y una pizca de desorden. Pero ¿quién es Ivan en realidad? Pícara y por momento profundamente conmovedora, esta novela nos permite recuperar toda la ternura y la emotividad características de la autora de Posdata: Te amo, novela que será llevada al cine con Hillary Swank como protagonista.

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– Porque no tienen prejuicios. Porque desean saber y desean aprender. Los adultos… -negó tristemente con la cabeza- piensan que lo saben todo. Crecen y olvidan fácilmente y en vez de abrir la mente y desarrollarla, eligen qué deben creer y qué no. No es posible elegir esa clase de cosas: o crees o no crees. Por eso su aprendizaje es más lento. Son más cínicos, pierden la fe y sólo desean saber las cosas que los ayudarán a seguir adelante día tras día. No les interesan los extras. Pero, Elizabeth… -agregó en un audible susurro, con los ojos muy abiertos y chispeantes, y Elizabeth se estremeció al tiempo que se le ponía la piel de gallina. Tenía la impresión de que estaba contándole el secreto más grande del mundo. Acercó la cabeza a la de Ivan-. Son esos extras los que hacen la vida.

– ¿Que hacen la vida qué? -susurró Elizabeth.

Ivan sonrió.

– Que hacen la vida.

Elizabeth tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

– ¿Eso es todo?

Ivan volvió a sonreír.

– ¿Qué quieres decir con que si eso es todo? ¿Qué puedes conseguir mejor que la vida, qué más le puedes pedir a la vida? La vida es el regalo. La vida lo es todo. Y no la habrás vivido como es debido hasta que creas.

– ¿Hasta que crea en qué?

Ivan puso los ojos en blanco y sonrió.

– Bueno, Elizabeth, ya lo irás viendo.

Elizabeth quería más extras de esos de los que le estaba hablando. Quería la chispa y el entusiasmo de la vida, quería soltar globos en un campo de cebada y llenar una habitación con pastelillos de color rosa. Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas y el corazón le palpitó en el pecho ante la idea de romper a llorar delante de él. Pero no tendría que haberse apurado, ya que él se puso de pie lentamente.

– Elizabeth -dijo Ivan con delicadeza-, ahora tengo que dejarte. Ha sido un placer pasar este rato contigo.

Le tendió la mano.

Cuando Elizabeth tendió la suya para tocar su suave piel, él la asió con ternura y la apretó hipnóticamente. Elizabeth no pudo articular palabra debido al nudo que se le había hecho en la garganta.

– Buena suerte con tu reunión de mañana -añadió Ivan sonriendo alentadoramente. Y dicho eso salió de la sala de estar. Luke cerró la puerta principal a sus espaldas después de gritar «¡Adiós, Sam!» a pleno pulmón y luego, muerto de risa, subió la escalera haciendo retumbar los escalones.

Entrada la noche Elizabeth estaba tumbada en la cama con la cabeza caliente, la nariz tapada y los ojos escocidos de tanto llorar. Abrazó la almohada y se acurrucó debajo del edredón. Las cortinas descorridas dejaban que la luna pintara una senda de luz azul plateada a través de su dormitorio. Miró por la ventana la misma luna que había contemplado de niña, las mismas estrellas a las que había pedido deseos y de súbito cayó en la cuenta.

A Ivan no le había dicho ni una palabra acerca de su reunión del día siguiente.

Capítulo 15

Elizabeth sacó su equipaje del maletero del taxi y lo arrastró hasta el vestíbulo de salidas y llegadas del aeropuerto de Farranfore. Suspiró aliviada. Ahora sí que sentía que se iba a casa. Después de pasar sólo un mes en Nueva York encontraba que allí encajaba mucho más de lo que jamás había encajado en Baile na gCroíthe. Estaba comenzando a hacer amigos y, más importante aún, estaba comenzando a desear hacer nuevos amigos.

– Al menos el avión saldrá a la hora prevista -dijo Mark situándose en la breve cola de facturación.

Elizabeth le sonrió y apoyó la frente contra su pecho.

– Necesitaré otras vacaciones para recuperarme de éstas -bromeó cansada.

Mark se rió entre dientes, la besó en lo alto de la cabeza y le acarició los oscuros cabellos.

– ¿Llamas vacaciones a venir a casa a visitar a nuestras familias? Vayámonos a Hawai cuando regresemos.

Elizabeth levantó la cabeza y enarcó una ceja.

– Por supuesto, Mark, puedes anunciárselo tú mismo a mi jefe. Sabes de sobra que tengo que reincorporarme a ese proyecto de inmediato.

Mark estudió su expresión decidida.

– Deberías realizarlo por tu cuenta.

Elizabeth puso los ojos en blanco y volvió a apoyar la frente contra el pecho de Mark.

– No me vengas otra vez con ésas -dijo con la voz amortiguada por el grueso abrigo de lana de Mark.

– Sólo te pido que me escuches. -Mark le levantó el mentón con el dedo índice-. Trabajas de sol a sol, rara vez te tomas tiempo libre y siempre vas estresada. ¿Para qué?

Elizabeth abrió la boca para contestar.

– ¿Para qué? -repitió Mark sin darle tiempo a hablar.

Elizabeth volvió a abrir la boca para contestar, pero él se le adelantó.

– Bueno, visto que eres tan reacia a contestar -sonrió- te diré para qué. Para otras personas. Así ellos se llevan todo el mérito. Tú haces todo el trabajo, ellos se llevan todo el mérito.

– Perdona -replicó Elizabeth medio en broma-, pero como sabes de sobra es un trabajo extremadamente bien pagado y, al paso que voy, el año que viene por estas fechas, si decidimos quedarnos en Nueva York, podré permitirme comprar esa casa que vimos…

– Queridísima Elizabeth -interrumpió Mark-, al paso que vas, el año que viene por estas fechas ya habrán vendido esa casa y en su lugar habrá un rascacielos o un bar tremendamente moderno que no servirá alcohol o un restaurante que no servirá comida «sólo para ser diferente» -dijo indicando las comillas con los dedos, cosa que hizo reír a Elizabeth-. Y sin duda lo pintarás todo de blanco, pondrás luces fluorescentes en el suelo y te negarás a comprar muebles por si acaso abarrotan el espacio -añadió tomándole el pelo-. Y otras personas se llevarán todo el mérito. -La miró con fingida indignación-. Figúrate. Esa tela en blanco es tuya, de nadie más, y no deberían arrebatártela. Quiero poder llevar a mis amigos allí y decir, «mirad, esto lo ha hecho Elizabeth. Tardó tres meses en hacerlo, no hay más que paredes blancas y ningún asiento, pero estoy orgulloso de ella. ¿Verdad que lo ha hecho bien?».

Elizabeth se reía tanto que tuvo que sujetarse el estómago.

– Nunca permitiré que derriben esa casa. Sea como fuere, gano un montón de dinero en este trabajo -explicó.

– Es la segunda vez que mencionas el dinero. Pero, si a los dos nos va bien, ¿para qué necesitas todo ese dinero? -preguntó Mark.

– Para cuando lleguen las vacas flacas -dijo Elizabeth. Su risa se fue extinguiendo y su sonrisa desvaneciendo mientras sus pensamientos derivaban hacia Saoirse y su padre. Vacas muy flacas, desde luego.

– Menos mal que ya no vivimos aquí, entonces -dijo Mark sin reparar en su expresión al estar mirando por la ventana-, o estarías arruinada.

Elizabeth miró a su vez por la ventana el día lluvioso y fue incapaz de reprimir la sensación de que aquella semana había sido una absoluta pérdida de tiempo. Tampoco era que hubiese esperado exactamente un comité de bienvenida y banderitas colgadas en los escaparates de las tiendas, pero ni Saoirse ni su padre habían demostrado el más mínimo interés en que estuviera en casa o dejara de estarlo, como tampoco en lo que había hecho durante su ausencia. Aunque no había regresado para referirles cómo era su nueva vida en Nueva York; había regresado para averiguar cómo se las arreglaban ellos.

Su padre seguía sin dirigirle la palabra por haberse marchado de casa abandonándolo. En su momento, trabajar unos cuantos meses seguidos en distintos condados había parecido el peor de los pecados, pero que ahora hubiese abandonado el país ya rayaba en pecado mortal. Antes de marcharse Elizabeth lo había dispuesto todo para asegurarse de que ambos estarían atendidos. Para su gran decepción, Saoirse había dejado de estudiar el año anterior y Elizabeth había tenido que buscarle su octavo empleo en dos meses, colocándola como responsable de reponer los productos en los estantes del supermercado del pueblo. También había acordado con un vecino que la acompañaría en coche dos veces al mes a ver a su consejero. Para Elizabeth esa parte era mucho más importante que el trabajo, aunque le constaba que Saoirse sólo había aceptado acudir a esas visitas porque le brindaban la oportunidad de escapar de su jaula dos veces al mes. Llegado el improbable caso de que Saoirse alguna vez decidiera hablar sobre cómo se sentía, al menos allí habría alguien dispuesto a escucharla.

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