Cecelia Ahern - Si pudieras verme ahora

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En la vida de Elizabeth Egan todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrario y los botes de pintura de su negocio de diseño de interior. El orden y la precisión le dan una sensación de control sobre la vida y mantienen el corazón de Elizabeth apartado del dolor que sufrió en el pasado. ejercer de madre de su sobrino de seis años al tiempo que saca adelante su empresa es un empleo a jornada completa, que deja poco margen al error y la diversión. Hasta que un día alguien muy singular aparece inesperadamente en sus vidas. El misterioso Ivan es despreocupado, espontáneo y amante de la aventura, todo lo contrario que Elizabeth. Reconoce a su verdadero amor antes de que ella le vea siquiera, y le enseña que la vida sólo merece la pena ser vivida cuando se nos presenta con todo su color y una pizca de desorden. Pero ¿quién es Ivan en realidad? Pícara y por momento profundamente conmovedora, esta novela nos permite recuperar toda la ternura y la emotividad características de la autora de Posdata: Te amo, novela que será llevada al cine con Hillary Swank como protagonista.

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Nuestras reuniones se organizaban para comentar cómo marchaba la tarea de cada uno de nosotros y dar vueltas a algunas ideas y sugerencias para ayudar a quienes se encontraban atascados. Yo nunca había tenido que convocar una para mi provecho, por eso me consta que la jefa se quedó asombrada cuando lo hice. El nombre que habíamos dado a esta clase de reuniones era «ensalada de sugerencias», porque todos podíamos proponer ideas que hicieran más fácil nuestra situación de «amigos imaginarios», como nos llamaban la gente y los medios de comunicación.

Las seis personas que se reúnen son las más veteranas de la empresa. Cuando llegué a la sala de «ensalada de sugerencias», todos estaban riendo y bromeando. Saludé a la concurrencia y nos sentamos a esperar a la jefa. No nos instalamos en torno de largas mesas de reuniones con sillones de cuero en una sala de juntas sin ventanas. Nuestro planteamiento es mucho más desenfadado y lo cierto es que tiene un efecto mucho más positivo, porque cuanto más a gusto nos sentimos, más podemos aportar. Nos sentamos en círculo en asientos cómodos. El mío es un saco de alubias. El de Olivia una mecedora. Sostiene que así le resulta más fácil hacer labor de punto.

La jefa no es nada autoritaria, pero nos gusta llamarla así. En realidad es una de las personas más buenas, simpáticas y amables que uno puede llegar a conocer en toda su vida. Y ella sí que ha visto cuanto hay que ver: sabe todo lo que puede saberse acerca de cómo ser un amigo íntimo. Es paciente y afectuosa, escucha con atención y es capaz de percibir como nadie lo que la gente no dice. Se llama Opal y es encantadora. Cuando entró en la habitación llevaba una túnica morada y las guedejas rizadas al estilo rastafari recogidas en media cola de caballo para apartarlas de la cara. Toda ella iba cubierta de diminutas cuentas chispeantes que resplandecían al moverse, llevaba una hilera de margaritas clavada en el pelo a modo de tiara y cadenetas de margaritas le adornaban el cuello y las muñecas. Unas gafas redondas con los cristales tintados de morado se apoyaban en su nariz y, cuando sonreía, el rayo de luz que desprendía habría bastado para guiar a los barcos hasta la orilla en la noche más oscura.

– Bonito aderezo de margaritas, Opal -dijo Caléndula dulcemente a mi lado.

– Gracias, Caléndula -respondió Opal sonriendo-. La pequeña Tara y yo lo hemos hecho esta mañana en el jardín. Vas de punta en blanco hoy. Qué color tan bonito.

Caléndula sonrió radiante. Hace siglos que ejerce de amiga íntima, igual que yo, pero aparenta tener la misma edad que Luke. Es menuda, rubia y de voz dulce. Para la ocasión se había peinado con tirabuzones y lucía un vestido amarillo de verano con lazos a juego en el pelo. Calzaba relucientes y nuevos zapatos blancos que balanceaba sentada en su silla de madera hecha a mano. Aquella silla pintada de amarillo con corazones y barras de caramelo siempre me recordaba una silla de Hansel y Gretel.

– Gracias, Opal. -Las mejillas de Caléndula se sonrosaron-. Después de la reunión iré a merendar con mi nueva amiga íntima.

– Caramba-Opal levantó las cejas, impresionada-, qué bien. ¿Dónde será?

– En el jardín de atrás. Ayer le regalaron un juego de té por su cumpleaños -respondió Caléndula.

– Bonito regalo. ¿Qué tal van las cosas con la pequeña Maeve?

– Muy bien, gracias.

Caléndula bajó la vista a su regazo. La charla de los demás asistentes se fue apagando y toda la atención se centró en Opal y Caléndula. Opal no era la clase de persona que pedía a todo el mundo que se callara para comenzar la reunión. Siempre la comenzaba sin levantar la voz, sabiendo que los demás pronto terminarían sus conversaciones y se dispondrían a participar, cada cual en su momento. Siempre decía que lo único que necesitaban todas las personas era tiempo y que entonces eran capaces de entenderlo casi todo por sí mismas.

Opal seguía observando cómo Caléndula jugueteaba con una cinta de su vestido.

– ¿Maeve sigue mangoneándote, Caléndula?

Caléndula asintió torciendo el gesto con tristeza.

– Sigue diciéndome todo el rato lo que tengo que hacer, y cuando rompe algo y sus padres se enfadan me echa la culpa a mí.

Olivia, una amiga íntima de aspecto avejentado que se balanceaba en su mecedora mientras hacía punto, chasqueó sonoramente la lengua en señal de desaprobación.

– Sabes por qué Maeve hace eso, ¿verdad Caléndula? -preguntó Opal en voz baja.

Caléndula asintió con la cabeza y dijo:

– Me consta que tenerme a mano le brinda la oportunidad de ser la que manda y está reflejando el comportamiento de sus padres. Entiendo por qué lo hace y la importancia de que lo haga, pero esa clase de trato un día tras otro a veces resulta un tanto descorazonador.

Los demás le dimos la razón. Todos habíamos estado en su situación en algún momento. A la mayoría de los niños pequeños les gustaba mangonearnos, seguramente porque con nosotros no temían suscitar represalias.

– En fin, ya sabes que no lo seguirá haciendo durante mucho más tiempo, Caléndula-dijo Opal en tono alentador, y Caléndula asintió con la cabeza y sus tirabuzones se balancearon.

– Bobby. -Opal se volvió hacia un chiquillo sentado en un monopatín con la visera de la gorra hacia atrás. Había estado moviendo la tabla adelante y atrás mientras escuchaba la conversación. Al oír su nombre se detuvo-. Tendrías que dejar de jugar a juegos de ordenador con el pequeño Anthony. Sabes por qué, ¿verdad?

El chiquillo con cara de ángel asintió con la cabeza y cuando habló su voz sonó mucho más adulta que sus aparentes seis años.

– Bueno, porque Anthony sólo tiene tres años y no debería verse obligado a ajustarse a papeles de uno y otro sexo. Necesita juguetes que le permitan tener el control, utilizar su inventiva y que sirvan para más de una cosa. Un exceso de juguetes técnicos atrofiaría su desarrollo psicológico.

– ¿Con qué clase de cosas crees que podríais jugar? -preguntó Opal.

– Bueno, voy a dedicarme a jugar…, bueno, con nada, en realidad, así podremos hacer teatro improvisado o usar cajas, utensilios de cocina o esos tubos de cartón que hay dentro de los rollos de papel higiénico.

Todos reímos al oír esto último. Los rollos de papel higiénico son mi favorito absoluto. Puedes hacer un montón de cosas con ellos.

– Muy bien, Bobby. Procura no olvidarlo cuando Anthony intente hacerte jugar con el ordenador otra vez. Tal como hace Tommy con… -Se calló sin acabar la frase mirando en derredor-. Por cierto, ¿dónde está Tommy?

– Siento llegar tarde -dijo una voz desde la puerta. Tommy irrumpió en la sala con los hombros hacia atrás y balanceando los brazos como haría un hombre cincuenta años mayor que él. Tenía mugre por toda la cara, manchas de hierba en las rodillas y las espinillas, cortes, costras y barro en los codos. Se desplomó en su saco de alubias imitando el ruido de un choque con la boca.

Opal se rió.

– Bienvenido, Tommy. Parece que has estado muy ocupado.

– Pues sí -contestó Tommy muy gallito-. He estado con John en el parque desenterrando larvas.

Se limpió los mocos de la nariz con el brazo desnudo.

– ¡Ees!

Caléndula arrugó la nariz con cara de asco y arrimó su asiento al de Ivan.

– No pasa nada, princesa.

Tommy le guiñó el ojo a Caléndula apoyando los pies en la mesa que tenía delante y en la que había refrescos con gas y galletas de chocolate. Caléndula apartó la vista de él y la fijó en Opal.

– O sea que John sigue como de costumbre -sentenció Opal divertida.

– Sí, todavía me ve -contestó Tommy como si eso fuese algún tipo de victoria-. Los matones de la clase se están metiendo con él, Opal, y lo han amenazado para que lo mantenga en secreto; no piensa decir nada a sus padres. -Meneó la cabeza con tristeza-. Le da miedo que le critiquen o intervengan, lo cual empeoraría las cosas, y también le avergüenza haber permitido que sucediera. Es un compendio de las emociones típicas en los casos de acoso.

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